Deseo y felicidad

Lady Lilith. Date Gabriel Rossetti

“Quedó segundo en la competición de vocablos más usados el primer día del año, la primera fue, de nuevo, Felicidad. Mas Deseo no se quejó, en el segundo escalón se sentó a esperar que Felicidad se engalanara para recibir su corona divina. Pero él, sabio en constancia, pasados los fastos, se limitó a observar cómo la reina iba perdiendo sus galas a medida que los días ordinales se sucedían. El timbre de sus vocales sonoras se fue opacando, su consonante primera perdió la mayuscularidad, su ostentosa singularidad se hizo añicos, y la gran diosa Felicidad se quebró en pequeñas cenicientas descalzas, las felicidades menores de cada día. Pero el Deseo, siempre ocioso, perezoso y libidinal, se mantuvo en su estado natural, que es estar sentado en el segundo escalón de los corazones humanos, mientras las felicidades opalinas y humildes vagan por los días y sus noches esperando que la gran fiesta del año las reúna de nuevo, para reinar Ella Única y con Mayúscula”.  

Lo que acabas de leer no es un cuento, es un hecho que se puede verificar en cualquier diccionario etimológico. El deseo es una potencia perezosa, que siempre está aguardando, sedente, conservando la energía que, convertida en impulso, en libido, como dicen los psicólogos, nos lleva a anhelar, echar algo en falta, necesitarlo, buscarlo e intentar conseguirlo. Si del intento se pasa al acto y se cubren las expectativas, nos sentimos satisfechos, y si es de algo bueno, nos sentimos alegres y ufanos, y a eso lo llamamos Felicidad, o mejor, felicidades, pues esa es la manera más humana, menos endiosada, de disfrutar de ella y mantenerla a nuestro alcance en términos realistas. 

Pero hay un deseo vano que nace del ocio, de la quietud, de la indolencia y que es hermano de la pereza, al cual llamamos desidia, que es anhelar algo, pero no hacer nada por conseguirlo, en cuyo caso sobreviene la amarga carencia, se acumula la molicie y la afrenta, y se impide cualquier tipo de felicidad grande o pequeña. 

“La danza de la vida humana” Nicolas Poussin

Por eso son tan peligrosas ciertas palabras, como ambicionar, ansiar, codiciar, sobre todo si se acompañan de otra, intentar, que siempre nos genera cierta sensación de tensión, de ansiedad, antes de hacer lo que nos hemos propuesto, y luego satisfacción fatigada si lo hemos logrado, o culpa si no se lo hemos conseguido, que es lo más habitual. 

Claro que no hay nada peor que no tener ningún deseo, en cuyo caso, la vida deja de tener impulso, y ya solo es el pesado paso del tiempo, que, pese a su veloz fluencia, en ese estado se lentifica más allá de lo conveniente, convirtiendo la vida en mera supervivencia. 

Por eso tiene sentido que estos cruces de fechas señaladas, nos enviemos los unos a los otros buenos deseos, pues en ellos, aguardando, sedente, se conserva y late la energía de la vida.

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