La vida rápida

La buena vida me suena a George Michael. Aunque prefiero la guitarra a los sintetizadores, tengo muchos recuerdos perfectamente anudados a algunas de sus canciones, que siguen dando la pauta a mis pies, tantas veces: un ritmo concreto, rápido y despreocupado, sobre la acera. Como si supiera hacia dónde voy de forma precisa, cuando eso no es siempre tan seguro.

Este tipo, de imagen potente y autor de grandes canciones, ha muerto en el tiempo que señaló su primer gran estribillo, pero no serán sus últimas Navidades. Tiene temas para rato, porque es justo ahora cuando es posible comprobar cuándo una composición se sostiene con el paso de los años o se queda atornillada a la época en el que fue creada. Y las suyas resisten.

 

 

A poco que piense, su ‘Fast love’ ha empujado nubes y me ha ayudado a saltar vallas. También me ha echado una mano para dibujar horizontes naranjas, despejados. O ese ‘Kissing a fool’, conectado a otros tiempos, aquellos de brazos enredados y faldas que vuelan en cada giro.

Tengo su primer disco, un vinilo, el segundo que compré, y para mí hay pocas cosas como esperar a que suene su ‘Father figure’, muy pendiente de la aguja del tocadiscos, en esos surcos previos que contienen el silencio acelerado que solo precede a las buenas canciones.

He sentido mucho su muerte, pero llevo todo el día bailando con él. Creo que es un tipo que ha sabido vivir con el dial muy cerca del límite, en ese punto donde cada hora vale todo lo que era capaz de meter en ella, y la mejor manera de acompañarle hoy, la que más le gustaría, estoy segura, es que le escuchemos en bucle.

 

 

Justo estos días leo a Nuccio Ordine, profesor de Literatura italiana de la Universidad de Calabria, y algunas frases de su ‘La utilidad de lo inútil’ se ajustan perfectamente a lo que quiero decir hoy sobre George Michael. “En el universo del utilitarismo, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía , una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio, mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”.

Pues hoy tengo claro que las buenas canciones sirven para esto: para celebrar la vida y para despedir a alguien que no dudó en probar todo lo que ésta puede ofrecer.

Y ahora, disculpadme. Sigo bailando.

 

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