Enero 2025

Soy de cuando se procreaba sin movimientos lascivos y la muerte era esperada como un segador, de cuando se hacían cinturones de monedas y rosarios de pipos de aceitunas, de cuando se daba limosna y se ayudaba al gentío a tener una buena muerte, de cuando las alcobas con cortinones, de cuando los escapularios con cintitas y los penitentes arrodillados, de cuando los exegetas hablaban del hombre andrógino, de cuando la periferia de los círculos, de cuando se vivía lo inquietante con fervor, de cuando los arcanos y los vicios castigados, de cuando el aguamanil de los prostíbulos y el espejo de pie, de cuando el solaz de las cortesanas con túnicas vaporosas, de cuando el viscoso semen de Dios, de cuando la rehabilitación de la sexualidad tácita, de cuando los siete cielos planetarios, de cuando las virtudes armaban al hombre congruente, de cuando la ambigüedad se hacía grosera en forma de erección, de cuando la mujer fecundada sonreía por estar encinta, de cuando la tierra yerma, de cuando los sacrilegios y los perros excitados, de cuando la niña atónita, de cuando el catecismo del padre Ripalda, de cuando Dios era perverso por mirarte, de cuando las refutaciones, de cuando la ilusión por todo, de cuando aquel espanto, de cuando los gemidos de la loca, de cuando la inquietud adolescente, de cuando el primer semen encharcando las manos, de cuando la soltera provocativa que me enseñó su pecho izquierdo, de cuando la seducción a oscuras, de cuando los vahídos de la abuela, de cuando se engendraba fantasía a la salida del cine del domingo, de cuando el sombrero viejo de fieltro que llevaba el mago, de cuando los abrigos cheviot, de cuando se recordaban los sueños al despertarse, de cuando el mullido mundo de las tentaciones libidinosas, de cuando la contemplación sin recogimiento, de cuando los zapatos dos tonos, de cuando las supercherías, de cuando los latinajos, de cuando el mundo de los hombres dominados, de cuando el mundo maniqueo…

Soy de ese entonces y ya no puedo casi permanecer en este ahora.


Cuando uno se abandona, se pone demasiado gordo o demasiado pesado, que viene a ser lo mismo. Y eso es el resumen de su vida: morcillones de grasa en los lomos, una tripa de espanto, papada con mirada cenital al suelo y el culo caído por justa gravedad [gordo]… Batallitas, consejos, las reinetas de antes sabían mejor, falsa seguridad, paseítos por la calle o por el campo y palizas constantes al de al lado resumiendo experiencia y rezumando una sabiduría monocolor y plomiza [pesado]… Y uno puede abandonarse a los dieciocho años tanto como a los ochenta y seis.

Y en ese ‘esto es todo’ que hiede a zorola plenitud, se te puede ver como colgado por los dedos gordos de los pies, igual que un jamón curándose como único signo de supervivencia.

Entonces el poema es OPCIÓN, una posibilidad miserable de salida hacia la realidad… Y lo es porque precisa soledad [lo que significa salvar a los otros de tu pestilente perorata].

Demasiados abandonados terminamos en la poesía y con ello salvamos a los demás [siempre que no nos dé por la jodida flor natural o por hacer partícipe forzoso al de al lado de unos versos escuálidos, que suele suceder que junto a un abandonado hay generalmente un verso escuálido].

Ayer me decía no sé quién a la puerta de un sepelio que apenas me ve, que no coincidimos ya ni en las reuniones del Centro de Estudios Bejaranos… Y yo le contestaba que ya no voy a nada, y menos si es asunto que sume pesadez a la que yo ya llevo encima. También me dijo que andaba leyendo a Jaime Balmes… ¡Pobre! [mejor no ir a reuniones en las que haya gente que lee a Jaime Balmes].

Y es que acabamos siendo purito ombligo, pero con una consideración diferencial entre unos y otros: hay ombligos que se valen por sí mismos y se saben mirar solos, y hay ombligos tan necesitados de otros ombligos [generalmente por mediocridad], que necesitan aunar sus miserias umbilicales para sentirse unos, grandes y libres, y desde ahí lanzarse a conquistar el mundo imbuidos de cierta dignidad institucional.

Hay una abrupta yuxtaposición entre esos tipos y yo, lo que me capacita en cierta manera para ser comentarista de sus ‘logros’ singulares, aunque, si lo hago, parezca un cínico [que lo mismo lo soy].

