(Palma de Mallorca, 1972) Le hubiera gustado ser Dorothy Parker pero, en el momento oportuno, no vivía en Nueva York, ni tenía cerca un “círculo vicioso” como el que se reunía a comer, beber y conversar en el Salon del Hotel Algonquin. Así que, en lugar de escribir en New Yorker, fue la directora más joven de un periódico local, lo que tampoco es tan malo si te echan a tiempo y la herida no es mortal. Ha vivido lo suficiente para aprender que, si quieres seguir subiendo, a veces conviene tomar aliento y cambiar de escalera. Solo así se puede llegar a ser una de esas periodistas que siguen escribiendo, incluso cuando parece que no lo hacen, porque escribir no es una elección, es algo parecido a un destino.