Fui al cine sin grandes expectativas. He visto varias películas de Pedro Almodóvar y me gusta su retrato de la maternidad. En realidad, quería inspirarme para algo que estoy escribiendo. Busco en libros como Azúcar quemado y películas como La hija oscura un relato sobre los dilemas de ser madre. En una entrevista, Penélope Cruz había desvelado que su personaje se enfrentaba a un dilema moral. Tenía curiosidad por saber cuál era el drama entre aquellas dos mujeres, qué secreto las unía, y cómo se resolvía. La historia rumió en la cabeza de Pedro durante años, como confesó Cruz en una entrevista con Vanity Fair.
Conforme la película avanza, la historia se va enrevesando. En algún momento pensé que era demasiado. En la intimidad de mi cerebro me atreví a invocar la palabra telenovelesco. Crecí viendo telenovelas. Al llegar del colegio, me sentaba junto a mi abuela mientras me comía un bocata de queso fresco. Hacía como que jugaba, cuando en realidad me absorbía el drama de la televisión que, por supuesto, no era apropiado para mi edad. Se me hizo extraño que se acostaran nuestras protagonistas, por ejemplo ¿Pero no son las grandes historias una (tele) novela bien contada? La realidad a menudo supera la ficción.
En varios momentos, la película me pareció fría. El retrato de unas madres solteras que, en realidad, viven rodeadas de cuidadoras a las que pagan: desde una au-pair rubia hasta una migrante que prácticamente vive en la casa. 800 euros por cuidar día y noche de una niña ¿Es tan obvio que ser madre soltera es imposible? Sabemos que un bebé no lo puede criar una persona, se necesitan más manos (sean gratis o no). ¿Es entonces una ironía? Retratar a dos mujeres extremadamente privilegiadas, sufriendo, como si debiéramos tener compasión por ellas, no sé si es pedir demasiado, aunque una de ellas sea Penélope Cruz.
También me pareció fría la manera en la que se narra el tema de la violación, que se menciona de pasada. Incluso la madre de Ana, Teresa, menciona el “estado en el que me la mandas” en una conversación con el padre de la víctima. Y ¿qué nos quiere decir con que el padre sea una persona migrante? ¿Es simplemente una excusa en el guión para que sean más entendibles las dudas de una madre sobre el parentesco con su propia hija? ¿No había otra manera? No he podido evitar pensar en que es un eco del discurso de los fascistas. Pero, por otro lado, siempre me chirría la corrección política por el miedo a tratar la compleja realidad en la que vivimos con honestidad. ¿Son mis prejuicios como espectadora, o es una pregunta lícita?
Los padres, ausentes por decisión propia, o no aparecen, como el padre de Ana, o se ven difuminados por su encarnación en ‘expertos con mujeres enfermas’, a los que parecemos perdonarles todo ya que su ausencia casi carece de importancia. Hasta el propio García Márquez se ha convertido en otro padre ausente más.
La película avanza, y los dramas se van solucionando, los nudos se destensan y tenemos un final feliz. Salgo del cine con una sensación de hogar, me gusta ver a Almodóvar en el extranjero, en versión original con subtítulos en francés y flamenco. Reconozco el idioma, reconozco la cultura detrás, los limones, las magdalenas y la tortilla de patatas, Madrid. Me gustan los cambios de escena tan teatrales, los colores, tan seña de autor. Y, me emociona la última escena, donde los muertos viven, y los vivos, los actores y actrices, mueren con el final de la historia.
Siento que no me ha gustado la película y pienso en no hacer esta reseña, ¿para qué dar una opinión negativa de una película de un gran director? Pero sigo volviendo a ella, y me sigo haciendo preguntas. Recuerdo que en una entrevista se habla de la recogida tan dispar de la película dentro y fuera de nuestras fronteras. Ciertos mensajes y frases de hecho me parecen clichés, como cuando se menciona a un expresidente del gobierno cuando es historia reciente de España, o cuando la protagonista lleva una camiseta con un mensaje feminista que no se si llevaría Janis. La acidez de las opiniones en español destaca en comparación con las grandes palabras escritas en inglés en periódicos internacionales por críticos de gran reconocimiento.
Diría que la película triunfa en dos aspectos. En primer lugar, hace palpable eso de que lo personal es político. Los padres, ausentes por decisión ajena, porque les han ajusticiado quitándoles los hijos de los brazos; la encarnación por una mujer apolítica y pija de un personaje teatral de un autor que sigue sepultado en algún lugar desconocido, Federico García Lorca; la decisión de traer al mundo una criatura. Precisamente esto también es algo revolucionario, que hace brillar la historia. La maternidad como algo colectivo, algo que se comparte, que fluye incluso. El apego y el desapego. La posibilidad de ser mala y buena madre al mismo tiempo. La maternidad de rebaño. Revolucionaria, quizás, la posibilidad de que una mujer adulta “heterosexual” quiera acostarse con otra mujer, y lo haga. La coexistencia de todas las paradojas y contradicciones de la maternidad, a través de clases, razas, e ideologías. Quizás, me pregunto, Pedro no obvia lo evidente, si de algo no peca es de frivolidad, sino que hace un retrato para que justamente nos hagamos estas preguntas. No lo sé.
Pedro Almodóvar juega con la teatralidad, de los hechos y las palabras, para hablar de madres y hablar de memoria. En casa se le juzga por ello. Quizás son dos temas que de los Pirineos para abajo seguimos sin estar muy abiertos a hablar de forma honesta y sin prejuicios. Ay mamá, como diría Rigoberta Bandini. Aunque, fuera de las fronteras, en mi opinión, faltan preguntas que son importantes. Supongo que la verdad, como siempre, está en algún punto medio.
Mi parte favorita son esas últimas escenas en el pueblo. Algo tan español, y tan emotivo para alguien que lo ha experimentado desde la niñez. Ese volver a las raíces, alejados de las cámaras y las excentricidades de la vida en la ciudad, para recuperar la simplicidad de la comida, la familia y los recuerdos. Las primas, las tías, las mujeres que, con sus maternidades directas e indirectas, sostienen la Historia. Lenguaje universal. Ese lenguaje de las emociones que ha conseguido que el manchego vaya a llevar a la pantalla Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin. Un regalo.