La tienda de ropa del rincón de la calle siempre está vacía. Menos hoy. Esta tarde he entrado, solo por llevar la contraria, a recorrer sus pasillos frente a la mirada incrédula de una aburrida dependienta. Ya sé cómo nos ven los fantasmas cuando se nos aparecen.
Y como no hay forma de que esa cabeza que sobresale de mis hombros deje de fabular empiezo a formular teorías porque, veamos: una tienda estrecha, alargada y pasada de moda, a la que se accede por un escaparate estrecho, alargado y pasado de moda, en la que nunca he visto un cliente y mira que paso veces por aquí, tendrá que vivir de algo, ¿no?
Recorro perezosamente varios percheros llenos de rebecas de la postguerra y se me ocurre que igual esto es la fachada de una actividad tremendamente ilegal de la que nadie sospecharía con su dependienta sentada en la banqueta destartalada del enano mostrador. A lo ley seca americana, pero sin whisky. O con él, quién sabe.
O, como en los cuentos, la puerta de cuarterones que hay al fondo se abre a otra dimensión, mitad Narnia, mitad El color de la magia. Casi espero ver aparecer por allí a un mago con un sombrero lleno de corchos.
Quizá la ya no tan joven mujer que no levanta la cabeza heredó el negocio de su madre y de su abuela y se ha quedado aquí, después de que Bernarda Alba y familia pasasen a mejor vida, guardando un luto anacrónico y gris. Dónde va a ir una cuando le han aprisionado cruelmente el espíritu desde pequeña como pies de niñas chinas del siglo pasado.
Algo me inquieta e incomoda. Caigo en la cuenta de que en el tiempo en el que mi cerebro se ha ido de fiesta no he escuchado un sonido, ni siquiera de la calle. Vuelvo a mirar a la mujer que ni me ve. Ahora está haciendo punto en un silencio atronador.
¿Y si la puerta del fondo no da a otra dimensión? ¿Y si lo hace la puerta de entrada? Se me eriza el vello de la nuca. La tapadera de los negocios turbios se mezcla con una digna descendiente de Bernarda que espera atraparme en su red. Por favor, por favor, que aparezca una mago desde una playa por la puerta del fondo…
– ¿Te puedo ayudar en algo?
– Ay, ja, ja, qué susto, perdona. No, gracias, solo miraba.