Esas preguntas que a veces hacen los niños, que nos puede preguntar cualquiera, quizá con una sonrisa de ironía en los labios: ¿para qué sirve leer un poema?, ¿para qué qué sirve leer un relato o una novela?, ¿para qué leer lo que se sabe que es inventado?, ¿para qué leer lo que la mayoría de la gente no lee y no parece pasarles nada, lo que no está claro que sea rentable, ni aporte un valor tangible que pueda ser apreciado por los otros o valorado en una entrevista de trabajo?. ¿Por qué perder el tiempo leyendo en vez de hacer cosas útiles, como ir al gimnasio o ver un partido de fútbol?
Esa pregunta que inquieta un poco, que obliga a pensar argumentos que no se encuentran tan sencillamente ni convencen con facilidad, que invita a tratar de recordar, a ir a la biblioteca a revisar algún libro o a hacer una búsqueda en Google para encontrar algunas frases felices que nos hagan salir del paso la próxima vez. La pregunta que casi irrita, que puede procurar una respuesta destemplada, excesiva, y por supuesto sospechosa de nuestros propios límites para justificar lo que hacemos durante tanto tiempo, todos los días, quizá ante la mirada extrañada de los otros que no terminan de comprendernos del todo.
Primero el placer. Tras construir un hábito, en algún momento de la infancia o la adolescencia, leer supone, sobre todo, un placer. Entretenerse, evadirse de la vida que se vive para vivir más vidas, quizá a veces percibidas como más auténticas o deseables, y compartir los motivos de muchos personajes que sentimos como verosímiles, distintos a nosotros; o para identificarnos con los que sentimos próximos y encontrar un apoyo, un modelo o lo que no queremos ser. La oportunidad de renovar la mirada y descubrir otras aventuras posibles en los que nos rodea, como hallar una lente que transforma la realidad que realmente vivimos y que siempre se antoja insuficiente. Otras conductas y experiencias, mejores o peores, que nos ayuden a elegir lo preferible, lo que puede ocultarse en apariencias o lo que hay que tener la paciencia para esperar.
Romper la soledad, abrirse a la intersubjetividad. Encontrar esa emoción en unas palabras que transforman la emoción y la convierten en un vínculo, en la consciencia de que hay otros que comparten algo que consideramos esencial, cómplices, interlocutores, los otros posibles que se desvelan y pueden escucharnos aunque no los conozcamos todavía. Las palabras que remiten a la memoria significativa que abre la puerta a la vida sentida como verdadera, esa intensidad que se escapa tan fácil, que no tenemos voluntariamente a mano. Y que es tan importante que alguien haga explícita para que otros puedan percibirla y comprenderla a su modo. Llaves que abren puertas, voces que despiertan animales dormidos.
Dice Harold Bloom: “Leer bien es uno de los mayores placeres que puede proporcionar la soledad, porque, al menos en mi experiencia, es el placer más curativo. Lo devuelve a uno a la otredad, sea la de uno mismo, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a serlo. La lectura imaginativa es encuentro con lo otro, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es imposible conocer bastante gente, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la comprensión imperfecta y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.” La posibilidad de la madurez: “Debemos soportar tanto el irnos de aquí como el haber llegado: la madurez lo es todo”.
También Bloom habla de la lectura como lucidez o refugio. Para prepararnos para los cambios, para lo que podría suceder y en último extremo siempre sucede. ( “Entre otras cosas, la lectura sirve para prepararnos para el cambio, y lamentablemente el cambio último es universal”) Lo que a veces puede proteger de alguna manera y a veces no. Nada es seguro. Como no es seguro lo que un mismo libro hace con diferentes personas, en lo que las convierte, lo que las mejora o empeora. “El valor social de la lectura los placeres de la lectura son más egoístas que sociales. Uno no puede mejorar directamente la vida de nadie leyendo mejor o más profundamente. Por tradición, la esperanza social siempre ha sido que el crecimiento de la imaginación individual estimulara el cuidado por los otros. Yo me mantengo escéptico respecto de la esperanza social, y tomo con gran cautela cualquier argumento que vincule los placeres de la lectura solitaria al bien público.”
Y por fin el qué leer, la necesidad de elegir lo que se cree mejor sin reglas del todo claras o tan cambiantes como el gusto pero que no anulan la posibilidad de que exista lo que es mejor, un can0n que habría que leer para intentar comprender realmente a una cultura o vivir en ella con sabiduría. Aquello que decía Emerson: “Encontrar, entre lo que está cerca, aquello que puede usarse para sopesar y reflexionar, y que se dirige a uno como si uno compartiera la naturaleza única, libre de la tiranía del tiempo”.
Al fin la justificación de Proust. El artículo de Jorge Mínguez que se encuentra por causalidad sobre como Marcel Proust justificaba la necesidad de la literatura. Una magnifica lectura para seguir buscado motivos e iluminar una noche de agosto..
“La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, es la literatura: una vida que en cierto sentido vive a cada instante en todos los hombres tanto como en el artista, pero no la ven, porque no intentan aclararla”.
Lo que dice Bloom recuerda siempre unas escenas de La insoportable levedad del ser, me refiero a la película. Ella entra en casa de él, que está repleta de libros. Piensa que alguien que lee tanto no puede ser mala persona; acto seguido, él la viola…