Ha muerto el Papa número 266 de la Iglesia católica, el primer Papa sin numeración romana porque escogió el nombre del primer ecologista de la historia, San Francisco de Asís, seguramente porque, como él, pensaba que toda la Obra estaba ligada por el amor divino y era un deber respetar la naturaleza y sus criaturas por ser manifestación de Dios, una preocupación que quedó plasmada rápidamente en su primera encíclica Laudato Si (2015).
Pero si Francisco eligió el nombre de Il Poberello como inspiración fue menos por su vena ecologista que por su aprecio de la humildad y de la simplicidad, un principio rector puesto de manifiesto desde el primer momento de su pontificado. El Papa Bergoglio, vino de América. Antes de ser Papa, este jesuita cogió durante años el autobús en Buenos Aires para visitar las parroquias y a los enfermos, y llegado a Roma renunció al Palacio Apostólico del Vaticano, la residencia tradicional de todos los papas, y prefirió alojarse en la Casa de Santa Marta, el hotel de los peregrinos e invitados papales de visita a la Santa Sede. Allí comía como uno más, no tenía mesa reservada y los clérigos ni se percataban de que el Papa comía junto a ellos. No tuvo mayordomo ni sirvientes, y su ropa sucia se lavaba junto a la de los demás huéspedes en la lavandería ubicada en el sótano. El sastre cuenta como rechazaba los ropajes caros y como excluyó el color rojo cardenalicio de su vestuario, el oculista nos cuenta que vino a su óptica con unas gafas viejas de veinte años pidiéndole que cambiara los lentes pero no la montura. El salario anual al que tenía derecho era de 340.000 euros pero fiel a su voto de pobreza no lo aceptó. En su cuenta bancaria había 90 euros en el momento de su muerte, ni propiedades ni inversiones a su nombre. Con este tipo de contenidos empiezan la mayoría de las crónicas que glosan al Papa Francisco estos días, enfatizando esos gestos de humildad que tanto gustaron a los periodistas al principio del mandato. Curiosamente, muchos de estos artículos tienen en común una segunda parte menos halagüeña, in cauda venenum, donde pretenden poner al descubierto supuestas intenciones falsarias y manipuladoras de Francisco, seguramente porque todos han leído el mismo libro de Loris Zanatta, catedrático de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia, quien ataca sin misericordia al personaje. En su libro Bergoglio, una biografía política (Editori Laterza, 2025), se percibe un tufo anticlerical incompatible con la neutralidad académica lo presenta como un heredero de la Contrarreforma (bastante tardío ¡pardiez!) que es lo mismo que decir como un trentino, un enemigo de la Ilustración y un embajador del proyecto nacional católico peronista, entre otras cosas. Su legado, según el autor, habría sido partir doctrinalmente en dos a la Santa Madre Iglesia y también a la orden jesuita, pasando por alto otros aspectos renovadores y positivos. El Papa, dice, representa el “pobrismo” radical, una ideología que predica que la pobreza es virtuosa porque preserva al hombre de la corrupción.
A sus ojos, la dinámica papal de la sobriedad en el consumo de los bienes y en la economía de los recursos, la preocupación por el cuidado de la naturaleza o el toque de alarma por la pérdida de la biodiversidad son discursos de un Bergoglio antimoderno que rechaza el progreso aportado por el Liberalismo. “Su” Papa se ha mostrado comprensivo con el castrismo, el indigenismo, el chavismo, el putinismo y otros dictadores como Daniel Ortega, de Nicaragua. Todo en él ha sido palabrería y astucia para enraizar mejor la religiosidad popular, un sentimiento peligrosísimo que, según él, denota la falta de cultura del pueblo, una carencia intelectual que le hace permeable a formas políticas irracionales.
