El Wittgenstein del ‘Tractatus’

La verdad es que lo tenía todo a su favor. Si a principios del siglo XX tuviésemos que elegir una ciudad en la que vivir elegiríamos, sin lugar a dudas, la Viena modernista de Kokoschka, Schömberg o Freud, el foco que iluminará culturalmente Europa hasta la primera gran guerra mundial. Y si tuviésemos que escoger una familia en la que nacer, entre las candidatas, estarían seguramente los Wittgenstein, magnates del acero y del hierro, con una fortuna tan colosal que no se vio resentida en ningún momento por las graves crisis que pronto asolarán el continente. Y no solo serán inmensamente ricos sino que además tendrán grandes inquietudes intelectuales, siendo mecenas de importantes artistas. Era común ver a gente como Gustav Mahler visitando la mansión Wittgenstein. Si a estas condiciones culturales le sumamos las genéticas: el hecho de tener un cerebro privilegiado, era de esperar que Ludwig Wittgenstein se convirtiera en uno de los pensadores más influyentes, sino el que más, de la centuria pasada.

No se piensa igual con veinte años que con sesenta. Es normal que un pensador evolucione, que avance desde unas posturas a otras, muchas veces opuestas. Es fácil encontrar a autores que en la vejez se han dedicado a criticar lo que construyeron en su juventud. Pero lo que no es fácil de encontrar es que un intelectual tenga dos momentos, cada uno de los cuales por separado hubiera servido para darle un lugar en la historia de la filosofía. Se suele hablar de dos wittgensteins, el primero y el segundo. Fue tal la altura de su pensamiento que ambos crearon una legión de seguidores y escuelas respectivas. El primero supuso el culmen del primer momento de la filosofía analítica, continuando el trabajo empezado por Frege y Russell sobre el análisis lógico del lenguaje. Su obra sirvió de Biblia al posterior positivismo lógico de Ayer o Carnap. Y el segundo inspiró toda la llamada Escuela de Oxford del análisis del lenguaje ordinario. Casi nada.

Solamente publicó una obra en toda su vida. Obra, además, escrita en un estilo aforístico muy críptico que fue terriblemente malinterpretado en su momento y que, a día de hoy, lo sigue siendo. Es el celebérrimo Tractatus Logico-philosophicus, escrito en las trincheras de la Primera Guerra Mundial en la que Wittgenstein sirvió de camillero, y publicado en 1921 con no más de setenta páginas sin ningún tipo de referencia bibliográfica a otros autores (solo una en la introducción a Frege y Russell) y con unas pretensiones escandalosas (y algo paradójicas):  después de disculparse por la posible falta de novedad de sus pensamientos y por no tener las fuerzas suficientes para consumar el propósito de la obra, mostrando el deseo de que otros vengan y lo hagan mejor que él, Wittgesntein afirma categóricamente que la verdad de los pensamientos comunicados en el Tractatus le parece intocable y definitiva, que cree haber solucionado definitivamente los problemas tratados a nivel esencial y haber mostrado lo poco que se ha hecho por resolverlos. Dicho de otro modo: Wittgenstein opinaba que en setenta páginas había resuelto los grandes problemas de la filosofía del lenguaje que son, a fin de cuentas, los grandes problemas de la filosofía. Casi nada.

La pregunta fundamental de la obra es: ¿Cómo es posible el lenguaje? El límite del pensamiento solo podrá ser trazado en el lenguaje (ya que pensamos con palabras, conceptos…) y, lo que se halle más allá del límite será, simplemente, un sinsentido. Por eso el Tractatus es un intento de delimitar el pensamiento (el lenguaje) sin salirse de los límites de éste. Una metáfora muy utilizada para describir esto es la de que “Wittgenstein intenta recorrer el límite de una esfera sin salirse de ella”. Así, sin recurrir a la experiencia (por medios a priori), Wittgenstein pretende, al mismo estilo que la filosofía kantiana (de hecho una de las interpretaciones más vigentes del Tractatus es la kantiana), determinar el límite del pensamiento desde el pensamiento o, más concretamente, determinar el límite de lo que puede decirse sin decir nada que no pueda ser dicho.

