“Todo iba a ser nuevo, todo iba a ser distinto, todo estaba sometido a prueba” escribió años después Virginia Wolf para dar una idea de lo que para ellos significaba ese mundo que pretendían construir al trasladarse a Bloomsbury, muy al principio del siglo XX. Aquel grupo de aristócratas se sentían seguros de sí mismos y no les faltaban motivos. No sólo tenían dinero y posición social, sino que pertenecían a una cierta aristocracia intelectual desde al menos dos generaciones, también a la decantación de un potente proyecto moral. Sus abuelos de la secta Clapham, los evangelistas cultos y filántropos que contribuyeron a abolir la esclavitud y a mejorar la situación de los pobres. Sus padres ya escépticos de la religión pero no de la moral y los convencionalismos sociales que eran sustentados por ella. Los deseos de Leslie Stephen, nieto de James Stephen (apasionado evangélico y abolicionista), padre de cuatro de los socios fundadores de Bloomsbury (Vanessa, Virginia, Adrian, Thoby, que murió muy pronto) un agnóstico que creía que la irreligiosidad era compatible con la más rigurosa y convencional de las morales: “Ahora no creo en nada, pero no por ello creo menos en la moralidad. Yo me propongo vivir y morir como un caballero a ser posible”. Su “Science of Ethics” fue un intento de fundamentar la ética en la evolución y el altruismo en el egoísmo, intentando dar una base científica a un código moral donde el bien ajeno seguía siendo más importante que el bien propio.
Por fin ellos. El siguiente paso. Vivir sin dioses y sin moral. O solo con una cierta moral electiva, radicalmente individualista. La inspiración del George Edward Moore de “Principia Ethica”: “Las cosas más valiosas que conocemos o podemos imaginar son ciertos estados de conciencia que se pueden describir aproximadamente como los placeres de las relaciones humanas y el goce de los objetos bellos. El afecto personal y el aprecio de lo que es bello en el arte y la naturaleza son bienes en sí, son las cosas que vale la pena tener puramente en virtud de ellas mismas.” “Una moral conformada a partir de la poesía”, como verbalizó Virginia Wolf, una religion del arte, como pensaban Clive Bell y Roger Fry: “Los espíritus modernos miran hacia el arte, no solo para hallar la más perfecta expresión de emoción trascendental, sino como inspiración para la vida.” Una moral iluminada por el erotismo y la cultura, como tan bien cuenta Virginia en “El viejo Bloomsbury”, que es tan fascinante leer.
La conexión con “Los apóstoles” de Cambridge, donde estaban muchos del grupo. Aquellas reuniones de los sábados donde se hablaba de todo con mucha altura y mucha distancia, como si fueran un mundo aparte, relativamente a salvo, lleno de poder y sabiduría. Los círculos concéntricos, la familia y los amigos, los que pasaban por allí, los pintores y los escritores, las interacciones continuas en toda su intensidad y posibilidades. Las palabras y la piel más allá del bien y del mal, lejos de los convencionalismos sociales. Un experimento en serio que creían que podían permitirse. Las ideas claras. Aquello que luego verbalizó E.M Foster: “Si tengo que elegir entre traicionar a la patria o traicionar a un amigo me gustaría elegir traicionar la patria”.
Se presentó la ocasión en 1914 y tuvieron que hacerlo de alguna manera. Se encontraron de frente con la Primera Guerra y trataron de esquivarla por todos lo medios. No creían en ella, ya habían llegado a la conclusión que los suyos eran los que compartían esa religión del arte y podían estar en cualquier pais, en cualquier conexión entre personas afines, pero no en las masas, ni en los gobiernos que iban a enfrentarse. “Empecé a ver que el enemigo no eran difusas masas de personas extranjeras, sino la masa de personas del propio país y la masa de personas del país enemigo, y que los amigos eran las personas de ideas auténticas que podían conocerse, y se conocían, en todos los paises que se visitaban”, escribió Duncan Grant. Se organizaron para escaparse al campo utilizando cualquier truco o influencia para no ser movilizados. Tenían muy claro que no tenían que ir a ninguna trinchera y tampoco a la carcel.
