El Sur Hipotético

 

India

 

¿Y si en un futuro, no muy lejano, pero todavía de ciencia-ficción, inadvertidamente al principio, pero más visiblemente después, hasta convertirse en un fenómeno demográfico contundente, el éxodo empieza a dar la vuelta, la migración del revés, y los ciudadanos del Norte, masivamente hartos, cansados y roídos por la mala conciencia, compran billetes de sólo ida para el Hemisferio Sur, real o hipotético, cualquier Sur, Cuba, Patagonia, Malasia, Nueva Zelanda, Madagascar, Ghana, Algeciras, al otro lado, en todo caso, de la “brecha digital”, lejos de Internet, lejos de los negocios, lejos del terrorismo internacional, lejos de las marcas y de los logos, a tres mil kilómetros del índice Dow Jones, del índice Nikkei, del Ibex 35 o del Nasdaq, para vivir pobremente, pero vivir parsimoniosamente, sin prisas, sin polución y sin culpas, como nuevos indígenas, mezclando las razas, dejándose picar por las culebras, follando sin precauciones, cortejando a la tierra, caminando por las mañanas hasta el pozo, soplando (sin tener ni puta idea) las chimeneas en invierno, o bajo el monzón o el simún, comiendo frutas tropicales, reuniéndose por las noches a charlar, pintando la casa con colores vivos y haciendo música con instrumentos rudimentarios?

 

 

Sería toda una revolución, del estilo de la que anhelan los actuales partidarios del Decrecimiento, o de la que soñaba el lunático y sinvergüenza de Rousseau, pero, en realidad, no habría que renunciar a ninguno de los avances civilizatorios que puedan hacer algún bien a una vida sencilla: la electricidad, la medicina, la imprenta, la democracia, la bicicleta, la cortesía, el humor negro, etc., sin contar con lo todo aquello que se haya podido inventar para uso de la gente hasta ese momento futuro. En La India tienen una palabra, jugaad, que denomina el arte de repararlo todo, de arreglar cualquier cosa que en el Norte hayan dado por imposible: tú vas por las calles de Bombay con el móvil jodido, y no se te ocurra acudir a la casa de telefonía correspondiente, que lo da por perdido y te recomienda comprarte otro. En vez de eso, dáselo a un chaval que deambule por la calle, que se lo entrega a su padre o su tío y éste lo resucita con herramientas tercermundistas y técnica paciente. Pues esa puede ser la terapia apropiada para la cultura agonizante de dentro de unas décadas, el mundo que será de nuestros hijos y nietos: practicar con los desperdicios y los mamotretos del Norte un jugaad permanente, global, a ver qué pasa, a ver si enmendamos algo…

Lo siento, pero es que hoy tengo un día melancólico y buenrollista, al estilo Serrat / Benedetti:

 

 

Desde uno de tus patios haber mirado

las antiguas estrellas,

desde el banco de

la sombra haber mirado

esas luces dispersas

que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar

ni a ordenar en constelaciones,

haber sentido el circulo del agua

en el secreto aljibe,

el olor del jazmín y la madreselva,

el silencio del pájaro dormido,

el arco del zanguán, la humedad

–esas cosas, acaso, son el poema.

El Sur, Jorge Luís Borges

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