La metafísica u ontología wittgensteiniana nos muestra una realidad compartimentada en diferentes niveles según su adecuación o correspondencia con el lenguaje. Según Wittgenstein, y basándose en el atomismo lógico de Bertrand Russell, existe una relación isomórfica  entre el lenguaje y lo que existe, de tal modo que nuestro conocimiento científico es objetivo en la medida en que corresponde o se adecua a lo real. Solo si se da algo “parecido” entre el lenguaje y lo que existe, entonces podremos hablar de un conocimiento válido. ¿Qué es lo que hay en común entre la realidad y lo figurado o pensado? La forma lógica. ¿Y qué es la forma lógica? La representación o figuración de un hecho cualquiera tiene una serie de características a las que Wittgenstein llama posibilidades y que en su conjunto constituyen la forma de la representación (colores, dimensiones…). Si a la forma de la representación le restamos todas las posibilidades hasta no dejar ninguna, al final, lo que nos queda es la forma lógica. Sería algo así como “un esquema”, “un mapa” del hecho, su “estructura”, de tal forma que la forma lógica es exactamente lo mismo que la forma de la representación “vaciada”. Si nuestros “esquemas” de la realidad son iguales a la “estructura” de la realidad misma se dará una isomorfía entre realidad y pensamiento y, por lo tanto, nuestro conocimiento será válido.

Las proposiciones de la ciencia, en la medida en que representan o figuran sucesos de la realidad (estados de cosas diría Wittgenstein), coincidiendo su forma lógica con la “forma del mundo”, son verdaderas y están llenas de sentido. Sin embargo, ¿qué pasa con las proposiciones de la ética, de la religión o de la metafísica, las cuales no representan ningún estado de cosas real que pueda observarse empíricamente? Aquí reside el gran malentendido. Para los filósofos positivistas del Círculo de Viena, una proposición que no pudiera verificarse empíricamente era absurda, pseudocientífica, por lo que la metafísica o la religión eran reliquias del pasado que debían de superarse para llegar al comtiano estadio positivo de la historia de la humanidad en el que las ciencias naturales reinarían por doquier. Pero Wittgenstein, en ningún momento quiere decir que, sobre todo, la religión, fuera algo absurdo y sin sentido alguno (Wittgenstein fue un hombre profundamente religioso). Y es que hay que distinguir dos acepciones de la expresión “sinsentido” en alemán. Por un lado está unsinn que significa “sinsentido” o “absurdo” en su sentido más peyorativo. Pero por otro está sinnlos que significa “desprovisto de sentido” o “sin referencia a la realidad”. Para Wittgenstein, sinnlos no tiene ninguna connotación negativa, no significa absurdo. Una proposición mal construida gramaticalmente sería un unsinn pero una proposición propia de la religión sería más bien un sinnlos. Que una proposición no haga referencia a la realidad no la convierte necesariamente en absurda. De hecho, las proposiciones de las matemáticas no nos dicen nada de la realidad, sólo nos muestran la estructura de la realidad, su forma lógica (serían sinnlos). La última proposición del Tractactus (7) afirma “De lo que no se puede hablar hay que callar” ¿Qué quiere decir esta enigmática frase? Si aceptamos que solo podemos hablar (decir) cosas del mundo tal y cómo lo hace la ciencia y las matemáticas no pueden decir cosas del mundo… ¿han de callar las matemáticas? ¿No podemos hablar de ellas? Sí y no. Wittgenstein afirma algo así como que las matemáticas (y concretamente la lógica) son la frontera, el extremo entre lo que podemos decir y lo que no. Son el límite del círculo que Wittgenstein quiere trazar desde dentro para demarcar los límites del lenguaje. La lógica es algo de lo que no se puede hablar cuando ya ha cumplido su misión: mostrarnos el límite de lo que podemos decir. Por utilizar una metáfora del propio Wittgenstein “una vez llegado a lo alto, tenemos que tirar la escalera” (6.54). Cuando la lógica llega a mostrar el límite del lenguaje, hay que tirarla, hay que tirar la escalera.

Vale, la ciencia dice lo que tiene que decir y la lógica nos muestra el límite entre lo que puede decirse y lo que no, y luego la tiramos a la basura, pero… ¿qué pasa con todo lo demás? ¿qué pasa con la filosofía, con la religión, que constantemente se extralimitan en sus contenidos, es decir, hablan de cosas que no pueden hablar, que, apuntan fuera del mundo?  El Círculo de Viena defendía una filosofía conocida como positivismo lógico. En ella seguían las tesis principales de Comte y del empirismo inglés. Pare ellos, la metafísica tradicional había errado en su intento de responder las preguntas últimas del hombre porque había hecho un mal uso del lenguaje. La filosofía, por ejemplo, de Tomás de Aquino, está llena de pseudoproposiciones, por lo que es absurda y no tiene validez alguna. Sólo la ciencia contiene auténticas proposiciones, por lo que su conocimiento es el único válido. La filosofía tradicional había muerto.