Así que se fueron a Charleston, la granja de Susex, el Bloomsbury del mar. Una casa de alquiler con un amplio jardín donde crecían las flores tanto como las conversaciones, los invitados y los encuentros. Donde brotaban las pinturas del postimpresionismo y un tipo de intimidad que se mantendría siempre, relativamente a salvo de los embates de la vida o de los avatares y palabras que hubieran podido distanciarlos. Quizá la decisión profunda de tener “manga ancha” con los amigos, con los que se comparte algo esencial a pesar de todo, con los que se perciben como especiales y son merecedores de una ética privilegiada, a salvo de conflictos percibidos como menores.
Allí, en ese ambiente, nació Angelica. Por allí pasaban todos y fluían las relaciones, a veces de forma muy compleja, con una comunicación que siempre incluía el deseo y los amores abiertos, con todos sus componentes, incluido el resentimiento más o menos tamizado por unas formas exquisitamente sofisticadas o por los desahogos más o menos causticos en los diarios privados. Casi todos con todos y no de forma excluyente. Otra forma de seguir conversando. Un lugar donde “todas las parejas eran triángulos y vivían en cuadriláteros”, “una sucesión de permutaciones de breves e intensas intrigas superficiales”, como recordaría Keynes ese periodo, que también fue mucho más.
También Vanesa la matrona fuerte y respetada que se había casado en 1907 con Clive Bell, sin demasiada convicción, dos días después de la muerte de su hermano, Thoby Stephen, que había sido su íntimo amigo, cuando muy poco antes había rechazado casarse con el. Pronto Bell buscó otra posibilidades y cuatro años más tarde Vanessa, con el beneplácito de él, inició relaciones con Roger Fry el crítico de arte que los había fascinado a todos ( “Así, Roger apareció. Apareció, creo recordar, en un gran levitón ruso, cada bolsillo del cual estaba atiborrado con un libro, una caja de pinturas o algún objeto intrigante: pinceles especiales comprados a un hombrecito en la calle de atrás; traía lienzos bajo el brazo; el pelo suelto; los ojos brillantes. Tenía más conocimientos y experiencia que el resto de nosotros sumados. Su mente parecía engarzada a la vida por un número de nexos extraordinario. Comenzamos hablando de Marie-Claire. Y de inmediato nos habíamos lanzado todos a una argumentación extraordinaria sobre la literatura. ¿Adjetivos?, ¿asociaciones? Milton salía del librero, releíamos a Wordsworth. Teníamos que pensar de nuevo todo el asunto. El viejo esqueleto de las argumentaciones del Bloomsbury primitivo, en torno al arte y la belleza, adquiría carne y sangre.” Dos años más tarde Vanessa trasladó sus afectos al pintor Duncan Grant que había sido anteriormente amante de Strachey, de Keynes y de Adrián, hermano de Vanessa.
Angelica por fin, la hija deseada de Vanessa con Duncan, antes de que éste volviera a una homosexualidad exclusiva que hacía imposible su relación amorosa pero no excluía en absoluto una intimidad privilegiada que duró toda la vida. Angelica recién nacida, mirada por todos, mimada por todos. Por todos, que también sabían que el verdadero padre era Duncan, pero que fue registrada con el apellido Bell (quizá, entre otras cosas, por no perder la asignación económica de los padres de Clive). Angelica que se crió creyendo que su padre era Clive Bell y con Duncan muy cerca. Por allí también estaba David Garnett que escribió a Strachey el día del nacimiento: “Estoy pensando en casarme con ella; cuando cumpla veinte yo tendré cuarenta y seis; será escandaloso?”. Quizá porque había sido rechazado por Vanessa en los días en que Angelica había sido concebida y porque era, en esos momentos, amante de Duncan.
La profecía que se terminó cumpliendo. Angelica que, a esas alturas, cuando David Garnett inició el acercamiento, ya sabía que Duncan era su verdadero padre, lo que enfrió un poco sus relaciones que, hasta entonces, habían sido muy entrañables pero no paterno filiales. Angelica que entró en la seducción quizá sin tenerlo del todo claro pero sin que nadie la avisara de las antiguas vinculaciones. Solo su tia Virginia, indirectamente, advirtiendola de la dificultad de los asuntos del amor y el matrimonio. Sus padres que no fueron invitados a la boda. Angelica que tuvo cuatro hijos pero no era feliz del todo. Consciente que no respondía a las expectativas de su madre que quería una artista, autodidacta y libre, que también soñaba otra vida que no conseguía definir del todo. Los años que pasan, el divorcio y la crisis. La necesidad de volver a pensarlo todo, de reencontrar Charleston, de comprender a una madre que ya se ha ido y a la que nunca se le ha dicho lo que se la ama, a pesar de todo, lo más importante.
