La Moralidad es un arma, un arma de control social.

Fotografía Tommy Ingberg

La mayoría de psicólogos con un enfoque evolucionista coinciden en que la moralidad es un instrumento biológico/cultural para la cooperación de los grupos humanos. Una alternativa o variante es la hipótesis de Robert Kurzban y Peter de Scioli que propone que la moralidad es una herramienta para escoger bando, para tomar partido.

Y precisamente Rob Kurzban acaba de publicar un artículo en Aporia Magazine que voy a citar con bastante extensión y comentar porque es realmente interesante (toca también este tema de que la moralidad sirve para tomar partido pero no hablaré de ello). El artículo comienza así:

Los cínicos dirán que la Regla de Oro consiste en que quien tiene el oro hace las reglas.

Hay algo de verdad en esto, y hay un corolario: cuando la gente con el oro hace las reglas, a menudo hacen reglas que les traen más oro. La historia lo demuestra.”

Y es verdad que el que tiene el poder hace las normas morales pero opino que también es verdad que la causalidad va en las dos direcciones, es decir, que el que hace las normas sociales (o quien consigue cambiarlas o crear nuevas normas) consigue el poder. El poder moral se puede imponer al poder económico o político en determinadas circunstancias.

Kurzban hace este resumen de cómo funciona la moralidad y la justicia humana:

Fotografía Tommi Ingberg

“Alguien acusa a otra persona de hacer algo malo, ilegal o inmoral. Esa persona es el acusado. Terceras partes en el conflicto (por ejemplo, miembros imparciales de la comunidad) deciden de qué lado se ponen. Estas terceras partes observan las pruebas, centrándose en los hechos, no en las identidades del acusado y el acusador, que es el ámbito de la lealtad y no de la moralidad. Entonces, si un número suficiente de terceros se pone en contra del acusado, lo atacan y castigan, ya sea colectivamente o a través de un representante como la policía o los tribunales. Si la acusación se hace ante un tribunal formal, el Estado ejecuta el castigo mediante, por ejemplo, multas o penas de prisión. Si la acusación se hace de manera informal -en una fiesta o en las redes sociales- entonces el grupo ejecuta el castigo. El tipo concreto de castigo varía e incluye la censura social (como la marca con una letra escarlata), insultos desagradables, ostracismo, lapidación pública, ahorcamiento, etcétera.”

Lo que es crucial reconocer en este relato es que todas y cada una de las nuevas normas que se acuñan -ya sea un tabú informal o un estatuto de derecho penal- suponen una amenaza de ataque a todo aquel que pueda ser acusado de infringir la nueva norma. Así es como funcionan las leyes y la moral. Por ejemplo, puede que ayer estuviera bien decir la palabra “espléndido”, pero hoy se ha extendido un tabú y cualquiera que sea sorprendido diciéndola será perseguido y avergonzado. Es decir, la creación de nuevas normas morales crea nuevas amenazas y nuevas formas de ataque para ser utilizadas por quienes detentan el poder. Este hecho no es más que una consecuencia de la forma en que funcionan la moral y la ley.

La acuñación de nuevas normas morales es un poder en sí mismo, el poder moral. “Según este punto de vista, la capacidad de persuadir a los demás de que algún acto previamente aceptable está “mal” representa un enorme poder. La moral es un arma. Esto es así porque las intuiciones morales humanas nos dicen que es aceptable, incluso necesario, hacer daño a quienes realizan acciones prohibidas,  “inmorales” o “equivocadas”. Acuñar un tabú moral es acuñar una amenaza condicional: si haces esto, terceros te harán daño y, cuando lo hagan, contarán con el respaldo de otros terceros, por lo que podrán hacerte daño impunemente. (Algunas normas morales van más allá de las prohibiciones y se convierten en deberes: si no haces esto -encender una vela, recitar un juramento, matar al infiel, etc.- entonces te haremos daño). A lo largo de la historia, los ataques morales han hecho a algunas personas poderosas, a otras ricas y a muchas muertas.”

Así que los que son acusados de romper las normas pueden ser atacados. Pero la cosa es más grave que esto:

Fotografía Tommi Ingberg

Lo más sencillo es que la gente en el poder puede diseñar nuevas normas. Pueden acuñar normas que favorezcan sus intereses. Los líderes religiosos podrían acuñar normas contra la herejía. Los ricos podrían acuñar normas contra los impuestos. Los matrimonios influyentes pueden acuñar normas contra las relaciones sexuales fuera del matrimonio. En general, la gente intenta aplicar normas que favorezcan sus intereses o los de su grupo”.