Pero esto no es lo que Wittgenstein dice: para él, efectivamente, la ciencia es la única que puede decir cosas de la realidad, pero es que aparte de decir también se puede mostrar. La metafísica apunta fuera del mundo, no nos puede decir nada de él, pero sí nos puede mostrar lo que hay fuera de él. ¿Qué es lo que hay fuera del mundo? Lo místico. Los hechos del mundo no son la última palabra sobre la realidad. Hay algo más en el mundo, que es lo que para Wittgenstein manifiesta la creencia en Dios, justamente porque con el conocimiento de los hechos del mundo que la ciencia se encarga de presentar no se ofrecen respuestas al sentido de la vida. El impulso hacia lo místico viene de la insatisfacción de nuestros deseos por la ciencia. Sentimos que incluso una vez resueltas todas las posibles cuestiones científicas, el problema del sentido de la vida no ha sido aún siquiera rozado (6.52). Dios no se expresa en el mundo, no es un estado de cosas que podamos describir en una proposición. ¿Por qué? Porque Dios no está en el mundo, está fuera de él, por lo que el sentido del mundo debe de quedar fuera del mundo (6.41). Paradójicamente, lo más importante para nosotros (el sentido de nuestra existencia) es algo sobre lo que la ciencia no puede decirnos nada ya que ella solo habla del mundo.

En el Tractaus se define lo místico en torno a tres ideas: “No es lo místico como sea el mundo, sino que sea el mundo” (6.44). La ciencia nos puede describir perfectamente cómo es el mundo (cómo funciona, sus leyes, propiedades, características, etc.), pero no puede explicar el hecho de que el mundo exista, de que el mundo sea. ¿Por qué existe el mundo? Pregunta irresuelta desde los remotos comienzos de la filosofía, pero solo irresuelta a nivel teórico, lingüístico, pues su respuesta no entra dentro de lo que puede decirse mediante el lenguaje. El por qué de la existencia del mundo solo puede mostrarse. Pero lo místico no es sólo un tipo de visión metafísica, sino también un sentimiento humano. El hombre puede contemplar el mundo y describirlo, pero además, el hombre tiene la facultad de sentir su mundo y su vida como radicalmente limitados, finitos (somos seres contingentes, nuestra vida dura muy poco, somos insignificantes en el cosmos). Este sentimiento de finitud de la vida es indispensable para acceder a lo místico. Por el hecho de ser seres limitados buscamos aclarar el sentido de esta limitación o finitud. Lo místico es el sentimiento de anhelo de felicidad y plenitud que todo hombre, por su inevitable experiencia de finitud, busca necesariamente. “Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico” (6.522). La ciencia puede decir todo lo que puede ser dicho, pero lo místico es lo inexpresable por definición. Es algo que no se puede decir, sino que tan sólo se puede mostrar. Lo místico se muestra en la vida misma, en las emociones que ella nos enseña. De Dios no se puede decir nada, pero sí podemos tener sentimientos acerca de Él. Podemos sentirnos felices aunque no podamos expresar lingüísticamente nuestra felicidad. Eso es lo místico.

La famosa proposición de Wittgenstein “De lo que no se puede hablar hay que callar” no quería decir que la religión o la metafísica fueran temas absurdos como pensaban Carnap o Schlick. Todo lo contrario. La más importante de nuestras vidas (su sentido) estaría dentro de lo que hay que callar. En el fondo, lo paradójico y fascinante del Tractatus es precisamente que en él se habla de lo que no tiene importancia (de lo que puede decirse fácilmente). Todo lo realmente importante es lo que no está escrito en esta obra pues es inexpresable. El Tractatus no es una obra de epistemología, es una obra de ética, es un acto ético (ya que de ética no puede hablarse). El Tractatus es el único libro que existe que afirma que lo que en él se dice no tiene importancia alguna.

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24 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Magnífico, totalmente de acuerdo. Dos añadidos que tampoco tienen importancia: la metáfora de la escalera es escéptica, proviene de Sexto Empírico; lo místico es la ética, la religión y también la estética.

    Estupendo artículo.

