“El mundo moderno está lleno de viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas. Y se han vuelto locas, porque fueron aisladas unas de otras y vagan por el mundo solitarias…”
-G.K. Chesterton, Ortodoxia
“Estamos viviendo en medio de un Despertar Americano, sin Dios y sin perdón”.
–Joshua Mitchell, American Awakening
“Un individuo puede vivir perfectamente sin religión. Sin embargo, es mucho más difícil que un colectivo humano sobreviva sin ella.”
-Jorge Wagensberg
Una pregunta interesante sobre la ideología de la justicia social o wokismo es por qué está teniendo tanto éxito. Sorprende que la sociedad no tenga algún tipo de sistema inmune psicológico o filosófico contra este tipo de ideas que contenga su avance, o por lo menos que hubiera más resistencia. Creo que una parte de la explicación es el componente moral de esta ideología y la forma en que esto afecta a nuestra psicología moral. Es muy diferente que alguien te diga que tus ideas son erróneas y estás equivocado a que alguien te diga que eres malo, que eres un nazi, un sexista y un racista. Todos tenemos una identidad moral, una necesidad de vernos como buenas personas y de señalar que somos buenos a los demás. La Justicia Social no es que se considere en posesión de la verdad científica o epistémica sino que se considera en posesión de la verdad moral y ese componente le concede la superioridad moral frente a otras ideologías que no lo tienen. Conseguida la superioridad moral, es imposible resistirse. La Justicia Social es ahora mismo la fuerza moral dominante en el mundo occidental (anglosajón, por ahora). Aunque probablemente menos del 10% de la población sostenga estas ideas, están ejerciendo una desproporcionada influencia en cómo se entiende la sociedad a sí misma. El marco de referencia es que la vida es una batalla entre los buenos y los malos, representada en la forma de unos discursos dominantes y unos discursos marginalizados, en la que cierta gente trata de mantener unos sistemas opresivos de poder y privilegio a expensas de los demás. Obviamente, nadie quiere estar en el bando de los opresores. Vamos a hablar un poco de la hipótesis de que esta nueva ideología es fundamentalmente religiosa.
Han sido bastantes los autores que han planteado que la Justicia Social Crítica se ha convertido en una religión. El propio James Lindsay, junto con Mike Nayna, lo ha tratado específicamente. También Jonathan Haidt que dice que en cada universidad “algunos verdaderos creyentes han reorientado su vida alrededor de una lucha contra el mal. Estos creyentes están transformando la universidad de ser una ciudadela de libertad universal a un espacio sagrado donde el privilegio blanco ocupa el lugar del pecado original, las transgresiones de raza o género se confiesan no a dios sino a la “comunidad” y los grupos victimas son adorados como dioses”. Andrew Sullivan también ha tratado el tema de la nueva religión norteamericana y se pregunta si la interseccionalidad, que es el concepto que une todas las ramas de la Justicia Social, es una religión. Otro autor es John McWorther que está escribiendo un libro dedicado precisamente a ello, aunque él considera como fenómeno religioso más específicamente el nuevo antirracismo, la Teoría Crítica de la Raza. El libro se va a titular los Elegidos, The Elect, y ya ha publicado algunos capítulos en Internet. El título de los “Elegidos” hace referencia al calvinismo que sostiene la teoría de la predestinación, sustentada en la naturaleza pecaminosa del hombre y la inutilidad de sus buenas obras para ser salvado, en tanto que sólo los “elegidos” por Dios lo serán.
Hay que decir que esta religión de la Justicia Social no es una “nueva religión”, sino una “variante” de la religión de siempre en Occidente, el cristianismo, y más en concreto, como McWorther da a entender, una variante del protestantismo estadounidense. En la historia religiosa norteamericana han ocurrido una serie de episodios de renacimiento religioso –The Great Awakenings, o los grandes despertares, que hasta ahora eran tres- periodos que ocurren cíclicamente cada varias generaciones y que tienen hasta en el nombre una semejanza con el fenómeno woke actual. McWorther analiza diferentes características de esta religión antirracista: sus supersticiones, sus sacerdotes, su pecado original (el privilegio blanco), su trasfondo apocalíptico, la forma en que persiguen a los herejes, etc., pero no vamos a entrar en ello.
