Febrero 2025

Diario de un Savonarola

FEBRERO 2025

No es este galopar, que son las huellas de la herrumbre anterior las que detienen… No es el alimentarte entre los sobresaltos, que es el vómito sepia y las arcadas… No es siquiera escapar, que es esa cruz de víctima que llevas en los ojos…

Y encuentras en la vida esa preñez de gatos interiores que maúllan y atinan a arañar mientras te encoges… Y hay que tomar partido y ser determinado en ocasiones… Y hay que demostrar todo a cada instante.

Paseé el cementerio y sentí una intención irrefrenable de echarme a reír a carcajadas… Tantos cadáveres de hombres que reprimieron su voz y sus acciones, que guardaron sus ganas para días postreros que nunca les llegaron… Hombres desvanecidos por esa brusquedad que corta todo cualquier mañana limpia.
Habría que salir a cada día para resolverlo todo, a hacer que se sublime el hombre que quieres ser, a decir con la lengua desatada, a desmayarse por la falta de aire, a masticar ese salir como un resucitado de cada letargo.


Jeroen Anthonissen van Aken, que fue un baluarte de lo anacrónico [andaba de gótico mientras el mundo buscaba el humanismo del Renacimiento], tañía en la simbología y en los secretos para armar una ‘tensión’ sobre la vida y la muerte, particularmente sobre la muerte. De tarde en tarde, cuando estoy entre chungalí y eufórico, me meto en su obra como en un teatro y percibo cómo se unen nuestros ‘simbolein’ [aquellas tablillas de cera que se rompían en dos trozos, quedándose con una parte quien la había realizado y entregando la otra a un amigo que debía viajar a otras tierras, de tal forma que, al pasar de los años, si los descendientes llegaban a encontrarse por un azar, pudieran, uniendo los dos trozos de la tablilla, identificarse y reconocer aquella unión como propia] y nos reconocemos hasta el punto de vibrar en un mismo tono negro y portentoso. Así, atados Jeroen y yo, me llegan noticias de la muerte, sus claves y sus nadas, su azar y su montura de huesos, su metáfora… Y sé nítidamente lo que es, de pronto, sin más, mientras miro a los cuatro personajes que cruzan el puente en la tabla izquierda del tríptico las “Tentaciones de San Antonio”.

Jeroen, hijo de la gran puta, claro… La muerte es tan solo el miedo a la muerte.


Hoy me percaté de pronto de que no hay nada vulgar en ese agujero presuntamente vacío que es ‘el cero’. Escribí un cero enorme en la pantalla de mi ordenador y me puse a pensar en él, frente a él, sobre él, dentro de él… Y al rato concreté que, sin el cero, el hombre no habría llegado jamás a su estado evolutivo actual y que su mente apenas hubiera podido apuntar ideas complejas fuera del mundo tangible.

El cero es la representación matemática de una nada ‘capaz’ [no en vano, colocado a la derecha de cualquier cifra la magnifica] y el concepto del ‘no es/no hay’ que dio pie a la posibilidad del ‘menos’ [una posibilidad absolutamente mental que, con el tiempo, ha traído simples y complicados resultados físicos]. El cero es también la representación más aproximada al vacío que el hombre pueda imaginar, y a la vez contiene el potencial de ser colmado mientras conforma la mente abstracta en quien lo usa y lo trabaja desde que los babilonios lo pusieron en el mercado de la mente dos mil años antes del zorolete Jesucristo para representar lo ambiguo o desde que Ptolomeo lo adoptó como signo de puntuación en sus escritos para indicar una respiración de lectura [un espacio de vacío y silencio].

El cero matemático puede funcionar como un número neutro [lo hace en la suma], como un elemento absorbente [lo hace en la multiplicación] o como un parámetro de pensamiento complejo si lo aplicamos en la división, siendo el único número real que no tiene inverso multiplicativo… También es curioso [y anonadante si se piensa bien] que desde el punto de vista de muchos matemáticos egregios el cero no exista, y en este punto es donde pasamos al cero en el plano lingüístico y su trámite intelectual y filosófico como indeterminación o vacío, como comienzo o final, como estabilidad o inestabilidad, como frontera de lo real a lo imaginario que se ha reproducido en conceptos parejos como nada, nunca, jamás, tampoco, sin, no, vacío, ninguno… Y configurándose como uno de los sujetos de abstracción más importantes en el desarrollo de la mente humana, irrenunciable en la mayoría de los razonamientos que llevan a los más diversos conocimientos.

Y luego el cero lúbrico, el artístico, el literario, el cero que es sexo abierto o superficie vacia o vaciada [mi amigo, al gran ceramista mural Alberto Hernández, tramita con harta frecuencia la excelencia de su arte a partir de los conceptos de nada e infinito, y en eso triunfa siempre], la nada hecha palabras que tantos escritores sobresalientes han llevado a esa otra nada del papel, el vacío que hace la forma, el vacío que contrasta la tipografía, el vacío de lo que solo existe en la mente como creación.

