Alberto Corazón: Corazón y Cerebro

Llevaba varios días leyendo el último trabajo de Valeriano Bozal Crónica de una década (2020) –que se publica juntamente con Cambio de lugar, dos libros en uno como cuenta V.B. en el prólogo– cuando llegué a la página 131 donde emerge –como una estela brillante– Alberto Corazón (Madrid 1942-Madrid 2021). De él dice Bozal: “Corazón no era, como lo es ahora, pintor, era diseñador gráfico. Nuestra relación empezó en la editorial Ciencia Nueva [tan cercana al Partido Comunista, como que estaba tutelada y dirigida por Manuel Azcárate]. Su trabajo tuvo éxito, diseñó para otro editores, hizo algunos libros en euskera para niños, de las portadas de Ariel, las de Seix Barral, las de Felmar –la editorial de Felipe Cantos, impresor–, el Boletín de Colegio de Doctores y Licenciados y, sobre todo los libros de Comunicación [su editorial, por otra parte, tanto en la serie A como en la B]. Alberto Corazón y Enric Satue –CAU, Alfaguara, Instituto Cervantes, Austral– fueron, junto a Daniel Gil los diseñadores que cambiaron la gráfica”. Lo que omite Bozal –junto a nombres destacados del diseño como Ángel Jové, Diego Galán o Mauricio Serrahima– es el azar por el que llega Corazón al diseño gráfico en Ciencia Nueva: “El sello que fundó con unos amigos, Ciencia Nueva, publicó ‘Ciencia y política del mundo antiguo’ de Benjamin Farrington. No había portada, así que él asumió su diseño”.

El carácter de la crónica bozaliana de los sesenta-setenta, me hizo recordar –salvando todas las distancias– al trabajo que acomete Alberto Corazón con Pedro Sempere en 1976, para la citada ediciones Felmar, La década prodigiosa. Que es otra manera de narrar gráfica y textualmente –y esto es importante en el primer Corazón como en el último– la experiencia vivida y los saltos de la memoria. Por otra casualidad, la misma mañana que se conoció la muerte de Corazón, Alfonso González Calero comentó en Facebook –a propósito de Manuel Leguineche, en el programa Los Imprescindibles y editor que fuera de la revista Ozono – algunas cosas de esa aventura editorial interrumpida. Donde recuperaba una portada de la revista, presidida por una imagen del Equipo Crónica con un fondo amarillo y el listado de su contenido. Al responderle que era uno de los ejemplares que conservaba de Ozono, comentó: “Fue de la época en que Corazón trabajaba con Felmar y esa portada es suya. Un lujo”.

Ciertamente el debate académico sobre Alberto Corazón era, o habría sido para algunos, ubicarlo en el mundo del diseño o en el mundo de la pintura. Actividad ésta que había desplazado a su anterior recorrido como diseñador gráfico –dando saltos eventuales, al diseño de objetos, en 1996 había presentado en el Instituto Europeo de Design, su propuesta de cajero automático–, diseño de escenografías y algún montaje de exposiciones. Probablemente esa haya sido la insistencia de exposiciones globales y programáticas tratando de descubrir un sentido a las realidades de la visión y de la comunicación. Así serían sus trabajos diversos con esa pretensión citada de globalidad y de crítica. Argumentos como los desplegados con su participación en Venecia en 1976, o con Una historia gráfica de la España moderna (2013), año que realiza en Murcia su antológica Trabajar con signos, y también la celebrada Historia de España en signos (2015). El declive del diseñador y la llegada a la pintura se percibe ya en 2013, fecha de la entrevista en el Diario.es (7 de marzo) cuando confiesa con pesar. “Estamos asistiendo a la apoteosis de la mediocridad”. Aunque yo pienso que cierta desconexión de ese universo, en el que había brillado con intensidad, se hace patente en 2011, en la exposición de Damasco. Cerrando con ello, un trayecto que había merecido en el sondeo de 2013, de la revista El Publicista, ser considerado como el diseñador gráfico más influyente del siglo XX. Y ello sin contar con una formación específica, toda vez que Corazón venía del campo de la Economía. A él debemos una nutrida nómina de logotipos institucionales y comerciales, enmarcados en ese empeño de modernizar la imagen para mejora la vida: La Biblioteca Nacional, Renfe Cercanías, ONCE, Paradores, SGAE, Hispasat, Mapfre, Casa del Libro, Compañía Nacional de Teatro Clásico, Casa de América, Ministerio de Sanidad y Consumo, Junta de Andalucía, Junta de Extremadura, Universidad Autónoma de Madrid (UAM), Ayuntamiento de Murcia, Centro Cultural de la Villa de Madrid, o la muy reconocible cartelería del Festival de Otoño de Madrid. Y la ya perdida del festival de Teatro Clásico de Almagro en los ochenta-noventa.