La dificultad práctica de crear códigos de conducta a partir de una idea humanista de bien que siempre hay que justificar, lo que no es fácil, pero de la que también hay que extraer las acciones que se deben realizar o evitar, aún cuando se pretenda ser amoral. Aquello sobre lo que reflexionaba Russell en sus “Ensayos filosóficos”, quizá después de muchas conversaciones con Moore en aquellas reuniones de los sábados. Russell que también estaba por allí, en “los apóstoles” y en las divertidas fiestas de lady Ottoline Morrell, uno de sus amores y una mujer muy admirada por Virginia. Fiestas a las que también asistía gente como Wiston Churchill y que se continuaban con conversaciones sin fin sobre cosas abstractas que precisaban ser iluminadas por el deseo, como se dio cuenta Virginia, para ser realmente interesantes. La reacción al puritanismo de la era Victoriana que duró apenas un par de décadas. Los vientos de las historia que volvieron a cambiar en los años treinta, como muy pronto confirmó la muerte de Julian ( hermano de Angelica) en la guerra civil española. El retorno de morales fuertes e irreconciliables en forma totalitaria, del mal en estado puro y de los compromisos que no podían ya eludirse en ningún Charleston, refugiándose en una moral hedonista que ya no podía abdicar de los compromisos y las amenazas externas. Lo que Virginia no soportó. La posibilidad del fin de un mundo que sin embargo resistió y ganó la guerra, que también precisaba de los caminos que ellos habían abierto. Los sueños de libertad personal que volvieron y tomaron forma, de muchas maneras, ya en los años sesenta del siglo XX. La frontera de Moore que sigue estando ahí como una posibilidad nada desdeñable en los tiempos de la globalización.
Las memorias de Angelica conmueven por su de autenticidad, por la complejidad de su búsqueda, por el talento y la estética del mundo que reflejan, desde luego no convencional, quizá cuestionable desde algunos puntos de vista, pero tremendamente humano e interesante. Sus quejas no son tanto con los poco habituales acontecimientos que acompañaron su nacimiento y su matrimonio, sino más bien con la necesidad de comprender las expectativas morales que la rodearon y con buscar una identidad y un proyecto propio de vida propio que intuía que se le había escapado. Las expectativas respecto a lo que los padres tendrían que haber hecho, con lo que tendrían que haber hablado en vez de callar, con la intervención que podría haberse producido en vez de eludirla. La tensión de las hijas con las madres. La rebelión inevitable en cada generación. La felicidad que creía no haber sabido alcanzar por decisiones que no estuvieron del todo a su alcance. El retorno a Charleston para volver a pensar, a escribir, para reencontrarse. La reconciliación con su pasado para volver a conquistar un futuro amable que siempre es tan dificil, que siempre se escapa un poco de las manos, aunque se cuente con la memoria de Charleston, de aquellos excéntricos de Bloomsbury que pretendieron crear algo nuevo, más inteligente y más gozoso y probablemente lo consiguieron.
“Una mentira piadosa” Angelica Garnett. (Fragmentos)
“Preocupada por mi, como en efecto estaba, empecé a ser consciente de las profundas y turbadoras emociones que sentía por mi madre Vanessa Bell y por mi padre, Duncan Grant. Empezaba a poner en tela de juicio el comportamiento que habían tenido conmigo.
Mi madre murió en 1961, cuando ella tenía ochenta y un años y yo cuarenta y dos. Su imagen y su personalidad siempre me habían obsesionado. Por una parte me sentía impelida a imitarla, y por otra me resentía de su dominio. Con Duncan había tenido una relación diferente, ligera y fácil, afectuosa, sin exigencias. Siempre lo había adorado, nunca lo miré con ojo crítico: a mi juicio, era imposible que Duncan hiciera nada malo. Sin embargo recientemente había adquirido cierta conciencia de algunas cosas, deseos y anhelos insatisfechos que, en parte, por no saber yo que significaban y, en parte, porque el propio Duncan parecía tan ajeno a todo ello, habían terminado por ser profundamente reprimidos. Me resultaba imposible hablar con él de tales cosas.”
