¿Quién mató a la ‘Intelligentsia’?

Tengo problemas para encontrar a gente que quiera venir conmigo al cine a ver películas de cine independiente. Tanto más si pretendo ir al teatro, la ópera o el ballet. Razonan que no les apetece demasiado tener que pensar, tener que esforzarse en comprender sutilezas o, peor aún, arriesgarse a aburrirse. Prefieren disfrutar de algo más ligero, superficial y divertido. Quieren ocio. Lo otro, el esfuerzo, el pensamiento concienzudo, es para el negocio (de negotium, negación del ocio), para la ardua e insoportable jornada laboral. No quieren cultura, quieren un eficaz producto de entretenimiento, y en eso el cine comercial hollywoodiense no conoce rival. Contemplar Tristán e Isolda puede significar un acto de apariencia (pertenezco a la élite intelectual al realizar un ritual de alta cultura), pero es algo deficiente como acto de puro entretenimiento. Es por eso que la ópera solo sobrevive malamente gracias a las subvenciones públicas.

Lo que suele llamarse cultura de masas no coincide absolutamente en nada con lo que la sociedad burguesa del XIX entendía como cultura (ni tampoco el resto de todas las sociedades a lo largo de la historia: estamos ante algo realmente nuevo). El desajuste consiste en que hemos heredado esta idea decimonónica, mientras que vivimos rodeados por un concepto completamente diferente. Al igual que una dama de alta sociedad del 1800, pensamos que estudiar, comprender y contemplar Tristán e Isolda es, sin duda, cultura. Sin embargo, ir a ver X-Men al cine, no nos lo parece. Leer a Proust es cultura, leer a Dan Brown no. Escuchar a Wagner sí, a Pablo Alborán no.

Cuando Internet y su infinita red de hipervínculos hizo acto de presencia y, con él, todas las tesis de Walter Benjamin cobraron una actualidad inusitada, los empresarios de la industria cultural pusieron a todos sus lobbies en marcha para parar el invento. No era posible que cualquier obra pudiera ser copiada y compartida infinidad de veces de forma totalmente gratuita. Por el momento, Internet ha demostrado ser más fuerte. A pesar del cierre de Napster o de Megaupload, podemos seguir visualizando cualquier película o serie, prácticamente, el mismo día de su estreno sin pagar un euro. Y, sinceramente, yo lo aplaudo. No solo porque como consumidor me viene bien no gastarme un duro, sino porque la industria que sale dañada no es la de la alta cultura decimonónica, sino, simplemente, la cultura del entretenimiento. Me preocupa mucho más que no se produzcan más tristanes e isoldas que que no se produzcan más X-Men. Es más, hasta casi me gustaría que la sección de música, películas y libros de las grandes superficies se cerrara. No habríamos perdido nada. No obstante, lo malo es que, a pesar de la ciberpiratería, la industria del entretenimiento sigue manteniendo su buena salud (Miren las cifras de la industria del videojuego), mientras que la alta cultura sigue estando igual de maltrecha que casi siempre. Esto es una muestra de que dejar todo en manos del mercado no es, para nada, deseable. Con toda evidencia, rentable y mejor no son dos conceptos equivalentes. El caso del estado del arte contemporáneo ejemplifica excelentemente la situación. El siglo XX se caracterizó por las vanguardias, las cuales acertaron en su crítica a un arte clásico que ya no representaba, ni podía decir nada, de los cambios sociales que estaban modificando radicalmente nuestra forma de ver, vivir y pensar. Sin embargo, nacieron muertas, ya que fueron totalmente incapaces de generar algo nuevo que, al menos, igualara en calidad a lo que dejaban atrás. El bigote de la Mona Lisa de Duchamp no dio para mucho más que certificar la muerte de la pintura de caballete. El lienzo falleció sustituido por la fotografía, y de la fotografía nació el gran género artístico del siglo XX: el cine. Aquí fue donde la cultura dominante en la época, la norteamericana, ofreció sus frutos más valiosos y originales, a la vez que cine y mercado establecían la lucrativa alianza que los caracteriza.