  2. Hola Óscar:

    Es que el Tractatus es un camino, un recorrido, una platónica salida de la caverna. Cuando Wittgesntein aclara todo lo que puede decirse, el método que ha usado para ello (la lógica) se desvanece, se hace absurdo. Cuando hemos terminado la teoría, viene lo importante, la auténtica vida. En el Tractatus puede encontrarse incluso un vitalismo en clave casi nietzscheana: cuando descubrimos que el conocimiento es solo conocimiento del mundo (no algo trascendente que nos lleve a una gran verdad absoluta) queda la vida y su auténtico sentido no puede expresarse como una teoría, solo puede vivirse, sentirse, mostrarse. Dios, la belleza o el bien únicamente son vivenciables. Esto es el misticismo que, necesariamente, viene detrás de un escepticismo hacia las posibilidades del conocimiento científico.

    Un saludo.

  3. says: Óscar S.

    Gracias.
    Todo eso ya estaba arriba. Pero también se puede contar la segunta parte de la historia: Wittgenstein, tras el Tractatus, se da cuenta de que el mundo no es ninguna caverna, sino el suelo de todo sentido, y que no hay misticismo, sino reglas variables conforme a usos del lenguaje con los que, ya, puede decirse casi todo… Investigaciones filosóficas, que, como dices, no se publicó en vida.

  4. says: Ramón González Correales

    El artículo está estupendamente bien escrito y define bien el perfil del filósofo. Por eso me gustaría hacer algunas reflexiones sobre lo que parece que late subliminalmente en él de crítica al positivismo o directamente al pensamiento científico.

    Reconozco que desconfio de los que tienen pensamientos que los terminan llevando a opinar que su reino no es de este mundo o que “lo realmente importante” (el sentido de la vida, según ellos) es inexpresable (y por tanto indebatible) o pertenece al mundo de las emociones oscuras e insondables que, levantando un poco más los pies del suelo, pueden llevar a extrañas conexiones con “el universo” (también oscuro) en diversas vías de lenguaje pseudocientífico más o menos new age, psicología transpersonal o directamente pensamiento de la edad media convenientemente vestido con lenguajes más o menos cripticos.

    Wittgenstein según refiere el viejo Russel en su Autobiografia, donde cuenta muchas anécdotas interesantes, “era apasionado, profundo, intenso, dominante” pero también un hombre que a duras penas parece que logró controlar su vida personal, lo que hace dudar de sus consejos sobre donde encontrar el sentido de una vida real en este mundo, con personas reales. Cuenta también Russell que en 1922 en una fase de ardor místico decía que que era mucho más importante ser bueno que ser inteligente. El problema es que eso, como les suele ocurrir a los demasiado intensos, le llevaba a soportar con mucha dificultad a las personas reales, y también a los niños: no parece que fue un profesor con mucha paciencia.

    Noto en el artículo algo que late al fondo, que me inquieta y que es muy antiguo y vagamente dualista. De nuevo aparece lo “auténticamente elevado e importante”, lo que aporta “auténtico sentido” y lo bajo, lo prescindible (o de este mundo): la ciencia y sus pobres resultados para el conocimiento y la felicidad humana. Lo esencial que no se puede nombrar ni debatir frente a lo que no tiene importancia. Algo muy viejo, por otra parte, y que al parecer vuelve con fuerza actualmente colándose por todas las ventanas.

    No creo que pueda ponerse como medida crítica de lo que significó el Círculo de Viena solo las proposiciones del Tractatus. Creo que hay que tener perspectiva histórica y ser consciente de el entorno intelectual al que se enfrentaban en un ambiente muy influido por el idealismo alemán y el poder de la religión. Intentaron crear una filosofía de la ciencia que, con sus dificultades, permitiera diferenciar lo verdadero de lo falso en este mundo. Y trataron de combatir las falacias pseudo científicas que siempre son poderosas y arrogantes y se suelen permitir tener las manos libres. Y que en ese momento eran muy peligrosas: quizá por eso a Moritz Schlick lo asesinaron los nazis en 1936. Probablemente les inquietaba demasiado y no sólo por ser judío, sino por lo que su modelo de pensamiento podía cuestionar de sus presupuestos ideológicos. Sobre los debates sobre la filosofía de la ciencia ha llovido mucho desde entonces y hubiera sido interesante incluir en el perfil, el debate Wittgenstein-Popper, en el que aquel volvió a perder los nervios y que quizá tiene que ver un poco con esa tensión entre formas muy distintas de acercarse a la realidad.

