Siempre admiré a esos protagonistas de películas del oeste que a pesar de ser víctimas de una flagrante injusticia, guardan un prolongado e incómodo silencio en espera de que la verdad se imponga y acaben triunfando el bien y la justicia. Te entran unas ganas de decirle, habla chaval, cuéntalo todo, que se enteren, pero no, ellos soportan con mudo estoicismo la irritante injusticia, aguantan palos y ofensas, heridas y agravios en un silencio angustioso y heroico. Esa es una extraña virtud que pocos poseen. Ni siquiera los héroes griegos, tan locuaces ellos.
En el lado contrario estaría la verbosidad neurótica de los personajes de Woody Allen. Somos muchos más los que padecemos este defecto. Es más algunos no es que tengamos facilidad de palabra, sino dificultad para callarnos. Y no podemos evitarlo, pese a ser saber de sobra lo de la boca cerrada y la oveja que bala.
Pero, ¿qué es mejor para sentirnos bien, ser buenas personas y salir airosos de las adversidades de la vida?, ¿ser como los héroes del oeste o soltar por las bravas lo que te salga de los “testículos” del alma?
Son muchos los sabios que nos han advertido contra los excesos verbales. Por ejemplo, Bioy Casares decía que hablar excesivamente en una falta de respeto a la humanidad. Pero también hay científicos que han demostrado que las personas “alexitímicas”, es decir incapaces de expresar con palabras lo que sienten, que se guardan para sus adentros sus cuitas y emociones, sufren más estrés, angustia, depresión, toxicomanías, trastornos psicosomáticos, e incluso se cree que cánceres. ¿Así pues que es mejor?
Lo sensato sería alcanzar un punto de equilibrio entre hablar cuando se quiere y se puede, y callar cuando se debe, es decir equilibrar las tres potencias de la razón práctica: querer, poder y deber. Pero eso no es fácil de conseguir y menos aun de sostener en una sociedad-red como la que convivimos, plena de verbosidades intrascendentes, de locuacidades impúdicas, de obscenidades virtuales, en el que el uso de la imagen –exceso, de la imagen-multiplicidad tiende a sustituir al uso juicioso y mesurado de la palabra, el instrumento más versátil, inteligente y eficaz que hemos creado los seres humanos, ¿o es al revés, acaso ha sido la palabra la que nos ha creado a nosotros? No olvidemos que la humanidad moderna es causa y consecuencia de la palabra, el instrumento más potente y creativo, pero también el más peligroso y destructivo de cuantos se han inventado.
Así que, entre el callo luego sufro y el hablo luego yerro, lo mejor sería imitar a los héroes del oeste: usar los silencios para corregir los errores de las palabras y usar las palabras para corregir los errores de los silencios.