He visto todas las películas sobre profesores y, exceptuando La Clase (Laurent Cantet, 2008), todas son simples, tópicas y desprenden una moralina insoportable. Siempre nos encontrábamos al profesor sustituto de turno que va a parar a un instituto del extrarradio con un alumnado formado por bandas de negros y latinos. Al final, el superprofe (que incluso sabe artes marciales: Michelle Pfeiffer en la penosa Mentes Peligrosas, (John N. Smith, 1995) se ganaba a los chicos y los salvaba de la marginalidad a la que estaban avocados. Todo muy bonito y yo, que ya llevo tiempo en las aulas, sin reconocer nada que pudiera parecerse, ni por un segundo, a lo que consiste trabajar en un centro de enseñanza. Para que nos entendamos, esos guiones contaban cómo sería meter al Capitán América en una clase donde los alumnos son los personajes de The Fast and the Furious. También están las “Oh, capitán mi capitán”: maestros que dejan fascinados a los chicos simplemente porque recitan poesía con emoción. El mundo se soluciona si abres tu corazón y dejas volar tu yo interior. Para que nos entendamos, esos guiones contaban cómo sería meter a Antonio Gala en un aula donde todos los alumnos son la prota femenina de Crepúsculo. De nuevo, nada que ver con lo que veo todos los días en mi trabajo.
Luego está The Detachment (2011), igual pero diferente. De parrilla de salida tenemos los mismos tópicos: sustituto guay en instituto imposible. Pero las cosas cambian con el simple toque del director: crudeza, tremendismo y no demasiada moralina. Tony Kaye dice: sencillamente hagamos una película algo más realista. Y hasta cierto punto lo consigue (luego veremos por qué solo hasta cierto punto): ahora sí reconozco escenas que he vivido en mi trabajo, ahora sí veo algunos fotogramas que me recuerdan situaciones reales.
Uno de los méritos de la historia es encarnar a los personajes (¿era tan difícil hacerlo?), darles una vida creíble más allá de las paredes del aula (de hecho, hay pocas escenas dentro de las aulas). Docentes y discentes con vidas destrozadas se encuentran arrojados en un sistema educativo absolutamente podrido, absolutamente decadente. Además Kaye lo hace con una economía de medios asombrosa: en dos o tres flashes de pocos segundos te hace entender el infierno que está pasando el personaje. El profesor Henry Bathes (hecho a la medida de Adrien Brody para que pueda lucir su talento actoral) vive traumatizado por el suicidio de su madre y tiene a su cargo a su abuelo demente que está ingresado en una cochambrosa residencia. Los demás profesores también andan con tormentos de todo tipo: un James Caan adicto a las pastillas (por cierto, soberbio en su pequeño papel), una Lucy Liu que no puede más, la directora Marcia Gay Harden a punto de ser cesada de su cargo y atrapada en un matrimonio fracasado, o la hermosísima Christina Hendricks (muy conocida por ser la neumática Joan en Mad Men) que tiene una efímera relación con el personaje de Brody y que protagoniza una de las escenas más crudas de la película con escupitajo de pandillera negra en primerísimo primer plano incluido. Los alumnos no andan mejor y los capitanea una alumna con mucho talento artístico pero acomplejada por su físico y por un padre poco comprensivo. Como es predecible desde el primer segundo en donde aparece, la chica acabará mal. Pero quizá aquí es donde la película patina un poco: es tan pretendidamente deprimente que se nota demasiado y, a cambio de mantenernos con mal cuerpo durante todo el metraje, pierde algo de ese realismo que quiere reflejar. Trabajar en un instituto de un mal barrio es chungo, más si tu vida tampoco te va muy bien, pero Detachment es demasiado.
