“La gente es siempre igual, son las canciones las que pasan.” Leer esta frase de Pla y de pronto recordar aquella película de Ettore Scola, “Le Bal“, donde la idea es idéntica. Los mismos personajes aparecen en el salón de baile, en cada época, con atuendos distintos, con papeles diferentes, intercambiados. Interaccionan, bailan al ritmo de la música de moda y se van. El siglo entero pasa por ese salón a través del ritmo de las canciones.

Los personajes se miran al espejo, se acicalan para ser lo que quieren ser o alcanzar algún sueño, más o menos pequeño o quizá grande. Se observan, se atraen, se rechazan, intentan amarse,  simulan, se envidian, se ayudan, desaparecen. Están solos o forman parte de grupos en equilibrios inestables pero necesarios. El salón permanece constante, quizá sólo decorado con los abalorios y el aire del tiempo histórico concreto en el que el baile se produce.

Las emociones del espectador se dejan llevar por las melodías,  se enredan en los personajes que se transforman y a la vez permanecen. Cuando al fin el baile se detiene,  la ternura, la fragilidad, la melancolía, la esperanza, la compresión, la inquietud o la irritación, forman una niebla muy densa, que tratamos de despejar saliendo a la calle, quizá encendiendo un cigarrillo para hacer algo con las manos, para respirar un olor que nos lleve a algún sitio conocido, a otro salón donde quizá podamos bailar con alguien que nos guste o nos proteja o nos convenza de que no estamos del todo solos o de que el baile puede no haber terminado todavía.

La gente es siempre igual. Son las canciones las que pasan.

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