Días de oleaje, de marejada. De azucenas blancas coronando la inquietud del mar. Las olas son agua entusiasmada, apasionada y efímera, que genera atracción, seducción y riesgo. Por eso, como alguien dijo, si te revuelca una ola procura que sea joven y ardiente, y que te deje el cuerpo molido y el corazón más grande. Seguro que, como el primer amor, como el primer beso, todos tenemos una primera ola que contar, ¿recuerdas la tuya? Si es así aprovecha el día de San Valentín, para recordarla y compartirla. No desprecies esa marejada de corazones rojos que cada año inunda los hipermercados, aunque sea con una cosa parecida al amor. Si todavía lo sientes, celébralo.
Pero en realidad, yo quería hablar de otra cosa y me he ido por la onda poética. No en vano el oleaje, la marejada, es una metáfora universal.
Llevamos días, meses, años viviendo en plena marejadilla política, financiera, legal, laboral, migratoria. El mundo entero, el país, la provincia, la ciudad, todos estamos sometidos a los vaivenes caprichosos de no se sabe bien qué fenómenos sumergidos, qué potencias subterráneas, que hacen que el mundo se agite y tiemble, y que los ciudadanos nos sintamos inquietos y amenazados, pues no entendemos lo que sucede, ni comprendemos el idioma de esos analistas y expertos, que más que sabios parecen doctores en ciencias inexactas. Nosotros solo vemos la espuma cenagosa que inunda los noticiarios, y nos sentimos desconcertados e indefensos, y queremos que vengan olas fuertes y entusiastas, que limpien las playas corrompidas y remuevan los cimientos cenagosos de los litorales.
Mas, como parece que esos ansiados anhelos son aun más espumosos que las olas del mar, mejor volver a la metáfora amorosa. No en vano, si tienes amor, qué poco importa el resto de las cosas, y si no tienes amor, el resto de las cosas qué poco importa. Temamos pues que lleguen esos días en que no haya oleaje en nuestras vidas, cuando ya todo sea quietud y silencio, pues igual que la mar seguirá viva mientras tenga olas que contar, de la misma manera los corazones de las personas seguirán vivos mientras sientan que aun pueden esperar un siempre y regalar un todavía.
*Las fotografías de esta entrada son de Robert Doisneau, Paul Almásy y René Groebli