“(…) de forma un tanto oscura, me pareció necesario hacer las paces con ellos en un lugar que en el que había transcurrido un largo trecho de mi infancia, un lugar que siempre había tenido por mi verdadero hogar. Al mismo tiempo, la poderosa personalidad de mis padres, junto con su filosofía de la vida o sus actitudes ante la vida, constituían una amenaza que hasta ese momento yo nunca había parado de sopesar. Mi temor consistía en que esa amenaza, indisolublemente mezclada con el amor que me tuvieran, me anegase para siempre. De nuevo estaba sola, sin nadie con quien hablar, y tenía en todo caso una mínima idea de como expresar mi estado anímico. De no haber sido por la visita de una de mis hijas menores, Fan, el experimento podría haber sido desastroso. “
“(…)Decidí marcharme a un sanatorio de Londres donde me dijeron que tenía una depresión: un psiquiatra me dio unas píldoras de color jade. Nunca olvidaré el instante en que tendida en la cama a la caída de la tarde, note un inconfundible cosquilleo de vitalidad en la columna vertebral. Seguí tendida como estaba y me limité a dejar que ese milagro se apoderase de mi, como una urna que se va llenado de agua.”
“(…) Cuando vivía (Vanessa), yo la había visto únicamente como un escollo, un impedimento, una figura monolítica que se interponía en mi camino y que bloqueaba mi desarrollo de ser humano. Incapaz de dar el tirón necesario para liberarme de ella, la lastré en cambio con la pesada carga de ser responsable de mi vida. A resultas de todo ello, con su muerte yo no sentí prácticamente nada más que la sombra opresiva de su presencia, y tuve la esperanza de que llegara a su fin el día en que me viera libre de ella. ¿Por qué no me rebelé cuando todavía estaba a tiempo descubriendo de este modo mi capacidad de querer a Vanessa mientras estaba aún viva? Me di cuenta de que a lo largo de su vida jamás le había dicho: “Qué puede importar todo lo demás si yo te amo?”. ¿Fue sencillamente por mis inhibiciones, o porque no la había amado? En cualquier caso, cuando dejó de estar entre nosotros se hizo imposible decirle tal cosa, pero la idea de que tal vez fuera posible mantener un diálogo con los muertos comenzó a tomar forma en mi imaginación.”
“(..)Para Vanessa que tenía unos treinta y ocho años, la estrecha asociación con una persona seis años más joven que ella debió de producirle una sensación renovadora, aunque con el tiempo Duncan notase con toda claridad que ella le pedía algo que él no le podía dar. Tanto en la casa de Suffok como después en Charlestón, Vanessa descubrió que debía compartir a Duncan con David Garnett, quien pese a se más joven incluso que Duncan se había dejado seducir por completo. Duncan estaba muy enamorado, y Vanessa dedujo que si deseaba conservar a Duncan en su vida tendría que aceptar no solo a David, sino a muchos otros. Cabría imaginar que semejante situación tuvo que ser difícil, si no dolorosa, para los tres. Y es posible que lo fuera. Vanessa sin embargo sabía con toda exactitud qué deseaba. Persuadió a Duncan de que le diera un hijo y se preparó para asumir toda la responsabilidad por su cuenta siempre y cuando él siguiera muy cerca de ella. Para ella, él era un genio, y su progenie estaba destinada a ser excepcional.”
“(…) Nací el 25 de diciembre de 1918, fecha que a Vanessa le pareció un buen auspicio y que más adelante me enseñó a relacionar con lo insólito, como si el accidente de haber nacido en Navidad fuese una virtud mía. Si sus sentimientos debían su origen al hecho de que fuera la primera Navidad después de la guerra, la primera Navidad de paz o si fuese por tratarse de una festividad que todavía revestía cierta magia incluso para los no creyentes, es algo que desconozco. ¿No sería más bien porque, como mi origen carecía de la sanción del matrimonio, se supuso que yo iba a necesitar buena suerte, o incluso porque, al ser el fruto de una unión que a ella se le antojaba notabilísima, brillaba en mi un aura muy especial?