Hoy, cualquier artista, que pretenda ser coherente, confesará que está creando productos de mercado. Perfectas para la oferta y la demanda, y para un individuo narcisista y hedonista, emergieron egregias artes antes ni siquiera consideradas tales: la alta costura o la alta cocina. Son disciplinas que han sabido muy bien utilizar la retórica de los tiempos: mucho más importante que el contenido (a mi juicio, bastante menos interesante que el de las antiguas artes) es el continente, el envoltorio, el impacto, la personalidad del creador, la campaña publicitaria. La música, de la misma forma, ha sabido cambiarse a sí misma, pero sus resultados han sido similares: productos de consumo de una calidad intelectual muy inferior a sus predecesores. No es comparable una canción de rock a una sinfonía, al menos en la pericia, el ingenio, el trabajo, los conocimientos necesarios y la inteligencia que hay detrás de su elaboración. Es así de contundente con todas las matizaciones que quieran hacerse: el arte actual es peor que el arte del pasado. Y además, y no menos triste, ha perdido todo su poder contestatario. Hoy en día no hay nada más conservador, más retrógrado, que crear una obra de arte que sea pura provocación. El escándalo, por repetido y poco ingenioso, ya no escandaliza a nadie. ¿Alguien se queda boquiabierto ya ante las fotografías de desnudos masivos de Spencer Tunick? El arte ha perdido el papel, si es que algún día lo tuvo, de cambiar el mundo.

La cultura, tal y como se entendía en el XIX, y tal como se sigue enseñando en las universidades y se sigue manejando por el común del stablishment intelectual, no genera buenos productos de ocio, entretenimiento o consumo, por lo que se abre una brecha, de difícil salvación, entre lo que hace el intelectual y lo que hace la masa de la población. Ello provoca, si no un antiintelectualismo directo, como mínimo una indiferencia generalizada hacia el trabajo intelectual, que lo hace minoritario y de escasa influencia social. Y aquí está el quid que pretendo mostrar en este artículo: en una época de crisis a todos los niveles se da la terrible paradoja de que los más listos y cultos, al menos en teoría, pintan muy poco a la hora de liderar un cambio que salve la situación. Si exceptuamos a Noam Chomsky o a Richard Dawkins, en su feroz cruzada contra las religiones, apenas hay intelectuales de influencia internacional con un sólido compromiso por alguna causa política o social.

Me resulta muy curioso cuando contemplo en Facebook o en Twitter críticas muy feroces a nuestra lamentable realidad política. Pero cuando hay que ir a una manifestación o cuando, de algún otro modo, hay que actuar, esa ferocidad se torna patéticamente dócil. Cuando hay que realizar algún esfuerzo más allá del clic del ratón, cuando hay que arriesgarse enfrentándose a algún peligro que te saque del ocioso confort cotidiano, los agresivos cibermanifiestos se violan con facilidad. Criticar en Internet o en la barra de un bar es divertido, esforzarse por cambiar la realidad no. Por eso creo que Internet, a no ser que cambien muchas cosas, no supondrá ese instrumento de emancipación política que muchos han profetizado. Internet es un mundo virtual, no es el mundo real. Tener 1.000 amigos en Facebook no es, realmente, tener ninguno, y poner en él muro una frase de Bertrand Russell o del Che Guevara no es, realmente, hacer la revolución. Asimismo, estas abundantes soflamas antisistémicas son, en su inmensa mayoría, ingenuas y superficiales. De hecho, una de las críticas más repetidas contra movimientos surgidos de la red como lo era el 15-M fue, precisamente, que parecía representar únicamente un mero sentimiento colectivo de indignación muy ingenuo a la hora de proponer alternativas realistas a lo que pretendían atacar. Además, la red tiene otro grave defecto: el 99% de lo que en ella se publica es basura, ruido (y porno). El 1% restante de contenidos de calidad se diluye en esa nube de porquería, de modo que si el intelectual pretende decir algo, no se le suele escuchar entre tal cantidad de verborrea.

