Si el mundo acertara a callarse durante un instante en los últimos días del mes de mayo, por encima del silencio reinante se elevaría el alarido supersónico que esos días sustituye a los sonidos que la naturaleza mece, en pleno Mar de Irlanda, en la pequeña Isla de Man. El pequeño territorio, un paraíso fiscal dependiente de la Corona Británica, se convierte en los últimos días de la primavera en un lugar de peregrinación para auténticos fanáticos de la velocidad, que ven en los poco más de 500 kilómetros cuadrados de la isla un lugar especial para abrir gas y buscar, entre los muros de piedra, las laderas naturales y las balas de paja, un pellizco de esa gloria que sólo recae entre los elegidos. Esa gloria no es ni mucho menos gratuita, y algunos pagan con su vida la osadía de volar, literalmente, por un camino de caballos que ya arenoso fue circuito, y luego asfalto pensado para la velocidad. Desde el año 2000, veintiún pilotos se han dejado la vida en la Isla de Man. Desde que se celebró el primer TT (Tourist Trophy, que así se llama la competición, al menos 240 pilotos han encontrado la muerte en alguna de sus curvas, de sus rectas, de sus impresionantes bajadas. La Isla de Man es un territorio salvaje de velocidad, pero también una isla que se ha quedado con 240 almas.
La Isla de Man mide unos 40 kilómetros de norte a sur y no más de 20 kilómetros de este a oeste. En ese pedazo de tierra son pocos los lugares en los que la velocidad está restringida por ley, e incluso esas restricciones invitan a volar sobre la carretera. ‘Prohibido circular a más de 130 millas’, rezan algunos de esos carteles en puntos muy señalados del asfalto. Es decir, prohibido sobrepasar los 200 kilómetros por hora. Además, existen algunos puntos señalizados y controlados por radar, y la velocidad baja sensiblemente en los núcleos de población. Lo hacen, claro, exceptuando esos últimos días del mes de mayo en los que los poco más de 30.000 habitantes de la isla reciben a más de 60.000 moteros para vivir unos días en los que, por encima de cualquier himno, resuena el grito de las motos. Porque el circuito recorre buena parte de los rincones de la isla. Así, los motores rugen y las motos vuelan entre las casas, por encima de los puentes, serpenteando por las laderas de la única montaña de la isla (monte Snaefell, 621 metros de altitud), naciendo y muriendo en una recta de meta colocada en Douglas, la capital del islote.
Ahora son más de 60.000, pero en un principio fueron veinticinco los valientes que desafiaron las leyes británicas que prohibían las carreras de velocidad trasladándose con sus monturas a la pequeña isla, para aprovechar el vacío legislativo de un territorio que por entonces tenía el estatus de nación. El 28 de mayo de 1907, veinticinco motos recorrieron por caminos de caballos diez vueltas a un circuito de unos 25 kilómetros, a una velocidad que apenas sobrepasaba los 60 kilómetros por hora. Charlie Collier, encima de su Matchless, completó la carrera en 4 horas, 8 minutos y 8 segundos, y se convirtió en el primer ganador de la TT Isla de Man. Recibió como trofeo una representación de Hermes. Collier, sin saberlo, acababa de inaugurar el palmarés de una de las carreras más bonitas del mundo, pero una carrera de doble filo: además de ser la más bonita, es también la más peligrosa.
Las normas del TT Isla de Man dictan que no hay normas. No hay límites de velocidad y son los propios pilotos los que marcan el ritmo de la carrera. Se compite en modalidad individual contrarreloj, y son los tiempos individuales los que marcan la resolución de la prueba. Existen muchas categorías, a menudo muy difíciles de entender y diferenciar, pero de todas ellas resulta siempre un campeón absoluto. Un héroe que reina en el territorio de la velocidad. Los pilotos salen cada diez segundos y durante el camino se deben enfrentar a un circuito sin escapatorias, rodeado de muros y casas en el peor de los casos, o de laderas de caída libre en el mejor de ellos, con apenas algunas barreras y balas de paja en algunos puntos peligrosos del trazado. La realidad es que todo el trazado es peligroso. Durante el recorrido hay momentos en los que la moto vuela de manera literal (especialmente espectacular es el salto de Ballaud Bridge) y otros en los que la frenada hace que todo el peso vaya sobre el chasis. La carrera está salpicada, además, de infinidad de circunstancias naturales. Apenas hay tramos rectificados con asfalto nuevo en el recorrido y la velocidad punta se alcanza, a menudo, en mitad de un traqueteo infernal de baches. El aire sopla con fuerza, hay mucha humedad y suele haber niebla, y hay zonas en las que el sol siempre da de cara. En la edición del pasado año, Antonio Maeso, español que compite en el TT Isla de Man gracias al esfuerzo individual de sus colaboradores y patrocinadores, reconocía que, dadas las elevadas temperaturas (elevadas para una isla en el Mar de Irlanda) “el asfalto supura, y hay zonas con asfalto muy blando”.