A veces me escandaliza que alguien vea algo especial en mí, que alguien busque mi compañía por eso, porque entienda que aquí se cuece algo distinto, y que me traten mejor que a otros –o peor– porque me sienten distinto. Me avergüenza que alguien me llame poeta cuando hay desconocidos al lado y me quiera utilizar como a un muñequito de feria… ‘Yo, el amigo del payaso’. No saben que la poesía es aire y OPCIÓN para cualquiera. Lo que sí me gusta es que me teman, que teman mis reacciones y mis palabras, sobre todo esos que a veces se confían y me dan palmaditas falsas en la espalda… y que de ese temor (yo) termine notando que casi todo me está permitido [vuelvo a la calidad del bufón, como siempre]. Y es que no hice nunca nada especial, solo contar mis cosas en un papel igual que lo hago ahora, sin esquemas previos, dejándome llevar por lo que sea, que generalmente soy yo, solo yo.  

Y no estoy triste, ni agotado, ni mustio… Diría mejor que estoy en espera [creo que se dice ahora ‘stand bye’ o, mejor, ‘estambái’], o quizás al acecho, o lo mismo latente [como un virus cabrón]… Quizás solo pendiente de no sé qué.

En fin, que me descojono a solas y lloro hacia fuera como una nenaza.


Si no sentiste nunca turbulencia, miedo, contradicción, confusión…, es fácil que no puedas escribir aunque tengas las herramientas [erramientas] afiladas para ello, pero no pasa nada, no te preocupes, que eso es estupendo… No necesitas escribir, coleguita, porque todo te va de puta madre. Tampoco es plan que te pongas a inventar una vida paralela y sufriente para parecer auténtico, que ya lo eres, no te equivoques.

¿Quién importa en el mundo? Si lo piensas bien, nadie. Los tipos cultos y sensibles son una plasta social inaguantable que solo cuentan a efectos de muerte; los apegados al paisaje y a todos sus decorados terminan siendo también eso: solo paisaje y decorado; los del trabajo callado, como mucho son números y basta; los de la risa nocturna y el alcohol son escoria relativamente bien aprovechada; los de misa y mirada al cielo son para otro mundo; los de entrepierna nerviosa terminan siendo solo carne y gusanos; los bellos son proyecto de exacta fealdad; los que escriben son tiempo perdido… En el mundo importa, como mucho, el saber capear los infinitos temporales y seguir respirando, algo que tiene bastante que ver con la selección natural, esa forma fascista e incontestable de ser.

Desde estas premisas, vuelvo a lo del carpe diem como un continuo en el que vibrar solo para uno mismo, con egoísmo hacia adentro y hacia afuera.

Ya me río yo hasta de mí mismo cuando me releo hablando de justicia y de valores… Yo, que tengo y no reparto [como hacéis también vosotros]… Y como me río de mí, también me río de esos otros que claman en palabras escritas por una sociedad más justa mientras se aprovechan con ambición de lo que pueden arañar, que no reparten ni aunque sea por caridad o por vergüenza, que cuando escriben de lo de los demás, jamás incluyen lo suyo en el paquete [porque es suyo, coño, y se lo han ganado con trabajo propio… Ahí no hay sociedad que valga ni herencia cultural que pueda sumársele]… Vamos, que me dan repelús porque me doy repelús.

Y luego, para mayor gloria, esperar el reconocimiento social como hombres justos, como ejemplos de humanidad… Ejemplos de mierda, coño.

Así que, a estas jodidas alturas, estoy empezando a admirar al verdaderamente sincero, al que dice en alto: “tengo y no pienso compartir, a pesar de que sé en el fondo que la sociedad es injusta y se deberían cambiar demasiadas cosas”. Ése es el tipo necesario para empezar a darle una vuelta a este asunto de doblemoralinos que rellenan el mundo con su escoria ‘dignísima’.

Ser para uno mismo y, luego, para los demás si es que puedo sacarle algún provecho al asunto. Ésa es la verdad de hoy [y me da que la de siempre]. Y no conozco a nadie [¡¡¡A NADIE!!!] que no encaje a la perfección en esa verdad. Y por eso sospecho de cada uno de los que escriben palabras como solidaridad, justicia, libertad…

Es mejor el ‘malo’ que reconoce su maldad sin rubor, que el ‘bueno’ que esconde sus miserias entre palabras grandilocuentes.

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