Aunque, visto por otro lado, dar este tono exageradamente atroz consigue que la peli te golpee en las entrañas sí o sí, y si quieres hacer una crítica feroz al sistema educativo es una buena forma de conseguirlo. Yo invitaría a todos los papás y mamás de mis alumnos a que la vieran y entendieran un poquitín cómo son sus criaturas dentro de un aula. También invitaría a los señores políticos, los que quizá peor salen parados en el filme. Kaye no se corta un pelo y, de nuevo con mucha economía de medios, los deja como lo que son: una panda de hijos de puta, gente desalmada que coacciona según sus intereses. Y eso es cierto, y el mundo que critica Kaye es así: nuestro sistema educativo se derrumba, o lleva tiempo derrumbado, y eso es de una gravedad inusitada. Son preciosos los últimos planos de la película cuando Brody recita pasajes de La caída de la casa Usher mientras se ven aulas vacías y destrozadas con los libros despedazados por el suelo como en una casa hace muchos años abandonada. Es el tono exagerado, apocalíptico, de Detachment que llega a hacerte dudar de si, realmente, la educación está así: ¿estaré dando clase en el infierno y lo he normalizado tanto que me he vuelto insensible? ¿Es realmente Detachment una exageración?
Sin duda la enseñanza es algo universalmente despreciado por los gobiernos. Acabo de salir de una clase en la que mis alumnos hacían el consabido examen de Nietzsche de estas alturas del año, y otros de un curso distinto uno de “literatura”. Los míos me preguntaban a cada momento qué venía después de tal palabra, que no se acordaban. Respondo siempre que así no sé, que no me aprendo mis apuntes de memoria (y, desde luego, no doy las clases recitándolos). Los otros tenían que rellenar géneros literarios en un cuadro de correspondencias. Si Nietzsche, o Garcilaso, llegan a saber que iban a ser convertidos en esta mierda alienante, con toda seguridad hubieran roto sus plumas y quemado sus notas. Y eso que mis alumnos son medianamente afortunados. Es lo que han aprendido -esto es precisamente lo que han aprendido, no a Nietzsche o Garcilaso…
Recuerdo, sin embargo, que Thomas de Quincey cuenta cómo discurseaba perfectamente en griego a los dieciocho años, o a Zweig, que cuenta que dedicaba sus horas libres de escuela a imitar los versos latinos. Por no hablar del joven Galois…
Necesaria película, parece, necesario tu artículo.
Habrá que verla. Comparto lo que señalas sobre las películas (y series) sobre profesores. Personalmente, la única vez que he dicho ‘la han clavado’ ha sido con la temporada de la serie The Wire dedicada a este mundillo. Ahí se retrata perfectamente cómo el mal que lo impregna todo en la escuela es el mismo que se da en los demás ámbitos sociales: la desidia, la necesidad de producir resultados positivos (cifras, porcentajes de aprobados) a cualquier precio y la aceptación general del sucedáneo como una alternativa válida a la actividad real (leer resúmenes de libros, presentar como propios trabajos ajenos, utilizar palabras y oraciones completas cuyo significado se desconoce, etcétera).
Recuerdo que casi por terminar el año de educación básica (secundaria es llamado aquí en México), la profesora de arte nos dijo (en sentido figurado) que si queríamos podíamos aventar los libros y los cuadernos ya que el final estaba cerca. Pues no lo pensamos ni 2 segundos cuando todos gritabamos como una jauria de simios en celo encerrados en una jaula de 4×4, arrojando cuadernos, mochilas, libros, escritorios… en fin. La maestra salió del aula ahogada en lágrimas, me imagino que pensó que lo peor de todos, una escena que nunca se me olvidará y ahora que lo pienso y me pongo en su lugar también habría llorado decepcionado por el escaso interés que tienen los alumnos. Cabe destacar que aquí en México es sumamente pobre el sistema educativo y su sindicato el más corrupto. Millones de niños y adolescentes no estudian, y de un 100% que hace trámites para entrar a alguna universidad para estudiar Psicología (es un ejemplo) sólo el 20% por ciento entra. En fin, un pequeñisimo retrato de lo que pasa aquí en México. Por cierto, espero ver esa película pronto. Saludos.