    Con todos sus límites la ciencia ha creado tecnología y ha propiciado la posibilidad de mejorar las condiciones del mundo a todos los niveles. Solo hay que imaginarse lo que sería vivir en un mundo sin electricidad, sin cirugía, sin antibióticos o fármacos para el dolor o condiciones salubres en las ciudades, para vislumbrar lo que es el infierno de este mundo. cosa que por otro lado convive a nuestro alrededor todavía. También ha posibilitado eliminar falsos espejismos supersticiosos que siempre han tratado de impedir, por todos los medios, la autonomía individual, de obstaculizar que cada uno encuentre “su propio sentido a la vida” con referencias, en principio, de este mundo. Porque lo del “sentido de la vida” es algo sobre lo que puede discutirse mucho, muy variable, muy emocional, muy dependiente de la manera en la que se procesa la información y desde luego una conquista personal. Y no se por qué me vienen a la cabeza unos versos de Wisława Szymborska que me resultan evocacores en este contexto

    “La vida en la tierra sale bastante barata.
    Por los sueños por ejemplo no se paga ni un céntimo.
    Por las ilusiones solo cuando se pierden.
    Por poseer un cuerpo se paga con un cuerpo”

  5. says: Óscar S.

    W. no cuestiona los logros de la ciencia en ese sentido productivo, sólo la fundamentación teórica de la ciencia. Y tampoco erige ningún dualismo: lo místico es nuestra propia experiencia directa en tanto que no puede ser aprehendida por la lógica, por ejemplo, no hay enunciado figurativo de mi sensación de bienestar junto al fuego un día invernal, pero es, indudablemente, de este mundo. El positivismo lógico terminó fracasando estrepitosamente en los cincuenta, y de él ya no queda nada. En cambio, W. siguió pensando, y de aquello, que he mencionado antes, salió toda la filosofía del lenguaje actual, y no sólo. En fin, su búsqueda del “sentido de la vida” nada tenía que ver con existencialismos, por mucho que él sufriese existencialmente (la motivación de lo cual es discutible), es lo que quería venir a decir. Lo que ocurre es que con su figura se ha hecho mucha mística, esta sí, mala y peliculera…

  6. En el artículo no he pretendido hacer ninguna valoración. Simplemente he expuesto el pensamiento de Wittgenstein no como a mí me gustaría que fuera sino intentando ser lo más fiel a lo que creo que quiso decirnos y criticar la interpretación positivista de su planteamiento, no porque piense que los positivistas tuvieran o no razón en como ellos concebían la ciencia, sino porque Wittgenstein no la entendía como ellos decían.

    Pero por entrar en el debate diré que la crítica de la ciencia que se desprende de Wittgenstein (teniendo en cuenta que, aún así, su postura es bastante cientificista: véase que, a fin de cuentas, la ciencia es la única con derecho a hablar del mundo. Ni la filosofía ni la religión pueden hacerlo) tiene una parte de verdad. La ciencia ha revolucionado nuestra visión del hombre y del mundo y, no solo eso, también ha cambiado nuestro modo de vivir radicalmente. Sin embargo, su éxito a la hora de afrontar las grandes cuestiones ha sido nulo. La ciencia, por mucho que algunos cosmólogos o reputados científicos se permitan muchas licencias, no nos ha dicho absolutamente nada del sentido de la vida o del universo. Valga decir que, a mi juicio, ni la filosofía ni las religiones tampoco lo han hecho (o lo han intentado pero con resultados bastante pobres). La filosofía de Wittgenstein es una alerta sobre eso.

    Otra cosa son las supersticiones, la magia, las pseudociencias y las falsas creencias que nos azotan por doquier. Seguramente, contra ellas, Wittgenstein sentiría la misma animadversión que Ramón, pero es que son dos cosas completamente diferentes. Una cosa es hablar de lo místico en el sentido más riguroso del término, y otra es ir a que te eche las cartas un adivino.

  7. says: j de la gandara

    Iinteresante controversia, santiago y oscar, muy finos, pero me quedo con ramón y a la mierda es oscurantismo de Wittg. y su Tract. Sinceramente, es un peñazo.

  8. says: j de la gandara

    Je,je, je… La sabiduría divertida es mucho más sabia, y más difícil.
    ¡No te fies, de lo que no te ries!

  9. says: Ramón González Correales

    No he estudiado filosofía, pero soy consciente de su dificultad, y también de que se necesita inteligencia, constancia de muchos años y conocer lenguajes concretos para acercarse a los grandes pensadores. No puedo por tanto hablar en términos filosóficos sobre Wittgenstein (W) o ningún otro filósofo. Mi conocimiento solo es de persona que pretende estar informada y esto sólo puede hacerse desde manuales de mayor o menor calidad porque generalmente no es fácil enfrentarse a los originales. Reconozco que he frecuentado “la historia de la filosofía” de Russell y he picoteado un poco más por ahí a lo largo de los años, probablemente con no muy buena fortuna, pero también buscando algunos datos para ir conformando mi propia visión de las cosas.

