Antonio Burgos Belinchón (Sevilla 1943-Sevilla 2023) apenas ha tenido tiempo material para disfrutar del reconocimiento del XXXVIII Premio Andalucía de Periodismo, concedido por el Gobierno andaluz, en reconocimiento a su trayectoria profesional de periodista sevillano, referente del columnismo español y defensor de los valores sociales y patrimoniales de Andalucía, el 17 de diciembre de 2023. Burgos, más allá del reconocimiento citado, resume en su trayectoria algunos de los síntomas que han aquejado a cierta intelectualidad –periodistas y escritores entre otros– huérfana de las ideas que sostuvieron ayer. Como relataba hace unas semanas Jordi Gracia en su pieza de El País del 3 de diciembre, No es la edad es el poder. Tratando de ahormar en esa secuencia de la pérdida del poder el movimiento de tantos autores hacia posiciones conservadoras y ya lejos del izquierdismo juvenil. Posiciones en las que sitúa Gracia desde Juan Luis Cebrián a Fernando Savater, pasando por Félix de Azúa, Jon Juaristi, Gabriel Albiac, Antonio Elorza, Andrés Trapiello y Jiménez Losantos. Cupo en el que podría haber colocado –si contara con la visibilidad de antaño– a Antonio Burgos, que fue denominado en los primeros setenta como El rojo de Sevilla y que acomodó sus andares iniciales rápidos, al ritmo lento del ensayo del ABC de Sevilla, un producto meridional diferente al madrileño. Donde rezuman ecos de Romero Murube, de José María Izquierdo o de Chaves Nogales, junto al claro limonero de cielos nítidos y de problemas de los refugios y corrales. En la medida en que Burgos también ha operado el salto –¿hacía atrás o hacia delante? – de posiciones de cierto compromiso de los años de combate, con otras más templadas de la cuesta de la edad, como lo verificaron otros tantos autores del pasado. El caso de Antonio Burgos es que se ha ahormado a valores de cierto tradicionalismo sevillanista –hispalense, dirán algunos–, como pueden reflejar los intereses de sus obras publicadas en la etapa final. Incluso, algunos –como Antonio Rivero Taravillo– lo identifican casi en exclusiva con las siglas del periódico ABC por sus siglas de ABB. Lo cual es una simplificación notable. Cuando Burgos publicó en Madrid, Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, Hermano Lobo y La Ilustración regional –semanario netamente sevillano de corte liberal, de la primera Transición de los García Añoveros y Soledad Becerril–, Diario 16 y El Mundo. Durante la dictadura, colaboró en actividades del Círculo Jaime Balmes y de las Juventudes Monárquicas, participando luego como profesional informativo en la creación de los grupos democráticos CP S.A. y Alianza Socialista de Andalucía, integrados más tarde en la Junta Democrática de España y origen del que acabaría siendo Partido Andalucista, señalándose en la oposición andaluza contra la dictadura de Franco por sus artículos en Madrid y Triunfo, así como por su libro Andalucía, ¿Tercer Mundo?. En 1977, ya como Redactor Jefe de ABC, comienza a publicar una columna diaria, El Recuadro que le otorgaría gran visibilidad y algunos problemas. En 1984 es nombrado Subdirector del mencionado diario, cargo que ocupa hasta 1990. En ese año se traslada a Diario 16 y más tarde, en 1993 a El Mundo. Desde 2002 escribió también en ¡Hola! y a partir de septiembre de 2004 volvió a publicar una columna diaria en ABC. En el año 2000, al conocer que estaba siendo perseguido por ETA, huyó a Suiza. Regresó poco tiempo después, debido a la nostalgia, tal y como explicó en algunas entrevistas. Burgos, en esa fase final de trayecto, tuvo colaboraciones en la prensa del corazón, trabajando para Hola y como tertuliano en el programa Protagonistas de Luis del Olmo. Como rectificando su pasado.
La caracterización de Antonio Burgos, en los amenes del franquismo estuvo vinculada a la de alguien provisto de trenka, gafas y barbas, que para colmo escribía en el semanario, progresista por antonomasia, que era Triunfo. Y por eso recibió la distinción de El rojo de Sevilla; puede que en ello tuviera mucho peso el trabajo Andalucía, ¿tercer mundo? (1971), donde un Burgos joven, trata de posicionarse en el universo de la denuncia crítica que ya había ensayado Antonio Carlos Comín en 1967, en la serie de Triunfo llamada Andalucía. Sus hombres, sus tierras, su presente y su futuro. Sin que esa denominación de coloración política de Burgos tuviera otra repercusión que la de la mera identificación en un trabajo que le crearía algunos problemas. Sólo por eso, al margen de que en el fondo del ideario de Burgos no anidaran ideas colectivistas ni ‘cuestiones meridionales’ a lo Gramsci, valdría la pena revisar algunas anotaciones de ese pasado. Una Andalucía, ¿tercer mundo? Que sería la contracara de su texto provocador Guía secreta de Sevilla (1974). Que comienza con la desmitificadora sentencia “Confesemos que, si Sevilla tiene un secreto, es un secreto a voces”. Además de ello, Burgos establecía algo más relevante y clarificador: “Es una ciudad llana y panóptica, tanto en su fisiografía como en su carácter”.