Fue significativo cuando, a partir del crack del 29, la mayor parte de los intelectuales occidentales eran marxistas. Daba la impresión de que la caída del capitalismo era inminente y la URSS, que permanecía inmune a la crisis, era el modelo a seguir. La economía debía planificarse e intelectuales venidos desde todas las ramas del saber mantenían un compromiso político y una influencia pública encomiables. Pero el capitalismo demostró ser más fuerte, sobrevivió y sus detractores se debilitaron. Al comparar esa época con la actual, tenemos razones para el pesimismo. Si durante varias décadas del siglo XX existía una alternativa real al sistema y una legión de prestigiosos intelectuales defendiéndola, y aún así, el sistema perduró, con más fuerza todavía después de la caída del muro de Berlín, ¿cómo vamos a cambiar ahora el mundo si no hay alternativas teóricas sólidas al estado liberal capitalista y los intelectuales parecen haber renunciado a todo compromiso e influencias políticas? A principios del XXI, parece haber una triste falta de alternativas ante las dos grandes, y fracasadas, ideologías del XX. ¿No hay nada diferente al marxismo y al liberalismo? ¿No hay más formas posibles de pensar y organizar el futuro?

¿Pero cuál es la causa? ¿Por qué, quizá cuando más los necesitamos, los intelectuales han desaparecido? ¿Por qué han renunciado al activismo político o social? Una razón, que es la que venimos analizando en este artículo, es que la fractura entre el trabajo intelectual (hacer cultura en el sentido decimonónico del término) y la cultura de masas, ha mermado significativamente la influencia social del intelectual. Otra, puede ser que el intelectual también está inmerso en el sistema de valores hedonista del entretenimiento, y se contenta con la ventajosa posición económica que le otorga su condición. Los intelectuales son seres humanos que no son invulnerables a las condiciones históricas en las que viven, y la despolitización de la ciudadanía provocada por el dominio de la sociedad de consumo también les afectó. El físico es muy competente en su trabajo de hacer física, pero el resto de su tiempo lo dedica al ocio, quizá temiendo que, dado el academicismo hiperespecializado imperante, lo acusen de intrusismo de aficionado por opinar un poco de política. Y una tercera razón es que la corriente dominante en las facultades de humanidades en las últimas décadas es la posmodernidad. Este variopinto movimiento mantiene en casi todas sus vertientes posturas relativistas, escépticas, incluso nihilistas, muy críticas con el racionalismo científico fruto de la razón ilustrada. Esta desconfianza en la razón lleva necesariamente a la misma desconfianza hacia la posibilidad de cambiar la realidad, finalizando en posturas políticas bastante reaccionarias.

La caída del comunismo se postula como un hecho empírico que demuestra la imposibilidad de cualquier utopía social. No se puede mejorar la realidad pues no se sabe hacia dónde llevarla, y si utilizamos la razón para ello estaremos siendo dictatoriales y dogmáticos. Curioso como un pensamiento surgido como rebeldía ante toda autoridad nos deje indefensos ante cualquiera de sus manifestaciones (pues incluso la crítica es criticada) e incapaces de cualquier posición constructiva que posibilitara algún avance social o político. ¿Quién mato la intelligentsia? Intelectuales alejados de la masa social, inmersos en la sociedad del entretenimiento y, para más INRI, conservadores sin ni siquiera saberlo.

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30 Comentarios

  1. says: Jesús

    ¡Saludos! En primer lugar, quería felicitar al autor por el artículo. Muy necesarias las reflexiones (y más en estos días) de esta índole. Por ello mismo, intentaré aportar mi grano de arena con algunos matices.

    El primero de ellos consiste en la muerte del lienzo; ¿en realidad podríamos contemplar la defunción del lienzo a manos de la fotografía? Incluso, en términos más generales, ¿la muerte del Arte (y todo lo que éste supone) a manos de una cultura actual superflua? La televisión no acabó con la radio y el Internet no ha acabo con el cine. Creo que los artistas adquieren otra dimensión, y el problema que yo veo es la elitización intelectual del Arte o de la Cultura, es decir, que lo “consuman” aquellos que saben cómo consumirlo, que se traduce en un grupo minoritario.

    Por otro lado, me parece fantástica la crítica social y política. Sin embargo, ¿hasta qué punto necesitamos de intelectuales? Tenemos una sociedad despolitizada, y la creación de la “casta política” le corresponde a esa sociedad (por eso de la “democracia”), no a los políticos como tal. Lo que quiero plantear es que si en realidad necesitamos intelectuales que planteen nuevas alternativas o si podría ser más propicio “intelectualizar” a la sociedad.

    Soy consciente de que ésto es mucho más bonito y fácil decirlo que hacerlo, pero, en realidad, hemos tocado fondo en ese sentido y, puestos a reinventarnos o empezar de cero…

    ¡Un saludo y muchas gracias por la atención!

