Por ejemplo, esta noche de Agosto

Por ejemplo, esta noche de Agosto.

Esperar a que refresque la madrugada en alguna colina cercana, un poco lejos de todo, suspendidos en la conciencia de que la luz de esas estrellas que brillan en el cielo lleva viajando un tiempo inconcebible para nuestras vidas y quizá sea sólo un destello de algo que ya no existe o se convirtió en otra cosa hace cientos o miles de años cuando también los contemplaban otros ojos muy parecidos a los nuestros.

Y con cada Perseida conjurarse en que nunca más mataremos el tiempo ni permitiremos que nadie nos los robe; que no nos dejaremos perturbar por asuntos estúpidos o irrelevantes, ni nos invadirán los que no nos quieren, ni nos gustan, porque nunca más reclamaremos su aprobación ni nos afectarán sus creencias ni sus reproches; que no dejaremos para más tarde lo que juzgamos más importante o más gozoso, ni viviremos más de lo imprescindible como no nos gusta.

Con cada Perseida esta noche…

I

La mayor parte de los mortales, Paulino, se queja de la malevolencia de la naturaleza porque nos engendra para un período escaso, y ese tiempo concedido se nos pasa tan rápido y veloz que, exceptuando a muy pocos, al resto le abandona la vida durante los propios preparativos de la vida. De esa desgracia tenida por común no sólo se queja la gente y el vulgo ignorante; también su sentimiento ha suscitado las lamentaciones de los hombres esclarecidos. De ahí esa exclamación del mayor de los médicos: «La vida es breve y el arte larga». De ahí el litigio, impropio de un hombre sabio, del exigente Aristóteles contra la naturaleza: «Por ser tan concesiva en la edad de los animales, que les asigna hasta cinco o diez generaciones, y al hombre, nacido para tantas y tan grandes cosas, le señala un término mucho más corto». No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho. La vida es lo bastante larga y, si toda ella se invierte bien, se concede con la amplitud necesaria para la consecución de la mayor parte de las cosas. Pero si transcurre entre exceso y negligencia, y no se emplea en nada bueno, sólo cuando nos oprime la última hora sentimos que se va lo que no comprendimos que pasaba. Lo que significa que no recibimos una vida breve, sino que la abreviamos; y que no somos indigentes de vida, sino derrochadores. Así como riquezas abundantes y propias de un rey, si caen en mal dueño, al momento se disipan, y una fortuna módica, si la lleva un buen gestor, crece al usarla, así nuestro tiempo de vida rinde mucho a quien lo administra bien.

III

Si bien todos los ingenios que alguna vez brillaron muestran unanimidad al respecto, nunca se admirará lo bastante esa obcecación de las mentes humanas. A nadie le consienten que ocupe sus propiedades y, si surge el menor conflicto sobre los linderos, recurren a las piedras y las armas; en cambio, permiten que otros se introduzcan en su propia vida, más aún, ellos mismos introducen a sus futuros poseedores. A nadie se hallará que quiera compartir su dinero; ahora bien, ¡con cuántos reparte cada cual su vida! Son de puño cerrado a la hora de mantener el patrimonio y, a la vez, llegado el momento de perder el tiempo, son generosísimos con lo único con lo que la avaricia es honesta. Así que da ganas de argumentar a uno de la multitud de ancianos: «Vemos que has llegado al extremo de la edad humana, gravita sobre ti el centésimo año o más, venga, haz recuento de tu edad. Calcula cuánto de ese tiempo se ha llevado el acreedor, cuánto la amiga, cuánto el rey, cuánto el cliente, cuánto los pleitos conyugales, cuánto la sujeción de los esclavos, cuánto el vagar oficioso por la ciudad. Añade las enfermedades que nos causamos nosotros mismos y el tiempo inutilizado. Verás que dispones de menos años de los que cuentas. Haz memoria de cuándo estuviste seguro de tu propósito, cuántos días se desarrollaron como los habías programado, cuándo dispusiste de ti mismo, cuándo permaneció tu rostro inmutable y tu ánimo indemne, qué has hecho en tan largo tiempo, cuántos saquearon tu vida sin que sintieras la pérdida, cuánto se llevó el dolor vano, la alegría estúpida, el ávido deseo, los cumplidos, y qué poco ha quedado de lo tuyo. Comprenderás que mueres antes de tiempo». ¿Cuál es entonces la causa de todo eso? Vivís como si fuerais a vivir siempre, nunca recordáis vuestra fragilidad, no observáis cuánto tiempo ha pasado ya. Lo perdéis como si dispusierais deun depósito lleno y rebosante, cuando puede que precisamente ese día dedicado a un hombre o una cosa sea el último. Teméis todo, como si fuerais mortales, y deseáis todo, como si fuerais inmortales. Oirás decir a la mayoría: «A los cincuenta años me jubilaré, a los sesenta años me retiraré». ¿Qué garantía tienes de una vida tan larga? ¿Quién permitirá que sea como dispones? ¿No te da reparo reservarte los restos de la vida y destinar a la sana reflexión sólo el tiempo que no puede emplearse en otra cosa? ¡Qué tarde es empezar a vivir cuando hay que terminar! ¡Qué estúpido olvido de la mortalidad es diferir hasta los cincuenta o sesenta años los buenos propósitos y querer iniciar la vida allá donde pocos llegaron!

SÉNECA “Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad” (Seguir leyendo)

Libro completo

Pinturas: Lawrence Alma Tadema

Etiquetado en
Para seguir disfrutando de Ramón González Correales
Participa en la conversación

1 Comentarios

  1. says: Jesus J de la Gándara Martín

    Como carta a Lucilio lo recibo, amigo.

    Te deseo que se cumpla tu vida con mesura y dignidad; y mientras tanto, como él diría, “consérvate bueno”

Leave a comment
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *