Perder ciudades: de Luís Moya al Ludus

Aulario Colegio de los Marianistas, 1967

Quienes lo cuentan no lo han hecho y quienes lo han hecho callan

Robert Bresson

Perder ciudades. Dos viajes en el siglo XXI, –enorme título para un libro tan breve como enigmático, solo 74 páginas– es una pieza de Hilario J. Rodríguez que se abre con ese prólogo afortunado de Robert Bresson, autor del texto ejemplar  Notas sobre el cinematógrafo y de un ramillete de películas soberbias. Y esa concisión del prólogo bressoniano, sobre responsabilidades olvidades y sobre olvido responsables, me viene bien tomarla prestada para este asunto que ahora trazo. Y ese libro –anotado por mí en algunos pasajes, aparece comprado el 16 de octubre de 2015 en la librería Pynchon de Alicante– apareció tan curiosamente como las sesiones de cine vespertinas de los jueves –no se si entre las películas proyectadas se encontraría Mouchette, del repetido Bresson, cosa difícil de conjeturar, al ser una pieza de 1967, casi mi último año de estancia colegial– en el colegio de los Marianistas, donde cursé el bachillerato hasta mi salida hacia la Universidad en 1968, y en donde permanece el recuerdo de esos seriales cinematográficos en tardes escolares brumosas. 

Ese preciso año se daba por concluido el Aulario moderno de Luis Moya Blanco (1904-1990, titulado en 1927) que yo no pude ver concluir, ni tampoco utilizar como nuevo espacio educativo con sus galerías abiertas y sus escaleras de acceso –todo a la intemperie abierta, todo ¡Al vent! raimoniano que ya soplaba desde el frente de levante, al que se abrían galerías y escaleras– que componían una suerte de jaula invisible de acero y vidrio para los pájaros enjaulados de los escolares curiosos y amedrentados. Aunque sí que recuperé el nuevo Aulario, años más tarde, en 2007, como referencia de arquitectura registrada en claves del Movimiento Moderno tanto con mi obra Ciudad Real 80 años de arquitectura. 1923-2003, como con la colaboración de los registros de Castilla-La Mancha en Arquitectura siglo XX. España. Proyecto SUDOE. Tiempo del que son las primeras imágenes de una obra, si no enigmática si al menos contradictora con las posiciones sustentadas por el autor, Luis Moya en su desempeño anterior. No solo obras y diseños anteriores, como la inclasificable Sueño arquitectónico para una exaltación nacional (1937-1938), sino las trazas señaladas por Urbipedia. “Sus comienzos en arquitectura se caracterizan por una clara posición antimoderna, y por la defensa de las formas clásicas y la tradición Española, como lo demuestran algunas de sus primeras obras; el Museo de América (1942), junto a Luis Martínez Feduchi; el Escolasticado de los Padres Marianistas en Carabanchel (1942-44); la iglesia de San Agustín (1945); o la Universidad Laboral de Gijón (1946-56), concebida como una ciudad ideal del clasicismo Español. A partir de 1955, [con la inflexión manifiesta de Usera en 1942], su arquitectura sufre un cambio radical. Sus edificios, a partir de ahora, pertenecen a la arquitectura moderna. Muestra de ello son algunos de los proyectos de esta segunda etapa; la iglesia del Pilar en el barrio del Niño Jesús (1959-60); o el Colegio Mayor Chaminade en la Ciudad Universitaria de Madrid (1963)”. Una obra, la del Aulario de Ciudad Real, que vista desde hoy se me antoja próxima, –pese a las distancias ideológicas entre sus autores y a las vicisitudes de ambas sociedades –si es que ello fuera posible, con las escuelas de los Smithson en Hunstanton, Norfolk de 1950: cajas estructurales de acero, rellenas de ladrillo visto y vidrio y una envolvente elemental.

En las notas hilvanadas de mi trabajo sobre el periodo del Alto franquismo, en particular del episodio de Regiones Devastadas, publiqué en 2008, el texto Regiones Devastadas: Figuración, Morfología y Tipología. En Sambricio C. (Editor) 100 años de historia de la Intervención pública en la vivienda y en la ciudad. AVS, Madrid). Donde pude anotar –tras el rastreo bibliográfico correspondiente– varios pasajes que dan cuenta del severo pensamiento arquitectónico de Moya, frente al que su  obra construida desde los años 50, parece aportar otro discurso, como si fuera un empeño por navegar en otras aguas. 