Me voy a centrar con algo más de detenimiento en las ideas del historiador Tom Holland que ha abordado esta cuestión en su libro Dominio –del que ya hemos hablado– y en entrevistas públicas. El último capítulo de Dominio se titula precisamente Woke en inglés y ha sido traducido al castellano como Alerta y ahí plantea que este movimiento de la Justicia Social es cristiano en su esencia. El movimiento #MeToo repite las peticiones de las puritanas de otros tiempos; la muerte de George Floyd -la muerte de un inocente a manos del imperio actual- tienen ecos de la muerte de Cristo; el Dios cristiano siempre ha estado más cerca de los débiles y oprimidos que de los poderosos; cualquier mendigo, cualquier criminal podía ser Cristo, “los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos”; Cristo es la víctima y la religión de la Justicia Social glorifica a las víctimas, etc. Todas estas correspondencias entre el cristianismo y la Justicia Social se han hecho evidentes para cualquier persona ya que sólo hace falta observar las imágenes posteriores a la muerte de George Floyd, a los policías, deportistas y senadores norteamericanos de rodillas, a la gente postrada en el suelo, a personas blancas lavando los pies de personas negras, a personas auto-flagelándose, a manifestantes realizando algo muy similar a rezar, etc., para darnos cuenta del simbolismo religioso, de la liturgia de purificación y renacimiento, del deseo de limpiar y renovar observable en todos los acontecimientos que hemos presenciado.
Pero Holland ve una diferencia entre la Justicia Social, y el nuevo antirracismo y el cristianismo de los últimos siglos a pesar de que la dinámica cristiana de todo el movimiento es evidente. Un giro profundo, en su opinión, aparece en la reacción contra la doctrina del pecado original, que procede de San Agustin, según la cual todos somos pecadores. La Justicia Social se pondría del lado de Pelagio (el oponente en este debate a San Agustin) que defendía que podemos ser perfectos y virtuosos por nuestras propias acciones. San Agustin defendía que no, que necesitamos la gracia y la salvación de Dios porque por defecto arrastramos el pecado original y somos pecadores. Los que condenan el pecado en otros son reacios a contemplar que ellos también son pecadores. La doctrina del pecado original, según Holland, es profundamente democrática en el sentido de que todos somos iguales y pecadores y si todos somos pecadores, ¿quién tira la primera piedra? También está la reflexión de que es fácil ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro. La consecuencia es que si no tienes esta visión, entonces te crees con el derecho a juzgar a los demás -ellos son pecadores pero tú no- y de perseguir y castigarlos.
Creo que este análisis de Holland ilumina un fenómeno que hemos observado repetidamente en las difamaciones rituales y las humillaciones en las redes sociales: la tremenda crueldad y la ausencia de perdón. No hay nada que el pecador (la persona que ha hecho un comentario en un tuit o lo que sea) pueda hacer para ser perdonado y conseguir la reconciliación. La caza de brujas es implacable y cruel y no sirve de nada pedir perdón. Debe ser aniquilado, despedido, silenciado, excomulgado, condenado al ostracismo y en muchos casos estos linchamientos han acabado en suicidios. Holland ve el peligro de que al perder este anclaje en la doctrina cristiana, las espirales de virtud en las que estamos cayendo puedan llevar a los creyentes en la Justicia Social a caer en la arrogancia y en la crítica moral implacable, y en la tendencia al castigo sin remisión, lo que podría generar conflictos sociales. Sin embargo, esta postura es también cristiana en otro sentido. Holland reconoce muchos aspectos negativos en el cristianismo y uno de ellos es la idea totalitaria de que la verdad justifica la persecución de los disidentes. La afirmación de los cristianos de que están en posesión de la verdad no tiene paralelo en la religión pagana, que era mucho más tolerante con otros dioses e ideas, y el resultado es un tipo de represión que no tiene precedentes. Estos cazadores de herejes de la Inquisición que han existido a lo largo de la historia del cristianismo estarían representados actualmente por los santurrones fanáticos “woke” que no queman ahora personas en la hoguera pero sí arruinan sus reputaciones y sus vidas.