    1. says: Santiago

      Jesús:

      En primer lugar, muchas gracias.

      No creo que se pueda hablar de la muerte del Arte en sentido general. De hecho, disciplinas artísticas de toda la vida como, por ejemplo, la arquitectura, siguen gozando de muy buena salud. Solo se puede hablar de crisis (y no de muerte: pueden resucitar) de ciertas disciplinas: la ópera, la música clásica, la poesía (ésta siempre ha estado en crisis), etc. Y sí, la pintura de caballete, que antes era la reina de las artes, ha quedado relegada a un lugar secundario. La fotografía no es que la matara, es que hizo inútil una de las pretensiones del pintor: ser muy fiel a la realidad. Además, con la fotografía llegó todo el diseño gráfico por ordenador: no solo puedes ser más realista que el pintor, también más creativo.

      Tienes razón en lo de la elitización de ciertas artes. En la música clásica está clara. Si escuchamos las composiciones creadas en el siglo pasado, el común de los mortales no comprenderá nada y rechazará de lleno estas formas musicales. Solo los especialistas podrán disfrutarlas. Pero esto es un signo de crisis: menos gente dedicándose a ello y menos gente apreciándolo.

      Evidentemente, lo ideal es intelectualizar a la sociedad en su conjunto, cosa necesaria para que una democracia funcione. Pero ese no era el tema. Lo que me preocupa es una idea muy sencilla: cuando estoy en problemas me gusta que alguien muy capacitado para sacarme de ellos salga a la palestra. Y hoy, cuando tenemos problemas por doquier, ¿dónde están los más capacitados? En este sentido, muy positivo, me refería a los intelectuales: los más listos y cultivados. Es muy curioso como, en España (y creo que, en general, en el mundo), no se escuche ya a los listos o, lo que es más grave, los listos no tengan nada que decir.

      Un saludo.

      1. says: Jesús

        Como siempre, muchas gracias por tu atención, Santiago. Te lo agradezco de corazón, y apunto que todo lo que sigo diciendo sólo es por puro gusto de debatir y conocer.

        “Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”, decía Bertrand Russel. Y en realidad, estoy muy de acuerdo. En relación al problema político – social, si bien estoy de acuerdo en la idea de aquellos intelectuales, hice referencia a la “intelectualización” de la sociedad porque no podemos saber dónde pueden desembocar nuevas ideologías; es decir, tal y como se menciona en el artículo, estoy de acuerdo en la crítica hacia el capitalismo/comunismo como sistemas anquilosados. Por un lado, tenemos un capitalismo del cuál no me preocupa tanto el efecto político – económico que tenga y sí el social, ya que considero que es la sociedad la que tiene la capacidad de acción, pero, ¿y cuándo se anula esta capacidad? Se trata de un sistema que ha sustituido la primera necesidad natural del hombre (comida, por ejemplo) por el dinero, de modo que si quieres sobrevivir no necesitas comida, lo que necesitas es dinero con el que comprar esa comida. Más allá, incluso científicos defienden que el dinero sí da la felicidad. Por ende, si entendemos que la política/economía debe ser un servicio a la sociedad, considero que el capitalismo es fallido por anular a la última y someterla a otras voluntades, por ejemplo, un lema cada vez más dicho a los emprendedores: para formar tu empresa, tienes que crear una necesidad que las personas no saben que tienen. No creo que haga falta comentar más, o escribiré demasiado.

        Por otro lado, el comunismo, una ideología que surge en y para un contexto con una justicia relativa: el pueblo no son sólo los trabajadores, por lo pronto. En suma, así como el capitalismo, son teorías de las cuáles no podemos saber el fin, sólo el principio, lo que inquieta sobremanera y más hablando de dictaduras. Acaban ambas anulando la persona para crear un ciudadano, y yo, al menos, no estoy dispuesto. Por otra parte, no sé cómo se pretendería implantar un comunismo teniendo en cuenta que sus defensores son igualmente dependientes del capitalismo (inevitablemente), y las condiciones políticas, económicas y sociales no favorecerían un sistema así.

