Voces de mi madre

"El patio de la abuela" Carlos Muñoz Mendoza, c. 1977.

El artículo “Lengua materna” de Oscar Sánchez Vadillo publicado en esta revista me deja la puerta abierta para pasar yo detrás con mi propio material de frases de familia, porque todos tenemos un hatillo de hablillas que nos vienen a la cabeza como un flash sonoro en determinadas situaciones. Son una herencia verbal que viene a menudo a cuento y es capaz de expresar una opinión mejor que cualquier otro discurso. Son las frases que hemos oído en casa, sobre todo a nuestras madres, con su lenguaje figurado, espontáneo y pintoresco, expresiones que no sabemos si “las inventaba o las tomaba de aquí y de allá”, y que han quedado grabadas en nuestra mente infantil por su poder de encantamiento. Yo di por sentado hasta muy tarde que eran correctas desde el punto de vista gramatical y tenían asiento en el diccionario de la lengua. Luego comprendí que no era así en todos los casos, que el español es muy creativo y que lo que desconoce lo imagina. Igual hace con el habla. Lo que hemos creído vocablos o sentencias universales descubrimos que en realidad provienen a menudo de la idiosincrasia lingüística de una región, y que lo que se dice aquí, no siempre se dice allí, ni siquiera lo que se dice en tu casa se dice en la del vecino. En efecto, muchos son los palabros y chascarrillos exclusivos del acervo regional o, bajando otro escalón, del reducido ámbito familiar, un producto de la creatividad de nuestro linaje en algún periodo de su historia doméstica, una suma de “rasgos de genio y latrocinios inconscientes”, como escribe O.S. Vadillo.

Como digo, tarde descubrí que no todas las palabras o frases del hogar que conformaban ese “idioma materno”, en el que incluyo por justicia el “idioma paterno”, aun no constando en el diccionario, han tenido vigor suficiente para transmitirse y percolar, al menos, hasta los nietos. En el Corpus Vadillo reconozco algunas de las expresiones de su madre en boca de la mía, como el Y toda la pesca, que sustituía al etcétera, o el afrancesado y elegante A la remanguillé para referirse a las cosas medio o mal hechas, o el reflejo de las señoras de la época de transformar, a mitad del recorrido, una palabrota para suavizarla, de manera que en vez del soez joder, mi madre no decía jolín ni jolines sino  jueveca, vaya usted a saber por qué. ¡Ay, jueveca!  era la frase de dolor que escuchábamos, por ejemplo, cuando se mordía la lengua durante la comida, evitando soltar un taco más grueso.

Dejo al lector la emoción de encontrar algunos orígenes o imaginar el sentido de las siguientes expresiones maternas y le aconsejo que no se limite a la consulta del simpático diccionario de la RAE, ya que la IA proporciona hoy una información más extensa y poliédrica, abre nuevas puertas y bucea mejor en el mar de las voces. Estoy oyendo, cuando esto escribo, a mi madre y a mis tías, a veces a mi abuela, que era parca en palabras, sentadas en el patio de la calle Sancho Panza empleando esa retahíla de voces que me han acompañado toda la vida.

!Niño! que te vas a enguachinar, me dice mi tía.

Justa, esta lechuga terrazguea,  dice mi tía a su hermana.

Las patatas están encondrijás, oigo en la cocina a alguien que critica la suavidad del tubérculo. 

Se me queda la mano engarabitá, se quejaba otra, cuando los tendones se tensaban.

El niño está escuchimizao.

Vaya un modorro

Vaya un estafermo. 

Vaya un armatoste. 

Recibo el eco de una serie de palabras fascinantes por su capacidad de sugerir el peso, quizás por un efecto misterioso y aún sin estudiar del fonema /Ɵ/, como mazacote, asociado en mi personal secuencia auditiva a palabras como apelmazarzoqueteazogue y zumbido.

Ahora me vienen algunos verbos populares, probablemente manchegos o andaluces, ausentes del DRAE, o faltos de la acepción familiar: Deja de asobinarte, asobinarse con un matiz diferente al usual, como el niño que está siempre pegado a la falda de la madre. Siempre estás estezando, aunque el sentido que yo comprendía no corresponde a ninguna de las acepciones que veo en el DRAE. Estás banduendo, perdido, errante, sin rumbo fijo. ¡Venga, a japotearse!, que era frotarse fuerte con agua y jabón para quedar bien limpio, otras veces empleaba mi madre escamocharse a modo de sinónimo, limpiar bien con jabón y estropajo, ya fuera la cocina o las rodillas, todo recibía el mismo tratamiento. Arrebuñar, era apelotonar o almacenar de mala manera prendas u objetos: has dejado todo arrebuñao. Abarrañar, verbo del no recuerdo en qué contexto lo aprendí y que veo ahora que aparece en la recolección de aceitunas, coger la aceituna con las manos formando pequeños montones. Repasando esta sarta de palabras me fijo en que la mayoría de ellas son tetrasílabicas, para mi gusto las más hermosas del idioma (heliotropo, golondrina, esmeralda).

