La perra Gula y el paraíso

Había una vez un lugar llamado Paraíso en el que los seres prehumanos disponían de todo lo bueno y virtuoso sin tener que esforzarse. Todo era gratis, calentito, cómodo y seguro. En el Paraíso había de todo y con abundancia, y todo estaba al alcance de todos. Por eso sus habitantes apenas tenían necesidad de ocuparse de nada, ni siquiera de estar alerta, para sentirse cómodos, seguros y satisfechos. El guardián del paraíso no era ningún dios, sino una diosa fecunda y generosa, que se ocupaba de alimentar sus fuentes, caldear sus hornos y limpiarlo todo para que sus habitantes-hijos predilectos se sintieran cómodos, seguros y tranquilos. Y no había dolor, ni enfermedades, ni miserias, y, si acaso, como luego alegaron, era bastante aburrido.

 Cerca de ese lugar habitaba un dios malvado y envidioso que tenía como única compañera una gran perra, adornada con lo peor de todos los vicios, a la que llamaba “Gula”. Como el dios se sentía sólo y aburrido, y quería ir al Paraíso, para estar tan cómodo y ser tan admirado como la diosa madre de aquel lugar, le envió a su perra a modo de regalo y divertimento, y ella, ingenua, la aceptó.

Pero la perra Gula sedujo a todos los prehumanos con sus promesas tentadoras y viciosos hechizos. Enseguida la consideraron la gran dadivosa, la fascinante portadora de todos los remedios, la protectora de salud y del agua. Y la nueva divinidad alcanzó gran popularidad, y se hizo construir templos para su culto, en los cuales regalaba deseos y tentaciones, y enseñaba a colmarlos con vicios engañosos. Pronto aprendió que con sus artificios y seducciones podía infligir dolores y producir enfermedades, para luego prometer a los dolientes la salud y el gozo mediante sus perversas artimañas. Y así fue como se hizo tan grande, tan famosa y tan aterradora, que acabó con la paciente ingenuidad de la bondadosa madre del Paraíso.

Ésta, cansada de tanta malicie, un buen día la expulsó a la tierra exterior, y allí llegó cargada con sus divertidos vicios y peligrosos libertinajes, pero también había robado las fórmulas secretas de las virtudes del Paraíso. Y de esa manera, cargada de dones y miserias, de fórmulas mágicas y seductores remedios, llegó a la primera zona habitada por los seres terrenales, concretamente a una ciudad llamada Isin, en Sumeria, y enseguida puso en marcha sus hechizos y promesas, distribuyó tentaciones y dolores, perversiones y pecados, curas y remedios. Pronto la siguieron las personas humanas y la temieron y la adoraron, y por eso la llamaron “E-galmah”, que quería decir “La Gran Doctora”, y ésta adoptó como emblema la efigie de un perro de grandes dimensiones, afiladas garras y agudos colmillos. Y desde entonces se ha adueñado de todas las energías furibundas de la tierra, y ha gobernado las pasiones de las personas, y a pesar de que ha pasado mucho tiempo, y ya nadie recuerda cómo empezó todo, sus maldiciones y engaños siguen pesando sobre la insaciable humanidad y gobernando sus frágiles designios.

Y colorín colorado, así fue como los ingenuos y felices prehumanos se convirtieron en listísimos y agobiados humanos.

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