Benfica: fútbol, refranes y maldiciones

La cosa debió ser más o menos así. El despacho del Benfica era entonces un lugar con olor a puro, con esa cortina de humo que dan las caladas satisfechas de aquel que se siente en la cima del mundo porque ha conseguido reinar en Europa en los últimos dos años. El conjunto lisboeta acaba de ganar su segunda Copa de Europa consecutiva ante el Real Madrid, y cuenta en sus filas con uno de los mejores jugadores del continente, Eusebio, que en la final ante los madridistas hizo dos goles para la victoria de los suyos por 5-3. El presidente, Antonio Carlos Cabral, está seguro de tener un equipo llamado a reinar, pero no a cualquier precio. Por eso, a pesar de que ha ganado dos copas de Europa de manera consecutiva (un año antes había derrotado al Barcelona por 3-2), discute con su técnico, Bela Guttman, por un aumento de sueldo. El húngaro, que llegó desde el banquillo del Oporto, ha puesto el foco del fútbol europeo en Lisboa, y cree que merece una nómina más alta por los méritos conseguidos. Cabral, en cambio, se relame por lo que tiene en el campo y prefiere volver la vista a hombres como Eusebio y Coluna antes de meter un cero en el sueldo del entrenador. La discusión acaba con el despido de Guttman como entrenador del Benfica. Antes de marcharse y de dar un portazo al club, el técnico pronuncia una algarada que Cabral atribuye al momento de tensión. “Nem cem anos o Benfica vai conquistar outra taça europeia” (Ni en cien años el Benfica va a conquistar otra copa europea).

En realidad, Guttman soltó una maldición a medias. Dijo que sin él, el ningún club portugués volvería a reinar en Europa y que el Benfica no ganaría nunca una copa europea. En ese momento, Antonio Carlos Cabral no tenía motivos para temer. Acababa de ganar dos Copas de Europa y tenía a Eusebio en sus filas. Guttman, al fin y al cabo, no jugaba, no marcaba los goles, y su frase era fruto de un calentón porque quería un aumento de sueldo. ¿Qué podía pasar? ¿Que en la temporada siguiente, en la final de la Copa de Europa, el Milan se impusiera al Benfica? ¿Perder de nuevo la final europea en el 65? ¿Volver a caer en el 68? Sí. Todo eso y más. Desde que Bela Guttman cerró la puerta del club tras maldecirlo, los aficionados benfiquistas han terminado mirando al cielo para recordar a un entrenador del que muchos tan sólo han oído hablar, y que difícilmente pueden identificar con la etapa más gloriosa del club, como corresponde. Para la afición, Guttman no es aquel entrenador húngaro que le dio al Benfica dos Copas de Europa; Guttman es el entrenador húngaro que le ha quitado al conjunto lisboeta ocho títulos europeos con aquella maldición.

 

El inventario de derrotas invita al escalofrío. En 1963, el Benfica aspiraba al tricampeonato en Europa pero se topó con el Milan, que le derrotó por 1-2. Pero tampoco era para echarse las manos a la cabeza, no se pueden ganar todas las finales. Por aquel entonces, las palabras de Guttman eran una anécdota. Tuvieron menos gracia dos años después, también en la final de la Copa de Europa y también ante un conjunto italiano, el Inter de Milán. Victoria por la mínima y título para los transalpinos, y las palabras de Bela Guttman resonando. Aun así, el porcentaje de victorias y derrotas estaba dentro de los límites de la probabilidad: cuatro finales, dos ganadas y dos perdidas. Pero en 1968 el Benfica agarró su suerte y se presentó de nuevo en la final de la Copa de Europa para batirse contra el Manchester United y el calentón de Bela Guttman. Habían pasado seis años y tocaba ganar. Pero no, tampoco a la tercera fue la vencida, por empezar con los refranes que han seguido la estela de la maldición. El Manchester ganó por 1-4 y en Lisboa Bela Guttman empezaba a ser un mal presente más allá de un buen recuerdo.