Maeso, en busca de la gloria de la Isla de Man, ha rozado este año la tragedia. Estos días, mientras completaba el recorrido, se acercó demasiado a un muro y su rodilla chocó violentamente con la piedra. Logró permanecer sobre la moto sin caerse, pero el desenlace fue fatal: abandonó la prueba con la pierna destrozada. “Abrazo a todos. Estoy llorando, estoy muy mal, rodilla destrozada, fémur, tibia y peroné. Tengo miedo. Me llevan a Liverpool. The end”, escribía el piloto español en su cuenta de twitter. Por fortuna para el andaluz, ese ‘The end’ es simplemente un ‘continuará’. Otros no tuvieron tanta suerte. El pasado 28 de mayo, la organización de la carrera comunicaba, ya de noche, la muerte del piloto japonés Yoshinari Matsushita, accidentado en una tanda de entrenamientos en la zona conocida como Ballacrye. Su nombre ampliaba una lista que desde el año 2000 se ha cobrado 21 bajas, al menos 240 muertes desde que Charlie Collier levantara aquella figura de Hermes allá por 1907.
Durante algunos años, el TT Isla de Man formó parte del calendario del Campeonato del Mundo de motociclismo. Fue entre 1949 y 1976. Aquel que quería ser campeón del mundo de velocidad tenía que someterse al duro examen de un circuito que no por estar dentro del calendario oficial dejó de cobrarse vidas. Una de las que se cobró fue la del campeón español de 250 cc Santiago Herrero. Herrero tenía 27 años cuando encontró la muerte en la Isla de Man. Había arrancado muy bien el campeonato mundial ese año: después de retirarse en la primera carrera, fue segundo en Francia y ganó en Yugoslavia. La siguiente parada fue la Isla de Man. Marchaba tercero en la última vuelta de su categoría cuando llegó a Westwood Corner y chocó con Stanley Wood, antes de salir despedido contra un seto. Wood se rompió un tobillo y las dos clavículas, Herrero murió dos días después a causa de las heridas provocadas por el accidente. “Pudo haber algo de alquitrán blando en la curva”, dijo Wood al respecto del mismo. El asfalto que supuraba. Fue la peligrosidad la que llevó a los organizadores a apartar esta cita de la hoja de ruta del mundial, pero los amantes de las motos, fieles al TT antes de su inclusión en el mismo, siguieron considerando la isla un lugar de culto después de su exclusión. Tanto, que sólo en 1908, en las dos guerras mundiales y en el año 2002 (por el mal de las ‘Vacas locas’ que restringió la circulación de personas en los territorios británicos) el TT Isla de Man dejó de celebrarse.
Pero además de las 240 almas que se ha cobrado a toda velocidad, la Isla de Man también ha forjado algunos caracteres indomables. Mike Hailwood triunfó catorce veces en ese asfalto antes de dejarse la vida en Portway, en un accidente en el que también murió su mujer, pero en la memoria de la Isla de Man ha quedado una de aquellas victorias. En 1965, Mike ‘the bike’ sufrió un accidente en plena carrera y se rompió la nariz y se destrozó la frente. Se levantó del asfalto y agarró su MV Augusta para tratar de enderezar el manillar. Consiguió que el motor dejara de echar humo y reanudó la carrera. Cuando logró el triunfo, la sangre goteaba de su casco y le manchaba los guantes y la montura. Hailwood ganó catorce veces, pero el vencedor absoluto del TT Isla de Man es Joey Dunlop. Sobre todo, se ha escrito mucho de su carácter, de su forma de afrontar las carreras. Llegaba minutos antes del inicio de la misma en su caravana, bajaba la moto y corría. Y ganaba. Cuando llevaba allí días, se pasaba la noche entera bebiendo cervezas y los bares, y acudía a la carrera casi sin dormir y medio borracho. Y ganaba. En alguna ocasión se retiró de la competición mareado, sin haber dormido un solo minuto. En alguna ocasión. Pero en las más, ganaba. Ganó 26 veces en la isla de las 240 almas.