La llamada telefónica de Stalin a Mijaíl Bulgákov

En julio de 1929, el escritor y dramaturgo Mijaíl Bulgákov, célebre en su país y fuera de él, dirigió una carta verdaderamente desesperada al camarada Stalin, cabeza del Partido Comunista de la URSS, y a otras autoridades. Tenía dos páginas y terminaba de la siguiente manera (las mayúsculas son suyas): 

Al cabo de diez años mis fuerzas se han agotado; no tengo ánimos suficientes para vivir más tiempo acorralado, sabiendo que no puedo publicar, ni representar mis obras en la URSS. Llevado hasta la depresión nerviosa, me dirijo a Usted y le pido que interceda ante el gobierno de la URSS PARA QUE ME EXPULSE DE LA U.R.S.S., JUNTO CON MI ESPOSA L.E. BULGÁKOVA, que se suma a esta petición.  

No surtió efecto, así que poco menos de un año después, Bulgákov volvió a la carga. El 28 de marzo del año 1930 escribió otra carta considerablemente más larga, en la que se lamentaba con todo lujo de detalles de la persecución a que estaba sometida su obra, incluyendo ahora la ofensa al honor y los insultos a él mismo por parte de la crítica del régimen, y tras reconocer valientemente (Bulgákov se dirigía a un Stalin joven, que aún no había demostrado de lo que era capaz) que jamás escribiría nada dirigido a la exaltación del estado y de la revolución, finalizaba con el siguiente ruego: 

Joseph Stalin y Maxim Gorky, 1931

Me ofrezco a la URSS con absoluta honradez, sin sombra alguna de sabotaje, como actor y realizador especializado, encargado de montar escrupulosamente cualquier obra de teatro, desde obras de Shakespeare hasta obras actuales. Pido que se me nombre realizador auxiliar del primer Teatro Artístico, de la mejor escuela, que dirigen los maestros K. S. Stanislavski y V. I. Nemirovich-Danchenko. Si no soy nombrado realizador, pido un puesto titular de figurante. Si tampoco es posible ser nombrado figurante, pido un puesto de tramoyista. Si eso tampoco es posible, pido al Gobierno Soviético que proceda conmigo como crea más conveniente, pero que proceda de alguna manera; porque yo, un dramaturgo que ha escrito 5 obras, suficientemente conocido tanto en la URSS como en el extranjero, EN EL MOMENTO ACTUAL me encuentro abocado a la miseria, a la calle y a la muerte. 

Esta, en cambio, sí fue recibida y leída. Por el mismísimo “padrecito” en persona, nada menos. Pero en el presente caso Stalin fue benévolo, ya que por lo visto le había gustado una de las obras anteriores de Bulgákov, Los días de los Turbin, y el dictador se tenía a sí mismo por un fino esteta (puede ser también que Máximo Gorki intercediese a favor de Bulgákov, pero no parece que se tenga completa constancia). Tanto, que sólo hay que recordar el modo en que aplastó a Shostakóvich seis años después porque no le había gustado una ópera suya. Para entonces, ya se había definido desde arriba y por decreto el arte soviético como “realismo socialista” al servicio del proletariado, y todo lo que cayera fuera de esa categoría podía acabar haciendo un viaje sólo de ida a la helada Siberia. Shostakóvich casi se murió del susto, en 1936, y pasó los años siguientes con el miedo en el cuerpo, arruinado, mentalmente perturbado y prácticamente censurado en toda Rusia. Y todo porque Stalin había firmado bajo pseudónimo en el Pravda una crítica adversa a Lady Macbeth de Mtsensk titulada Caos en vez de música. Eso no se puede llamar censura, “censura” es un término que se queda demasiado corto: aquello fue una auténtica lettre de cachet, es decir, una modalidad de esos papeles donde Luis XIV tan sólo tenía que escribir un nombre para que el desafortunado portador de tal gracia perdiese la vida al día siguiente… 