Bergoglio sería pues un exhibicionista de la pobreza y de la modestia, en el fondo, un farsante y un narcisista arrogante que elige el nombre del Poverello de Asís simplemente para presentarse con vana y exagerada presunción como el más pobre de entre los pobres. Me muero de risa. Toda esta palabrería, tan bien estructurada como tergiversadora y viciada en sus intenciones, me parece una caricatura para intelectuales anticlericales. En Francisco yo veo, al contrario, una opción libre y sincera por la modestia y un rechazo del consumismo capitalista y predador en línea con la intensa corriente agroecológica que triunfó en las últimas décadas, ideas en harmonía con la Sobriedad Feliz enunciada por Pierre Rabhi, el jardinero filósofo que propugnaba no dilapidar recursos y liberarse del lujo y de los excesos inútiles. Tal sobriedad no solo es una virtud desde Tomas de Aquino sino, a la vez, una necesidad; no es privación ni pobreza, y comparte la noción de Decrecimiento tal y como la formula Serge Latouche.

La sobriedad viene de sobrius, opuesto a ebrius, en ese sentido se está refiriendo al control y a la buena gestión, prerrogativas del pater familias, el cual debe actuar con mesura y diligencia en la administración de los bienes familiares. ¿Quién no puede estar de acuerdo con eso? Es extraño, sospechoso incluso, que las mismas ideas que tanto se admiraban en el expresidente de Uruguay, José Mújica (2010-2015), encumbrado a los cielos por sus discursos y vídeos moralizadores ante los cuales se deshacían en halagos, ahora, en la boca del Santo Padre, les suene a mentira podrida. No han creído en la sinceridad de Francisco. Qué arbitrariedad. Hay que comprender que la batalla de Francisco contra la pobreza empezaba contra la injusticia que supone la vergonzante distribución de la riqueza del planeta, una cruzada también dentro de la propia Iglesia contra la ostentación y la acumulación de signos de riqueza como una marca de frivolidad. Pero algunas batallas se pierden. El Papa ha dado ejemplo, pero no todos los cardenales le han seguido, es el caso del cardenal Domenico Calcagno, retirado en la campiña romana en una propiedad de veinte hectáreas o del cardenal Tarcisio Bertone, instalado en el último piso del Palacio de San Carlos, en un apartamento con terraza de 500 metros cuadrados. Ambos casos contrastan con los 70 metros cuadrados de los aposentos que Francisco ha ocupado en la Casa de Santa Marta desde el año de su elección en 2013.

Pero bueno, la opinión de Zanatta le pertenece, la mía es otra.
Bergoglio ha sido un Papa atípico pero representativo de su época, sencillo, humano y cercano, con las virtudes necesarias para que cientos de miles de jóvenes de todo el mundo se acercaran por primera vez a la Iglesia; una personalidad capaz de atraerlos a sus actos ecuménicos con más eficacia que la seca teología versada en cuestiones doctrinales de otros predecesores. Francisco ha sido un Papa respetado por millones de personas que se declaran agnósticas, con un perfil ideológico más fluido de lo que le atribuyen algunos exégetas estos días, un Papa que ha cumplido sus funciones esenciales de pescador y de pastor.
Francisco fue coherente, recto y valiente en su línea pastoral, una línea que a los ojos de Zanatta es ideológica cuando es simplemente humanitaria: pedir a Estados Unidos bajo la presidencia de Obama que detuvieran los bombardeos contra la población en Siria no significa posicionarse a favor del régimen asesino de Al Asad, eso es tan descabellado como criticar a los que condenan hoy los actos odiosos de exterminio de la población de Gaza acusándoles de antisemitismo. Igualmente, si quería defender a los cristianos sirios de Oriente era normal que se dirigiera también al ejército ruso para que les protegiera de los desmanes del Daesh, ver en ello un apoyo a Putin es vicioso. Entregar de regalo a un climatoescéptico como Donald Trump, a quien tan poco gusta la lectura, un ejemplar de su encíclica de doscientas páginas sobre la necesidad de luchar contra el calentamiento global prueba su determinación en la defensa del planeta, igual que cuando en 2019 convocó a obispos de los nueve países amazónicos junto a líderes indígenas en un sínodo sobre la Amazonía alertando de la deforestación de la región destruida por la agroindustria y las quemas forestales masivas. Era el primer año de la presidencia de Jair Bolsonaro, en Brasil. Declaró entonces que el ecocidio era un delito y reclamó respaldo jurídico para que fuera considerado un crimen de lesa humanidad. Francisco nunca se arredraba.

