Tom Wolfe, el vértigo de ser moderno
por José Rivero Serrano
No sé si en Tom Wolfe (Richmond, Virginia, 1931- New York, 2018) hay uno, dos o más escritores. Puede que más aún, en la medida de que sus intereses dispersos y contradictorios hayan oscilado del Nuevo periodismo a cierto dandismo melancólico y plateado de la Quinta Avenida.
Incluso lo que fuera un intrépido y aventurado cronista del The Washington Post, Enquirer o New York Herald, acabó acomodado y trajeado, con glamour blanqueado, en una especie de Balzac de Park Avenue, como le gustaba ser reconocido. Para indicar una de sus fuentes literarias.
Conocido, fundamentalmente por su obra narrativa del tramo final, desde 1987, como fuera La hoguera de las vanidades hasta Bloody Miami en 2012,hay quien valora más los devaneos juveniles de un escritor volcado en la captura de los agitados años sesenta. Donde mira con estupor y acierto a una sensibilidad naciente de drogas, rock and roll, pintura pop, glass boxes y tuneado de autos. Todo ello, visto desde el abismo acelerado del momento chicde una década complicada.
De este tramo de los sesenta-setenta nace su definición como promotor del Nuevo Periodismo, una escritura no menor que quieren dar sustancia literaria a meras crónicas periodísticas de sociedad, de aventuras o de encuentros juveniles. Como mostrarían, por otra parte, sus primeros trabajos publicados ya en forma de libros, como fueron El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron (1965), Ponche de ácido lisérgico (1968) y La Banda de la Casa de la Bomba y otras crónicas de la Era Pop (1968). De pronto Tom Wolfe se paraliza, como el que asomado al abismo reconoce su profundidad y repara en sus movimientos temerarios y aventureros, Wolfe siente una llamada al orden, a la manera de Cocteau en 1926, y resuelve su instinto moderno en un alegato Antimoderno. Hay que volver a empezar, retrocediendo.
Como dan cuenta sus trabajos ya de los años setenta y sus arremetidas contrael establecimiento político-cultural (La izquierda exquisita & Mau-Mauando al parachoques ,1970), contra el Expresionismo Abstracto (La palabra pintada, 1975), contra la arquitectura del Movimiento oderno (¿Quién teme al Bauhaus feroz?, 1981) o contra todo y contra nada y a favor de la NASA (Lo que hay que tener, 1979).
A partir de este punto Wolfe deriva a la búsqueda de la ficción, fruto de la búsqueda de un yo prevalente y aturdido. Y todo a eso a pesar de sostener, años después, la muerte de la novela. Si eso era cierto ¿por qué cambiar?Había dejado de interesarle lo de fuera y sólo miraba hacia dentro. Eso cuenta en una entrevista con El País, en 2014, sobre los efectos negativos que tuvo el Nuevo Periodismo en la profesión, Wolfe dijo: “El abuso de la primera persona del singular. Un fallo que yo mismo he cometido. Mi primer texto, El coqueto, aerodinámico rocanrol color caramelo de ron, sobre la cultura automovilística en California, lo empecé escribiendo: ‘La primera vez que vi coches personalizados…’. A menos que seas una parte de la trama, creo que es un error escribir en primera persona”.
Y ese fue el error de Wolfe, cambiar el vosotros por el yo.
De la elegante desaparición de Tom Wolfe
por Oscar Sánchez Vadillo
Tom Wolfe murió ayer y lo primero que se me viene a la cabeza es que eso que en los sesenta se llamó en EEUU “Nuevo Periodismo” no nos es, por regla general, muy conocido aquí en España. Se trata, claro, de una de esas muchas cosas estupendas que hacían fuera y que aquí nos perdíamos porque reinaba un fresco general proveniente de Galicia, como decía el famoso parte metereológico de La codorniz. Pero eso no significa que hoy, después de tanto tiempo, nos resulte del todo ajeno, pues es exactamente lo que hacen, en ocasiones, agudos y muy estimables escritores como Juanjo Millás, Manuel Vicent (y hacían el corresponsal de guerra Manu Leguineche y Paco Umbral, en su largo periodo de imperio lírico/personalista), y, a su manera, columnistas como Manuel Jabois, Luz Sánchez Mellado -con la que yo me parto, por cierto- y Juan Soto Ivars. Para colmo, existe también en nuestro país una cierta confusión casi homofónica entre Tom Wolfe, Tobías Wolff y Thomas Wolfe, este literato de vida breve y periodo largo, de aliento místico, del cual se hizo una no desdeñable película últimamente.
