Había leído, tras la muerte de Eduardo Arroyo días pasados del mes de octubre, y de la cual ya comentamos en estas páginas algunas cuestiones personales, el singular trabajo de Francisco Calvo Serraller Diccionario de ideas recibidas del pintor Eduardo Arroyo (1998), en un afán de cerrar los huecos que suele dejar la muerte de algunos ilustres ciudadanos, entre nuestros registros librescos.
La sensación de su lectura fue tal, que no pude dejar de publicar un comentario de ese diccionario sutil, bajo la denominación de una de sus entradas, particularmente la voz Españalada. “Por ello puede decirse que Calvo Serraller construye, a la manera de Flaubert y su Diccionario de ideas recibidas, un relato donde se deslizan tanto los típicos como los tópicos, como ya tuvimos ocasión de explorar en estas páginas el 4 de setiembre del pasado año, bajo el paraguas de Estupidiario. Y no quiero decir con ello que el Diccionario de ideas recibidas del pintor Eduardo Arroyo sea un Estupidiario, aunque a veces pueda parecerlo y en ello se recrea Calvo Serraller. Y entre esos tópicos y voces del Estupidiario no podía faltar una aportación propia de rara extirpe y de invención lingüística calvoserrallesca, como ocurre con la entrada denominada Españalada, que bebe un poco de España y otro poco de la vieja puñalada, que bebe pues, agua y vino. Aunque en el horizonte patrio se otea también la denominación de las películas petardas de los años 60 que conocíamos como Españoladas. Puñalada originaria que entre nosotros se representa de forma superior como puñalada trapera, que alude tanto al uso de navajas y armas blancas, como al empeño en embozarse para apuñalar al vecino. Igual que ocurre con otra deformación posible, probablemente querida a ambos (Arroyo y Calvo Serraller) de la forma superior de la cornada infligida por el astado, en la lidia, el encierro o en el campo abierto incluso, que elevamos de cornada al monumental cornalón. Por no olvidar las otras cornadas oblicuas, que son las que da el hambre; que ya se sabe que puede cornear tanto como un cornúpeta”.
Me disponía a practicar la devolución del citado ejemplar en préstamo en la Biblioteca Pública, cuando me enteré de la muerte de Paco Calvo Serraller. Como si con esa devolución del libro prestado se verificara e cierre de un bucle que había abierto el 14 de octubre Eduardo Arroyo y que ahora el 16 de noviembre se cerraba sorpresivamente y definitivamente en la cuesta de la tarde otoñal.
Francisco Calvo Serraller (Madrid 1948-2018) que ha combinado la cátedra de Historia del Arte de la Universidad de Madrid, junto a una labor extensa de publicista en el periódico El País, como cuenta en el prólogo de su Columnario, compone un raro ejemplar de profesor universitario abierto a la sociedad y a los debates que en ella se producen; un raro y abierto profesor que se debate entre la cátedra y la columna. Circunstancias éstas, que cuenta con el glorioso episodio de su breve paso por la dirección del Museo del Prado entre 1993 y 1994, donde apenas aguantó 150 días, como cuenta emocionada Manuela Mena, en su recordatorio El valor en la despedida.
Texto que compone el adiós del periódico en el que batalló desde su fundación, como cuenta, por otra parte, Juan Cruz en el obituario de El País, al hablar de sus últimas colaboraciones que se amparaban bajo el nombre maravilloso de Extravíos. Unos Extravíos que, junto a las Corrientes y desahogos del también desaparecido Vicente Verdú, componen las mejores referencias de periodismo cultural de los últimos años, y que hoy quedarán heridas de orfandad.
Y ese Columnario. Reflexiones de un crítico de arte (1999). Compone otro punto de sagaz inteligencia en su propuesta, que enlaza indudablemente con el Diccionario de ideas recibidas del pintor Eduardo Arroyo. Publicado, igualmente que el citado Diccionario, como un recuento de pasiones y obsesiones, cuenta con la misma particularidad de estar ilustrado por Eduardo Arroyo. Trabajo de recuento y de columnas que dan cuenta de las críticas de arte, y similares, de sus dos primeros años de escritura en el suplemento cultural Babelia. De suerte que ese episodio temporal de 1995 a 1997, se disuelve por fuerza, en el caso de otro raro diccionario, que comienza con la voz Abyecto y se cierra con la imprecisa alocución de Zeitgehöft. Que es la expresión pronunciada en Bremen por Paul Celan, al afirmar que “El arte puede ser un mensaje en la botella, arrojado al mar con la convicción –no siempre, cierto, alentada por una gran esperanza– de que algún día y en cualquier lugar, pueda alcanzar la playa, la playa del corazón, quizás”.
Y con esa convicción del Zeitgehöft. Nos toca despedir al historiador del Arte, Francisco Calvo Serraller. Justo en un momento de grandes desapariciones en ese campo de conocimiento. Desde Kiko Rivas a José Luís Brea, desde Juan Antonio Ramírez a Ángel González García, ya idos, da la sensación de que van faltando los mensajes y van faltando las botellas.
En unos tiempos donde la critica del arte ha sido a menudo tan incomprensible como un cuadro abstracto o una instalación atrabiliaria, Calvo Serraller ha sido sobre todo un buen escritor y un hombre de letras que ha sabido divulgar todo lo mucho que sabía de arte en el contexto de toda cultura, en el tiempo, de tal forma que a través de él siempre se encontraban conexiones con cuestiones que podían iluminar o comprender la experiencia de la vida.
He leído sus artículos del País a través de casi cuarenta años y casi siempre encontraba algo que me parecia sólido, serio, y a la vez estimulante y leve, como si se produjera la sensación de que era posible escalar para cualquiera a ese nivel donde la cultura puede ser de verdad un burladero eficaz desde el que disfrutar y soportar la vida.
Leyendo su último artículo parece que él lo ha conseguido, que ha sabido no ser un neurótico en la definición de Paul Tillich (“neurosis”, como quien “trata de evitar el no-ser, la nada, evitando ser”) y que se ha atrevido mirar de frente a la realidad de la existencia manteniendo la serenidad y el coraje como para ser capaz de escribir ese artículo muy poco antes de su muerte, tras mucho tiempo de una enfermedad degenerativa, cuando es tan fácil tirar la toalla y dejarse llevar a algún sitio banal o desesperado. Quiza ha tenido la suerte de que su anatomía se lo permitiera pero también es posible que todo lo que había comprendido la sustentara lo suficiente como para conseguirlo.
La vida de un crítico de arte también puede ser una obra de arte.
https://elpais.com/cultura/2018/10/22/actualidad/1540227048_486298.html
Me ha gustado lo de Tillich… (lo demás tambíen, quiero decir)