En definitiva, las personas que mandan, los que tienen el poder, pueden alterar el funcionamiento de la justicia y hacer que no sea ciega e imparcial. En la última parte del artículo Kurzban critica el movimiento de la Justicia Social (comúnmente conocido como ideología woke) y a los progresistas pero no quiero entrar en ello. Me interesa profundizar un poco en las consecuencias que se derivan del hecho central que hemos comentado: que la moral es un arma y de cómo esto puede ser utilizado tanto por progresistas como por conservadores dependiendo de quién esté en el poder.

Un primer comentario es que se entiende muy bien cómo los que están en el poder crean normas que les favorecen. Los Reyes de la época feudal y los Emperadores buscaron siempre la legitimación que otorgaba el poder moral de la época (la Iglesia Católica y el Papa) para afianzar su poder y evitar ser derribados. Pero lo que no veo tan claro es cómo personas o colectivos que inicialmente no están en el poder consiguen cambiar las normas a su favor y de qué factores depende el éxito en cambiar las normas o en añadir nuevas normas morales al acervo moral de la sociedad. Por ilustrarlo con un ejemplo: ¿cómo han conseguido los activistas trans imponer su ideología -una ideología en principio minoritaria- de forma que algo que previamente era normal y no estaba moralizado -afirmar que una mujer es la hembra de la especie humana- se convierte en una transgresión, en un tabú, y seguir afirmando esto puede ahora suponer un ataque para la persona que lo afirme. Se ha impuesto una etiqueta, la de transfobo, que indica una maldad moral que lleva aparejada la posibilidad de un castigo.

Una posible explicación es que grupos minoritarios van poco a poco infiltrándose en el poder ya existente hasta que consiguen cambiar las normas. Hablando del movimiento woke y de forma muy simplista, podemos decir que se inicia en las universidades estadounidenses y de ahí salta a los medios de comunicación, a las instituciones políticas, etc., a medida que los estudiantes van integrándose en la sociedad y llevando con ellos la nueva ideología. Otra explicación es que existe una competición entre las élites (concepto de superproducción de élites de Peter Turchin)  y que en esa lucha entre élites por el poder, un subgrupo decide tomar la bandera de una nueva ideología moral para desplazar a sus competidores.

Sea como sea, es evidente que las narrativas o historias “oficiales” con las que las élites y los medios de comunicación tradicionales nos han ido alimentando en los últimos años incluyen todas un “blindaje moral” que las hace incriticables. En la pandemia Covid había muchas cosas que criticar (por ejemplo la negación de la inmunidad natural, obligar a gente que había pasado la enfermedad a vacunarse, insistir en la utilización de pasaportes vacunales cuando ya se sabía que las vacunas no contaban la transmisión y muchas otras cosas. Pero atreverse a criticar estas actuaciones te colocaba en el bando de “los antivacunas” y de los “mataabuelas”…y evidentemente nadie quiere ser el malo de la película. Con la guerra de Ucrania ocurre lo mismo: el relato oficial es que Putin iba a invadir toda Europa y por supuesto la ampliación de la OTAN no tiene nada que ver, etc. Criticar la actuación de los EEUU y de la narrativa oficial suponía, de nuevo, ser acusado de pro-Putin o pro-ruso, que es exactamente lo mismo que ser calificado de pro-Hitler…La lista de temas en las que se usa esta misma estrategia de control social por medio de la moral sería interminable. En mi opinión es muy acertada la explicación de Kurzban de que los que mandan apuntan con su armamento moral a la población y a los rivales. Y nadie puede desmontar esa estrategia y salirse del guión.

Un segundo comentario sería que esta utilización de la moral como arma de control social (control de la población en general y control de los grupos/partidos rivales dentro de una sociedad) bloquea el funcionamiento democrático de una colectividad. Kurzban señala que bloquea el funcionamiento de la justicia pero también el del sistema democrático. En el momento que a mis rivales les califico de transfobos, machistas, negacionistas, fascistas, etc., el debate de las ideas y de los argumentos queda colapsado. Todas las personas o grupos que no comulgan con nuestra doctrina o credo pasan a ser malos moralmente, demonios, Hitlers…y con el demonio no se negocia ni se llega a compromisos. El grupo que consigue el poder moral ya no necesita argumentar o defender sus posiciones con datos y argumentos, lo único que necesita es arrojar esas etiquetas o insultos morales a los adversarios, unas etiquetas que funcionan como clavos que fijan a la cruz a los herejes que se atreven a discutir los dogmas establecidos.

En definitiva, creo que los puntos que trata Kurzban en este artículo son muy importantes para entender el funcionamiento moral de una sociedad. Os recomiendo a todos una lectura detallada del mismo.

“Moralidad y. otras armas” . Rob Kurzban. Aporia Magazine.

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