Hay quien mantiene la adjudicación de esas credenciales de demócratas de variado formato, compartida con Cuadernos para el Diálogo, donde Burgos colaboró, pero con menos frecuencia que con Triunfo. La revista de Joaquín Ruiz Jiménez, reconvertido desde el Ministerio franquista de Educación a la Democracia Cristiana, donde se foguearon liberales, socialistas y demócrata cristianos en una precuela de la Junta Democrática: desde Pedro Altares a
Óscar Alzaga, desde Vicente Verdú a Elías Díaz. El semanario de la burguesía inconformista y progresista, por otra parte, dirigido por José Ángel Ezcurra y con camarote, a la manera de los hermanos Marx, con Eduardo Haro Tecglen, Cesar Alonso de los Ríos y el onubense Víctor Márquez Reviriego, junto a un grupo numeroso de colaboradores. Ese semanario –con apariencia de revista de cine, como fuera en sus orígenes valencianos de los años sesenta– a fuerza de suspensiones y multas se vio convertido casi en un portavoz de la Junta Democrática y sus satélites.
Parece ser que Burgos también tanteó a Cuadernos para el Diálogo en su trayectoria de describir el Sur español, no a la manera de Gerald Brenan, sino desde la óptica de cierto compromiso más social que político en lo que empezaba a llamarse Partido Socialista de Andalucía, del entorno de Luis Uruñuela y de Alejandro Rojas Marcos. Falto el Sur de un cronista de rigor y espesura –ese papel lo venían desempeñando en Triunfo tanto Luís Carandell, en varias series de trabajo como fuera La Andalucía de la sierra. de 1973; como Antonio Carlos Comín, con el Serial de 1967–, hasta que Burgos comenzó a tantear y describir tanto los problemas del campo como los problemas de las ciudades en formatos narrativos, ensayísticos y periodísticos de diverso calado. Había habido unos antecedentes de esas posiciones descriptivas críticas del medio andaluz, con los trabajos de Alfonso Grosso en sus recorridos por el Sur, los ríos y los estrechos, ya vistos aquí y en el bloque de los llamados por Carlos Muñiz, como Narraluces. Un conjunto de escritores comandados por Caballero Bonald y Alfonso Grosso, donde se fueron agregando Manuel Barrios, Manuel Ferrand, Antonio Burgos, José María Vaz de Soto, Julio Martínez de la Rosa, Manuel Requena y José Luís Ortiz de Lanzagorta. Baste ver lo que dice en la pieza La Narrativa (Cosas de Sevilla, 1981) Julio M. de la Rosa sobre Antonio Burgos: “El hierro caliente del artículo diario. Todas las mañanas tiene que poner Sevilla al día. Y lo hace con un estilo peculiarísimo, eficaz, periodísticamente válido, difícilmente fácil…A.B en el periodismo, en la novela o en el ensayo, parte siempre hacia la escritura en base a una motivación primordial: la literatura es conciencia crítica, testimonio y análisis de la realidad social… El escritor es pues, y lo será siempre, un profesional del descontento”.
Un descontento de variado fuste, visible en su larga nómina de piezas publicadas en Triunfo entre 1970 y 1978, donde destaca, sobre todo, su trabajo de 1971 Sevilla ¿ciudad barroca? Liquidaciones por derribo, del 13 de marzo. Y destaca el trabajo por ese interés por la ciudad que se transforma y desaparece, y que sería el prólogo de su posterior serie de ABC, denominada Casco Antiguo. Una contribución ineludible para entender todas las transformaciones sobrevenidas entre el desarrollismo y el tipismo sureño. Serie de largo recorrido y de altas polémicas locales, y escrita bajo el alias –habitual en el Triunfo de combate del momento, con heterónimos por todas partes, desde Luis Dávila, Sixto Cámara o Manolo V el Empecinado, por Vázquez Montalbán o Juan Aldebarán, Pablo Berbén o Pozuelo por Haro Tecglen– de Abel Infanzón, otro heterónimo en homenaje al Machado sevillano de patios, limones y cielos azules. Inflexión la verificada por Casco Antiguo que posibilitaría la emergencia del nuevo periodismo del Sur, entre Jesús Quintero, Gonzalo García Pelayo, Ignacio Camacho, Francisco Correal, Javier Salvago o Carlos Colón.
Piezas las que publica en Triunfo que componen, por demás, un muestrario de lo que ya había adelantado con su guía personal Quien es quien, en Sevilla, como complemento del texto de Carandell del 23 de enero de 1971, Sevilla Ciudad barroca. De igual forma que para las tres entregas carandelianas del mes de enero, había preparado una suerte de Diccionario sevillano-español, que, aunque aparecía sin firmar estaba clara su autoría. Con esos trazos preliminares de nombres y de voces, la estrategia periodística de Burgos para escribir y describir los valores del mediodía español seguía las trazas de la Crónica sentimental de España, de Vázquez Montalbán publicadas en 1969 y que tanto efecto produjo. Al mostrar cómo se puede relatar con materiales subculturales las cimas y hondones de la historia. Baste ver los índices disponibles de Triunfo para otear el mundo de los maletillas, del pintor Cortijo, de la romería del Rocío, de los jornaleros del flamenco, del exiliado Blanco White, de la ciudad de los refugios, del ‘Manque pierda’ bético, de la Marbella de los prodigios, del prodigio del carnaval de Cádiz –donde compuso algunos compases para Carlos Cano–, del cantaor Gerena y de Las Misiones pedagógicas. Y de aquí la traza posterior de biografías y de temas alejados de sus iniciales preocupaciones –Curro Romero (2000), Juanito Valderrama, La Semana Santa (2017) y Rocío Jurado–. Realizando un extraño viaje de Los progresistas a los integrados, a la manera del relato de Umberto Eco.