La mala suerte del conductor borracho

Fotografía Tommy Ingberg

En su magnífico Los peligros de la moralidad, Pablo Malo nos trae el sugerente dilema ético de Williams y Nagel (2013). Yo lo desconocía por completo, y me pareció muy refrescante, harto que estoy de leer una y otra vez los repetidos ad nauseam dilemas del tranvía de Foot:

“Imagina dos amigos, Pedro y Juan, que se van a ver un partido de fútbol y tomar unas cervezas; ambos beben el mismo número de cervezas y sufren una intoxicación etílica con niveles de alcoholemía igualmente elevados. Ambos deciden coger el coe para volver a casa y ambos se duermen al volante, pierden el control del coche y se salen de la carretera. Pedro se golpea contra un árbol. Juan atropella a una chica que iba por la acera y la mata. ¿Debería la diferencia accidental de que en un caso uno se encuentre con un árbol y otro con una chica hacer que la valoración moral sea distinta?”

Si hiciéramos una sencilla encuesta en la que preguntásemos cuál de los dos borrachos merece una mayor condena, con total seguridad, Juan saldrá perdiendo por goleada. Lo habitual será que a Pedro le caiga una multa mientras que Juan termine en prisión. El dilema está en que la conducta de ambos ha sido completamente similar, solo la mala suerte ha hecho que las consecuencias de la acción hayan sido inmensamente peores en el caso de Juan. Entonces, ¿condenamos a una persona únicamente por su mala suerte? ¿Acaso no hay nada más injusto que la suerte?

Fotografía Tommy Ingberg

Este dilema no deja de recordarme al trágico accidente en el rodaje de una película en la que el actor Alec Baldwin mató a la directora de fotografía, Halyna Hutchins, al dispararle con una pistola que se creía que solo contenía balas de fogueo. Supongamos que Baldwin actuó irresponsablemente apuntando a la directora. Si las balas hubiesen sido verdaderamente de fogueo no hubiera pasado absolutamente nada y, a lo sumo, alguien podría acusar al actor de gastar una broma de muy mal gusto disparando a Halyna. Desconozco la legislación norteamericana, pero seguro que no tiene ninguna ley que prohíba disparar a alguien con balas de fogueo, y si existe alguna norma al respecto, será mucho menos dura que la que castiga el homicidio involuntario. Al igual que con nuestros conductores borrachos, a Baldwin se le va a juzgar más severamente debido, únicamente, a su mala suerte.

Pablo Malo describe cómo los psicólogos morales Cushman, Greene o Young explican este suceso. Y es que, según ellos, tenemos dos sistemas psicológicos de evaluación moral diferentes que entran en un conflicto irreconciliable. Uno se dispara en presencia del daño y condena al responsable en proporción al daño ocasionado. El otro analiza las intenciones del agresor y condena en proporción a si son malas o buenas. En este caso, el segundo sistema no se activa, ya que ni Pedro ni Juan quieren matar a nadie, pero el primero sí, ya que Juan ha matado a alguien, aunque sea involuntariamente.

Fotografía Tommy Ingberg

Según nos sigue contando Malo, en estudios con niños se ha visto que los menores de cinco años solo condenan por el daño causado, sin fijarse en las intenciones. A partir de entre cinco y ocho años, ya se empieza a juzgar también por las intenciones. Cushman sostiene que el primer sistema habría surgido en una fase muy antigua de la evolución, cuando todavía no existía una teoría de la mente muy sofisticada o no se podían comunicar con suficiente eficacia nuestras intenciones. Así, el segundo sistema habría surgido más tarde, cuando nuestras capacidades cognitivas para entender las intenciones de los otros y comunicarlas fueran más avanzadas. Aquí se cumpliría la famosa máxima: la ontogenia recapitula la filogenia.

Pero fíjese el lector de las profundas consecuencias de esto: juzgamos y castigamos duramente a una persona de forma injusta porque nuestros sistemas de juicio moral evolucionaron de manera que entran en conflictos irresolubles. Pensemos en toda la gente que ha terminado en la cárcel, o que incluso ha sido ejecutada, porque nuestros cerebros son como son. Si hubiera evolucionado de otro modo, nuestra moral sería completamente diferente y hubiésemos mandado al paredón a otras personas distintas. Si reflexionamos sobre esto en toda su profundidad… da vértigo.

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