Se dice de la tinta simpática a aquella variedad en la que solo es visible lo escrito con ella cuando se le aplica el reactivo conveniente, calor o agentes químicos. Todos los jugos vegetales que contienen goma, mucílago, albúmina o azúcar – como el zumo de cebolla, de pera, de limón, de naranja, de manzana– pueden servir como tintas simpáticas. La huella incolora que dejan al principio se revela, poco a poco, cuando se calienta el papel y surge –como un sueño blanco y lechoso, y como un señuelo también de otros mundos– el cuerpo del grafismo, el trazo de lo escrito que era invisible hasta ahora. La solución extensa de cloruro de cobalto, invisible en frío, reaparece con su color verde o azul en cuanto se calienta el papel y se revela lo que antes no estaba ni era. En cuanto se enfría esa solución, vuelve a desaparecer como por un prodigio. Hasta antes de pasar el reactivo, el folio o papel se nos mostraba en blanco o en el color del soporte de papel donde se ha practicado esa escritura invisible.
Viene todo ello a cuento a propósito de la última novela corta –123 páginas en la edición de Anagrama con traducción, como ya es habitual de María Teresa Gallego Urrutia– del Premio Nobel de Literatura de 2014, Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945), Tinta simpática (2022), edición francesa de 2019. Donde emergen los temas habituales de la literatura modianesca: el abandono gris y tiniebla, los bulevares insensibles y mudos, la pérdida de la inocencia y la indagación de un joven sobre aspectos del presente que le llevaran, indefectiblemente, al pasado. Una indagación sobre el personaje de Noëlle Lefebvre, con claves de ‘género noir’ y con atributos de un diario no escrito o escrito con tinta simpática, por parte de un empleado en una agencia de detectives. Jean Eyben. Toda esa caligrafía de la desolación escrita con los posos acumulados de melancolía –como si fueran los restos cafeteros de las tazas turcas, que pueden ser leídos como un mensaje o descifrados como un presagio–, de esa melancolía tibia y blanda que segrega el abandono de la juventud y la arribada a las playas estáticas de la madurez. Una búsqueda de identidades –con mucho de recuento personal conmemorativo y guadianesco, también modianesco– que se solventa con el trayecto que traza “una agenda de tela negra con caracteres dorados”. Una agenda negra y dorada en sus letras, como un diario personal y también como un misal o devocionario, recorrido por repeticiones de fechas claves, celebraciones rituales y santorales reseñados como emblemas del día. También con el trayecto que se construye, inverosímil, entre el olvido y la memoria. Por ello, la cita del proemio de Maurice Blanchot. “Quien quiera recordar debe ponerse en manos del olvido, de ese riesgo que es el olvido absoluto y de esa hermosa casualidad en que se convierte entonces el recuerdo”. Estableciendo esas lindes el curso fijado por Paul Ricoeur entre La memoria, la Historia y el olvido. Entre el recuerdo y lo escrito.
Unas anotaciones que comienzan el 7 de enero en el Hotel Bratford a las 19 horas –soledad primera del invierno– y que concluyen el 28 de junio –verano abierto– con la frase enigmática. “Si lo hubiera sabido…”. ‘Si lo hubiera sabido’, ¿no lo habría olvidado, o no lo habría hecho? Pero ¿cómo se sabe lo que se olvida y cómo se olvida lo que se sabe? Este carácter anticipador de lo anotado con tinta azul –dice Modiano, sin especificar el tono de la tinta azul: ultramar, marino, medio o cielo y que indudablemente será ya tinta simpática– será tanto un presagio de lo que le lector descubra en la lectura y de lo que Jean Eyben irá recordando. Un bucle que une el final con el principio, lo olvidado con el recuerdo.
De forma parecido a lo ocurrido –aunque aquí de forma inversa– con Ropero de la infancia (2015, 1989 en edición francesa), Modiano recurre a los cuadernos menores de citas o de reuniones. Aquí son tres cuadernos donde se anotan, entre otras cosas banales y menores, sueltos de diarios atrasados de hace cuarenta años, en los que se han ido registrando todo tipo de acontecimientos prescindibles: anuncios por palabras, información deportiva, ofertas inmobiliarias, el resultado de las quinielas del domingo y contactos personales cifrados. Para configurar todo ello, todo ese material perdido en el tiempo, no solo un pecio de la memoria sino un programa de radio llamado, justamente Llamadas en la noche.
Y con todo ello, en Modiano surgen dos cuestiones nucleares de su escritura. La primera de ellas, la necesidad y a veces la obsesión meditada, por el recuento pormenorizado, en una técnica contable desarrollada particular y sistemáticamente por Pérec y el Oulipo. No es tanto la serialidad de lo análogo o similar cuanto la pretensión de agotar un lugar o de vaciar un recuerdo hasta la extenuación, como hace Pérec en Tentativas de agotamiento de un lugar parisino. La segunda de las cuestiones plantea el carácter de la escritura y lo literario como meditación sobre el tiempo y a veces, sobre la imposibilidad de su captura –Tempus fugit– y, por ende, la imposibilidad de esa escritura. De aquí el juego de la escritura que se oculta –como el Guadiana– y emerge más tarde desprovista de ciertos atributos y mutada ya en otras aguas y camino de su desaparición en los estuarios de la memoria quebrada.
Esa cualidad de la escritura transparente e invisible, casa bien con el mundo del espionaje –estamos en presencia de una pieza de detectives– y con todo el arco temático de la criptografía y a veces del ocultismo. Que ya se sabe que todo ello, es la escritura oculta o dormida. Y misteriosa y transparente. También la proximidad literaria de escribir para el olvido, para no ser leído nunca lo escrito, merced al materia indeleble de la escritura realizada con tinta invisible. Aunque todo ello era más válido en tiempos de escritura con tinta –ya de tintero visible, ya de cargador invisible en el cuerpo de la estilográfica–. Tinta coloreada como solución líquida de pigmentos minerales –desde el Palo de Campeche al Negro Humo o al proclamado color Tiniebla que significa en la cerería sevillana penitencia– y con capacidad de producir entonaciones plurales: Azul cobalto, Azul Ultramar, Azul negro, Verde esmeralda o Rojo escarlata. Hoy con escritura electrónica y digital, carece de sentido hablar de Tinta simpática, porque ya no hay tinta en uso y servicio. El grafismo que imprime cualquier pantalla –incluso cuando la impresora vierte la tinta del tóner sobre el papel– carece de posibilidades de ocultarse y hacerse transparente.
P.D. Medias tintas: figurada y familiarmente, palabras o acciones vagas, dictadas por una excesiva cautela o temor naciente. “Hacer algo a medias tintas”. Saber de buena tinta: figuradamente: Saber una cosa por conducto digno de crédito.
Tinta simpática, es también el nombre de la pieza de Andrés Trapiello de 1988.