Divagaciones sobre el maquinista

No sé cómo me sorprendo, pero lo hago cuando veo la foto, su cara ensangrentada y la camisa azul pálido, en la primera página de la mayoría de los periódicos. Luego vuelvo a ver su rostro afilado, el pelo canoso, el gesto encorvado de un cuerpo delgado pero probablemente enérgico, en la apertura de los telediarios del mediodía, ya imagen animada, nada más ocurrir el accidente, probablemente desorientado, hablando por el móvil, aplastado por la pata del elefante de la culpa que parece sólo detenerse en él. El personaje/chivo expiatorio  al que le ponen frases en la boca (“la he jodido, me quiero morir“) que quizá nunca pronunció o quedaron grabadas en algún sitio u oyó alguien y que, incluso de ser ciertas, demuestran muy poco o al menos no toda la verdad.

No sé exactamente lo que ha pasado, quizá no lo sepa nadie todavía y supongo que lo investigarán con calma, científicamente, tratando de dilucidar la concatenación de acontecimientos que han llevado a descarrilar un tren y a la muerte de 78 personas. Supongo que alguien tendrá la energía y la distancia de hacerlo para sacar conclusiones y poder prevenir futuros accidentes, como se ha hecho históricamente con los de aviación con notable éxito. En ellos, la estrategia ha sido animar a los pilotos a declarar fallos, errores,  con una razonable confidencialidad, lo que ha supuesto un éxito del que todos nos beneficiamos hoy día.

Sé que pueden hacerse muchos relatos saturados de emocionalidad hasta las lágrimas o de  la rabia más salvaje. Puede imaginarse a un padre que ha perdido a un hijo, a un chico que ha perdido a su primer amor, a una hija que perdió a la única madre que tenía en el mundo y quizá todo por la irresponsabilidad de alguien que se confió o no durmió lo suficiente, o estaba tenso tras un divorcio o por alguien que bebía en secreto o estaba enfermo y lo ocultó para no perder su trabajo. Alguien que debía no haber estado allí, quizá incluso por la edad, con la de jóvenes bien formados que hay en paro y todo eso que puede decirse sí uno se pone a ser justiciero.

Pero también se puede hablar de un hombre arrollado por el destino, quizá víctima de un pequeño despiste que los ordenadores no estaban preparados para neutralizar, de los nervios rotos por “recortes” que llevaron a mantener una curva demasiado peligrosa en una vía antigua, de presiones de todo tipo o de estímulos perversos, de balizas que no avisaron. Y de los hijos de ese hombre, que no sé si tiene, acosados en el colegio, de su mujer insultada al ir a comprar el pan, de un trabajador honesto que ha podido cometer un error humano, tratado casi como un asesino, siendo carnaza de telediario y de realities durante muchos días para hacer negocios obscenos y saciar a una audiencia ávida de carnaza sensiblera, de esa que consiste en preguntar “¿Cómo se siente?” a una persona recién herida o a una que acaba de enterarse de que perdió un ser querido.

Estas tragedias que afectan a mucha gente y crean un gran impacto social nos ponen delante de un asunto no resuelto y al que cada época, cada persona,  trata de encontrar una perspectiva: el problema del mal.  Me viene a la cabeza la reacción de Voltaire ante el terremoto de Lisboa de 1755 y su crítica a la doctrina optimista del “mejor de los mundos posibles” (“tout est bien”), derivado de las teorías de Leibnitz que defendía que todos los males que afectaban al hombre formaban parte de un sistema en el que todo ocurre para bien, pues así lo había dispuesto un Dios justo.

En “Poème sur le désastre de Lisbonne” Voltaire exclama que “le mal est sur la terre” y que acontecimientos como aquél demostraban que el hombre era un ser débil e indefenso, ignorante de su destino, que se encuentra expuesto a terribles amenazas. Lo cual llevó a muchos contemporáneos a replantearse la relación con un Dios amable con cuya protección ya dudaban poder contar y desde el que ya no podían justificarse los sufrimientos que afligen al hombre.

Je ne suis du grand tout qu’une faible partie:
Oui; mais les animaux condamnés à la vie,
Tous les êtres sentants, nés sous la même loi,
Vivent dans la douleur, et meurent comme moi.

(Voltaire 1756a: vv. 105-108)

Al parecer terminó quitando los versos finales de la primera versión, demasiado pesimistas para su editor (“Mortels, il faut souffrir,/Se soumettre, adorer, espérer, et mourir”) y cambiándolos por unos más esperanzados, pero de una esperanza más bien poética: “Un jour tout sera bien, voilà notre espérance; / Tout est bien aujourd’hui, voilà l’illusion” (Voltaire 1756a: vv. 218-219).

Doy una última vuelta por los periódicos y observo la crueldad de algunos titulares que definen lo que me parece un prematuro chivo expiatorio. No sé la responsabilidad que terminará teniendo este hombre, pero en este mundo, bastante absurdo e imprevisible, nos conviene a todos,en situaciones con ésta, la distancia, la piedad y el respeto adecuados para cualquiera. Respetar la intimidad del dolor de las víctimas, investigar con calma los hechos y dilucidar con sosiego las responsabilidades, poner los medios para minimizar los riesgos que, por otra parte, permanecerán siempre, en mayor o menor medida.  En el mar de la vida seguirá existiendo la tragedia y eso siempre nos pondrá peligrosamente en el vértigo de buscar culpables a los que achacar ese dolor. Lo que muchas veces solo consigue aumentarlo inútil y estúpidamente.

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3 Comentarios

  1. says: Manuel

    Yo solo diré, que aunque de verdad se haya despistado, aunque fuera hablando por el móvil… No puede dejarse la responsabilidad única en el conductor del tren. En el siglo XXl que los trenes podrían funcionar incluso sin maquinista, han de existir y sobre todo HAN DE APLICARSE, los medios para evitar que haya un exceso de velocidad en un lugar determinado. Si el máximo de velocidad es de 80 el sistema no debe permitir, BAJO NINGÚN CONCEPTO NI TRAMPA, que el tren circule a más de esa velocidad. Si hay un semáforo en rojo, automáticamente se ha de parar el tren. Y si esos sistemas cuestan un dinero, pues se ha de gastar, sin más dilación. Esos sistemas han de ser como las traviesas o como las mismas vías… NECESARIOS Y OBLIGATORIOS.

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