Un autor que ha tratado el tema de la culpa es Wilfred M. McClay que se pregunta en The Strange persistence of Guilt por qué la culpa no ha disminuido en la sociedad laica occidental sino que ha ido creciendo exponencialmente en las últimas décadas (ver también esta entrevista). McClay liga la culpa con el mayor conocimiento y control del mundo físico; ese mayor poder implica mayor responsabilidad con respecto a los efectos de nuestras acciones sobre el planeta, por ejemplo. En el cristianismo, la culpa -que es una mancha y una deuda- la paga Cristo con su sacrificio (los judios pagaban con la sangre de algún animal y Cristo con su muerte paga la culpa de toda la humanidad, o de todos los que crean en él), pero ¿cómo solucionamos la culpa en un mundo laico? Un intento de solución es identificarnos nosotros como víctimas o solidarizarnos e identificarnos con las víctimas Esto tiene dos ventajas. La primera es que es la responsabilidad la que conduce a la culpa y la víctima, por definición, no es responsable y, por tanto, es inocente. La segunda ventaja es que la víctima puede proyectar su culpa sobre el victimario u opresor y la culpa recae sobre él. Por medio de este giro, el chivo expiatorio es el victimario, el que paga el precio. En la Justicia Social Crítica el hombre blanco es el chivo expiatorio que paga la inocencia de las otras identidades.
Vuelvo a la hipótesis de Holland con respecto a la Justicia Social o wokismo transcribiendo unos párrafos de una entrevista para la web Stream:
“El “Wokismo” se sitúa claramente en la larga línea de la tradición angloamericana de los “grandes despertares“. Estos han ofrecido sistemáticamente a los pecadores la oportunidad de arrepentirse de sus pecados, de ver cómo los primeros se convierten en últimos y los últimos en primeros, y de establecer unos nuevos elegidos. En concreto, sus raíces se encuentran en el movimiento por los derechos civiles (que para Holland es otra época de despertar). Por eso, en los últimos años se ha invocado repetidamente el nombre y el ejemplo de Martin Luther King. En ese sentido, el nuevo milenio no ha marcado ninguna ruptura radical con lo que hubo antes.
¿La idea de que las grandes batallas en la guerra cultural de Estados Unidos se libran entre los cristianos y los que se han emancipado del cristianismo? Es una idea que ambos bandos tienen interés en promover. Pero no por ello es menos mito. En realidad, tanto los cristianos conservadores como los progresistas se reconocen en la misma matriz.”
Hay otros autores que han señalado la gran deuda de nuestra cultura occidental laica con el cristianismo, como Don Cupitt en The Meaning of the West, o John Gray en Misa Negra. John Gray en Misa Negra plantea que muchas tendencias del pensamiento religioso pero también de movimientos seculares -como la Revolución Francesa, el comunismo y otras revoluciones- se derivan de lo que considera un mito perjudicial: la idea de que se puede conseguir un mundo perfecto. Este mito se remonta a la idea cristiana del inminente fin del mundo y la llegada del Reino de Dios. Todos estos movimientos religiosos y laicos han conducido a verdaderas atrocidades y reinados de terror. El pensamiento apocalíptico está dispuesto a sacrificar cualquier número de vidas ahora en aras de un futuro perfecto que “sabe” que está por llegar. Este peligro, como señala Holland, se esconde en la Justicia Social.
Precisamente Gray ha escrito un comentario sobre el libro de Holland, Why the liberal West is a Christian creation (Por qué el Occidente liberal es una creación cristiana). Leemos en él:
“El cristianismo trajo consigo una revolución moral. Los pobres pasaron a ser vistos como hijos de Dios y, por tanto, merecedores del mismo respeto que los más poderosos de la sociedad. La historia era un drama de pecado y redención en el que Dios -actuando a través de su hijo- estaba del lado de los débiles.
Los movimientos progresistas modernos han renovado esta historia sagrada, aunque ya no es Dios sino la “humanidad” -o sus autoproclamados representantes- la que habla en nombre de los oprimidos. En muchos sentidos, el Occidente actual es más ferozmente santurrón que cuando se declaraba cristiano. Los guerreros de la justicia social que denuncian la civilización occidental y exigen que sus pecados sean confesados y arrepentidos no existirían sin la herencia moral del cristianismo. Como escribe Tom Holland, “si hubiera sido de otra manera, nadie habría sido woke (nadie habría despertado)“.