        La conclusión a estas notas es la siguiente: tal y como dice Cela en uno de sus cuentos, lo que hoy resulta heroico, impactante, es ser el individuo en la masa. No me gusta utilizar la palabra masa porque creo que es un término que ridiculiza a la sociedad, pero me aguantaré un poco: ¿qué pasaría con las nuevas corrientes ideológicas en esta sociedad? Uno de los grandes problemas es considerar que un argumentario es cierto, y cada vez más vemos cómo se radicalizan las ideologías y las mentalidades europeas, como búsqueda, precisamente, de aquel que de la cara. La presencia de intelectuales podría desembocar, bajo mi punto de vista, en un mar de descontento que desborde sin reflexión propia todo lo que le rodee. No quiere decir que prefiera la situación actual, ni mucho menos: sólo matizo que no sabemos qué respuesta puede obtener el planteamiendo de nuevas corrientes o la presencia de intelectuales como líderes de una sociedad. O, incluso, podríamos acabar en una tecnocracia que hasta qué punto podríamos garantizar que no se convirtiera en una aristocracia (en un sentido literal). Por un lado, soy contrario a la especialización, a la técnica sin reflexión, y no sé si yo al menos me sentiría seguro con personas que funcionan a modo de autómatas (si bien, se que no te refieres a ellos como intelectuales y que a éstos les añades la dimensión humanista, por llamarlo así, pero sólo planteo posibilidades).

        Por último sobre este tema, quería matizar que siempre me parecerá curioso cómo este tipo de pensamientos resultan comúnmente rechazados socialmente por esos mismos que siguen ideologías, que están amoldados con una mentalidad pre – establecida. Acabamos encontrándonos y sorprendiéndonos de que coincidamos tanto los unos con los otros, aunque seamos pocos, y no con ello me refiero a que nosotros seamos intelectuales; simplemente, que creo que sí se pueden detener las corrientes actuales mientras exista una reflexión “regenerativa”…

        Por otro lado (y siento extenderme tanto, seré más breve), en alusión a la pintura… en realidad, las corrientes estéticas últimamente van más por la línea de que el Arte como tal no surge hasta finales del XVIII/XIX, si entendemos como Arte medio de expresión (todo esto en relación a la pintura). Es decir, según estas corrientes Velázquez sólo refleja la realidad, como podría hacer quizás un fotógrafo. Si contemplamos estas corrientes como verdaderas, insistiría en el espíritu latente (y más vivo que nunca) del caballete. Yo, personalmente, no soy del todo partícipe de esas teorías; no obstante, considero que la fotografía le ha hecho un favor a la pintura: ahora contamos con obras con muchísima mayor expresión y carga sentimental y personal, con la búsqueda de otros mecanismos de transmisión, con otros mundos, otras realidades e incluso otras concepciones. Por ejemplo (y magnífico), Dalí.

        Sin embargo, creo que se ha banalizado el Arte Contemporáneo, y, a la vez, como lo demás, elitizado. Totalmente de acuerdo en que es el reflejo de una crisis, pero no podíamos esperar más: los dos grandes sistemas que podemos elegir eliminan, de un modo o de otro, una personalidad reflexiva.

  2. says: Yolanda

    Impresionante. No sólo yo pienso como yo….. También tú y supongo que otros muchos como tú y yo pero…. ¿Qué podemos hacer más allá describir y dolernos?

  3. says: Darwin

    Si Dawkins es un ejemplo a seguir por los intelectuales???… entonces mejor que se queden en silencio…Un caso muy diferente es Chomsky que sí le importa el sufrimiento humano, que sí propone y practica. Por lo demás me interesa la temática, buen post.

    1. says: Santiago

      Con Dawkins se puede estar de acuerdo o no (yo no lo estoy en muchas cosas), pero al menos, ha sido valiente y está defendiendo una causa con toda su radicalidad. En este sentido sí creo que es un ejemplo.

  4. says: Óscar S.

    El tipo de postura nostálgica de este artículo era calificado por Umberto Eco como propia de los “nihilistas flamantes”. Porque es nihista, en efecto, condenar enteramente la cultura de masas en favor de una idealización del siglo diecinueve. Claro es que, en el s. XXI, la “alta cultura” la hacían cuatro para ser disfrutada por ocho. No veo ningún retroceso en que ahora esa cultura la hagan cuatro mil para ser gozada por millones. ¿Es que acaso Wagner no quería también éxito, riqueza, influencia? Quería más: quería transformar Alemania y la inmortalidad. Los X-men, en cambio, no engañan. Buscan dinero, y ofrecen a cambio cierto sentido de la maravilla, el mismo que aportaban los mitos griegos. Me niego a lamentarme de que los X-men no vehiculen nacionalismo, megalomanía, cosmovisiones y demás. La postmodernidad no es reaccionarismo, es exactamente esa ironía puesta sobre la vieja cultura que nos vacuna de su espantosa tendencia a sustituir la vida. La vida no está al servicio de la cultura, sino al revés, y me parece inapropiado juzgar a la primera en función de la segunda.