    Me lance a la piscina por algunos párrafos del artículo (en concreto los tres últimos) que quizá traduciendo el pensamiento de W del Tractatus, (yo lo ignoro porque es bastante críptico, creo que incluso para los profesionales) parecía dar por supuesto y poner no sólo al mismo nivel sino por encima, al conocimiento místico respecto del conocimiento científico.

    Quizá estoy equivocado pero a mí me parece que “mística” pertenece al campo de la teología. Así la define la RAE:
    (Del lat. mystĭca, t. f. de -cus, místico2).
    1. f. Parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus.
    2. f. Experiencia de lo divino.
    3. f. Expresión literaria de esta experiencia.

    Igualmente puede consultarse la voz “misticismo” en http://es.wikipedia.org/wiki/Misticismo Reconozco que quizá no son textos de mucha altura pero son los que habitualmente consultamos la gente normal. Si se lee en este último se verá que ese término está ligado a diversas religiones realmente existentes y en él, aparte de referencias a percepciones extrasensoriales, milagros, y cuestiones de este tipo, puede leerse este párrafo:

    “Según la teología, la mística se diferencia de la ascética en que ésta ejercita el espíritu humano para la perfección, a manera de una propedéutica para la mística, mediante dos vías o métodos, la purgativa y la iluminativa, mientras que la mística, a la cual sólo pueden acceder unos pocos, añade a un alma perfeccionada por la gracia o por el ejercicio ascético la experiencia de la unión directa y momentánea con Dios, que sólo se consigue por la vía unitiva, mediante un tipo de experiencias denominadas visiones o éxtasis místicos, de los que son propios una plenitud y conocimiento tales que son repetidamente caracterizados como inefables por quienes acceden a ellos.”

    Es decir cuando hablamos de mística no estamos hablado de sentimientos evanescentes del hombre asombrado ante su finitud y pequeñez ante la grandeza del universo que no comprende o de simplemente miedo ante la experiencia del dolor y de la muerte y nostalgia de una inmortalidad feliz. Se está hablando de algo concreto, de lo que hay experiencia histórica de miles de años en, por ejemplo, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Puede ser que personas concretas elaboren su propia experiencia emocional y hagan una religión digamos que a “su medida” de esa experiencia pero la verdad es que estas cosas tienen mucho de adoctrinamiento con frecuencia forzoso, iniciado en la infancia. El problema es que cuando se habla de dios, generalmente se habla de que ese dios se ha comunicado con algunos mortales (y se suele exigir una fe ciega en eso) y les ha dado algunas claves para imponer sus reglas, en muchos terrenos, a todos los demás y sobre esto hay mucha perspectiva histórica. Y de estas reglas no ha sido fácil liberarse para que algunas personas intenten pensar con cierta libertad como puede verse con solo leer libros de historia o mirar alrededor.

    Y en esa liberación la ciencia ha sido fundamental con todos sus límites y errores. Pero es una vía de conocimiento abierta al debate, a la crítica, que exige ceñirse a algunas comprobaciones y que genera un conocimiento del mundo a partir del cual consiguen volar los aviones o funcionan los ordenadores o se curan enfermedades que antes eran consideradas castigos divinos. Lo que no quiere decir que las ideas religiosas no aporten consuelo a algunas personas. Pero eso no demuestra nada. Solo es razonamiento emocional. Algo muy humano, por otra parte.

    No creo que bajo ningún concepto el conocimiento místico y el conocimiento científico puedan ponerse en un nivel equidistante. Ni que el conocimiento que aporta la mística resuelva nada sobre el sentido de la vida. Por mucho que lo dijera W y lo escribiera en un texto tan interpretable y oscuro, con todos los respetos, como la cábala. Aunque haya dado lugar a fundamentar algunas cuestiones de la filosofía del lenguaje. De eso no tengo fundamentos para discutir.

  10. says: Óscar S.

    Hay otro sentido sentido de “místico” menos extraño y que es que usa Wittgenstein: contacto directo, fusión con el objeto, sin mediaciones. Como el que todos tenemos con nuestro propio cuerpo, algo, ya digo, cotidiano…

  11. says: David Lorenzo Cardiel

    La verdad es que me ha encantado el artículo y más aún lo está haciendo el debate. No he estudiado visceramente el pensamiento de Wittgenstein, pero creo sinceramente que resume bastante bien la importancia del “Tractatus” en su pensamiento y su filosofía en general.

    Un placer leeros.