Luis Moya, 1953

En 1961, la revista Arquitectura de Madrid, publicaba una pieza de Luis Moya Blanco, que trataba de arrojar luz sobre los hechos acaecidos en los últimos años del quehacer de la disciplina, más dubitativa que propositiva, y que llamó de forma rotunda Balance de cincuenta años de arquitectura. Para contarnos su posición frente a los impulsos del momento. “Llega la República y ataca de frente todas las bases de nuestra tradición y de nuestro modo de ser españoles, tratando de implantar un mimetismo cultural de cualquier cosa extranjera…Con la Victoria, la necesidad de restaurar todo lo nuestro sin distinción de matices ni aun de calidades y de eliminar lo extraño”. Veinte años antes, en otro medio, como fuera la revista de la Dirección General de Regiones Devastadas, Reconstrucción, en el número 7 de diciembre de 1940, publicaba el texto Orientaciones de arquitectura en Madrid. Donde el mismo autor fijaba: “Se plantea el problema de fondo de reanudar una tradición rota…Incorporada en la corriente tradicional por Herrera la manera oriental –como una nueva vida de lo hispanoárabe más que como una importación–, la italiana del momento más severo, y hasta el modo flamenco en algunos aspectos, adquiere aquella arquitectura medios riquísimos para satisfacer toda clase de programas que pueda requerir un gran Imperio…”.Entre ambas fechas, Moya había intervenido en las Sesiones de Crítica de Arquitectura –revista Arquitectura nº 199, de julio de 1958 y dedicada a comentar el texto de Le Corbusier, Vers une Architecture, para producir un ‘coup de dés’ tremendo y desafortunado, al advertir: “Con la ideología latente en este libro ocurre lo mismo, pues aquella no es más que una mezcla de ideas del siglo XIX servida al gusto de las masas de hoy: democracia a lo popular, igualitarismo, colectivismo, amor panteísta a la Naturaleza, marxismo al uso de la burguesía radical-socialista, concepto materialista de la Historia, pacifismo, deportivismo, sentimentalismo, culto a la evolución, al progreso, a la ciencia, a la técnica, a la libertad, etc. De religión nada; bastante tienen las masas con tener que creer en la evolución, el progreso, etc.

Fachada CMU Chaminade

El 24 de octubre pasado tuvo lugar el descubrimiento de la placa que la Fundación DOCOMOMO otorga a los edificios que han merecido el reconocimiento y la aprobación de una comisión de registros. Ya había participado anteriormente, en actos de naturaleza similar en Puertollano, Villalba de Calatrava y Daimiel. Pero ahora la particularidad era la de desandar un cierto camino al pasado, al volver al colegio en el que pasé al menos nueve años y al que solo volví en 2006 para hacer las fotos referidas antes. Cubriendo un espeso silencio en todo ese intervalo temporal, solo roto por comentarios puntuales de excompañeros y por percances materiales, como el sucedido con la cubierta de la nueva capilla que había diseñado Javier Bernal con José Luís León. Una vez verificado el acto del descubrimiento de la placa, recorrimos, acompañados por el director del centro, las nuevas dependencias, tan desconocidas como extrañas para mí de ese pasado extinguido. Del que solo pervive el recuerdo de un libro publicado en 2010 con motivo del centenario de la llegada de los Marianistas a Ciudad Real, y donde se encuentran todas las orlas de los cientos de alumnos que ha desfilado por espacios hoy ya inexistentes, que hojee entretenido, en esa misma tarde del día 24 de octubre. Recorrí las orlas de las promociones más próximas a la mía y descubrí caras conocidas a pesar de todo el tiempo ido. Y muchas ausencias.

Al día siguiente –y por esas serendipias de la vida y sus caprichos intermitentes– me encontré con LRF frente a la que había sido su casa familiar, que acompañaba a su hermano VRF, junto a otros visitantes más, –en funciones de cierto recorrido sentimental por los emplazamientos de sus memorias quebradas–, al que saludé y recordé su Club Ludus, tan episódico como moderno. Sostenido en  el lugar que hoy ocupaba una edificación anodina y abstracta, frente a la que nos encontrábamos. Y recordé, igualmente, haber citado esa secuencia moderna en otro texto publicado en 2001, como Experiencias modernas, que se abría con una referencia de Jaime Gil de Biedma, el poeta de la experiencia y de la sentimentalidad burguesa. Pieza publicada en Puertollano, en el conjunto de relatos que se llamó Viajar de noche en Intuición editorial. Que veinte años más tarde, Concha Sánchez –hoy desaparecida como tantos espacios, como tantas personas citadas y como tantas cosas que nos importaron–, como directora de Lanza, por indicación de RGC, tuvo el gusto de publicar en cuatro entregas convenientemente ilustradas, de esos años salpicados de polvo y lluvia. Entregas publicadas entre el 28 de enero y el 18 de febrero. De allí el recuerdo de uno los chicos de Ludus, al que me encontré sesenta años más tarde. Y me confesó, entristecido, que ya habían desaparecido al menos  tres de sus integrantes primitivos. Que enunció pesaroso y lacónico: Emilio, Esteban y Miguel.

Museo de America

Las Experiencias modernas señalaban ese momento de plenitud laxa o  de declive invisible, para retomar a Robert Bresson, al citar “que extraño camino he tenido que recorrer para llegar hasta aquí”. “Las butacas estaban sobre el cemento pulido de las pistas, que en invierno utilizaban los alumnos del colegio de los Jesuitas, los baloncestistas del club Renfe y más tarde los chicos del Club Ludus. Chicos que, desde lejos, me parecían latinistas, porque los libros de Latín de 4º de mi hermana Esperanza se llamaban Studium uno, y Ludus. Más tarde descubrí que de latinistas no tenían un pelo, eran los pijos de entonces, hijos de notables y autoridades del Régimen, simpáticos, guasones, altaneros deportistas y un poco vanidosos –Miguel Prado, Esteban Núñez de Arenas, los hermanos Ledesma, Mon Montoya, o Víctor Rodríguez– que trataban de ligarse a cualquier chica presentable y llevársela a bailar a la sede del club en la calle Borja, bajo el señuelo del latín y de los rebotes de la canasta, como si el mundo entero fuera sólo una cancha de baloncesto o la pista de un club juvenil llamado Ludus”. 

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