Hermann Hesse, el acuarelista inquieto (I)

Hesse y el psicoanálisis

El pasado 9 de agosto se cumplieron 50 años de la muerte de uno de los escritores más influyentes del siglo XX: Herman Hesse (1877-1962). ¿Quién no recuerda El lobo estepario, Siddhartha o Demian? Quizá para los más jóvenes ya no sea aquel autor de culto que leíamos en las postrimerías de la Dictadura, pero realmente no es posible ser literariamente instruido sin haber pasado por sus libros. El Premio Nobel de 1946 universalizó su obra, aunque sus facetas poética y prosística ya eran conocidas y reconocidas en el mundo entero.

Sin embargo, lo que muchas personas ignoran es que tras el literato comprometido e hiperactivo, se ocultaba una personalidad con muchas otras facetas creativas: poeta, articulista, novelista, ilustrador, editor, viajero, pintor, etc. Y, en consonancia con ello, como le sucede a muchas personas creativas y geniales, también Hesse tenía una personalidad inestable, que con frecuencia se asomaba a la psicopatología.
Como es obvio no es posible analizar toda biografía en un artículo breve, por lo que me limitaré a puntualizar algunos aspectos de su vida que más le aproximaron a la enfermedad mental. Para ello, lo mejor es seguir el artículo de Gunter Baumann (1997) que resumo a continuación:

“Hermann Hesse está considerado como “autor de la crisis”, como un poeta que se sometió por escrito al doloroso autoanálisis, siempre en busca de su auténtica y propia identidad. La casa paterna y la educación marcaron por igual tanto su personalidad como su obra poética. Dos veces en su vida se agudiza el estado psíquico de Hesse.

Tras la huida del seminario monacal en Maulbronn, en 1892, cuando contaba 15 años, sus padres le llevan a un hospital privado de Christoph Blumhardt, un teólogo amigo. En ese hospital Hesse llevó a cabo un intento de suicidio, ante lo cual Blumhardt recomendó el traslado a un manicomio por considerarlo poseído por la “maldad y el satanismo”. Los padres le ingresaron en el centro de salud y cuidados de Stetten, donde permaneció cuatro meses, diagnóstico de melancolía. Hesse conseguía comportarse bien exteriormente, pero por dentro estaba descontento con su destino y escribía a casa cartas acusadoras. En octubre de 1892, Hesse fue dado de alta del centro psiquiátrico de Stetten y los padres consiguieron que ingresara en el liceo de Cannstatt, que abandonó al cabo de un año.

La segunda crisis grave en su vida se produjo en la Primera Guerra Mundial, que provocó graves tormentas espirituales en el sensible Hesse. Una enfermedad grave de su hijo más joven, la muerte de su padre, una crisis matrimonial y la enfermedad psíquica de su esposa Mia le empujaron a profundas depresiones. Su estado de salud estaba tan maltrecho que tuvo que interrumpir su trabajo para someterse a una cura de baños, sin éxito, y después a tratamiento psicoanalítico en la clínica privada Sonnmatt de Lucerna. Celebró 72 consultas con el Dr. Josef Bernhard Lang, un colaborador de C. G. Jung, en las que logró salir de su entumecimiento y superar hasta cierto punto la crisis. El encuentro con el psicoanálisis, que le ayudó a enfrentarse a los conflictos de sus años de juventud, se convirtió en un importante punto de inflexión en la vida de Hesse… En Demian se reproducen las charlas terapéuticas con el Dr. Lang (que en la novela se llama Pistorius): “Todo, incluso lo más banal, chocaba dentro de mí en el mismo punto con un mazazo silencioso y continuo. Todas las sesiones ayudaban a raspar pieles de mí, a romper cáscaras de huevo, y después de cada una la cabeza se alzaba un poco más, algo más libre, hasta que mi pájaro amarillo eclosionaba como un hermoso pájaro con cabeza de depredador saliendo de la destruida cáscara del mundo”.

Su relación con el psicoanálisis, además de la terapia con J. B. Lang (más de 200 horas) le llevó a conocer a C. G. Jung, con quien mantuvo una breve pero intensa relación, mezcla de personal, artística y terapéutica, que puede resumirse en su propia frase “Llega hasta el tuétano y duele. Pero anima…”. Para comprobarlo, de nuevo recurriremos al artículo de G. Baumann:

“En otoño de 1917 Hesse se encuentra por primera vez con C. G. Jung en un hotel de Berna y con él se sumerge durante toda una tarde en una apasionada conversación sobre sus más recientes ideas y teorías psicológicas. Es interesante observar que por entonces Hesse reacciona ante Jung con su característica ambivalencia, que más tarde sería cada vez más determinante en su relación con la psicología profunda. En una reseña de su diario anota:

“Ayer por la tarde hablé por teléfono con el Dr. Jung de Zurich… y me invitó a cenar en el hotel. Yo acepté y estuve con él hasta cerca de las once de la noche. Mi valoración de él cambió varias veces durante este primer encuentro, a veces me gustaba su seguridad en sí mismo y a veces me causaba rechazo, pero en conjunto quedó una impresión muy buena.”