Entre esos exégetas parece molestar también el número excesivo de nombramientos de obispos o cardenales procedentes de países donde la comunidad católica no es ni siquiera mayoritaria, Argel y Mongolia por ejemplo, miembros renovados que tendrán voto en el próximo cónclave. Pero ¿qué tiene de ilegítimo que un presidente de Gobierno o un jefe de Estado elija a sus ministros entre aquellos que comparten su ideario para llevar a cabo un programa político? No debe sorprendernos entonces que un Papa haga lo propio para aplicar un programa religioso dado que es un jefe de Estado y tiene por tanto total libertad y soberanía para hacerlo, desde 1929, cuando el gobierno italiano reconoció la creación del Estado Pontificio.
Francisco ha sido, sin discusión, una figura atrevida y controvertida, mano de hierro en guante de terciopelo, normal que haya despertado adhesiones o rechazos, como cualquiera. Cuando Netflix haga su biopic va a encontrarse con las contradicciones de sus biógrafos, por eso el resultado final será una historia que solo utilizará hechos superficiales para crear un relato inventado en gran medida, al que se le exija poca veracidad. La película se interesará más en la leyenda de la persona que en los hechos reales.
Pongamos un ejemplo que puede interesarnos particularmente porque trata de un tema hispano, es la serie franco alemana Borgia (2012-2014), que tuvo gran éxito popular debido a una urdimbre de clichés, unos diálogos inanes, intrigas transparentes, guión truculento y abuso de escenas de sexo y de violencia con función puramente voyeurista. También es cierto que si al apellido Borgia, que es un Borja valenciano italianizado por interés, le quitamos la B inicial ya tenemos un hilo temático que va a atraer a espectadores ávidos de emociones, dejando de lado otros detalles “nimios” como la partición del mundo en dos, medio para ti, Portugal, medio para mí, Castilla (Tratado de Tordesillas, 1492). ¡Bah! Peccata minuta.
Al contrario, existe otra serie inglesa mucho mejor que la anterior titulada The Borgias, de aquellos mismos años, creada por Paramount, donde Rodrigo Borgia futuro Alejandro VI y segundo Papa español (1492-1503), — el primero fue su tío —, está encarnado maravillosamente por Jeremy Irons. El trío formado con sus hijos César y Lucrecia nos transporta a la atmósfera turbulenta de rivalidades y conspiraciones, lujuria y pociones del Renacimiento italiano. Lógicamente la serie se toma todas las libertades con la historia americanizando el relato, pero a nadie le importa, nadie le pide que sea un documental fidedigno destinado a los historiadores. Ya se sabe, el biopic retuerce la historia para mejorar la película. Con Francisco corremos el peligro de descubrir a un Papa nostálgico del peronismo pero que apoya al mismo tiempo a los dictadores sudamericanos. El director tendrá que demostrar mucho talento porque, a ver, ¿cómo se come esto? Y el gran público tomará la ficción por la realidad y sustituirá la una por la otra en su referencial de creencias. El director tendrá que presentarlo como a un mistificador para ser fiel a lo que dice el chiste: un argentino humilde no existe, es un personaje de ficción, un oxímoron. Francisco salió bien parado en Los dos Papas, su primer retrato cinematográfico, ahora veremos cómo le retrata el segundo si el director se inspira en estos cuentos. Quizás podrá jugar a desvelarnos por qué Francisco nunca quiso llevar el Anillo del Pescador, y prefirió en su lugar un anillo hecho por un orfebre de Barcelona, o por qué se negó a visitar su país de origen, o a venir a España a visitar la tumba del apóstol Santiago, o a Francia para resetear Notre-Dame a pesar de las invitaciones insistentes de los diferentes gobiernos, limitando la respuesta a dos frases crípticas que no explican nada: “Si voy a Santiago voy a Santiago”, y la segunda: “Yo voy a Córcega, pero no voy a Francia”.