“En el análisis final, el humanismo liberal es una nota a pie de pagina de la Biblia”
“Al mismo tiempo, el cristianismo trajo consigo un nuevo mal propio. La propia universalidad del mensaje cristiano, su insistencia en que todos los seres humanos son iguales a los ojos de Dios, inspiró un feroz ataque a otras creencias. Los cristianos reivindicaron una posesión única de la verdad sin parangón en la religión pagana, y el resultado fue un tipo de represión sin precedentes. Como escribe Holland: “Una Iglesia que se proclamaba universal no tenía, al parecer, otra respuesta para quienes la rechazaban que la persecución”. El ascenso del cristianismo supuso el fin de la tolerancia pagana…El cristianismo destruyó esta antigua tolerancia y con ello inauguró el mundo moderno.”
“El cristianismo se extiende de dos maneras: a través de la conversión y a través de la secularización”. Esta incisiva observación, citada por Holland como procedente de un historiador indio no identificado, resume gran parte del argumento de Dominio. La modernidad secular no es la negación de la cristiandad, sino su continuación por otros medios. Los ateos bienpensantes que se empeñan en decir que seríamos mucho más civilizados si no hubiera existido el cristianismo no se han preguntado de dónde procede su concepción de la civilización. Nietzsche estaba más cerca de la verdad. Si lamentan el auge del cristianismo, deben lamentar también el auge del liberalismo, de los derechos humanos y de la creencia en el progreso.
“En Occidente, el liberalismo no se desvanece a la par que las creencias cristianas, sino que se vuelve más celoso y dogmático. Irónicamente, los ultraliberales de hoy tienen más que un poco en común con los cristianos que destruyeron la tolerancia pluralista del mundo antiguo. Al igual que los primeros cristianos, que se ven a sí mismos como actores de una historia de pecado y redención, los ultraliberales de hoy en día tienen mucho en común con los cristianos que destruyeron la tolerancia pluralista del mundo antiguo.”
Otro autor muy importante que señala que la Justicia Social es un movimiento religioso, el cuarto Gran Despertar, es Joseph Bottum, un escritor católico con un gran conocimiento histórico y teológico. Bottum aborda la cuestión en su libro An Anxious Age: The Post-Protestant Ethic and the Spirit of America pero puedes acercarte a la esencia de su planteamiento en esta entrevista en Sp!ke y en sus artículos The Spiritual Shape of Political Ideas y The Death of Protestant America. Lo que Bottum plantea es que es el colapso de la línea principal Protestante (Protestant mainline), es decir, la ideología de las principales denominaciones protestantes que guiaban la vida religiosa norteamericana (presbiterianos, metodistas, luteranos…) es lo que deja un vacío que es ocupado por la Justicia Social. Conviene recordar que Estados Unidos es una nación protestante aunque desde un principio aceptara emigrantes de otras religiones como judíos o católicos Este colapso ocurre hacia los años 70 del siglo pasado, y no está clara la razón pero la realidad es que el número de miembros de esta iglesias disminuye en unos porcentajes espectaculares. Lo que ocurre es que ese tronco religioso protestante deja de ser el marcapasos moral de la nación pero la moral, como sabemos, es esencial para el funcionamiento de una sociedad así que alguien tiene que cumplir ese rol de marcapasos moral. El resultado es que la vida política queda contaminada por la religión, como dice Bottum: “Uno de los grandes peligros es que las ideas religiosas están en la política…si crees que tus oponentes políticos ordinarios no están simplemente equivocados, sino que son el mal, has dejado de hacer política y empezado a hacer religión.”
Voy a citar a un último autor que coincide con este análisis de que la Justicia Social es en esencia un movimiento religioso, Joshua Mitchell, en su libro American Awakening. Mitchell coincide en lo fundamental con Bottum, en que el colapso protestante deja libre unos “demonios” religiosos, es decir, conceptos religiosos como la transgresión y la inocencia, el pecado original y la culpa que son desviados a la vida política. El problema de estos “demonios” es que ya no existe el marco religioso que les daba sentido y los controlaba. Como dice Bottum, tenemos el mundo del pecado concebido por San Agustin pero sin Dios, es decir, sin la posibilidad de redención y de perdón, algo que también señalaba Holland. Mitchell señala cuatro diferencias entre la Justicia Social y el protestantismo del que procede:
1- Los protestantes identifican a Cristo como el único inocente. En la Justicia Social, grupos de meros mortales (los grupos oprimidos, las víctimas) son inocentes.