  12. says: Ramón González Correales

    La acepción de “mística” como conocimiento directo, fusión con el objeto y tal (además de otras acepciones que encuentro en el diccionario UNESCO de las ciencias sociales que igualmente me parecen confusas), no creo que pueda decirse que es una forma de conocimiento “cotidiano” para el común de los mortales y además tiene muchos problemas para establecer algún tipo de veracidad u objetivación porque están fundamentalmente basadas en la vivencia más subjetiva.

    A no ser que se frecuenten estados alterados de conciencia por cualquier vía, física o química o se desencadenen por algún motivo . Cosa que suele ser frecuente en los que aseguran tener estados de ese tipo y a menudo los buscan por múltiples medios de forma ritual o no. Lo que me parece que cierra el círculo de nuevo hacia la definición convencional.

    Por otro lado la experiencia de fusión con nuestro cuerpo a la que aludes quizá tenga que ver con partir previamente de un dualismo mente/cuerpo o alma/cuerpo que quizá es superable considerando que desde el principio estamos fundidos, porque simplemente sólo somos un cuerpo. Personalmente no se muy bien que significa esa experiencia ni creo haberla tenido nunca. Más bien se experimenta al contrario, como despersonalización, cuando existe otro estado alterado de la conciencia.

  13. says: Ramón González Correales

    Hombre Óscar. Esto no era una pelea. Es sólo un debate o mas bien una relajada conversación en el que ya reconocí que me faltaban herramientas profesionales y terminología para tenerlo a vuestro nivel y no trate en ningún momento de pisar ese terreno.Pero reconoce que la filosofía necesita puentes con la gente en general, que tiene que ver con cuestiones humanas y que, también, tiene cierto peligro cambiar el significado habitual de palabras muy cargadas de significado o generar una jerga tan críptica que sólo esta al alcance de algunos iniciados. Ese es también un problema de la ciencia, por ejemplo de la física que ya es casi ininteligible para un profano.

    Quizá esto tenga que ser así por la complejidad de las cuestiones y porque éstas necesiten de un lenguaje propio como la matemática. Pero me parece que tampoco esta mal que traten de explicarse algunas cosillas generales para que las entendamos gente no especialista como, por cierto, tan bien haces en tus artículos. Sobre todo porque muchas cosas se sacan de contexto y se utilizan para fundamentar otras cuestiones de forma bastante interesada.

    Por eso es tan interesante que por ejemplo en el ámbito de la ciencia, alguien como Alan Sokal escriba “Las imposturas intelectuales” para cuestionar la falta de rigor con que a veces se usa la terminología científica en otros discursos también bastante cripticos.

    Cuando se habla de mística es inevitable que surja la psicología y los estados alterados de conciencia. Aunque comprendo (y no se si meto la pata) que en todo esto late el debate histórico racionalismo/empirismo que viene desde Pitágoras y Platón o al menos eso es lo que he creído entender en Russell en el capitulo que dedica a la filosofía del análisis lógico.

    Así que no te enfades. No creo que seas rarito, ni creo que tengas necesidad de apelar a 25 siglos de conocimiento filosófico. Reconoce que eso no es un argumento. Leyendo tu comentario me he sentido como Popper cuando W le lanzó el atizador, Si es que esa anécdota es verdad y salvando todas las distancias. Solo que en este caso tu me has lanzado un libro gordo. Y nada menos que la tesis de tu mujer. Casi me haces un chichón Jjajajajajaja.

  14. says: Óscar S.

    ¡No había ningún enfado! Me rendía no de un combate, sino de intentar hacerme comprender, sobre todo poque el artículo de Santiago ya lo decía todo. Esos puentes entre filosofía y pensamiento mundano ya existen, son los libros, pero nada se puede hacer iniciando debates en que la mayoría reconoce no haber leído el Tractatus. Apaga y vámonos. Es como si yo dijese, “nunca he estado en la China, pero vuestro artículo sobre los campos de arroz me parece falto de visión”. En cuanto a Sokal…

    http://www.scribd.com/doc/45161577/Racionero-Quintin-La-Resistible-ascension-de-Alan-Sokal-Reflexiones-en-torno-a-la-responsabilidad-comunicativa-el-relativismo-epistemologico-y-la

    Pero no hay problema: tampoco Sokal sabe nada de esos 26 siglos tan amenazadores… Se os quiere.

  15. says: Ramón González Correales

    Dos últimas cosas

    1. Esta no es una revista para especialistas en filosofía sino para gente que gusta de tener nociones generales de distintas áreas del conocimiento, cosa que creo muy necesaria en estos tiempos de super especialización, aunque soy conciente de sus dificultades y límites.