Muchas de los vocablos, los tenía a su vez mi madre de la suya, la abuela, quien decía Con la edadno tengo más que heleras. Hasta hoy, yo lo interpretaba como “tener achaques”, pero se refiere a otra cosa, en español antiguo y dialectal define una sensación corporal de frio súbito que recorre el cuerpo, un escalofrío intenso que puede ser provocado por un sentimiento de miedo.En esta improvisada introspección por el diccionario familiar descubro una filiación geográfica casi olvidada, que el verbo empercudir es muy antiguo y sigue muy en uso en América Central, sobre todo en Cuba, lo que me sugiere que mi abuela, que nació en esa isla donde su padre era Guardia Civil, pudo haberla traído de allí: ¿De dónde sales? que vienes empercudío.

En la descripción de personas, mi madre ponía motes sin malicia a las vecinas, y a ese sobrenombre estuvieron encadenadas toda la vida. Recuerdo a La CanijillaLas Patas GordasLa Paquera, Pradito la dientona…, pero sin sus nombres de pila.  Algunas veces se refería a alguien como teniendo mala follá o mala fondinga, yo en mis cortas luces comprendía que las dos significaban lo mismo, tener el carácter agriado, mal genio, mala sombra, pero creía que la primera era palabrota y la segunda no. Me equivocaba, las dos son expresiones coloquiales populares, de origen granaíno tal vez, y follá no tenía el sentido sexual que sugería a primera vista. En boca de mi padre ambas confluían en tener mala leche, que —eso sí— era una palabrota de las gordas.

Yo tenía un culillo de bailaor, a la vez era un culillo de mal asiento, porque no paraba quieto… parar quieto, que expresión curiosa, tanto como esa de ahora después, que significaba “enseguida lo hago”, construida con dos términos antónimos que nunca pueden ser simultáneos, porque o bien es ahora o bien es después. Me decía Vaya un galgo que estás hecho, porque metía la mano en los tarros de caramelos de mi tienda de ultramarinos para atrapar un puñado. Para mi padre, el tendero, era un aguililla, o un avispilla, y más listo que los ratones coloraos, “que se comen el papel y dejan las letras”.

Del diccionario onomástico materno recupero algunas estrellas de la galería: Abundio, Antón, Benito, Carracuca, Judas, Pedo Llueca, Navarrete, Picio, Ricino, Rita la cantaora y Vito. Con mi madre descubrí al primero, mi favorito porque me hacía reír, el prototipo del tontorrón que a la vendimia se llevaba uvas de postre. Hoy mismo, tras la consulta, veo que la expresión tiene su lógica, el nombre de Abundio tiene connotaciones con la abundancia en la cosecha, y es una figura simbólica en la tradición popular para celebrar la fertilidad de la tierra, se vincula con las uvas y la producción de vino. 

Abundio

A cada guarro le llega su San Antón, decía salomónica. Hay justicia en este mundo, a todos nos llega el momento de pagar por nuestros actos o fechorías, no te vas a librar, el castigo o la pena llega tarde o temprano, y llevaba más razón que un santo. Buscando su referente cultural, veo que el proverbio se asocia con la tradicional matanza del cerdo que tenía lugar el día de San Martín, el 11 de noviembre. Su San Martín se le llegará como a cada puerco, dice El Quijote, II 62. Parece pues que ha habido un deslizamiento de sentido entre el día de la matanza y el día de la bendición del animal, por consiguiente, tanto monta San Martín y San Antón en el dicho popular. 

De Benito y su purga yo pensaba que era como Ricino y su aceite, otro personaje de la panoplia. En realidad, La purga de Benito se refiere a la disciplina de la orden benedictina para purificar el alma renunciando a los bienes y placeres materiales, un ascenso espiritual a través de una vida humilde dedicada al trabajo. Mi madre solo utilizaba la expresión para referirse irónicamente a algo que se presenta como medicina o apaño supuestamente eficaz, aunque en la realidad no sirve para nada. Benito tenía otro rol, la frase esto está más seco que el ojo de Benito describía los alimentos duros por el paso del tiempo, duros como una piedra. En otros lugares expresa la delgadez extrema, o el ojo de un tuerto, seco y vacío.

Es más falso que Judas, le servía para denunciar a los hipócritas, impostores y traicioneros. No ofenderé a los lectores de este foro sobre el porqué de Judas, pero se sorprenderían de lo poco conocido que es el personaje entre la última generación, que ignora prácticamente todo de la cultura religiosa.

“El beso de Judas”, Giotto.

En la escala de la valoración estética, había varios niveles en casa. Para mi padre, las personas o cosas eran feas, muy feas o feas de cojones; para mi madre, eran más feas que Picio o que Carracuca. La primera aparición de Picio parece hallarse en la novela «El sombrero de tres picos», de Pedro Antonio de Alarcón, publicada en 1874, en cuyo capítulo V se lee: El tío Lucas era más feo que Picio . Sobre Carracuca, a veces pronunciado en casa Currucuca, los más curiosos pueden leer este texto.

