Construir el agua

Las aguas – dice Bachelard en su texto El agua y los sueños (1942, en traducción de la escritora Ida Vitale)– no construyen verdaderas mentiras; dando a entender con ello la amplia categoría de mentiras que podemos descubrir en la vida y en el agua: mentiras falsas, mentiras auténticas y verdaderas, medias mentiras, mentirijillas y mentiras mendaces y pavorosas. Es necesario un alma muy perturbada y muy atormentada para que de veras se engañe con los espejismos del río. Que es casi otra metáfora mentirosa. Esto es, las aguas no engañan, ni nos engañan; los engaños los provocamos nosotros desde nuestra superficialidad contemporánea y desde nuestros aires modernos. O desde nuestra esencia terrera.

La propuesta citada de Gaston Bachelard, es la de subrayar todo lo que ignoramos –que es otra forma de engañarnos–, verificando un recorrido poético por ese enjambre misterioso que organiza la vida. Y así distingue el francés, entre las aguas claras, las aguas primaverales, las aguas corrientes, las aguas estancadas, las aguas muertas, las aguas dulces y las saladas, las aguas reflejantes, las aguas de purificación, las aguas profundas y las aguas tempestuosas. De ellas, de las aguas –que ya son varías y no una, como tantas otras cosas – dice Cirlot en el Diccionario de Simbólos que “tanto si las tomamos como simbolos del inconsciente colectivo o personalizado, como si las vemos en su función mediadora y disolvente, es evidente que su estado expresa el grado de tensión, el carácter y el aspecto con que la agonía acuática se reviste, para decir, con mayor claridad a la conciencia, lo exacto de su mensaje”.

Fotografía Samantha Fortenberry_

Frente a la ambivalencia bachelardiana por la certeza y por el saber, contrasta la creencia que sustentamos de saberlo todo sobre el agua, como reflejan cientos de tópicos del refranero y decenas de dichos populares procedentes de la Paremiología. Más aún, se dice de algo que es evidente y meridiano, que es, o que está claro como el agua. Confundiendo la calidad de su transparencia y de su visibilidad con su entendimiento y su claridad conceptual. Y ese entendimiento del agua, se aposentaba en su anterior abundancia. La creencia de la abundancia, del agua producía esa inmediatez del conocimiento y nadie preguntaba por los enigmas del agua al ser algo común y frecuente. Nadie se interroga por lo ordinario y extendido y común, y sólo merece nuestra atención lo raro y escaso y lo excepcional. Como el agua abunda , hemos creído en su carácter consuetudinario y nada excepcional y por ello hemos creido saberlo todo sobre ella.

Anderson. David hocney

Hace algunos años y con motivo del XXI Congreso de la International Water Supply Asociation, se publicó en España en 1997, un libro excelente denominado Imágen del Agua, que era un recorrido por la presencia del agua en la cultura; particularmente en la literatura y en la pintura. Casi como un anticipo de que se escribe y se pinta lo que se extingue y desaparece, como decía Machado de “que se canta lo que se va yendo y desaparece”. Desde poemas variados de Ibn Said del siglo XIII (“¡Que bello el surtidor que apedrea el cielo/ con estrellas errantes que saltan como ágiles acróbatas¡”), hasta las explicaciones del Capítulo IV del Génesis (“Salía de Eden un rio que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos”). Igualmente, podíamos descubrir el Narciso de Caravaggio, el Aguador de Sevilla de Velázquez, un Baño de Juan Navarro Baldeweg o de Degas, la Fuente de la Mezquita de Sorolla o la Fuente de Fernando Zóbel. Todo ello para dar a entender la condición cambiante y misteriosa de las aguas libres o domesticadas, de las aguas dormidas y de las aguas despiertas. De las aguas enigmáticas y de las aguas escurridizas. Como presintiendo ya desde la Pintura y desde la Creación lo que años más tarde la Ciencia se atrevería a confesar: su desconocimiento y su zozobra.