Los Papas son personajes muy escenográficos y su recuerdo permanece en nuestras mortales memorias gracias a las artes y al cine más que por sus encíclicas. Los ejemplos son numerosos. El tormento y el éxtasis (1965) es una película que me fascinó. Yo era un niño, me gustaba pintar, y recuerdo la aparición del Papa Julio II (Rex Harrison), olímpico, con la espada desenvainada apuntando al cielo, cabalgando al frente de sus huestes vaticanas como un guerrero invencible. El Papa encarga a un pintor llamado Miguel Ángel la decoración de una capilla, yo no podía comprender como el artista era capaz de realizar ese fresco sobrehumano, él solo, tumbado sobre la espalda, subido a un andamio a 20 m de altura, a veces incluso a la luz de las velas. Pero claro, todo se explica, ese pintor era Moisés (1956), Ben-Hur (1959) y el Cid Campeador (1961).

Tras cuatro años de trabajo, Julio II inauguró los frescos de la bóveda que han servido de decorado a tantas películas,como Las sandalias del Pescador (1968), Ángeles y demonios (2009), Habemus Papam (2011) de Nanni Moretti, El joven Papa (2016)una serie de Paolo Sorrentino, Los dos Papas (2019), El exorcista del Papa (2023), y la reciente Cónclave (2024) que por razones obvias de actualidad vuelve a la superficie mediática después de obtener el óscar al mejor guión.

Aparte de su insólito desenlace final y de plasmar los entresijos del microcosmos vaticano, el fondo de la película es una ilustración del paisaje político caracterizado por la polarización habitual entre el progresismo y el conservadurismo, entre renovación y tradición. Cum y clavis, son los vocablos latinos que forman la palabra Cónclave, bajo llave, un lugar cerrado a la manera de un jurado, al abrigo de influencias y presiones exteriores de otros poderes terrenales, los poderes fácticos, reyes y grandes fortunas. La historia de Cónclave viene tirada por un hilo de misterio sobre lo que el Papa difunto se ha llevado al paraíso, un secreto que no se desvela hasta el final de la película, aunque despachado de una manera innecesariamente rápida. Cónclave muestra los límites humanos de la organización de la Iglesia, una institución que duda, que se debate y que no tiene más remedio que confiarse finalmente a hombres que, como todos, tienen debilidades, obligaciones, convicciones, compromisos y secretos. En el próximo cónclave, ciento treinta y tres cardenales encerrados bajo llave habrán de designar al nuevo Papa…, hay materia para la próxima ficción neflixiana. (La “t” ausente es voluntaria para facilitar la pronunciación).
Los papas tratados por el séptimo arte lo han sido previamente por otras Belle Arti, como ocurre con cualquier autoridad espiritual y temporal. A lo largo de la historia, el poder ha encontrado en las artes su mejor expresión y para la Iglesia un eficaz instrumento de evangelización y de pedagogía, otros dirán de propaganda, exaltación y prestigio, con razón.
Desde el Renacimiento, cuando los papas se ponen manos a la obra para competir con la Florencia de los Médicis por atraer a los mejores artistas y arquitectos, el Vaticano nunca ha dejado de interesarse por el arte. Los papas han sido generosos y exigentes mecenas, los primeros edificadores de basílicas y palacios, los coleccionistas más refinados que supieron elegir a los mejores artistas para sus programas iconográficos. De poco servían las acusaciones de inspirarse en modelos de la Roma imperial y pagana porque la Roma caput mundi necesitaba embellecerse y deslumbrar. Y lo consiguió.
Los papas del siglo XX, en menor medida lógicamente, han mostrado también interés por las artes con acciones concretas en importantes labores de conservación y restauración de su fondo patrimonial. Así, el Papa Pablo VI, constatando el alejamiento entre la Iglesia y el arte de su tiempo en comparación con los vínculos habidos en el pasado y deseando estrecharlos en lo posible, inauguró en 1973 un departamento de Arte religioso Moderno que hoy constituye uno de los doce Museos Vaticanos. Francisco a su manera original se ha preocupado, más de lo que se pudiera pensar, por el mundo de la cultura y los artistas. Pero su interés por el arte ha pasado desapercibido entre los analistas vaticanos, a pesar de ser un hito importante de su pontificado.
El público ignora que el Papa ha plasmado su concepción del arte y su función social en un pequeño libro titulado La mía idea di arte, (2015, Mondadori). Ningún Papa antes de él había escrito un opúsculo teórico sobre el tema.
Para el Papa Francisco, el arte es un testimonio de la belleza de la Creación, un instrumento de evangelización, el arte tiene una función salvífica que debe llegar a todos y defendía unos museos accesibles a todos los públicos.

