Jerry Lee Lewis: ¡Great Pila de Años!

De niño yo creía que la potencia de las cosas era infinita y que se podía incrementar ilimitadamente. Por ejemplo, a mí me encantaba correr, era una especie de Forrest Gump de metro treinta, así que estaba convencido de que siempre podía acelerar un poco más. “Es fácil”, pensaba, “basta con pedir un poco más a las piernas y te dan ese extra de turbo gustosas”. Naturalmente, esa fe no podía durar mucho tiempo, y no sólo porque me hice mayor, sino porque tenía un compañero de clase, un tal Domínguez, que el cabrón tenía las piernas mucho más largas que yo y sabía cómo usarlas. No importa, de todas maneras mi pedal acelerador me proporcionaba las suficientes satisfacciones, entre ellas la de evitarme palizas (como recordaréis los que leáis esto atraídos por el viejo pero legendario nombre que va en el título por aquel entonces si hubieras ido al director del colegio a quejarte de “bulliying” te hubieras llevado tres collejas más de propina junto con un epíteto políticamente incorrecto). Pues bien, me parece que esto es lo mismo o parecido a lo que sintieron los pioneros del rocanrol, allá por los años cincuenta. Se veían a sí mismos como los chavales más fardones de la panda, los putos amos en definitiva, y estaban convencidos de que podían correr más que nadie, como si la potencia fuera infinita y la velocidad instantánea, como Descartes afirmaba de la luz. Allí estaban todos, el Cuarteto del Millón de Dólares, Elvis, Carl Perkins, Johnny Cash y nuestro muerto ilustre de hoy, el ínclito Jerry Lee Lewis, blanquitos que habían acudido a los guetos negros a poner la oreja y que con ese tesoro injertado en su oído interno se iban a comer el mundo (falta en esta lista muchísima gente, pero entre los blancos especialmente Roy Orbison). Lo que pasa es que siempre hay un Domínguez que te da una lección, o un día en que te estrellas contra un muro de tanto correr -literalmente, y por desgracia, fue el caso de otros blancos posteriores, como el gran Marc Boland o Duanne Allman. Jerry Lee, a quien homenajeamos hoy, la gran nata se la pego con el puritanismo del llamado Mundo Libre, ante todo con el norteamericano de su tierra. Puritanismo de derechas, en los años cincuenta (hay también, y muy acusado, un puritanismo de izquierdas, pero esa es otra historia), cuando los vencedores eventuales de la Segunda Guerra Mundial vivían felices de haberse conocido en un mundo de familias ortodoxas, electrodomésticos y tabaco rubio. Y va Jerry Lee y no sólo se apunta a la bigamia, sino que además se lleva a casa a una niña de trece años…

Yo lo entiendo, mi hija tiene trece años y si un majadero que quema pianos en directo y lleva el pelo rubio engominado (seguramente, por cierto, para distinguirse claramente de los negros, un pelín racista, nuestro hombre del Sur) se casa con ella a escondidas cojo el palo selfi y se lo meto por el Whole Lotta Shakin’ Goin On. Pero el caso es que Jerry Lee perdió un tiempo valiosísimo con el escándalo, lapso en el cual se le pusieron delante todos sus colegas del cuarteto y, lo que aún le dolería más, Chuck Berry, Little Richard, Fats Domino, Ray Charles y en general la negritud genial de los albores del rock. Jerry Lee Lewis siempre fue de los que más caña le daban al asunto, pero llegó una etapa en que cualquiera era más “killer” que él. Pongamos los Doors, pongamos los Who, pongamos Iggy Pop, pongamos poco después el punk… De ahí que Jerry Lee les haya sobrevivido a casi todos. Curiosamente, Great Balls of Fire no es una canción suya, aunque la performance con que la interpretaba sí lo fuera. De vez en cuando Jerry Lee emitía una especie de rugidito/gárgara a la manera de Roy Orbison en Pretty Woman, pero ya no daba miedo a nadie, al menos en el escenario (en privado era como un tornado que destruía todo a su alrededor). Dijo Jorge Martínez en un concierto homenaje a Ilegales que el rock no es más que un ejercicio de chulería, y tenía gran parte de razón, si obviamos ahora que hay que tener talento y tocar bien, algo que jamás sucede en el reguetón. En el reguetón, trap, etc., fingen como que se chulean, pero en realidad están suplicando. Suplican que su público les compre esa mierda que hacen y así poder pagarse el abrigo de piel, las gafas de esquí, el collar hortera, las modelos bombásticas y el deportivo que han alquilado para rodar el videoclip. La chulería de los buenos tiempos de Jerry Lee era distinta, consistía en apretar fuerte el acelerador por carreteras no transitadas por la sociedad biempensante de su época y después calzar la experiencia en una canción bestiaja y poco o nada sentimental -para hibridar los excesos con lo sentimental ya estaba el Rat Pack. Jerry Lee Lewis se estampó muchas veces, pero finalmente sólo ha podido con él la pila, la pila de años. Descanse en paz y Long Live Rock´n´Roll!

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