    1. says: Santiago

      En primer lugar, no hay nada de nihilismo en mi discurso. De hecho, precisamente denuncio el nihilismo al que nos lleva el pensamiento postmoderno. Si estos pensadores se quedan en la ironía, solo la ironía parece bastante poco.

      No he idealizado el siglo XIX en su totalidad, solo creo que es mejor su concepción de la cultura que la actual. X-Men te dará un cierto sentido de la maravilla, pero creo que el sentido de la maravilla que te da Blade Runner es bastante superior (que fue bastante peor en taquilla). Es un hecho incontrovertible que la cultura de masas (salvando excepciones) genera peores productos a nivel intelectual que la concepción cultural del XIX (o de casi cualquier otro siglo del pasado).

      Yo sí que me lamento que X-Men no tenga ninguna otra pretensión más que entretener. Un arte contestatario no tiene por qué ser nacionalista, megalómano… en fin, nazi o estalinista. El arte puede expresar libertad, democracia, o cualquier otra idea, buena o mala. Renunciar a ello me parece un empobrecimiento, y X-Men no es más que eso: un síntoma de empobrecimiento cultural.

      ¿Y es que te parece a ti que la cultura de masas está al servicio de la vida? ¿Está X-Men más al servicio de la vida que un cuadro de Velázquez? Precisamente, lo que denuncio es que el arte ya no está al servicio de mejorar nuestras vidas.

  5. says: Óscar S.

    Es en el último capítulo de Apocalípticos e integrados donde Umberto Eco utiliza el término “nihilismo” en sentido opuesto al tuyo, como seña de identidad del discurso deprecatorio de los apocalípticos. Yo me declaro abiertamente integrado, lo cual no significa acrítico. Comprendo que un mundo en el que una guerra mundial de cinco años mató a 50 millones de personas necesita olvidarse a sí mismo y, sobre todo, olvidar lo más posible ese pasado de gigantes ambiguos como Wagner que le llevaron hasta semejantes horrores. En esa tarea, los X-men (de cuya mala calidad ya hablé en un artículo aquí mismo) cumplen su servicio a la vida, o a la amnesia. Quiero que mis hijos conozcan Tristán e Isolda, pero no que desprecien el rock, que no hay por qué oír dócilmente sentado. El otro día les lleve precisamente al Prado a ver a a Velázquez, pero tienen que saber también que Tormenta, siendo negra y mujer, fue la líder fuerte y carismática de los X-men, cosa que era inconcebible en el s. XIX.

    El presente tiene derechos propios, entre ellos los de no rendir pleitesía al pasado ni servir de granero al futuro. La “cultura de masas” es un intento de reinventarnos: el experimento aún no ha terminado…

  6. says: Pablo

    Vuelvo a la idea de Jesús: “intelectualizar a la sociedad”.
    No os parece que hay teoría de sobra para avanzar? La sociedad sabe más que hace cien años; somos conscientes de la existencia de teorías complejas… Igual no hacen falta más intelectuales, lo que hace falta es aplicar lo que sabemos. Entre tanto ruido se diluyen los “lazarillos” intelectuales, es cierto, pero no luchemos contra el ruido. Intelectualizando se soluciona buena parte del problema. Me parece una solución, pero parece que invertir en educación no está de moda…
    Saludos.

    1. says: Santiago

      Ese es el objetivo de todo sistema educativo que se precie y el lema absoluto de la Ilustración. Es, sin duda, el objetivo a seguir. Pero mientras no ocurra (y viendo las leyes educativas, distará mucho de ocurrir a corto plazo), estaría bien que unas cuantas cabezas pensantes hicieran algo por mejorar las cosas.

