Los extraños motivos del valor o de su apariencia. El coraje que podemos permitirnos en cada momento de la vida o sobre todo, en cada situación concreta. Lo que depende y no depende de nosotros, sobre todo en los momentos críticos, cuando parecen disolverse los términos medios y todo se polariza en la lucha o la huida. Lo que procura valor o lo disuelve. La fuerza de las palabras, las creencias o la racionalidad inteligente. Los secretos de aquello que hay que tener en la justa medida para vivir la vida que merece la pena o irse de ella con la suficiente dignidad…
” (…) ese período de locuras heroicas me enseñó a distinguir entre los diversos aspectos del coraje. Aquel que me gustaría poseer de continuo es glacial, indiferente, libre de toda excitación física, impasible como la ecuanimidad de un dios. No me jacto de haberlo alcanzado jamás. La falsificación que utilicé más tarde no pasaba de ser, en mis días malos, una cínica despreocupación hacia la vida, y en los días buenos, un sentimiento del deber al cual me aferraba. Pero muy pronto, por poco que durara el peligro, el cinismo o el sentimiento del deber cedían a un delirio de intrepidez, especie de extraño orgasmo del hombre unido a su destino. A la edad que tenía entonces, aquel ebrio coraje persistía sin cesar. Un ser embriagado de vida no prevé la muerte; ésta no existe, y él la niega con cada gesto. Si la recibe, será probablemente sin saberlo; para él no pasa de un choque o de un espasmo. Sonrío amargamente cuando me digo que hoy consagro un pensamiento de cada dos a mi propio fin, como si se necesitaran tantos preparativos para decidir a este cuerpo gastado a lo inevitable. En aquella época, en cambio, un joven que mucho hubiera perdido de no vivir algunos años más, arriesgaba alegremente su porvenir todos los días.”
Marguerite Yourcenar. “Memorias de Adriano”
* Fotografías de Elizabeth Gadd