En 2023, con ocasión del cincuentenario de la creación del Museo de Arte religioso Moderno, el Papa reunió en la Capilla Sixtina a unos doscientos creadores, entre ellos la flor y nata del arte de vanguardia, Anselm Kiefer, Jean Nouvel y Anish Kapoor, y sorprendentemente (!) Andrés Serrano, el autor de Pisscrist (1987), algo así como un Cristo de la orina, una lamentable foto ciber chromo tomada en serio por críticos y coleccionistas que sigue soliviantado a los sencillos creyentes, pero no tanto al Vaticano. La inclusión de este artista entre los invitados muestra que la Iglesia Católica es más atrevida de lo que muchos hemos creído, aceptando obras que a primera vista chocan manifiestamente con la moral católica o simplemente afrentan los códigos del buen gusto. La foto de esta obra ha sido censurada por el autor del artículo, pero está comentada en internet .



El propio Francisco ha sido un renovador, incluso un pionero en ciertas decisiones tanto doctrinales como “comerciales” y promocionales. Fue, por ejemplo, el primer Papa americano, el primer Papa que no había ejercido ninguna función previa en la Curia Romana, el primer Papa jesuita, el primero en renunciar tan radicalmente al boato vaticano, el primer Papa ecologista, el primero en expresar públicamente su pasión futbolística, el primer Papa en escribir su propia biografía, publicada un mes antes de su muerte (Esperanza, Plaza y Janés, 2025), el primero en publicar una obra sobre la misión social y espiritual del arte, el primero que llevó al Vaticano a participar en una feria de arte y el primero que aceptó privatizar la Capilla Sixtina para eventos e incentivos de empresa. Esto último ocurrió en 2014 con una visita privada organizada por Porsche. El fabricante invitó a cuarenta apasionados de la marca para descubrir los Museos Vaticanos, la residencia papal de Castelgandolfo, una cena de gala y un concierto de música en la Capilla Sixtina, todo ello en el marco de un proyecto de Utilización del arte para fines caritativos. El precio por persona era de 5.900 dólares.
El Vaticano es un centro cultural que lleva a cabo una ingente labor de conservación y restauración museística, arqueológica, arquitectónica y documental que necesita financiación para pagar a los 700 empleados que ahí trabajan. Es un polo de atracción turística. Los millones de fieles y peregrinos que llegan a Roma son el seguro de su prosperidad, como en Compostela, La Meca, Jerusalén y otros centros etiquetados como de peregrinación. Designar una ciudad como “santa” es garantizar su futuro económico por los siglos de los siglos. Los Museos Vaticanos son una fuente de ingresos importante. Para quien quiera hacer los cálculos y contentarse con las cifras para criticar ingenuamente la codicia de la Iglesia sin pensar más allá, aquí está el dato, la entrada estándar vale unos 30 euros y reciben entre 10.000 y 30.000 visitantes diarios, siendo el acceso gratuito el último domingo de cada mes.
Francisco ha sido el primer Papa en visitar la Bienal de Venecia (2024), un acontecimiento de primer orden en el mundo del arte de vanguardia. Es una feria de arte donde el Vaticano participa, precisamente, desde la llegada de Francisco al solio de Pedro (2013). Allí presentó el año pasado (2024) su pabellón en la cárcel de mujeres de la Giudecca, conforme al mandato del Evangelio y a la llamada papal a vestir al desnudo, dar de comer al hambriento y visitar a los enfermos, completando el tema de los Derechos Humanos y la rehabilitación de las personas marginadas, tema de predilección que, bajo su batuta, pone el acento en la compasión, la rehabilitación y el valor curativo de la experiencia artística. En palabras del Santo Padre, la exposición, titulada Con mis propios ojos “quiere centrar la atención sobre la importancia de cómo concebimos, expresamos y construimos de manera responsable nuestra coexistencia social, cultural y espiritual. Ver con nuestros propios ojos nos confiere un estatuto único que nos sumerge directamente en la realidad y nos convierte no en meros espectadores sino en testigos, que dan testimonio. Entre la experiencia religiosa y la experiencia artística existe un común denominador, las dos exigen un profundo compromiso personal”.