    Creo que es legitimo opinar de lo que se transluce de un artículo publicado en ella y creo que pueden aportarse aclaraciones a lectores que evidentemente es muy dificil que tengan todo el nivel de información posible. Si para poder opinar como yo lo hice hay que leerse y comprender el Tractatus me parece que entonces podría debatir poca gente. Porque ¿cuanta gente supuestamente especialista en una disciplina ha leido y comprendido “todos los originales” para poder hablar de un autor o tema concreto?. Por ejemplo; ¿cuantos licenciados en filosofía han leido (y comprendido) completo el Tractatus o todo Descates, o todo Hegel o todo lo que sea?. Incluso poniendonos un poco más finos podríamos exigirnos leerlos en idioma original, porque ya se sabe que los matices del lenguaje son importantes (y sabes que esto hay gente que lo piensa). Evidentemente puede plantearse lo mismo en cualquier disciplina incluida la mía. El problema es que no hay años en una vida para leer todo lo que habría que leer para opinar del más minúsculo tema.

    Sin embargo creo que el especialista puede explicar de forma comprensible algunos aspectos de su disciplina, hacer aclaraciones, indicar errores, aportar perspectiva histórica, ilustrar debates no cerrados o cosas que simplemente no se saben, hacer buena divulgación, en suma, sobre cuestiones que pueden ser importantes que se conozcan entre el público general. Y creo que en los párrafos del articulo a los que aludí había suficiente ambiguedad en los terminos y en el enfoque para que ese debate existiera porque además afecta a cuestiones humanas esenciales y que tienen repercusión social, como por ejemplo al papel de la religión o de la ciencia.

    2. El debate sobre Sokal es ya otro tema y quizá merece la pena tenerlo monográficamente en un artículo específico en la revista que creo que sería muy interesante, porque afecta a un debate no cerrado sobre determinados planteamientos postmodernos. Como tu has mandado un articulo sobre el tema yo me permito aportar un articulo de divulgación de Filosofía hoy http://www.filosofiahoy.es/index.php/mod.pags/mem.detalle/idpag.5662/cat.4132/chk.f3c709f1cf213555d1a658e948c90d15.html
    y el original de “Las imposturas intelectuales”

    Y por cierto en los 26 siglos ha habido mucho de todo y no creo que amenacen a nadie. Al contrario son un patrimonio de conocimiento de todos. Tambien de los que se dedican a la ciencia. No conviene patrimonizarlos. Las ideas son para debatirlas.Con los límites de información que inevitablemente tenemos todos o unos más que otros si quieres.

  16. says: Óscar S.

    Desde luego que esto no es un debate especializado: ya nos habríamos tirado de los pelos todos. Afortunadamente, como dices, intercambiamos impresiones en un espacio abierto y neutral, de lo cual me alegro. Simplemente ocurre que no se puede reemplazar un concepto de Wittgenstein, una de las grandes cabezas de la tradición occidental, por el diccionario de la R.A.E. (en realidad, cualquier diccionario es para escolares por la propia naturaleza del aprendizaje). Por no hablar de mandarlo a la mierda, que no es tu caso. La filosofía, sin duda, es una secta, sin carácter peyorativo lo digo. El pitagorismo, mismamente, con el que empezó realmente todo -el propio Russell lo expone así-, era una secta sin disimulo alguno. Y para participar de una secta hay que iniciarse, lo que implica unos ritos y unos códigos minoritarios que hoy son de libre acceso. No obstante, yo de verdad pensé que el artículo de Santiago era lo suficientemente claro, y por eso empecé felicitando y uniéndome, si os fijáis…

    En fin, Sokal seguramente tenga razón en lo que se refiere al pensamiento francés, para el cual tengo parecidas reservas. Que centre sus sensacionalistas denuncias ahí, y para lo demás que deje la física a un lado y lea: igual gana otra fortuna ofreciéndonos otro libro, esta vez sobre lo que sí rescata de su inmersión en la filosofía normal, inteligible.

  17. says: Óscar S.

    (Ejemplo fácil: imaginad que para entender el “ello” de Freud miramos “ello” en un diccionario… Las palabras no tienen un significado sino un uso en cierto lenguaje -otra vez Wittgenstein).

    ¡Y a ver si hablamos todos en persona, copón!

  18. says: José A. Freer

    Eso que trata el Tractatus, entonces, es , como decía el gran Maestro Gurdjjieff: “verter vacío sobre la nada”.

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