De ello, de la dimensión pictórica de algunas aguas, tuve ocasión de escribir sobre las aguas y la Lluvia. “La pertenencia de la lluvia al universo de las aguas diversas y plurales, hace que participe de sus características complejas, desde la peculiaridad que supone su propia esencia desviada… Particularidad de la lluvia que en el diccionario Espasa-Calpe emerge sólo con tres anotaciones temáticas, las referidas a la historia de las religiones, a la iconografía americana y la estrictamente metereológica”. Incluso la idea de movimiento que se añade al líquido como algo invisible e inasible. “Movimientos que podríamos conectar con las posiciones de Kapp y de Hegel. Aquél con su división de la historia en tres fases; potámica, talásica y oceánica. Y éste con la descripción de la relación de una topografía y una forma de Espíritu y Estado: la meseta, el valle y la costa. Tres posiciones, pues del agua, como los tres estados de la materia en que puede presentarse”. Por ello fijaba, Fernández Polanco en el referido texto El agua en la pintura dentro de Imágen del Agua, un primer movimiento de aguas verticales: el pozo, la fuente, la lluvia-, un segundo movimiento horizontal: el lago, el río, el mar y el canal y terminaba con una tercera opción de movimiento diagonal, que exige una mirada oblicua y misteriosa. No se, si la ubicación de la lluvia es justamente la del paseo vertical del primer apartado, o si por contra merece estar alojada en la mirada oblicua que aplaza y atiende. Rara vez la lluvia verifica ese movimiento en posición vertical y en sentido inverso a la otra lluvia invertida que es la evaporación. Desde estas dudas de ubicación de la lluvia en el universo de las Aguas, se puede releer a Bachelard cuando apuntaba: “Hay gotas que cayendo del follaje después de la tormenta parpadean de igual modo y hacen temblar la luz y el cristal de las aguas. Al verlas, se les escucha temblar”.

Marina Bay Sands. Singapur

Por ello, no me sorprende haber leído hace algún tiempo un trabajo de la revista Nature en el que se concluye que los nuevos estudios sobre el agua subrayan su rareza y su excentricidad. Más aún, apunta Philip Ball, cuanto más se estudia el agua, se hace más misteriosa. Frente al esquematismo del H2O de nuestra química elemental de bachillerato; frente a la leyenda inundada de Noé y su Arca flotante; frente a la lluvia que cae monótona sobre el cristal empañado de la clase del poema machadiano y frente al misterio de su presencia/ausencia; frente a la definición vieja de ‘incolora, inodora e insípida’, algunos físicos llegan a creer que las peculiaridades del agua sólo se pueden explicar si se supone que ésta puede existir, no como un líquido, sino como dos. Parte de esa rareza se acentúa con el frío, como ya demostró Austen Angell, al enfriarla por debajo de los treinta y ocho grados bajo cero y manteniéndola líquida, comprobó, que el agua podía tener ‘propiedades improbables’. Qué fantasía de un científico digna de un relato de misterio: un elemento, un cuerpo o un material con ‘propiedades improbables’. Tener tales propiedades improbables, es, casi como no tenerlas, o carecer de ellas. Algunas de estas rarezas acumuladas, se constatan si llegamos a conocer que ese agua solidificada es también algo improbable: ya que pueden existir hasta once tipos o estados diferentes de hielo; que ya no sabemos si es el agua en estado sólido u otra cosa más improbable aún. Haciendo buena la diversidad de las denominaciones del ‘color blanco’ en boca de los esquimales, que llegan a diferenciar, justamente, once tonos o variaciones de lo blanco. Aprendidas y dictadas por la supervivencia necesaria para distinguir el hielo quebradizo, del hielo sólido a la pisada; de la nevisca fatal a la nieve complaciente; de la pura nieve caída al pelaje camuflado de un oso tremendo.

Loewy House

En esta onda del agua (¿pero es una onda o es un corpúsculo?), releo en esa revista tan sorprendente, y ya desaparecida, como fue Colors, que dedicaba su número 31 al Agua, releo y medito los misterios del agua. Las propuestas de conocimiento que solían hacernos desde las filas del fotográfo y alma-mater de la revista, Oliviero Toscani, es un bloque temático de preguntas visuales con algunas respuestas; pero no siempre contestan ellos, hay veces que le toca al lector aportar su respuesta o hundirse en el más denso de los silencios blancos. Ahora con el agua nos proponen dieciseis grupos que van desde los Desastres (inundaciones, crecidas y avenidas), a las Compras (crecientes demanda de aguas etiquetadas y envasadas), pasando por las aguas de diseño, el empleo y los peregrinos. Todo ello acompañado con un editorial que nos invita a cosas improbables aunque, tal vez, ciertas. Comprarnos una cama de agua para tener un depósito de 1.500 litros en casa, como anticipo de un futuro en el que las reservas de aguas se agotarán y todo cambiará. El agua potable será tan escasa que estará custodiada por los ejercitos. Las últimas reservas seran transportadas en camiones blindados. La gente matará por una gota de agua. Y la improbabilidad científica del agua se habrá transformado en su imposibilidad.