 

 

Pasaron quince años hasta que el Benfica alcanzó de nuevo una final europea. Cambió de competición para ver si la sombra del entrenador húngaro ennegrecía tan sólo la Copa de Europa. Fue en UEFA, y fue ante el Anderlecht, que se alió con la maldición, recién cumplidos los veinte años, para ganar por 1-2 y dejar al Benfica, de nuevo, mirando al cielo. Ya era oficial: la frase de Bela Guttman era ya una maldición. A finales de los años ochenta, en una final de Copa de Europa, el Benfica empezó a retorcer su mala suerte y se agarró al dramatismo en sus derrotas. Perdió en penaltis ante el PSV (5-6) la final de la Copa de Europa del año 88, después de empatar a cero durante el encuentro. Dos años después, una final de Copa de Europa más, otra decepción, de nuevo ante el Milan (0-1).

La exigencia del fútbol moderno había eliminado al Benfica de las grandes finales europeas. El fútbol portugués perdió su sitio en el panorama internacional y el Oporto, que rompió la primera parte de la promesa de Guttman en los años 80 conquistando una Copa de Europa, apareció como alternativa más rentable de los vecinos ibéricos a lo torneos continentales. Aun así, no hubo gran presencia portuguesa en las finales hasta que la segunda década del nuevo siglo devolvió al Benfica a la pelea por los tronos europeos. Ha sido dos años seguidos en la Europa League, la sucesora de la Copa de la UEFA que jamás llegó a conquistar a pesar de haber jugado dos finales. El fútbol moderno, tan cambiado, parecía el lugar preciso para exorcizar las maldiciones antiguas. Además, en todo este tiempo, el Benfica había levantado en su estadio una estatua para recordar al entrenador húngaro, una especie de tótem moderno para tratar de llamar a la buena suerte, para que volvieran las coronas y los laureles y en los despachos se respirara, de nuevo, el humo del puro de la victoria.

No sirvió. La mala suerte, además, retorció el verbo para hacer que la herida del Benfica sangre de una manera cruel. El año pasado, en Amsterdam, perdió la final de la Europa League en el descuento (1-2) ante el Chelsea. Este año, en Turín, tuvo el trofeo en la mano en muchos momentos del partido superando a un Sevilla que achicó agua como pudo. Así llegaron los penaltis, con el empate a cero inicial, y detrás de la figura de Beto los benfiquistas vieron la mano negra de Bela Guttman. Dos penaltis errados y la copa para Sevilla. Desde que Guttman se marchó van ocho finales europeas, ocho finales perdidas.

El entrenador húngaro dijo cien años, pero en el refranero existe aquello de que no hay mal que cien años dure. También en el fútbol hay un resquicio para la esperanza del Benfica, porque las maldiciones caducan. Que se lo digan a la Real Sociedad. Como cuena Ander Izaguirre en su genial ‘Mi abuela y diez más’, sobre el equipo donostiarra pesó durante muchos años la maldición de Monsieur Comet, que sobre el polvo y las piedras de su recién derruido velódromo de Atocha, para la construcción del estadio que desplazaba así a la Sociedad Ciclista de San Sebastián en favor de la Sociedad de Fútbol, aseguró que la Real Sociedad “nunca será campeona de Copa”. Ese mismo año (1913), la Real Sociedad llegó a la final y empató dos partidos seguidos con el Barcelona. Perdió en el tercero. Tampoco ganó la final de 1928 y volvió a caer en la de 1951. Tuvo que esperar a 1987 para romper la maldición de Comet y ganar la Copa del Rey 74 años después de que el impulsor de la Sociedad Ciclista de San Sebastián lanzara su maldición sobre las ruinas del velódromo de Atocha. No hay mal que cien años dure.

La del Benfica tiene ya ocho muescas de otras tantas finales perdidas. La maldición de Bela Guttman dura ya 52 años. El entrenador que le hizo campeón de Europa dos años seguidos está en las lágrimas que los benfiquistas derraman desde entonces en todas las finales. Quien bien te quiere, que diría el refranero. El entrenador húngaro tiene una estatua en el estadio, pero no se conforma con eso. Al fin y al cabo, él sólo quería un aumento de sueldo.

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