Es de presumir que con el beneplácito del encartado decidieron Vanessa y Clive pasar por alto el hecho de que Duncan era mi padre. Entre ellos dispusieron que Duncan, cuando llegara yo a este mundo, pondría un telegrama para dar la noticia a los padres de Clive, el señor y la señora Bell, en nombre del propio Clive. Inocentes y convencionales, nunca sospecharían, según supusieron ellos tres, que yo no era su nieta. Clive estaba preocupado por evitar algo inexplicable, y no era tanto que su mujer le hubiera sido infiel -como él a ella-, sino que esa realidad apenas introduciría la menor diferencia en la cordialidad prevaleciente en sus relaciones.
Clive y Vanessa debieron de tomar juntos esa decisión, y seguramente lo hicieron con un espíritu que, a la ligera, imaginaron muy poco o nada convencional, pues de esta forma me lo expusieron a mí mucho mas adelante. Sin embargo, los padres y los suegros siempre se han llevado a engaño en este tipo de cuestiones: habida cuenta del grado de libertad presuntamente conquistado por el grupo de Bloomsbury, lo que de veras resulta sorprendente es, por el contrario, la convencionalidad del engaño. Fue no obstante característico de la urbanidad de Clive y del tacto de Vanessa: si era de hecho innecesario decir nada, ¿a qué decirlo? No cabe duda de que tuvieron otras razones probablemente más relacionadas con Duncan que con Clive y su familia. Para Vanessa, Duncan era casi un adolescente: si uno lee sus cartas que él escribió en esa época, tal valoración parece justificada. Muchos años después cuando decidió hablarme de quien era mi padre, empleó la juventud de Duncan como excusa de su comportamiento, si bien esa fue la única señal, por lo que alcanzo a recordar, de que ella fuera consciente de que algo estuviera mal. Él tenía entonces treinta y tres o treinta cuatro años. Ella le consideraba ante todo un artista: verlo como padre le tuvo que resultar irreal e innecesario, pues ella se encontraba plenamente capacitada para ser madre y padre al mismo tiempo. Los sentimientos de Duncan me son desconocidos.
Tampoco hubo que tener en consideración solamente a los padres de Clive, sino también a los de Duncan, o al menos eso me figuro. El coronel Grant probablemente habría pensado que sería preciso tomar cartas en el asunto, e intentar forzar el matrimonio de Duncan con Vanessa, cosa que ninguno de los dos deseaba. Tal como estaban las cosas todo estaba bien: ellos no deseaban que la generación precedente se entrometieran en lo que era, por encima de todo lo demás, una situación práctica que ya estaba resuelta por ellos a plena satisfacción. En lo tocante a los amigos íntimos, mi nacimiento fue un secreto a voces: el único que se mostró un tanto crítico fue Bunny Garnett, quien dijo a Vanessa que privarme de mi padre se le antojaba una precipitada decisión. Clive, con más despego que Vanessa y más sabiduría que Duncan, tal vez previó ciertas dificultades: él mismo tuvo que afrontar lo que en su momento debió de ser una situación embarazosa, por más que nadie pareciera considerarla así. Debido a mi parecido con Duncan, incluso mi abuela Ethel debió de tener pronto alguna sospecha. Yo fui la única persona a la que se tuvo con éxito engañada.”
“(…) Recuerdo aquel verano: inacabable, caluroso, cansado. Un día, cuando ya estaba mejor, Vanessa me llevo a la sala de dibujo de Charleston y me dijo que Duncan, no Clive, era mi verdadero padre. me abrazó y me hablo del amor: bajo su dulzura se percibía una vergüenza y una falta de tranquilidad de las que tuve aguda conciencia, y que me pasaron por encima como las olas del mar. “
“(…) Mi relación con Duncan nunca fue más allá de la ya existente: yo lo adoraba, pero la voluntad de ser hija suya estaba por completo de mi parte, si bien tan sólo fue recibida con una blanda serenidad. Lo que me aturdía era una asexuada barrera de sencillez, de amabilidad, de cariño. No lograba ver más allá de esa barrera, pero -ahora no puedo evitar preguntármelo- es que había algo más que ver? No cabe duda que sí, pero era demasiado nebuloso, privado, egolatra responder a las exigencias de una hija.”