En lo que estamos, pues, es en el día de la muerte de Tom Wolfe, el autor de La hoguera de las vanidades (ignoro ahora mismo, la verdad, si inspirado ese otro tratado sociológico novelizado: La feria de las vanidades de W. M. Thackeray), Todo un hombre, y un sinfín de textos más cortos destinados, muchos de ellos, a hacer parodia de todo, pero preferentemente de la izquierda divina norteamericana de su tiempo. Yo leí, por ejemplo, La izquierda exquisita & Mau-Mauando al parachoques, que destripaba al gran Leonard Berstein y su círculo de benefactores del movimiento negro, y no lo encontré muy agradable. No es que no piense que ese prototipo de gente rica y enrollada tan difundida en los países ricos de aquellas décadas no merezca burla (estoy casi de acuerdo con esa frase que dice, muy a lo Tom Wolfe, que sólo se puede ser comunista si vives bien lejos de un país comunista…), pero lo cierto es que terminadas las risas no queda mucha esperanza en el género humano a la que aferrarse. Tom Wolfe era así, como lo era el pionero Aristófanes y como lo han sido tantos otros humoristas conservadores cuyo objeto de escarnio son precisamente los hábitos y costumbres de los que se dicen progresistas: no dejan títere con cabeza, en cierto ejercicio de justicia poética, pero a continuación y con cierta insidia nos dejan sin cabeza a nosotros los lectores también, y ya sin fe sólida en la justicia, o incluso en la poesía misma…
El “Nuevo Periodismo” comenzó con esa extravagante incursión (o descenso a los infiernos) del refinado Truman Capote en el cieno de un crimen que no le tocaba en nada y que afectaba a miembros de una clase social que no era la suya. De hecho, hoy sabemos que no nos contó toda la verdad, que en realidad las exigencias literarias se sobrepusieron a los hechos forenses, pero el resultado fue que Capote logró una gran obra, y ascendió con ello por siempre a los cielos narrativos. Luego Hunter S. Thompson (del que también se ha hecho biopic, como de Capote, pero desquiciado) fraguó eso que vino a llamarse Periodismo Gonzo, y que consistía en que el periodista-escritor se metía en primera persona en el asunto de su crónica y nos lo contaba desde dentro, novedades todas ellas que pretendían excitar y sacar de su letargo al ya experimentado público de la prensa escrita, tras más de un siglo desde que los victorianos acudieran al club a rezar sobre su enorme ejemplar de The Times. Todavía David Forster Wallace, no hace muchos años, practicaba ambas variantes de tal género ensayístico, esa especie de “yo estuve ahí, participé, y esto fue lo que sentí”, que desde luego es muy atractivo y que da lugar a la plasmación de un punto de vista irónico que se hace cómplice del lector y lo lleva adonde el escritor quiere. Tom Wolfe era un maestro en eso, en provocar y ser él mismo una figura pública con su propio disfraz de hombre chapado a la antigua, como Norman Mailer, fenómenos culturales todos ellos que en su factura espectaculística sólo pueden ser oriundos del país de Holywood y Trump. Hoy, ya digo, me parece que se hacen estas mismas cosas de otra manera, más compasiva, más transversal, por decirlo así, pero aún tenemos a ese otro anciano, Gay Talese, defendiendo ese estilo Capote/Wolfiano y de tantos otros en el prestigioso New Yorker. Es elegante, es llamativo, da mucho juego en las fiestas de la gente guapa, pero tengo mis dudas de que resulte verdaderamente edificante. Ashes to ashes, Tom Wolfe…
Simplemente un periodismo memorable
Por Ramon González Correales
Tiene que morirse un escritor para hacernos conscientes de lo poco que sabíamos en realidad de él (de las vidas que siempre nos faltan para leer todo lo que queremos), de lo poco que en el fondo se le ha leído aunque haya pertenecido a nuestra vida, aunque se le haya visto muchas veces en fotos o por la tele, o se hayan leído entrevistas en los periódicos, que dan la falsa sensación de conocerlo, cuando a un escritor solo se le conoce de verdad por sus libros