En 2008 la Exposición Internacional de Zaragoza, ofreció una reflexión sobre la importancia del Agua, bajo la rúbrica de ‘Agua y desarrollo sostenible’, que quería mostrar, a visitantes y participantes, la preocupación por el agua en el mundo contemporáneo, en unos momentos presididos por severas restricciones en los recursos potables disponibles al consumo humano, y por una significativa inflexión en la secuencia del Cambio Climático. No sé qué quedará de todo ello, once años después, más allá de algunos pabellones y edificios en desuso, de la reflexión de la Economía del Agua en momentos de transformaciones abiertas.

La pileta. Leandor Erlich, 1999

El pasado fin de semana el suplemento Babelia, en un verano tan intenso como seco, este del 2019, recogía materiales para otro ensayo, aunque este de estirpe artística, que denominaba en su portada Piscinas: trampolines hacia el arte. Y que configuraban sendos trabajo de Ángela Molina (Paraísos artificiales) y Anatxu Zabalbescoa (Construir un espacio para el agua). Trabajos que dejaban ver la artificialidad de los paraísos exhibidos, en la medida en que las miradas capturadas de pintores, cineastas y arquitectos, estaban referidas a ese recinto tan simbólico como recreativo que es la piscina contemporánea. La piscina como nuevo espacio donde oficiar algunos ritos actuales, algunos vivos, otros muy deteriorados.

Nice Pools. Slimt Aarons

Piscina enfatizada y reforzada en la redondez tópica del verano de Babelia, cuyo epitome por excelencia sea la pintura de David Hockney The big Splash (1967). Pieza en la estela del Pop-Art que deja ver algunas de las obsesiones particulares de su autor, natural de un Bradford brumoso, británico y nublado, pero añorante de las imágenes coloridas y soleadas de la California brillante y satinada de los primeros sesenta. Aunque yo me inclino más por elegir las piscinas parisinas del Hotel Molitor, no sólo por su carácter público, frente a la privacidad de las piezas californianas, sino por el gesto simbólico de que allí, y en fechas tan tempranas como el 5 de julio de 1946, el ingeniero francés Louis Rèard presentó la primicia de un bañador de dos piezas. Que acabó denominando Bikini, en consideración a la coincidencia temporal con las pruebas nucleares que, los Estados Unidos ultimaban en el atolón del Pacífico, Bikini. Una pieza llamada al escándalo inicial pero que acabaría marcando el devenir de playas y pisicinas.

Obsesiones por el agua domesticada y enlatada entre gresites azules que, obviamente, no fueron sólo de David Hockney, sino de una sociedad sedienta de metáforas de agua, sol y bañistas bien alimentados. Imaginario que llevaría a Hockney al ensimismamiento de las aguas domesticadas en piscinas formidables y suntuosas que ya eran iconos de la prosperidad americana del American way of life y de un nutrido Olimpo de vestales en bañadores Jantzen, como mostrara Doris Day en Suave como el visón (1962, Delmer Daves), y como nos han venido mostrando fotógrafos del canon de la moda como Slim Aaron y fotográfos de arquitectura como Julius Schulmann. Fotógrafos que capturaban las casas californianas de Palm Springs, con piscinas centrales y cinematográficas, diseñadas por Richard Neutra o por Albert Frey y que cerraron el ideario feliz de esos años azules y amarillos.