2- La segunda diferencia es consecuencia de la primera: no todos los descendientes de Adán están manchados por el pecado original, sólo los hombres blancos lo están.
3- No hay perdón en la Justicia Social. Las deudas que tienen los hombres blancos por la opresión y las transgresiones cometidas no se pueden reparar y el poder político procede precisamente de que estas deudas no se puedan limpiar: perdonar sería perder el poder político.
4- Los protestantes reconocen que el ser humano y el mundo son imperfectos pero esperan que Dios vuelva y lo repare. La Justicia Social busca que el mundo y la creación se reparen ahora, desmantelando todo el mundo construido por el hombre blanco heterosexual.
Mitchell predice también que una vez realizada la purga del hombre blanco, otro chivo expiatorio tendrá que ocupar su lugar porque la inocencia se deduce por comparación o por contraposición al transgresor, por lo que se necesita siempre un transgresor. Aventura que el siguiente grupo a purgar serán las mujeres blancas y después los hombres negros.
En definitiva, creo que el punto de que la Justicia Social Crítica se ha convertido en un movimiento religioso, de raíces protestantes, vemos que ha sido señalado de forma coincidente por muchos autores y que la argumentación es convincente. Así que la explicación última de los tiempos hipermorales que estamos viviendo es una combinación de dos cosas: nuestra mente moral humana y el colapso de la religión tradicional. Por un lado, hay una necesidad, un hambre espiritual y moral en la naturaleza de nuestra mente moral humana, producto de la evolución: necesitamos saber que somos buenos, nuestra identidad moral es muy importante para nosotros -igual que necesitamos que nos quieran y ser aceptados y pertenecer a un grupo- y también necesitamos señalar esa bondad a posibles parejas y amigos porque el carácter moral es lo que los demás más van a valorar en nosotros. Esta necesidad venía siendo canalizada previamente por la religión y en EEUU en concreto por la religión protestante y en un determinado momento deja de hacerlo (o lo hace en menor medida). Pero como la moral es uno de los pilares necesarios para el funcionamiento de una sociedad, si la Iglesia institucional deja de cumplir la función de marcapasos moral, alguien tiene que tomar ese rol. Y ese rol de marcapasos moral lo ha tomado la Justicia Social Crítica que es un cristianismo secular, un movimiento con los valores éticos y morales cristianos pero sin Dios. El teórico político Samuel Goldman llama a esto “la ley de la conservación de la religión: “En cualquier sociedad, hay una oferta relativamente constante y finita de convicciones religiosas. Lo que varía es cómo y dónde se expresa.”
Lo que sí tiene este movimiento es un demonio. Como decía Eric Hoffer en El Verdadero Creyente, los movimientos de masas pueden crecer y desarrollarse sin un dios pero no sin un demonio. El demonio aquí es el hombre blanco heterosexual, el Patriarcado, la Heteronormatividad, la Cis-sexualidad, etc. Por otro lado, un factor muy importante a tener en cuenta es que ha aparecido una tecnología en forma de redes sociales, principalmente, que es una máquina al servicio de la indignación moral (las redes sociales son un estímulo supernormal) porque sus creadores y dueños han descubierto que la moralidad es un negocio. Las redes sociales se aprovechan de nuestros instintos morales igual que la pornografía en Internet se aprovecha de nuestros instintos sexuales. Sin estas redes que nos conectan virtualmente con todo el mundo, la espiral de virtud en la que estamos no habría podido alcanzar las dimensiones a las que está llegando.
Si aceptamos que todo esto que hemos comentado es cierto, la conclusión es que Estados Unidos está en medio de un Nuevo Despertar Americano -el cuarto- un despertar sin Dios y sin perdón. Podemos hacer algunas predicciones sobre lo que puede ocurrir en el futuro. Por ejemplo, podemos suponer que esta ideología de origen fundamentalmente protestante podría tener una menor influencia en el mundo católico, aunque lógicamente hay raíces cristianas muy fuertes que son comunes. Lo que también podemos predecir es que esta religión no tendrá impacto en otras culturas como la musulmana o la china porque estas creencias son totalmente ajenas y extrañas para esas otras visiones del mundo. También nos da pistas este entendimiento de la Justicia Social como religión para buscar soluciones a la epidemia moral que vivimos en el mundo occidental actual. Lo que se nos hace evidente es que ya no existe una separación entre religión y política, como decía Bottum, y que esto puede tener consecuencias muy negativas para el funcionamiento democrático. Por lo tanto, una primera consecuencia de este análisis en la que coinciden todos los autores es clara: debemos separar de nuevo religión y política.
