Hay algo incómodo en escribir un currículum. Tiene algo de examen, de medida, de comparación, de juicio. Pone a prueba y revela insuficiencias. Sobre todo, lo fácil que olvidamos lo poco que hemos conseguido hacer y lo difícil que es tener ordenados algunos papeles en los que nos jugamos la vida. Ahora que todo esta reglado, que se supone que hay que pasar por un aro cada vez más estrecho y no distinguirse demasiado, ni mostrar ningún tipo de excentricidad o sentido crítico, donde todo lo que se aprende parece que tiene que haberse aprendido en algún sitio a ser posible caro y conservador, consuela leer este poema de Wislawa. Porque una vida no cabe del todo en unos folios y hay que saber escaparse incluso de lo que probablemente es necesario para saber ganársela. Porque lo más importante sigue siendo lo que se aprende viviendo y quizá leyendo por las noches con cierta pasión…
Escribir un currículum
¿Qué hay que hacer?
Presentar una instancia
y adjuntar el curriculum.
Sea cual fuere el tiempo de una vida
el curriculum debe ser breve.
Se ruega ser conciso y seleccionar los datos,
convertir paisajes en direcciones
y recuerdos confusos en fechas concretas.
De todos los amores basta con el conyugal,
los hijos: sólo los nacidos.
Importa quién te conoce, no a quiénes conozcas.
Viajes, sólo al extranjero.
Militancia en qué, pero no por qué.
Condecoraciones sin mencionar a qué méritos.
Escribe como si jamás hubieras dialogado contigo mismo
y hubieras impuesto entre tú y tú la debida distancia.
Deja en blanco perros, gatos y pájaros,
bagatelas cargadas de recuerdos, amigos y sueños.
Importa el precio, no el valor.
Interesa el título, no el contenido.
El número del calzado, no hacia dónde va
quien se supone que eres.
Adjuntar una fotografía con la oreja visible:
lo que cuenta es su forma, no lo que oye.
¿Qué oye?
El fragor de las trituradoras de papel.
Wislawa Szymborska. “Hombres en el puente” 1986
*Imágenes de Alfonso Bravo, fotógrafo canario.