  7. says: Santiago

    Pero es que tus hijos van a conocer a los X-Men y la música rock. Lo grave es que será más difícil que conozcan Tristán e Isolda. Muchos de nuestros jóvenes oyen cualquier grupo de moda y piensan que eso es lo mejor que musicalmente puede hacerse, sosteniendo que la música clásica es un rollazo. Ven X-Men y creen que es una pasada, despreciando cualquier película en blanco y negro. Es que lo que pasa es lo inverso a lo que dices que les va a pasar a tus hijos: hay una minusvaloración de la alta cultura en pro de unos modelos culturales más mediocres. El experimento aún no habrá acabado, pero de momento…

  8. says: Óscar S.

    Conocerán a Wagner, ese arrogante y genial antisemita, porque su madre es cantante lírica, pero si no flipan y saltan con los Guns´n´roses me preocuparé gravemente…

  9. says: Santiago

    Pues tendrán mucha suerte de conocer a Wagner, no como la inmensa mayoría de los chavales. Yo también tengo una hija, y espero que conozca todo, pero especialmente que tenga criterios y conocimientos para valorar que Wagner era un genio y que los Gun´s´roses están, simplemente, bien.

  10. says: Óscar S.

    Pero imagina que nuestros respectivos hijos adquieren criterios y conocimientos para valorar que, no sé, John Stuart Mill fue un gran y precoz alumno de su padre, James Mill, mientras que nosotros, como educadores suyos, estamos, simplemente, bien. Qué embarazoso. ¿Qué podríamos decirles? ¿”Chaval, has sufrido un horroroso empobrecimiento cultural en lo que a calidad intelectual de los padres se refiere”? O bien… ¿”Chaval, déjate de Mill y Mill que eran otros tiempos y ahora yo al menos puedo enseñarte informática”?

    1. says: Santiago

      No entiendo a dónde quieres llegar. Evidentemente, por no tener a un genio como padre, mi hija sufrirá cierto empobrecimiento cultural. A mí solo me quedará intentar enseñarle lo mejor posible y creo que una de mis facetas en cuanto a tal será enseñarle a valorar y apreciar lo mejor, aunque yo no lo sea.

  11. ES LAMENTABLE Y REAL. SÓLO LA EDUCACIÓN, EL CONOCIMIENTO, LAS ACTITUDES DE VALOR A TODO EL PUEBLO PUEDEN DERROCAR LAS BRECHAS, LAS CLASES SOCIALES, EL ANALFABETISMO CULTURAL, LA IGNORANCIA, LA MEDIOCRIDAD, LA POLITIZACIÓN, LOS FANATISMOS… TODOS SOMOS SERES HUMANOS PERO NO TENEMOS LAS MISMAS POSIBILIDADES DE DESARROLLO, NI NACEMOS EN BUENAS CIRCUNSTANCIAS QUE NOS PERMITAN DESARROLLAR TALENTOS O VALORARLOS, DISFRUTARLOS…. ES COMPLEJO, EL HOMBRE ES AVARO, LO DOMINA LA CODICIA, EL PODER, LA AMBICIÓN…MASIFICA, COSIFICA PARA DOMINAR…DESTRUYE LA ACTITUD CRÍTICA Y PREDOMINA EL PENSAMIENTO ÚNICO, PROPIO DEL CAPITALISMO, DEL MERCANTILISMO, DEL CONSUMO…

  12. says: Óscar S.

    Donde quiero llegar es a que quizá lo seas, yo qué sé, pero eso no garantiza que tu hija sea una Jean Stuart Mill, ni falta que hace. Queremos a nuestros hijos aunque no sean genios, y, forzando el paralelismo, queramos (criticándola, como a los hijos) nuestra cultura aunque no sea genial, porque en ella nos vemos reflejados, y en los conflictos medievales de Tristan e Isolda no, ni siquiera en vida de Wagner. Recuerdo que Ortega denominaba a la actitud que defiendes beatería de la cultura, y lo decía ya a principios del XX, conque ahora…

    De hecho, a mi Wagner me cae fatal, y Dali no digamos…

    1. says: Santiago

      Independientemente de que Wagner fuera un hijo de perra, o de que sirviera de inspiración al nazismo, era un genio y su obra artística inigualable (Dalí es bastante inferior), por lo que se le debe estudiar, al menos en tanto a artista.

