“La literatura de ficción se nutre de la vida” sería una afirmación tan obvia si no fuese, en realidad, un recurso más de la propia convención literaria. Para desarrollar la anterior consideración voy a tomar como referencia un libro de artículos, conferencias y presentaciones del escritor estadounidense Richard Ford (1944).
Bajo el título de Flores en las grietas se recogen un total de 13 aportaciones publicadas 1992 y 2006, publicadas por la editorial Anagrama en el año 2012 (con traducción a cargo de Marco Aurelio Galmarini).
El nexo común de la mayoría de estos textos es la relación que sostiene el escritor con la materia literaria. Las consideraciones, especulaciones y puntos de vista de Ford están cargados de una lucidez y una honestidad propias de un autor profundamente estricto con el sentido del deber de un escritor: “Y nuestra obligación no es halagar al lector ni crear modelos positivos, sino intentar, por encima de todo, contar al lector algo que no sabía acerca de un tema que le interesa, y que una vez que lo conoce se vuelve esencial” (p. 24, Flores en las grietas).
Quien ha leído a Ford, desde el popular El día de la independencia hasta el último, Canadá, o las colecciones de relatos Rock Springs y De mujeres con hombres, sabrá que las historias que cuenta quieren revelarnos, a través de puntos de vista consistentes, las cuestiones más diversas como si fuesen decididamente fundamentales e importantes.
¿Y qué hay más fundamental que la vida? Entendida como un baúl de experiencias, vivencias, acontecimientos, conflictos y situaciones, se torna el caudal de materia prima de cualquier novelista. El traspaso y conversión de esos hechos en fenómenos literarios es, a través de la clásica verosimilitud, un ejercicio que se apoya en el punto de vista narrativo, en la creación del eje espacio-tiempo y en la determinación de un conflicto.
Richard Ford, en la colección que citaba al inicio de esta nota, se pasea por algunos de los intereses literarios de su carrera en relación con esa convención. El primero, “¿Qué escribimos, por qué lo escribimos y a quién le importa?” y el décimo “¿De dónde viene la escritura?” se ocupan de manera explícita de ese quehacer profesional del narrador. En otros, sin embargo, nos presenta historias personales en relación a algún escritor como Raymond Carver o Anton Chéjov (la séptima y la novena, respectivamente), a alguna obra como Revolutionary Road (la segunda), a alguna afición vital como el boxeo (la doceava), o algún recuerdo personal sobre el golf (la treceava).
En todos esos artículos se respira la voluntad consciente y sólida de un narrador apegado a esa conversión narrativa de hechos intrascendentes de la vida en fenómenos literarios importantes, verosímiles y reveladores para el lector. Su extensa narrativa lo avala y la robustez de la tradición en la que se inserta, desde sus contemporáneos como E. L. Doctorov y R. Carver, hasta otros narradores como Serwood Anderson, Isaac Bábel, Ernest Hemingway o J. Cheever, de épocas pretéritas.
Como decía al principio, la nutrición básica de la ficción pasa por acudir al almacén de la vida. Ese viaje creador, sin embargo, debe hacerse con una actitud de honestidad, una voluntad de trabajo y una exigencia ante lo que llamaremos, finalmente, narración.
Selección de obras de Richard Ford (1944)
De mujeres y hombres (relatos)
Rock Springs (relatos)
Pecados sin cuento (relatos)
Incendios (novela)
La trilogía de Frank Bascombe
El periodista deportivo (novela)
El día de la independencia (novela)
Acción de gracias (novela)
Mi madre (novela)
Canadá (novela)
http://margendelectura.blogspot.com.es/2010/12/mijail-bajtin-arte-y-responsabilidad.html