Las internas participaron de manera creativa en la exposición, unidas por un espíritu de comunidad artística, con aportes individuales de vídeos, danzas, escritos, fotografías, pinturas, performances, etc., un diálogo multiforme, presentado en visitas guiadas por las propias reclusas, para reflexionar sobre las estructuras de poder en el arte y en las instituciones. La elección del lugar supone en sí mismo un manifiesto. Situando el pabellón en el interior de una prisión, el Vaticano quiere enviar un mensaje vigoroso sobre la inclusión de los marginalizados y la capacidad redentora del arte

Lo más llamativo es que entre los nueve artistas invitados se encontraba el italiano Maurizio Cattelan, el irreverente, provocador y enigmático autor de una serie de obras polémicas, entre ellas la escultura, en cera y resina, La Novena hora (1999) que representa de manera hiperrealista al Papa Juan Pablo II tirado en el suelo, aplastado por un meteorito. El título alude a la hora en que Cristo desde la cruz pregunta al Padre ¿Por qué me has abandonado? Cattelan es el mismo autor de “El” (2001), una estatua de Hitler rezando de rodillas y de América (1999), un inodoro fundido en oro de 18 quilates y 98 kilos de peso expuesto y funcionando en los servicios del museo Guggenheim de Nueva York (2016) robado diez años después en la casa natal de Winston Churchill, en Inglaterra, donde estaba expuesto. Me digo ¡Qué satisfacción orinar sobre una obra de arte! -sobre todo si no te gusta- y decir a todos ¡Mira cuánto desprecio los bienes materiales!
Este rey Midas del arte, hace también la archiconocida obra “Comediante” (2019), sí, la del plátano pegado a la pared con cinta aislante. Con este curriculum es normal preguntarse por qué es el Elegido, cuando cualquiera vería unos ninots que pasarían desapercibidos entre el revoltijo figurativo de una falla valenciana, pero ¡ay, hablamos de arte señores! ¿Cómo llega este hombre a representar al Vaticano en una exposición de arte? Quizás los consejeros artísticos del Vaticano tienen el ojo del especialista y prevén la continuidad imparable de la revalorización de sus obras en el zoco del mercado de valores (… a 5 millones el plátano). Cfr. Notre Dame reseteada, en Hyperbole); El, 15 millones en la última subasta).
En todo caso Francisco no le ha puesto el veto, al contrario le invita como la estrella de su Pabellón, es decir lo aprecia y lo patrocina, un nuevo mecenazgo en continuidad con la tradición centenaria del Papado. Porque estamos en presencia de un arte religioso, que a pesar de las apariencias quiere seguir expresando lo sagrado.

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En la Biennale, Cattelan pinta en la fachada de la capilla de la prision un fresco monumental que representan las plantas de unos pies mortificados, que evocan la idea del sufrimiento, de la pobreza, de la tortura, del abandono, de la andadura del emigrante, temas abonados por la sensibildad papal. Aquí percibimos mejor la religiosidad del artista, que bajo la ironía y la sorpresa, no es ningún cómico, al contrario, “ser artista es como ser cura o médico”, declara.

Vemos que la relación de Francisco con el arte es más estrecha de lo que habíamos pensado. Podríamos deducir sus gustos a partir de la austeridad monástica y la economía de medios que han marcado su persona a lo largo de toda la vida, un poco como si su rigorismo formal fuera corolario de las corrientes minimalistas del arte contemporáneo. Inmediatamente, la cabeza se me va al Arte Povera, Arte Pobre, un movimiento de vanguardia, vertiente italiana del minimalismo, que aparece en los ‘60 en respuesta a una sociedad de consumo particularmente americanizada. El american way of life, había producido el Pop Art, un arte propio, colorido y optimista, inspirado en la cultura de masas, en la que el arte es un objeto de consumo más, de fácil producción, barato y desechable. El Pop Art es pintura industrial, dijo Roy Lichtenstein en 1963. En reacción, en los mismo años, el Arte Povera hace su aparición e inicia una larga carrera. El artista prefiere la utilización de materiales simples, elementos naturales, piedras, vegetales o material de recuperación, con propuestas novedosas y atrevidas, e instalaciones que desafían las leyes del mercado artístico restando importancia al objeto expuesto, que es muy difícilmente consumible. El movimiento artístico va a desteñir sobre lo político, con la crítica social del consumismo capitalista, precediendo en cierta manera a los movimientos actuales defensores del decrecimiento, y formando con ellos la rama artística de un tronco común de pensamiento.