“(…) Aunque Vanessa se consolara con la ficción de que yo tenía dos padres, en realidad -en la realidad emocional, claro está- no tenía ninguno. Era de todo punto imposible relacionar a Duncan con cualquier idea de paternidad, y él jamás trató de adoptar semejante papel. Clive actuó mejor, pero sin ninguna convicción pues siempre supo la verdad. Que diferente hubiera sido todo si todos hubiésemos reconocido las cosas como eran en realidad. Duncan tal vez hubiese podido dar muestras del afecto que tenía. Vanessa nunca se percató de que tal vez él también estaba inhibido por sus evasivas, tal como jamás se dio cuenta de que, al privarme de mi verdadero padre, ya desde antes de que yo naciera me trató como un simple objeto, no como a un ser humano. No es de extrañar que ella siempre se sintiera culpable y yo siempre resentida, aún cuando yo jamás llegara a entender las verdaderas razones de que así fuese; tampoco es de extrañar que ella tratara de compensar esa situación mimándome y malcriándome, y que de ese modo solo consiguiera inhibirme.
A resultas de todo ello vino mi discapacitacion emocional, aunque sería un craso error pensar que, de haberme dicho ella mucho antes que mi padre era Duncan, mi vida habría sido más llevadera. Es muy posible que mis dificultades hubieran sido exactamente iguales, ya que el carácter de Duncanno habría variado ni un ápice.lo que sí habría cambiado todo el panorama hubiera sido el hecho de saber la verdad, en vez de haber sido engañada por quienes jamás llegaron a considerar con detenimiento todas las consecuencias de su mentira.”
“(…) Entre Clive y Duncan jamás hubo la más mínima sombra de celos-si acaso, parece incluso absurdo reseñar tal cosa-, y aunque esto se debiera en gran parte a que Duncan era homosexual y a qué no existía, por tanto, la menor rivalidad masculina, los dos se tuvieron un profundo afecto y una gran compresión mutua. Si bien tomaba el pelo a Duncan sin misericordia por darse el aire de un coronel de algún regimiento tiempo atrás olvidado, o por su catolicismo casi acritico en materia de arte, o por cualquier otro de sus rasgos característicos, Clive siempre fue generoso con él, nunca desconsiderado. Le habría sido demasiado fácil tratar a Duncan como si fuese un demente escapado del manicomio o un enfant terrible, pero no lo hizo nunca. Su respeto por la personalidad de Duncan siempre salió a la luz , aunque cuando jamás lo comentase directamente. Por su parte, Duncan entendía a Clive y apreciaba su sofisticación, su erudición, la tremenda amplitud y variedad de sus lecturas, que a menudo daban pie a sus numerosos temas de conversación. “
(…) Mis relaciones con mi marido David Garnett habían comenzado entre flirteos allá por 1936 o 1937, cuando yo aún estaba en el Theatre Studio de Londres, y ganaron en intensidad hasta que en 1938 pasaron a ser un cortejo en toda regla – que no una historia de amor- sobre el cual yo tenía sentimientos muy ambivalentes. Lo conocía de toda la vida, y me había alojado en alguna ocasión en Hilton Hall, su casa del condado de Huntingdo; en donde conocí a su mujer, Ray, que era hermana de Frances Patridge, y a sus dos hijos pequeños, Ricard y William. Ray era apacible, tranquila, muy amable; sentadas delante de la chimenea me hizo preguntas en tono amistoso, pero como nunca salía de la casa de campo no llegue a conocerla demasiado bien. Bunny comenzó a invitarme a los restaurantes y al teatro, a alguna excursión por el campo, a visitar a su madre en su casa del bosque. Me contaba largos relatos que yo escuchaba con avidez; gracias a ellos entreví una mentalidad y una vida, según me parecía, repleta de aventuras, una vida que yo ansiaba haber experimentado..”
