‘Middlesex’: dentro del laberinto de la identidad

La Grecia Antigua y el Asia Menor tienen tradicionalmente ese componente de “origen” de la cultura occidental y un poco de todo lo demás. Esta “esencia” es la que toma como base Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960- ) en Middlesex, y que extiende a cada una de sus páginas: ¡la culpa es de los griegos! El libro tiene su comienzo en Esmirna y, aunque nada tenga que ver con la Antigüedad clásica, toma nombres y símbolos de la mitología, para trasladarlos al mismísimo S.XX. He leído contadas novelas – evidentemente fuera de eso que comúnmente denominamos novela histórica- en las que la Historia y la historia se entrelacen de tal manera que el fluir de los acontecimientos sea algo natural en la vida de los personajes y las fechas formen parte de su literatura. Middlesex resulta ser una de esas excepciones que, además, hace gala de todo un catálogo intelectual en otros campos como el de la genética o la psicología.

Lefty y Desdémona son dos griegos emigrados a los Estados Unidos tras la invasión turca de 1922. Aterrizan en la Detroit de las fábricas de automóviles y el idealismo liberal, que tienen forzosamente que convertir en hogar. Middlesex es el relato generacional de ese abrirse paso de los Stephanides desde las capas más pobres de la sociedad, aprendiendo el idioma e intentando encajar en la modernidad de una ciudad desconocida y en la sociedad americana, las costumbres del mediterráneo rural de principios del pasado siglo. <-Esto no es América- replicó Zizmo-. Estamos en mi casa. Aquí no vivimos como amerikani. Tu mujer lo entiende. ¿La ves en la sala enseñando las piernas y escuchando la radio?> Con Calíope como protagonista, la narración se desplaza circularmente entre sus padres y abuelos, siendo la línea trazada su vida misma. Y, como en el relato del Minotauro, hay un monstruo detrás de cada esquina del laberinto, un monstruo que, a veces, invade los sueños y cambia el curso de los acontecimientos de forma inesperada.

“Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1074”. Así abre su primera página la novela y, como con la pistola de Chejov, si ésta aparece en el primer acto, en algún momento habrá de ser disparada. Las desconcertantes palabras de Calíope son la chispa que enciende la mecha hacia todo su pasado; y es que Cal, como se hace llamar más tarde, tiene un gen recesivo en su ADN que posibilita la aparición de la androginia. No estoy desvelando aquí ningún secreto, cualquiera podría enterarse solamente hojeando el libro en su librería habitual. El tema genético está tratado a través del doctor Philobosian, un antiguo amigo de la familia; pero a menudo se mezcla la medicina con las creencias ancestrales de Desdémona, algo que no es de extrañar en un momento histórico en que la primera estaba aún en proceso de volverse accesible a la sociedad de un modo generalizado.

Más allá del tema médico, Middlesex es, fundamentalmente, una novela sobre la cuestión de la identidad. Por una parte, la de emigrantes que sueñan el sueño americano, pero que no acaban de abandonar sus raíces europeas, esa “añoranza que no tiene cura” de la que siempre se aqueja Desdémona. Y, por otra, la de Calíope, confundida entre su educación de mujer y un cuerpo híbrido. El entorno familiar, como para todo niño y, posterior adolescente, es el telón de fondo de un drama personal lleno de interrogantes. Calíope va descubriendo a través de sus amigas y de su hermano -Capítulo Once-, las conductas de hombres y mujeres, acechada por una pubertad que parece no llegar nunca. Demasiado alta, demasiado flacucha, demasiado recta en sus líneas. Afortunadamente, vive la época de los 60 -en la que poco importaba tener el pecho plano- y en la que, incluso, la androginia estaba de moda. Ella es una mujer en la que aún no han despertado del todo las características masculinas.

Un divertido personaje de la historia es el Oscuro Objeto, no sólo por su nombre, sino por su rol. El Oscuro Objeto es la mejor amiga de Calíope en el colegio. Con ella penetra en ese mundo de las aventuras amorosas, a medio camino entre lo real y lo soñado, y en las que la simple atracción a menudo se confunde con amor. Stephanides cuenta esa apasionante parte de la vida que es el descubrimiento de uno mismo en los demás. “En la revelación de mi ser, lo mejor era un descubrimiento gradual, bajo una luz halagadora. Lo que desde luego no suponía mucha luz. Además, así son las cosas en la adolescencia. Se experimentan a oscuras. Se cogen borracheras o se coloca uno con marihuana y luego se improvisa. […] ¿Acaso no se ha encontrado alguien, sin admitirlo, enredado de algún modo con su mejor amigo? ¿O en la cama del dormitorio estudiantil con dos personas en vez de una, mientras Bach sonaba en un tocadiscos pasado de moda, orquestando una fuga? Porque, en cualquier caso, la práctica temprana de la sexualidad es una especie de fuga. Antes de que se instale la rutina o el amor. […] En el fondo se trata de aprender a compartir”.

Dado que en Middlesex el asunto de la sexualidad es crucial, el paso por la San Francisco de la libertad sexual era necesario, pero se hace sin frivolidades. Aparece más bien como una ciudad oscura, nocturna, atravesando la parte más dramática de la novela. En San Francisco Calíope desaparece y torna en Cal. Y es que, al final, las preguntas médicas tenían que llegar, porque ¿qué es eso de ser hermafrodita? Por fin, el disparo de ese revólver del principio de la novela.

Toda la vida es una continua metamorfosis. En todo momento se transforma, amenazada por la muerte o por el miedo a la vuelta de la esquina. Hay cosas que tienen peso en ella, además del tiempo. Y no se puede ser una cosa u otra, sino la suma de muchas. En el caso de Calíope, “Como Tiresias, primero fui una cosa y luego otra”. Los cambios físicos de la protagonista son una suerte de metamorfosis extrema, llevada al punto de trastorno por los suyos y que, irremediablemente, arrastra con ella sus relaciones personales, incluida su familia. Stephanides nos habla en el libro de la contraposición entre las elecciones personales y el destino, con toda la fuerza épica de una tragedia griega. Todo lo inesperado que a veces nos sucede –incluso el descubrimiento de nosotros mismos- parece un ajuste de cuentas de un poder superior con nosotros. Estamos dentro de ese laberinto y hay que ir tirando del hilo, tirando…

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