Creo que el arte povera y el minimalismo han inspirado el pensamiento de Francisco, quien en su opúsculo citaba en particular a un muralista argentino llamado Alejandro Marmo, que trabajaba con personas desplazadas y materiales de desecho. Francisco, como ellos, insta a la sociedad contemporánea a salirse del consumismo compulsivo del usar y tirar, lo que él llama la cultura dello scarto, la cultura del despilfarro, basada en el estímulo de la compra innecesaria para mantener en funcionamiento la maquinaria industrial. Nuestro Primer Mundo tiene una sed inextinguible y mortífera de novedad que alcanza a todas las dimensiones de la vida: el vestido, la alimentación y las propias relaciones humanas. La dinámica se extiende hasta los alimentos. El mundo tira a la basura un tercio de toda la comida que produce ¿cómo no rebelarse contra este “ultraje ético” denunciado por Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas. La toma de conciencia llegó a las instituciones europeas, al menos de forma retórica, en sus documentos y directivas a fin de estimular el paso a un modelo de “economía circular”, que conlleva la obligación para los estados miembros de gestionar racionalmente los recursos siguiendo la lógica de la recuperación y el reciclado.
Estas preocupaciones están muy presentes desde el inicio del pontificado de Francisco y se materializan en sus decisiones, sus escritos y su herencia. Su tumba en Santa María Maggiore, lejos de los fastos y opulencias vaticanas es testimonio final de su depurada, casi anoréxica, estética, un hueco en el muro, al lado de la capilla del santo de su devoción, el de Asís, cubierto por secas placas de mármol, no de Carrara ni Travertino sino de pizarra de Lavagna, un mármol “del popolo” traído de la Liguria, la región originaria de su familia y que su abuelo dejó para emigrar a Argentina a principios del siglo XIX. Un espacio vacío, desierto, desnudo, en las antípodas de la perfección formal buscada por Julio II o de la desbordante sensualidad y vitalidad barroca de sus sucesores que culmina con el genio de Bernini. La última morada de Francisco no le ha costado un euro al Vaticano, en su testamento Jorge Mario revela que ha sido pagada por un benefactor anónimo.
Si el arte es reflejo de su tiempo como se dice siempre, Francisco ha sabido sintonizar a la perfección con una de esas corrientes, un minimalismo expresado a su manera para la eternidad: ni un gramo de decoración en su tumba. Genio y figura.

Francisco había convocado un Jubileo de los artistas y del mundo de la cultura para febrero de 2025. A esta cita, que se celebró muy poco antes de su fallecimiento, no pudo asistir, estaba ya enfermo, pero un cardenal le prestó la voz, y a ellos se dirige con estas palabras:
“Ustedes, artistas y personas de cultura, están llamados a ser testigos de la visión revolucionaria de las Bienaventuranzas. Su misión no sólo es crear belleza, sino revelar la verdad, la bondad y la belleza escondidas en los pliegues de la historia, de dar voz a quien no tiene voz, de transformar el dolor en esperanza.
Esta es la misión del artista: descubrir y revelar esa grandeza escondida, hacerla visible a nuestros ojos y a nuestros corazones.
El artista es sensible a esas resonancias y con su obra ayuda a los demás a discernir entre los diferentes ecos de los hechos de este mundo
Queridos artistas, veo en ustedes unos custodios de la belleza que saben recogerse ante las heridas del mundo, que saben escuchar el grito de los pobres, de los que sufren, de los heridos, de los presos, de los perseguidos, de los refugiados.
ustedes, hombres y mujeres de cultura, están llamados a construir puentes, a crear espacios de encuentro y de diálogo, a iluminar las mentes y a encender los corazones.
El arte no es un lujo, sino una necesidad del espíritu. No es huida, sino responsabilidad, invitación a la acción, llamada, grito. Educar en la belleza significa educar en la esperanza.