(…)” Un día, al comienzo de nuestra relación, Bunny nos invitó a Duncan y a mí a pasar un fin de semana en Hilton. Cuando llegamos, en su propio coche, se dio la vuelta y me sorprendió con un beso largo y apasionado, que Duncan en el asiento de atrás, difícilmente pudo pasar por alto. Aunque me había hablado largo y tendido de sus años en Charleston, de 1916 a 1918, Bunny había sido menos que explícito sobre su relación amorosa con Duncan: nunca fue completamente abierto a este respecto. Tampoco me había dicho nunca que cuando yo nací se jactó de que un día se casaría conmigo. Aquel beso, aunque primordialmente dirigido a mi, fue una inconfundible advertencia a Duncan sobre sus intenciones, y fue una pena que Duncan la ignorase: Bunny, sin embargo, sabía instintivamente que la iba a pasar por alto. El lugar elegido fue también de gran significación, ya que estábamos a la vista de la ventana desde la cual Ray podría estar en ese preciso instante aguardando nuestra llegada.”
(…) Por intensa que fuera la atracción física, yo rehusaba decir que lo amaba; tenía la oscura sensación de que el amor verdadero era algo bien distinto, y en el corazón me pesaban las dudas que se negaban a desaparecer, aunque no fuera yo capaz de expresarlas mediante palabras. Yo era muy inexperta, muy ignorante de mi misma, me invadían las dudas de que tuviera algún derecho a hacerme escuchar. Los adultos, ya que así seguía considerándolos yo, estaban alineados detrás de mi, atentos y a la espera de lo que yo hiciera o dejase de hacer; por aquel entonces no supe reconocer ver qué Bunny formaba parte de su generación, no de la mía. Por eso mismo, según comprendí más adelante, nadie de mi edad habría tenido ninguna posibilidad a su lado.”
(…) Tal vez fuera natural que nadie me contase lo único que parecía tener sentido en la conducta de Bunny: que había propuesto a Vanessa que se acostara con él y ella lo había rechazado. Aun cuando ahora lo sepa, todavía me resulta dificil de creer que estuviese enamorado, ya que nada de lo que dijo él apuntó nunca más que a ese afecto natural que tenía por ella. Ese afecto, sin embargo, coexistió con un resentimiento no reconocido, y la única válvula de escape consistía en raptar a su hija.
Cuando Bunny dijo al lado de mi cuna que tenía la intención de casarse conmigo, nadie se lo tomó en serio, pues era obviamente una mera extravagancia disfrazada de cumplido; además, ni Duncan ni Vanessa tuvieron jamás por costumbre analizar la conducta de los demás. ahora bien, Bunny lo había dicho completamente en serio, literalmente, y no se olvidó de ello; conociendo su naturaleza, me resulta imposible creer que lo que dijo no tuviera alguna relación con los celos y tal vez con el deseo de asimilar a una persona que había sido parte tanto de Duncan como de Vanessa. Bunny anhelaba ser amado y apoderarse de la persona amada. Si su conocimiento del modo en que funcionaba su propia mente no hubiera estado oscurecido por el egoismo, Bunny tal vez hubiera llegado a comprender lo que estaba haciendo ya que, en modo alguno, le faltaba imaginación. Ahora parece sobradamente claro que cuando me llevó para que viviesemos como marido y mujer y para que yo fuese la madre adoptiva de sus hijos, su propósito fue al menos en parte, el de hacerle daño a Vanessa.
También sabía que estaba introduciendo una cuña entre Vanessa y yo que, de hecho, ya nunca dejó de estar entre nosotras. En semejante situación Vanessa manifestó una generosidad casi propia de una santa, no solo demostrando el viejo dictamen de Virginia, sino poniendo en práctica también las virtudes de la tolerancia y la paciencia que tan queridas eran para el grupo de Bloomsbury. Le tuvo que resultar muy duro ver que su única hija iba a convertirse en una esclava doméstica, y que así renunciaría en la práctica, ya que no en teoría, a cualquier aspiración al brillante futuro que Vanessa había esperado para ella. El egoismo de Bunny tuvo que haberle resultado de una insensibilidad increible, como si de hecho le robase el único fruto inequivocamente exitoso de su relación con Duncan. “
(…) Aunque yo piense que actuó sobre todo por egoismo , por egotismo e incluso por venganza -ninguna de las cuales resulta una característica atractiva -, y aunque todo esto lo llevase a convertir en víctima a una muchacha ignorante, que nada sospechaba y era incapaz de defenderse, Bunny no fue del todo un villano. Amen de amarme por ser la hija de Vanessa y de Duncan, me amaba por ser quien era, y en múltiples aspectos fue de una generosidad singular. De no haberme casado con él, habría sido el amigo perfecto, un amigo en el que siempre habría podido confiar y que siempre me habría dado buen consejo. Cuando llegó el día que lo dejé, aunque se quedase hondamente dolido y no llegase a recuperarse nunca del revés, no pudo desearme ningún mal. Todo lo que fue incapaz de comprender trató de compensarlo y de soportarlo con valentía.