Al mismo tiempo Hesse comienza a leer los escritos de Jung y valora su obra de juventud, los Wandlungen und Symbole der Libido (“Cambios y símbolos de la libido”), calificándola de “genial”. Desde luego estas fuertes impresiones de Jung son el motivo por el que Hesse, en el siguiente periodo de crisis de su vida pida ayuda terapéutica al maestro. En el verano de 1921 se produce una secuencia de análisis de varias semanas de duración en la vivienda de Jung en Küsnacht.

Las cartas de Hesse de aquella época muestran su entusiasmo casi eufórico sobre la personalidad y las capacidades analíticas de su terapeuta: “Con Jung estoy viviendo ahora, en medio de una difícil situación de mi vida que con frecuencia apenas puedo soportar, la conmoción del análisis… Llega hasta el tuétano y duele. Pero anima… Sólo puedo decir que el Dr. Jung lleva mi análisis con extraordinaria seguridad, incluso con genialidad.” Tras el análisis resume: “Me habría gustado continuar el psicoanálisis con Jung, pues tanto por su intelecto como por su carácter es una persona espléndida, llena de vida, genial. Le debo mucho y me alegro de haber podido estar con él durante un tiempo”.

Posteriormente su relación con el psicoanálisis fue más distante, entre otros motivos por las interpretaciones que éste hace de la creación artística como el producto de una mente neurótica, con las que no estaba de acuerdo. En una carta de noviembre de 1958 Hesse dice:
“Personalmente el análisis me ha servido, concretamente me ha servido la lectura de algunos libros de Freud y Jung más que el análisis práctico. Más tarde se enfrió mi relación con el psicoanálisis, en parte porque pude asistir a muchos casos de análisis fracasado, incluso con efectos nocivos, pero en parte porque nunca me encontré con un analista que tuviera una auténtica relación con el arte. Pero en conjunto sigo teniendo una postura amable hacia la psicología profunda”.

Hesse critica que los psicoanalistas no vean en el arte más que una expresión del inconsciente, que el sueño neurótico de un paciente sea igual de valioso que la creación de un artista. Su opinión sobre la que llamaba “ciencia literaria psicoanalítica”, o “psicología de los formados a medias” se podría resumir en el siguiente párrafo:

“Sobre la base de sus poemas se investigan los complejos y las ideas preferidas de un poeta, y se constata que pertenece a ésta o a aquella clase de neuróticos, se declara una obra maestra deduciéndola de las mismas causas que la agorafobia del señor Müller o los trastornos gástricos nerviosos de la señora Maier. Se distrae la atención de forma sistemática, y con un cierto afán de venganza (el afán de venganza de quien no está dotado de intelectualidad), de las obras poéticas, se degradan los poemas a síntomas de estados anímicos… Sería un resultado chusco que un literato hábil sometiese a su vez estas interpretaciones pseudoanalíticas de los poetas a un análisis y señalase los impulsos muy simples con los que estos pseudopsicólogos alimentan su entusiasmo.”


Pese a estas críticas, es evidente que la vida y la obra de Hesse estuvieron muy influidas por Jung y el psicoanálisis. Esto se observa en sus  personajes principales. La teoría de los arquetipos de Jung desempeña un papel central en la configuración de sus héroes, que son prototipos, o más bien “arquetipos”, con una trascendencia supracultural que explica el éxito global de sus obras. Crea personajes que en todas las culturas y épocas se reconocen como encarnaciones de las zozobras y contingencias del ser humano universal.

Por otra parte, la relación personal y teórica con el psicoanálisis le permitió a Hesse superar los conflictos psicológicos causados por su educación y relaciones familiares. La psicología de Jung y su propia producción artística, fueron para Hesse la terapia que necesitaba para alcanzar la integración y plenitud de la personalidad superadoras de las vivencias traumatizantes de la niñez, pudiendo formar una identidad intelectual y emocional de características y magnitudes admirables. La búsqueda permanente del equilibrio y la madurez psíquicas, mediante su propio “autoanálisis” creativo, le lleva a aceptar que es imposible lograr la liberación y redención total y definitiva, reconociendo que la esencia de la condición humana es un permanente estar en el camino, un constante acabar y empezar en el machadiano “hoy es siempre todavía”
Continuar leyendo: Hesse: el acuarelista inquieto (y II)

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