Sin embargo, Bulgákov tuvo una suerte inmensa, relativamente hablando. A Stalin no se le ocurrió otra cosa que llamarle por teléfono personalmente para saber qué tripa se le había roto al quejoso y llorica autor, y a Bulgákov casi le dio un paro cardiaco al otro lado de la línea. Como le pilló por sorpresa, parece que fue incapaz de articular protesta alguna, y rápidamente se retractó de su exigencia de abandonar Rusia y reconoció, entre balbuceos, que desde luego un escritor que se precie sería incapaz de desarrollar su labor lejos de la madre patria. De manera que Stalin le asignó dos trabajos sucesivos en teatros de Moscú, aunque nunca le permitió vivir completamente en paz ni publicar tranquilamente sus novelas. El Maestro y Margarita, sobre todo, no vio la luz íntegra hasta 33 años después de la muerte de su autor, aunque sí que habían circulado versiones mutiladas en impresiones clandestinas todavía en vida de Bulgákov. Fue, por tanto, sospechoso hasta el fin de sus días, y no sin motivo, en realidad. Bulgákov detestaba el sovietismo, y sabía retratarlo con la pluma afilada de Juvenal. En Corazón de perro, que es una novelita breve que se ha adaptado dos veces al cine y muchas más al formato escénico, Bulgákov critica no sólo lo que entiende como la Rusia degenerada de la entronización del obrero rudo y patán, sino también la eugenesia, esa idea tan atractiva a los tiranos -Hitler la pondría en práctica, pero antes había tenido un gran éxito en EEUU…- consistente en diseñar hombres a imagen y semejanza de su ideología. Bulgákov parodia la eugenesia en el siguiente pasaje… 

Vladimir Mayakovski

 ¡Al diablo! Me pasé cinco años extrayendo hipófisis… Usted lo sabe, proporcioné una cantidad inimaginable de trabajo. Y ahora me pregunto: ¿con qué finalidad? Para llegar un día a transformar un perro adorable en un monstruo que nos hace erizar los cabellos.  

—Efectivamente, era una empresa excepcional.  

—Estoy de acuerdo con usted. He aquí lo que sucede, doctor: cuando un investigador, en vez de seguir a la naturaleza paso a paso, violenta las cosas, y trata de levantar una parte del velo: pues bien, ¡agárrate ese Bolla y arréglate con él!  

—¡Pero profesor! ¿Y si se hubiese tratado del cerebro de un Baruch Spinoza? 

—¡Sí! —gruñó Filip Filipovich—. ¡Sí! Y todavía fue necesario que ese desdichado perro no muriese en la mesa de operaciones, y usted vio lo que representaba esa operación. ¡En verdad yo, Filip Filipovich, jamás hice nada tan difícil en mi vida! Se podría injertar la hipófisis de un Spinoza o de cualquier otro pobre diablo y convertir a un perro en un ser de nivel excepcional. Pero, ¿para qué diablos?, le pregunto. ¿Para qué fabricar artificialmente Spinozas cuando cualquier mujer, en cualquier momento, puede engendrarlos? La señora de Lomonosov se las arregló sola para dar a luz a su ilustre hijo. Doctor, es la humanidad misma la que se encarga, a lo largo del proceso de la evolución, día tras día, de hacer surgir de entre toda la clase de desechos, algunas decenas de genios eminentes, honor del globo terrestre. ¿Comprende ahora, doctor, por qué rechacé las conclusiones a las cuales usted llegó en el caso de Bolla? Mi descubrimiento, al que quiere dar tanta importancia, no vale un cobre. No, no proteste, Iván Arnoldovich, ahora veo claro. Jamás opino en el aire, y usted lo sabe. ¡El interés teórico es indiscutible, de acuerdo! Los fisiólogos estarán entusiasmados. Moscú delira… Pero prácticamente ¿qué obtuvimos? El profesor apuntó un dedo en dirección de la sala de curaciones donde dormía Bolla. —Un crápula empedernido.  

—Y ¿quién es? Klim, Klim Tchugunkin. Bormental abrió la boca. —Aquí lo tiene: dos condenas, alcoholismo, “distribuirlo todo”, un sombrero y veinte rublos que desaparecieron (en ese instante Filip Filipovich pensó en su bastón-recuerdo y el rostro se le enrojeció aún más). En resumen, un granuja y un cerdo… 

Una vez más, el doctor Frankenstein arrepentido de su criatura. No obstante, aquella llamada telefónica salvó la vida de un escritor, tal vez porque Karl Marx no había dejado nada expresamente escrito acerca de teoría del arte y las vanguardias más audaces todavía campaban a sus anchas en Rusia en 1930. Pero no por mucho tiempo ya: Vladímir Mayakowsky se pego un tiro en la cabeza dos meses después de aquella última carta casi insolente de Bulgákov al amado líder –por cierto, Juan Bonilla ha reactualizado recientemente la vida del poeta y propagandista en Prohibido entrar sin pantalones. Una curiosidad, para terminar, sobre Corazón de perro. El nombre del granuja, del cerdo con corazón de perro y colaborador de la Cheka es “Klim Tchugunkin”, como hemos visto, y ese apellido significa en ruso “hierro fundido”; “Stalin”, por su parte, es sabido que significa “hecho de acero”…


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