      Pongamos un ejemplo: si yo fuera un profesor de literatura no creo que la mejor opción sea enseñar utilizando Cincuenta sombras de Grey. Mejor será usar a Cervantes, por mucho que Cincuenta Sombras sea una obra actual fruto de nuestra cultura y que tenga algo de lo que pueda disfrutarse. Es más, lo que tienen los clásicos es que envejecen bastante bien. Estoy seguro de que puede sacarse mucho más de provecho para vivir en nuestro presente en Cervantes que en E. L. James. La palabra clásico significa etimológicamente “digno de imitarse”. ¿Qué mejor que enseñar lo que es “digno de imitarse”, en vez de algo que no tiene tal dignidad?

      Pero de lo que me quejo no es de que se disfrute de los productos de la cultura actual, sino que no se disfrute de lo mejor, sea del pasado o de la más reciente actualidad.

  13. says: Mª Dolores Antequera

    Un saludo a todos. Hace algún tiempo ya, sufrí en mis carnes la incomprensión de la ignorancia. Mis hijos y nuera, sabedores de mi amor por la ópera, y con ocasión de mi cumpleaños, me reservaron entradas para asistir a una representación de Aída en Barcelona. El desencanto, la frustración y la impotencia, se adueñaron de mi antes incluso de empezar la función. No podía creer que los asistentes a un acontecimiento tan importante para mi, se durmieran, bostezaran, y desfilaran hacia la salida en mitad de la obra. Paletos disparando flashes durante la actuación, energúmenos entrando pasada la primera mitad, buscando sus asientos a voz en grito…En fin un lastimoso espectáculo en perjuicio de la excelente interpretación de la soprano Joan Sutherland. Quiero aclarar que el escenario fue El Palau San Jordi. Jamás he vuelto, a excepción de un concierto de Tina Turner, que por cierto, ese escenario si es adecuado para ella, los energúmenos pueden gritar y desgañitarse si perjudicar al artista. Conclusión?, cuando quiera asistir a la ópera, acudiré al Gran Teatre del Liceu.

  14. says: Óscar S.

    Y hay más, agarraos. Conforme a la lógica del empobrecimiento, puesto que la sociedad de masas y las mediaciones tecnológicas no van a ir a menos, resulta plausible pensar que, en no mucho tiempo, cuando hayan muerto los Jagger, Clapton, Dylan, etc., la música de entonces será tan lastimosa que ellos se convertirán en los clásicos, en las grandes referencias. De manera que, conforme a esa lógica, ya digo, el siguiente artículo como éste de 2035 echará de menos a los Guns´n´roses…

    1. says: Santiago

      Efectivamente, si el empobrecimiento fuera a más, yo en el 2035 podría escribir echando de menos a los Gun´s´roses. Al menos son mejores que Melendi.

      Esperemos no tener que llegar a eso.

    2. says: Santiago

      Sin embargo, independientementemente del empobrecimiento al que lleguemos, siempre tendremos la Grecia Clásica, el Renacimiento, a Homero, a Fidias, a Miguel Ángel, a Mozart… Más que añorar a los Guns, añoraré siempre a éstos, ahora y en el 3456.

  15. says: Ramón González Correales

    “…, podemos decir que entran en juego determinados mecanismos de identificación. Mecanismos que, por otra parte, también se dan en la gente que no lee, que es más sencilla intelectualmente, y establece conexiones con películas, series de televisión, culebrones… Dicho de otra manera, lo que transmite la literatura es algo enormemente arcaico, primitivo, originario e imprescindible. A mí siempre me hizo mucha gracia aquella época en la que desde ciertos sectores se criticaba a las marujas, a las pobres amas de casa con poca educación, que seguían los seriales de la radio o de la tele. Esa crítica me parecía muy pretenciosa, porque a esas mujeres, en su nivel, en su orden, les pasa exactamente lo mismo que a otras personas al leer a Proust. Necesitan modelos, necesitan aprender a vivir, saber cuáles son los matices de las relaciones humanas, salir del ámbito cerrado de sus limitadas experiencias, en su caso a través de culebrones que, aunque sean grotescos, les muestran posibilidades enormes: incestos, adulterios, crímenes, amores que acaban en suicidio… Todo eso es básico, absolutamente real.”

    hay muchas cosas en esta entrevista con Feliz de Azúa que tiene que ver con este debate que como puede apreciarse tiene tendencia a generar paradojas. Puede leerse aquí
    http://lecturassumergidas.com/2013/07/23/felix-d-azua/

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