Una creación ex nihilo que se acuñó en mi presencia y se ha transmitido hasta hoy entre los hermanos era esta ¡No toques!, que así lo dejó Navarrete. Navarrete era un concesionario de electrodomésticos en Ciudad Real, que también arreglaba televisiones. Un día en que el técnico terminó su trabajo en casa y el aparato quedó por fin sintonizado con una imagen sin nieves, se fue diciendo: “…y ya no toquen los botones”. Y así se quedó, nadie volvió a tocarlos porque ahí estaba Rosario para recordarlo a todo aquel que lo intentara, en especial a nuestro padre.

Otro personaje producto de una mala interpretación por mi parte aparecía era una frase que utilizaba para criticar el lado frágil o delicado de alguien. Cuando yo apartaba los trozos de cebolla hacia el borde del plato, o cuando me quejaba del agua fría o de la energía con la que me lavaba la cabeza, mi madre me decía eres más delicado que pedo llueca.  Durante muchos años pensé que Pedo Llueca era un nombre propio. 

¡Ah, porque lo dijo Rita la cantaora! le servía para neutralizar de un manotazo irónico un argumento y desautorizar a quien lo dijera o defendiera, o bien la variante ¡Eso lo va a hacer Rita, la cantaora! para negarse a hacer algo. El personaje es histórico y se refiere a una conocida cantante y bailaora de flamenco, Rita Giménez (1859-1937).

Hablando de bailes, terminaré el peculiar santoral con San Vito: Parece que tienes el baile de San Vito. Yo pensaba que me lo decía por mi manía de mover nerviosamente la pierna y que se trataba —no es broma— de una variedad de la samba brasileña, sin embargo, proviene de la Edad Media, cuando se creía que bailar ante la estatua o reliquia del santo podía curar las convulsiones debidas a enfermedades neurológicas. Para mostrar su competencia léxica, alternaba la frase con esta otra de igual sentido: ¡Para ya! que parece que tienes azogue.

En la vena versificadora del tipo “Qué putada mi brigada” del Corpus Vallejo, recuerdo algunas frases con rima, cuya musicalidad facilita la memorización y se imprimen en la mente plástica del niño. De ellas tenía mi madre algunas perlas. La más hiriente para mí era la de Mucho te quiero perrito pero pan poquito, para distinguir entre meras palabras y verdaderos actos de amor. 

Sus expresiones eran herramientas necesarias al servicio de la economía verbal, son atajos del pensamiento, dardoscerterosNo oigo a mi madre diciendo frases como: “me has engañado una vez, has obtenido lo que querías con artimañas, pero no se volverá a repetir”, o bien… “te has aprovechado de mi inocencia, había confiado en ti y me has defraudado”, o … “he aprendido la lección y estoy furiosa conmigo misma por no haber sido lo bastante severa contigo”, “tú te lo has buscado, no tendrás una segunda oportunidad, y es definitivo, no te molestes en insistir”, etc., etc. El estilo era otro, echaba mano del Una y no más, Santo Tomás, y se daba media vuelta. 

Que te conozco bacalao…, me decía cuando me acercaba tunante a pedir algo, y yo la completaba en silencio: …aunque vengas disfrazao. De sentido análogo, y compartiendo un mismo universo acuático, tenía Ya te veo besugo feo, para desmontar un acercamiento hipócrita cuando calaba una artimaña de la parte del otro para ablandarla o atraerse su voluntad.

El ¡Amos, amos! de valor reiterativo, era como decir !Señor! con valor de resignación, sorpresa o bien reprimenda, una expresión que nuestro paisano José Mota retoma para ponerla en boca de uno de sus personajes, tras los visillos. Con el mismo valor citado se prolonga aún hoy entre nosotros el batiburrillo A ver si es te crees que es que…, dicho de una sentá y que no espera respuesta por parte del interlocutor: Aversiejquetecrejquejque…

Sobre la falsedad, dos: Es de plata, sí, de la que caga la gata; y un segundo ripio relacionado con el oro, que dejo deducir al lector.

En relación a la salud recuerdo este otro: Si a la misma hora vas, como un reloj marcharás, dirigida a la persona que va siempre al retrete a la misma hora del día e indica buena salud.

Termino. Palabrotas no salieron de su boca, y era muy crítica con quienes las empleaban, ella nunca hubiera imaginado que hoy se considerase una victoria feminista eso de decir estoy hasta las tetas, estoy hasta el coño o estoy hasta los ovarios. Habría dicho con una mueca de desaprobación y desagrado “mmm, qué ordinarias”.

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3 Comentarios

    1. says: Pablo

      En mi pueblo se dice: “mas viejo que Carracuca”.
      Imagino que las variantes pueden ser tantas como los pueblos. Consecuencia, supongo, de ser tan conocido como el maestro armero.

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