(…) “Me quedé en Charleston; mis relaciones con Duncan ya empezaban a ser más íntimas . Creo que se sentía muy desdichado, pero no habló mucho de Vanessa (que había muerto). Un día, después de su muerte, al repasar algunos dibujos encontré un pedazo de papel fechado el 3 de junio de 1961, y escrito con su inconfundible caligrafía:
“Después del almuerzo de pronto caí en la cuenta de que ahora ya estoy solo, sea para bien o para mal. Con eso ¿qué quiero decir exactamente? Solo puedo tratar de expresarlo empleando la palabra deferencia, que es lo que siempre sentí por V. No me refiero a esa connotación aduladora que tiene la palabra, sino a que , sino a que siempre he deferido a sus opiniones y sentimientos. De ahora en adelante, creo que siempre seguiré defiriendo a sus opiniones, pues a menudo podré suponer o imaginar cuales serían. En cambio sus sentimientos ya no existen. En ese sentido siento que estoy solo.”
La transparencia de ese pequeño documento es, para mí,como un testimonio de la calidad que tuvo su relación: su ingenuidad es conmovedoa, y me recuerda una ofrenda no a Vanessa, sino a los dioses, a base de hierbas frescas cortadas al amanecer. Esos sentimientos se afanaban por expresarse durante aquellos largos días que pasó en el estudio, antes de que por fin se pusiera a trabajar de nuevo.
Una noche, Clive volvió del hospital y, sentándose exhausto en la biblioteca de la planta baja, después del viaje, dio rienda suelta a una emoción mayor de lo nunca había visto en él. Para él, el mundo sería un lugar infinitamente más pobre sin Vanessa, y Charleston mismo, sin ella, no era más que un pálido reflejo de lo que fue. Hasta que Duncan recuperó el equilibrio, todos vivimos como en suspenso. No cambió ninguna costumbre pero la raison d´etre de las viejas costrumbres habían desaprecido. “
(…) Por lo general se piensa que comprenderlo todo es perdonarlo todo. Aparte de que es imposible comprenderlo todo, hablar de perdón es algo que apesta a superioridad. Bastante es el entendimiento -si es que uno consigue alcanzarlo-, aunque no cabe duda de que viene y va. Hay momentos en que me siento hecha trizas, y otros en los que reconozco que Vanessa nunca me quiso mal. Fue un pecado de omisión, y aunque sean esos los pecados que tienen un peor efecto, son aquellos que por fuerza deben ser -no hay modo de evitar la palabra- perdonados. La escritura de este libro me ha llevado a intentar comprender, y ahora puedo decir con un alivio inespresable, que soy más capaz que nunca de ver a Vanessa con los ojos de los demás.”
(…) ahora contemplo mi infancia como un paraiso precario, tendido como una cuna en una nube, pero a pesar de todo lleno de delite. Y sin embargo me aprece que la propia madurez debiera ser una etapa mejor que la prpia infancia, por maravillosa que ésta haya sido. La máia acaba de empezar. aunque se haya retrsado unos treinta años, o algo más, todavía vale la pena, y eso que en el esfuerzo por conquistarla tal vez haya retratado a Vanesaen tonos más oscuros de los que ella merecía, teniendo en cuenta que sin duda la he distorsionado al ponerla al servicio d emis propósitos. Tal com oes la naturaleza de las cosas, una autobiografía no puede aspirar a ser objetiva. He procurado describir mis propios fantasmas y, de paso, exorcizarlos.
Acabo de terminar los recuerdos de Quentin Bell. No se mencionaba a Angélica. Gracias por presentarnosla, y que vuelvan aquellas locuras de la razón!