Blue Sunday

Fotografía Sarah Moon

Siempre que escucho “Blue Sunday” me acuerdo de ella. Íbamos por la Ronda. Era una mañana de primavera. Yo conducía el 127 rojo y ella me dijo:

“No sé cómo puedes conducir con esa música tan bonita”

“Tú sí que eres bonita” contesté.

Ella sonrió, parapetándose un instante detrás de sus ojos verdes y la rojiza melena. En la canción siguiente, Jim Morrison hablaba de su deseo de volver a Alabama. Yo en ese momento hubiese querido ser otra persona. Pero no lo era. Y no podía volver a ningún sitio, porque nunca me había movido del mismo. Aunque no me gustaba, por alguna extraña razón no podía moverme de él.

 

Fotografía Sarah Moon

Yo entonces era un cobarde y no me había dado cuenta. Me limitaba a adorar a Linda Rondstad y a Stevi Nicks, y a emborracharme día a día de conformismo y rutina. Aquella mañana yo iba a comprarme un traje, uno elegante para la boda de mi hermano acompañado de una hermosa mujer que sonreía a mi lado. Cuando llegamos a la puerta de la tienda, preguntó de improviso:

“¿Como es ella?”

Nunca habíamos hablado de eso. Era la primera vez que quería saber algo.

“Es morena”, contesté.

“¿Más guapa que yo?”

“Tú eres mucho más que eso”, respondí colocando mis ojos en el centro exacto de su mirada.

Ella me cogió de la mano y entramos en la tienda.

Mis pasos resonaron en el mármol de entrada.

 

Fotografía Sarah Moon

Yo entonces no me di cuenta, pero eran pasos de desilusión, con un poso de amargo fracaso. Hoy si lo percibo.

“Pruébate este traje gris y esta corbata azul”

Aquella mañana, mientras me vestía en el apartamento de la playa para ir a la boda de mi hermano, de mi único hermano sentí que me faltaban sus manos para alisar las solapas, para dar el último toque al torcido nudo de la corbata. Pero había otras manos de mujer, así que me encogí de hombros y salí hacia la Iglesia.

Por el camino, me dije:

“Es un día de boda y no conviene hablar de historias tristes”.

 

Fotografía Sarah Moon

Y sin embargo, en las fotos que nos hicieron al pie de la laguna ya se adivinaba una historia triste, una atmósfera de nieve y  somnolencia, sin intensidad.

Llegó el siguiente otoño, y tocaba otra vez boda. La mía. Y según se acercaba el día, me iba sintiendo cada vez mas ajeno, con el rostro teñido por un aura de vidrio.

Aquel Domingo fui a verla por última vez.

“¿Te quieres casar conmigo, pelirroja ?”

Algunas noches sueño que se lo había dicho.

Pero no, nunca lo hice.

Yo entonces era un cobarde, hoy lo sé con certeza.

 

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