Mundo, comercio y cosmos

Fotografía August Sander

Del asunto COVID, ya que tanto nos hizo sufrir, al menos deberíamos haber aprendido algunas cosas, tales como aceptar la vulnerable naturaleza humana o la importancia de la inteligencia, la ciencia y la solidaridad social. Quizá también a no olvidarlo con tanta rapidez, con esa ligereza desmemoriada tan propia de nuestro estilo de vida.  

Pero me temo que lo más notorio que ha persistido en la conciencia colectiva del asunto COVID ha sido la confirmación de nuestra inmunda y egoísta naturaleza. De ahí viene la sinrazón del título. Me explico. 

Cuando escribo esto es 9 de marzo, día mundial del comercio justo, evento que reúne tres palabras difíciles de casar. Para comprobarlo pediremos ayuda a los diccionarios etimológicos. 

Mundial viene de mundo, que además de al planeta y al universo, se refiere a lo que es limpio y elegante, frente a su contrario, lo inmundo, sucio y soez.  

La segunda palabra, comercio, sale de unir “con”, tener, poseer, y “merx”, mercancías. Curiosamente el origen de esta palabra se remonta a los agricultores y ganaderos latinos, que vendían sus productos en los mercados de Roma. Ya desde entonces los secretos del mercadeo son misteriosos y no siempre transparentes. 

Y, finalmente, lo justo, que, por ser breves, equivale a tratar y ser tratados de acuerdo con la corrección ética y las normas y leyes justas, cosa que en conjunción con mundial y comercio es poco probable que suceda. 

Fotografía: August Sander

Como dije, tres palabras casi imposibles de reunir sin disonancias en el contexto de la naturaleza humana, entre cuyos rasgos más profundos y arraigados están la tendencia a la desidia relajada, que acumula inmundicias de cualquier orden -cosas, conductas, vicios, omisiones…-; la posesividad compulsiva de bienes y beneficios, por encima de las verdaderas necesidades y carencias; o el egoísmo ciego y negligente que justifica, o al menos tolera, las injusticias e iniquidades que con frecuencia cometemos los voraces humanos. 

Y todo eso no es palabrería abstracta. De esos conceptos lingüísticos se derivan cosas tan concretas como la invasión de las carreteras por los tractores de los agricultores que producen las mercancías más básicas y necesarias, y reclaman por ellas un trato comercial justo;  la insufrible morbosidad del comercio inmobiliario de venta y alquiler, como bien saben y tanto sufren los jóvenes; o la inmundicia oculta tras las compra y venta de las simbólicas mascarillas, tan divinamente impolutas en apariencia, como propiciadoras de ingeniosas inmundicias humanas. Miren que coplilla me acabo de inventar: “Las mascarillas a la gente / les sirve de conveniencia / a unas les quitan los virus / y a otras la vergüenza” 

Luego, me reafirmo, del asunto COVID hemos aprendido más lo malo que podemos ser cuando somos ramplonamente humanos, que lo bueno que logramos ser cuando nos elevamos sobre nuestra inteligencia y ética.  

Pero para que esto suceda, no basta con que algunas personas sean mundas y justas, se necesita que todas estemos organizadas, ordenadas y concernidas en torno a elementos comunes, como el sufrimiento, la necesidad y la carencia. Y también necesitamos lideres justos y “mundos”, es decir limpios por fuera y por dentro, que nos aglutinen y conduzcan. 

Fotografía: August Sander

Ahí es donde viene la tercera palabra del título, cosmos, que es el mundo, pero en versión griega. Cosmos significa orden, limpio y elegante, y su contrario es el caos, lo feo e indolente. De cosmos viene cosmética que es una cualidad que, junto a sus incuestionables bondades estéticas, también linda con preceptos éticos, pues nos ayuda a parecer buenos y bellos por fuera, aunque por dentro seamos inmundos y caóticos. Homero usó esa palabra en la Ilíada para referirse a la capacidad de un gran líder, Menesteo, para organizar las tropas y recursos para la batalla. Sin embargo, parece que fue Heráclito el primero que lo uso asimilándolo a nuestro concepto mundo: “este cosmos es el mismo para todos, ninguno de los hombres ni de los dioses lo ha hecho…”. Y en Esparta era usado para referirse la Constitución de la ciudad. Etc. 

Luego, la reflexión derivada de las tres palabras reunidas en un día emblemático, como es el de hoy, podría ser que, tanto el mundo limpio como el cosmos ordenado, son asuntos de todos y para todos y es nuestro deber y nuestro derecho cuidarlos, organizarlos y protegerlos. No debemos dejarlos en manos de líderes inmundos y caóticos, como sucede, o al menos eso parece, en la política española actual. Y aun menos confiarlo a personas inmundas y  caóticas que los mercadean con injusticia y egoísmo, como también sucede con frecuencia en nuestro entorno. 

Me pregunto, qué seguras mascarillas podrían servir para protegernos de ese tipo de inmundicias; cómo podríamos usarlas con eficiencia contra esos virus tan venenosos; cómo producirlas y comercializarlas con justicia y elegancia. 

Difíciles son las respuestas, tendremos que pedirle ayuda a Homero y Heráclito, si es que ellos se dignaran atender a estas cuestiones tan inmundas y carentes de cosmética. 

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