Relaxing at ake Tahoe. Slim Aarons

Bien diferente, por cierto, el mundo acuático hockneyniano, de otras referencias que nos proporciona Ángela Molina en su trabajo, desde el tótem del dúo nórdico Elmgreen&Dragset, de una piscina arriñonada y levitante en el Rockfeller Center, como un producto financiero más; a la metáfora de la transparencia imposible del argentino Leandro Erlich, que nos hace confundir el exterior con el interior y lo profundo con lo superficial. Y que contrastan con las piezas especificadas antes en Imagen del agua. Por no hablar del carácter a contracorriente de la pintura de Aleksandr Deineka, donde ahora los artífices de las aguas y sus méritos hidráulicos, son los recios proletarios de la URSS que disfrutan de placeres parecidos a los capitalistas de la imperial California, justo en los años finales de la Guerra Fría, y que exhiben cuerpos tan turgentes y bronceados como las chicas de moda.

Pintura de Aleksandr Deineka

Otro carácter tiene (y en sentido inverso, no lo vital sino lo mortuorio) la imagen final de Sunset boulevard (Billy Wilder, 1950), donde, William Holden flota muerto en las aguas dóciles de la piscina soñada por tantos espectadores europeos y americanos. Aguas dóciles y dormidas, que ahora ya son aguas mortuorias y aguas del adiós final, al tiempo que nos cuenta cómo llegó a suspirar, pelear y vivir, por alcanzar ese bien húmedo, justo lo que ahora es el recinto de su propia muerte acuática. Un raro ataúd de gresites y agua depurada. Como si Wilder hubiera tenido presente algunas de las conclusiones desplegadas por Gastón Bachelard, en su trabajo El agua y los sueños. Donde Bachelard desarrolla sugerencias lejanas de los tópicos habituales del Agua como ocio, como lujo, como placer, como fuente de la vida, como ámbito del deporte y como representación simbólica. Y así nos propone el carácter especular y tanatológico: desde Narciso que se mira a sí mismo, hasta Caronte que pasea las almas muertas, incluso desde ese viaje juvenil y femenino de la muerte de Ofelia. Todo ello en la medida, en que el Agua tiene esas matrices ocultas de la muerte juvenil y femenina.

Ese mismo carácter de la marginalidad pasada, de lo que hoy se exhibe como trofeo elocuente, se produce en el trabajo de 1988, de Alain Corbin, El territorio del vacío. Occidente y la invención de la playa (1750-1830). Para hacernos ver como la plenitud saturada y espléndida de las playas contemporáneas (asunto paralelo a las afamadas piscinas), tuvieron un pasado oscuro, marginal, denso y pestilente, que componía el reverso de las imágenes actuales de playas coloristas, populares o elitistas, pero siempre sonrientes y erotizadas. La Playa como meta del ocio programado y como metáfora de los Nuevos Campos Elíseos.

Compass Pools. London-Infinity News

Es decir hay unas posibilidades de indagación en la historia de la pintura que eluden claramente la centralidad banal y actual de nuestras piscinas amazacotadas propia de las pasadas Piscinas Sindicales, por mucho glamour que se deposite en sus ocupantes y bañistas más actualizados. Y es que los tratamientos de aguas o tomar las aguas, más fueron antes una terapia hidrotermal y un tratamiento curativo, que una pasarela para la exhibición de cuerpos bronceados, tatuados y recauchutados. Esa es la distancia que puede existir entre los balnearios y termas de la pintura histórica de frigidarios romanos de Alma Tadema o de los serrallos de Jean Leon Jerôme, y las piezas citadas de David Hockney. Por no hablar de algunas de las fotografías de Slim Aarons o de Samantha Fortenberry.

El Venero. Slim Aarons

Algo parecido puede decirse de las últimas obsesiones arquitectónicas (¿…?) que declinan un tiempo de la exageración por fijar la imposibilidad de un baño fuera del espacio y fuera del tiempo. No ya las imágenes de las piscinas apacibles de Matosinhos en Leça de Palmeira de Siza Vieira, las playa Martiánez de Puerto de la Cruz de Cesar Manrique o las reconocidas termas de Valls de Peter Zumthor. Ahora la pretensión es antigravitatoria y futurista. Vasos de cristal de seguridad colgados a la irreal altura de 200 metros sobre un acantilado de un fiordo noruego, como hace el arquitecto turco Hairi Atak. Piscinas como la ideada por Compass Pools, para coronar un edificio a 200 metros del cielo londinense con 600.000 litros de agua y la sensación ofrecida por la Marina Bay Sands de Singapur: un baño en los cielos.

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