Junto a ello conviene reseñar la aventura editorial del proyecto de Comunicación –donde coincide con Bozal– y donde da salida a un bloque de textos y obras imprescindibles de la cultura visual, la comunicación, la historiografía del arte o la arquitectura. En 1976, Corazón con un amplísimo equipo participa en la Bienal de Venecia, donde el pabellón español presenta la polémica muestra Vanguardia artística y Realidad social en el Estado español, 1936-1976[1]. El trabajo de Corazón –por ceñirnos a él y eludir otras piezas e instalaciones realizadas– se resumía con las cuarenta portadas serigrafiadas del diario ABC, del día 1 de abril, fecha en que se celebraba la victoria de la Guerra Civil y así se proclamaba. Esos años –finales de los setenta– corresponden, por otra parte, a unos trabajos de una enorme fertilidad. Tales como los catálogos de la Galería de Arte M11 de Sevilla, para las exposiciones del Equipo Crónica y de Antonio Saura; de 1979 es un trabajo sorprendente –donde Corazón escribe, diseña y maqueta– El sol sale para todos. Análisis de la iconografía comercial de Madrid. El placer de mirar y el placer de observar.

Para llegar, finalmente, a la lectura del texto de Alberto Corazón que más cerca me ha llegado: no se si al corazón o al cerebro. Y que responde al cuaderno de notas –una suerte de breviario o de aforismario– de su estancia en Damasco en 2010, donde Corazón iba a mostrar una antológica de su obra pictórica. Los días previos al montaje se dedicó a divagar por Damasco, Alepo y por el mismo Museo Nacional, provisto de extraordinarias colecciones arqueológicas y de un polvo dormido que anticipaba la guerra venidera que destruiría toda la grandeza de esa “la ciudad viva más antigua del mundo”. Las sugerencias de ideas sueltas, capturadas en la penumbra o bajo una palmera oscilante, van deslizandose en un rosario de palabras, sugerencias y sensaciones.

Comprendí que el objetivo

No era el cuadro

Sino estar trabajando en el cuadro.

Todo ello desde la constatación de la observación y de la paciencia.

El gran arte europeo

Imágenes, escena, pinturas

El objetivo no es la caza en sí misma

Sino el acecho

Incluso, la constatación de su sustancia y de su divisoria.

El artista acepta que lo que intuye

Puede ser más sólido que lo que entiende.

Escribo en dos cuadernos.

Uno, de mano, del que nunca me separo

Papel áspero, con cuerpo, dieciocho por veinticuatro

El otro es más grande, treinta por treinta.

En este sólo dibujo.

En el otro se mezcla el relato cotidiano,

el teléfono de un conocido,

la transcripción de una lápida,

la etiqueta de un vino

y el billete de autobús.

Escribir y dibujar es el mismo gesto

Una secuencia que necesita a ambos, el relato.

La prosodia.

El dibujo es el gesto.

Y el silencio.

Cuando voy garabateando

Aparecen palabras.

Y cuando escribo, a veces,

Necesito trazos.

Lo llamó, inteligentemente, a ese dietario damasquino, Damasco suite, somos imágenes (2011). Somos imágenes, para a continuación rectificar en su Cuaderno del nómada, donde contaba –según relata Antonio Lucas– “que sin palabras no habría sabido vivir. Sin pintura, quizá. Pero no sin palabras”. Incluso un cierre más, en una hipotética despedida.  “La poesía es más importante que el diseño. Estarás de acuerdo conmigo”.


[1] Existe, bajo el mismo nombre, la publicación de los materiales de la exposición en Gustavo Gili. También la revista Comunicación XXI, dedicó un número al debate de la Bienal.

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2 Comentarios

  1. says: Óscar S.

    Conocí a Valeriano y a parte de su familia hace más de veinte años. Fue muy agradable, aunque extraño para un aprendiz de filósofo. Aparte, yo creo que Corazón ni exactamente pintor ni exactamente diseñador, sino iconista, como Andréi Rublev, sólo que iconista profano…

    Excelente rememoración.

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