Tom Wolfe había creado un personaje a lo largo del tiempo y se comportaba como tal. Siempre de blanco inmaculado, delgado, cínico, con ideas propias que no tenía miedo de expresar, insultantemente rico para ser un escritor que no temía ir a contrapelo. Un tipo que había sabido triunfar en la hoguera de las vanidades quizá dejándose algo más que la piel pero creo que disfrutando mucho de un viaje que exigía algo parecido a vivir la vida con cierta intensidad por exigencias del oficio. Un sabueso con una memoria de elefante que no paraba de husmear el mundo que le había tocado vivir. Decía que de no haber sido periodista no se hubiera atrevido a meterse en la mayoria de los sitios en que se metió pero serlo le supuso estar allí, entre los tiros o entre las copas, teniendo que preguntar, enterarse y fantasear para luego contarlo con un cañonazo de palabras muy afiladas que iban directas a las entrañas del lector, que rápidamente gozaba de una sensación de intersubjetividad que lo convertía en un complice que suponía estar allí, ver con sus ojos lo que había ocurrido, a salvo, aunque no del todo, porque de pronto podia sorprenderse viendose concernido, dibujado en perfiles que quizá quería ignorar, con emociones que quizá desdeñaba.
Lo imagino escribiendo muy rápido entre muchas notas, en una redacción inhóspita, fumando en la madrugada, para llegar a tiempo a la hora de cierre. O ya mayor acabando un libro con la misma ansiedad para cumplir con sus millonarios anticipos, pero haciendo siempre un buen trabajo. Me trae a la memoria a Capote y a Talese y al fondo a Mailer, al que al parecer odiaba pero con el que tiene algunas cosas que ver. Tengo la sensación que le gustaba ir contra el viento de las moralinas del pensamiento dominante y tras un primer periodo moderno se dedicó a provocar a los bienpensantes de izquierda que marcaban los canones culturales del momento, lo que tiene más merito del que parece cuando uno escribe libros o publica en los periodicos. No en vano se declaraba ateo.
Encuentro su version del nuevo periodismo y no me parece mejor homenaje que ponerlo aquí abajo para que los lectores lo lean. Creo que le echarán de menos incluso los que lo detestaban. No es facil encontrar tipos como él para hacer guantes en serio o para intercambiarse algunas frases inteligentes y envenenadas. O incluso para convencerse que es uno mismo el que está en el buen camino.
El nuevo periodismo
por Tom Wolfe
“Dudo de que muchos de los ases que ensalzaré en este trabajo se hayan acercado al periodismo con la más mínima intención de crear un «nuevo» periodismo, un periodismo «mejor», o una variedad ligeramente evolucionada. Sé que jamás soñaron en que nada de lo que iban a escribir para diarios o revistas fuese a causar tales estragos en el mundo literario… a provocar un pánico, a destronar a la novela como número uno de los géneros literarios, a dotar a la literatura norteamericana de su primera orientación nueva en medio siglo… Sin embargo, esto es lo qué ocurrió. Bellow, Barth, Updike —incluso el mejor del lote, Philip Roth— están ahora repasando las historias de la literatura y sudan tinta, preguntándose dónde han ido a parar. Malditos sean todos, Saul, han llegado los Bárbaros…
Dios sabe que nada nuevo abrigaba mi mente, y mucho menos en cuestiones literarias, cuando conseguí mi primer empleo en un periódico. Me impulsaba un ansia desatada y artificial hacia algo completamente distinto. Chicago, 1928, y todo lo que eso significaba… Reporteros borrachos huidos de los pupitres del News meando en el río al amanecer… Noches enteras en el bar escuchando cómo cantaba «Back of the Yards» un barítono que no era otra cosa que una tortillera ciega y solitaria con vasos de leche en vez de ojos… Noches enteras en la oficina de los detectives… Siempre era de noche en mis sueños sobre la vida periodística. Los reporteros jamás trabajaban de día. Yo quería la película entera, sin que le faltase una escena…