Abril 2025

Diario de un Savonarola

La afirmación taxativa de que vivo la izquierda como una estética es una verdad absoluta. Ahí es donde me miento y fracaso.

El hecho de escribir estas palabras me da descanso, pues hace que no me sienta tan mal como cada uno de los que no las dicen.

Sí, vivo en una sociedad podrida y decadente desde su más mínimo individuo hasta el grupo más elaborado… Y colaboro en ella con terror.

¿Cobardía? No lo sé… ¿Adaptación al medio? Quizás… ¿Fracaso completo? Entero.


Es triste que cuando los pensamientos van tomando una forma elaborada es justo cuando no puedes sacar partido vital de ellos. No hay justicia en los ciclos, pues la madurez del pensamiento debiera acompañarnos desde la pubertad. Quizás fuera interesante que los ciclos de enseñanza se centrasen en ello y solo en ello…, pero no, prima la acumulación absurda de conocimientos con vocación de cedazo para perder miles de futuros hombres justos por el camino.

Lo hacemos todo tan mal.


No existe estética sin afectación, pues la una se modula en los parámetros de la otra. El problema que se me plantea desde esta pretendida certeza es la diferencia que pueda marcarse entre vulgaridad y originalidad.

Mientras que la afectación es propia, podríamos decir intrínseca, de los seres vulgares [el más vulgar de los hombres siempre acostumbra a vestir máscaras que hacen sus gestos afectados], la originalidad se lleva como forma natural de paso y nunca resulta forzada.

¿Cómo puede responder, entonces, un ser original a una estética? Desde mi punto de vista, el original solo tiene la capacidad de marcar una estética, que será la forma en la que los seres vulgares encuentren camino abierto a la imitación [afectación].

Desde estas premisas, lo lógico sería trabajar en la búsqueda de lo original para huir del campo de lo vulgar…, pero, ¿no supone tal búsqueda una vulgaridad mayor?

Buscar un modelo nunca fue lo mismo que serlo, y ser modelo o canon no es algo que tú decidas o que obtengas por trabajo y elaboración.

Todo llega o no llega independientemente del empeño que se ponga en ello, siendo más afectado quien se empeña en no serlo y resultando original quien ni siquiera se ha planteado serlo.

Participar de una estética por moda es absurdo, integrarse en una estética por motivos de razón práctica es oportunista, pero caer en una estética ya creada sin conocimiento de su previa existencia es frustrante y desolador.

Tal y como está el mundo, nos resulta imposible no ser vulgares [afectados]. La solución puede radicar en saber llevar bien nuestra vulgaridad hasta que por sí misma se convierta en la naturalidad que nos haga, por fin, originales.

A lo que se ve, llevo la mañana espesa, ¿no?


Me encanta la calidad de los ingenuos, con esa capacidad contradictoria de ‘no ver’ lo obvio que a veces se puede confundir con simplicidad y hasta con estupidez. Pero sobre todo me encanta la máscara de ingenuo, usarla y jugar con ella a un engaño que dota al receptor de una potencia con la que en realidad no cuenta.

Me he cruzado en la vida con cientos de ingenuos e ingenuas, pocos verdaderos y muchos inteligentísimos, y siempre he gozado compartiendo momentos de altura venidos de esa ingenuidad poseída o buscada.


Soy yo y un ‘otro’ que me gusta menos y cada día emerge más. Ese ‘otro’ es práctico y más frío, también es algo diletante, como yo, pero muy incoherente con mis verdaderos planteamientos éticos. Me gusta y no le soporto, me puede y yo me dejo, me elimina poco a poco y yo apenas hago nada para oponerme.

Ese ‘otro’ ha crecido forzado por las circunstancias y ejerce de superviviente, adaptándose a cualquier situación y sin detenerse a valorar más aspectos que los que le lleven a dar pasos hacia adelante. Me humilla, me veja, me deja desnudo ante la verdad y ante las máscaras. Me tiene atado por las muñecas y se está convirtiendo en mi peor obsesión.

No sé si seguir viviendo con él a medias o dejarme vencer y ser él para los restos, pues le va mejor que a mí, bastante mejor, mucho mejor.


Leo en un ‘sin más’ el “Wath is poetry?”, de L. Ferlinghetti, que me regaló Manuel Lara Cantizani y me quedo con ese verso que reza: “el poema no tendría que ser explicado”.

Sucede que cuando asisto a lecturas poéticas o saraos literarios en los que un tipo lee sus cosas en alto al personal de tropa, me encuentro con que en el noventa y nueve por ciento de las veces el colega de turno se tira diez minutos explicando el poema que leerá en uno. Y yo me siento mal, porque percibo que el perico me está tomando el pelo, que me tiene por imbécil… Los poemas emocionan, te hacen reír, te hacen llorar, te erizan o te avergüenzan, dan medida de ti, tocan o simplemente te soplan al oído, pero nunca se explican si no es por sí mismos.

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