El cero es la hostia, colegas.


El placer aristocrático de Baudelaire era desagradar, deslumbrar con sus poemas desagradando, y era bueno el cabrón, y desagradando llegaba, pellizcaba, hería, despertaba… Luego, el hormiguero de los simbolistas y los modernistas gozaba desnudando al poema de cualquier ‘literatura’ para intentar obtener esencia poética… Malarmé dio orden de ‘soltar lastre’ y quitarle al poema cualquier asunto que distrajera… Jorge Guillén abogaba por la ‘autocontención’ en poesía… En las revistas de la Generación del 27 se pedía a voces disciplina expresiva y de emociones, rechazando el sentimentalismo como obsceno, pero Dámaso Alonso pudo ver con clarividencia y avisó: “¡Curioso destino el de mi generación! Salió a la vida como llena de pudores, con limitación de tema, como con miedo a expresar la pasión, con un sacro horror a lo demasiado humano, con muchas preocupaciones técnicas, con mucho miedo a las impurezas…”… Y así llegamos a este abismo actual entre la poesía y el hombre, un abismo en el que el poeta se ha alejado de la gente, de los gustos de la gente, de los problemas de la gente, de las necesidades de la gente… Poetas perdidos en ambiciones estéticas, en caminos intelectuales de difícil o nulo acceso para el hombre común… Y no son los peores, pues hay una gleba empeñada en salirse de cualquier sesgo intelectual [y también de cualquier formación] y tirarse constantemente a un barro nada poético que está enfangándolo todo… Un desastre, a mi modo de ver, para la extensión de la poesía a las masas [camino que ha hecho el mundo de la narrativa con crasos y generosísimos resultados… Y también mal, pero con resultados, que ya es algo… Y me refiero al llegar y no al cobrar].

Yo creo que es obligación del poeta no mostrar indiferencia por lo que le rodea, ser voz de la sociedad en la que vive y crece y, cómo no, tomar partido decidido por las causas que le acucien… Y, desde ahí, acicalarse de una estética y/o hacer cabriolas intelectuales, pero solo desde ahí.

Y desde lo dicho, pues que llevo años echándome la culpa de hacer poemas memos y anodinos, que no encuentro la voz que me apetece, que no leo demasiadas cosas aceptables y me enfado, que intento y me fracaso, que indago en trochas nuevas y me pierdo…

Llevo demasiado tiempo intentando enfocar mi poesía en la Poesía, buscando unas raíces y unos troncos que aún no sé si existen, preguntándome el qué y el desde dónde, intentando alumbrar una teoría individual sobre la que hacer cierta poesía practicable que pueda sostenerse en un discurso y en algunas razones, pero a ratos creo que me equivoco, que al poema se llega sin razones y con vivencias nítidas, que se llega por azar y porque es el efecto de algunas justas causas [justas por exactas]… Y me siento carne de policlínico y hasta enfermo dental [sí, ‘dental’, que es lo que más me ha dolido de lo que conozco], y noto que mi tiempo medio se acaba, que estoy entrando en esa afasia del quiero y no puedo, que no voy a llegar ni a una sola conclusión, que ya me va medio mosqueando el que todo sean caminos e Ithacas… Solo sé que leo absurdas peripecias a las que otros llaman poemas y me cabreo, que leo blandenguerías de tequieros y memueros y temiros y menciendos…, y me cabreo, que leo versos con ritmo de mosquito [zzzzzzzzzzz] y me cabreo, que leo versos morcillones y me cabreo… Y ya no digo si miro con un poco de atención a las vidas de quienes los escriben… Nada responde a nada… Y me siento como una mujer hecha con quesitos de porción, esos quesitos cremosos que se te quedan pegados en el paladar y te ciscas en todo lo que se mueve mientras intentas despegarlos con la lengua… Y entonces me dan ganas de no volver a abrir un libro y de no volver a escribir una sola palabra… ¿Qué me sucede?… Quizás que estoy mayor.


El misterio solo sirve para sojuzgar. Patente es su función en el plano religioso como acumulador de masas adormecidas… terrible resulta en política, tanto en las propuestas totalitarias [el líder se esconde tras un velo opaco y crea una parahistoria que suele rozar lo místico] como en las perversiones democráticas [políticos votados por el pueblo que invocan a lo oscuro por simplicidad para doblegar al contrario]… y ridículo deviene en el arte y la literatura, sirviendo como balsa de náufrago para los inútiles que no encuentran otra salida digna que no sea el hermetismo.

Lo malo del misterio es que funciona, funciona de puta madre y subyuga a la gleba hasta límites de auténtico peligro social.

Prefiero cualquier línea científica de pensamiento, por errada que sea, a una verdad sobrenadada en el halo mistérico.

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Enero 2025
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