John Stuart Mill, en Tres ensayos sobre la religión, Técnos, hablando sobre el concepto de “alma” y la esperanza que infunde:
“Esa esperanza, aunque carezca de un adecuado respaldo científico-racional, trae consigo efectos beneficiosos que no pueden desestimarse: estimula nuestra generosidad y delicadeza para con los otros; alivia la sensación de absurdo que nos produce observar la decadencia y finitud naturales que afectan a todas las cosas; nos da mayor fuerza y otorga “mayor solemnidad” a todos los sentimientos que nuestros prójimos y la humanidad en general suscitan en nosotros” [p. 31].
Aplaudo el texto, aunque en mi opinión adolece del mismo pecado capital que el de los movimientos hipermoralizantes: parte de la crítica misma interna del cristianismo protestante: en ningún momento se acusa de hipermoralizantes a los que critican el ‘Wokismo’: el racismo no es exclusivo de sociedades cristianas, desde luego, ni la esclavitud, ni la persecución de los homosexuales y el patriarcado, ni el sometimiento de la mujer, etc., pero sí han ido de la mano siempre, desde su origen, y en ellos se da esa conciencia moral homogénea de lo que está bien y lo que no lo está, de lo bueno y lo malo, de la tolerancia o la intolerancia en definitiva. Yo no soy wokista. Tampoco cristiano (contaminado como todos), ni creo en las identidades colectivas, ni que el hombre sea siempre bueno (ni malo), y reniego de los grupos y tribus: las naciones son una abominación, como el Cristianismo en todas sus formas, y las demás religiones.
Hay que separar la religión de la política, en efecto. Y la economía, y no se menciona: una sociedad exige orden, no orden moral, y un orden justo debe basarse en un mínimo común denominador donde quepan todos: el desarrollo posterior es individual, y tras contar con las mismas oportunidades que los demás. Eso es liberalismo puro, que no se ha aplicado nunca en la Historia dominada por esa ideología: la riqueza vive de la pobreza de otros. Nadie desea acabar con la riqueza, pero sí con la pobreza y, en efecto, esto no convierte a los desheredados en buenos sin más, pero hay que atajarla, y no con una idea religiosa de la justicia social, sino con un único sistema público que garantice una base mínima: vivienda adecuada, sanidad universal, educación testada y equidad en las leyes. Con eso, no habría grupos, ni tribus, ni verdugos ni víctimas, ni identidades enquistadas, ni wokistas, ni heteropatriarcado, ni neoliberalismo insensible, ni racismo enfermizo, ni demás mierdas que asolan este agotado planeta, y a esta desnortada humanidad.
Huyamos de la hipermoralidad del wokismo, y de paso, nos cargamos las demás y establecemos un “nuevo despertar” (otro), de tolerancia y garantías mínimas. Evitar que se convierta en una nueva religión es tan sencillo como no tolerar la intolerancia, y eso no se hace con una inquisición, sino con una simple vigilancia y constancia (y ya sé que hay mil ejemplos de ‘buenismos’ que acabaron matando herejes, no soy un ingenuo), pero yo, como blanco (ajeno a la culpa primordial del Hombre Blanco), como gay (ajeno al movimiento LGTB), agnóstico e historiador (me inclino más por Ra que por Cristo), trabajador y sorteando una crisis tras otra, etc., creo que la justicia social no admite más grupo que la especie, y no sé si eso es wokismo, pero no se lo impongo a nadie: a mí sí me imponen esas “pobres víctimas” del wokismo su sistema y su modelo, y me juzgan, y me obligan, y me moralizan, y me impiden vivir fuera de su rol, y de la otra religión dominante: el Dinero, que también tiene su versión más pentecostal: la codicia.
https://youtu.be/sfwLHDQfXw8