Herramientas cognitivas (3)

Fotografía Enzo Selleiro

Principio de Hanlon: «Nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez». Con este principio desmontamos el 99,9% de las teorías conspiranoicas. Tenemos una gran capacidad para relacionar sucesos y crear narraciones coherentes, dando intencionalidad malvada a sucesos que, verdaderamente, no la tienen. Si analizamos concienzudamente la historia de la humanidad, no solemos ver complejos planes maquiavélicos. Las tramas político-militares no se suelen desarrollar a partir de sofisticadas maquinaciones de inteligencias superiores. Todo suele ser mucho más sencillo. Si analizamos bien vemos que la suerte, el error o la chapuza están detrás de muchísimas más cosas. Por ejemplo, siempre que el gobierno saca una nueva ley, muchísimos analistas se lanzan a proclamar que detrás de ella hay un plan oculto para hacer tal o cual maldad. No, en la inmensa mayoría de los casos, la ley es mala por la negligencia de los legisladores y no por lo pérfido de sus intenciones. Yo, por lo que conozco un poco más, que son las legislaciones educativas, doy fe de ello. La LOMLOE no es fruto de un plan para hacer a la población más imbécil y así poderla controlar mejor, sino que un amplio conjunto de factores, entre los que hay  mucha incompetencia y desconocimiento, hacen que se consiga accidentalmente tal despropósito. 

Ley de Brandolini: La cantidad de energía necesaria para refutar idioteces es un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirlas. Esto unido a que nadie, jamás, por muchas pruebas o argumentos que les presentes, va a darte la razón, hace que casi nunca discuta con nadie. Jamás he visto a alguien decir: “Es verdad, todo lo que te he estado diciendo eran estupideces, muchas gracias por sacarme del engaño» (Yo tampoco lo he hecho nunca). Por eso cuando leo tesis que me parecen especialmente estúpidas, a no ser que ese día tenga un ánimo guerrero, que el interlocutor me parezca especialmente interesante, o que crea que se puede aprender mucho en la mera discusión (muchas veces es así), paso.

Nudge: palabra que aprendí hace muy poco leyendo La Filosofía Política de la Inteligencia Artificial de Mark Coeckelbergh. Consiste en manipular al personal modificando su entorno de elección. Por ejemplo, si queremos que la gente no coma comida basura, no la prohibimos, sino que ofrecemos también frutas y verduras en lugares publicitariamente destacados en un supermercado. O, si queremos que la gente escuche un tipo de música, modificamos los algoritmos de recomendación de Spotify para que allí aparezcan mayoritariamente los grupos que queremos que escuchen. Nótese que es una forma de manipulación mucho más sutil, y por tanto más eficaz, que la de obligar o prohibir directamente. Se trata de dejar que el individuo tenga la ilusión de que está eligiendo él con total y absoluta libertad cuando, verdaderamente, se le está empujando (de ahí nudge) a que decida en una dirección. En las sociedades occidentales del siglo XXI, en las que se valora mucho la libertad individual y se ve fatal la obligatoriedad, esta es la forma de manipulación preponderante.

Fotografía Enzo Selleiro

Dilema de Collingridge: la ponderación de los riesgos sobre el uso de una tecnología solo puede calcularse adecuadamente cuando dicha tecnología está en un grado muy desarrollado y su uso está generalizado; y en la medida en que su uso está generalizado su control es más difícil. Es decir, en tecnología, a más predicción menos control y viceversa. Este dilema es muy útil para comprender lo que nos enfrentamos con la IA:  ahora no podemos predecir mucho, y cuando podamos empezar a predecir, muchos problemas estarán ya aquí y llegaremos tarde.

Leer sin acompañarhay mucha gente que, o no lee directamente a escritores que cree que no piensan como ella, o deja de leer si comienza a ver ideas que van en contra de su forma de pensar ¡Muy mal! Quizá porque en la carrera de filosofía analizábamos cientos de formas de pensar diferentes, aprendí a leer a autores que distaban mucho de mi enfoque sin que eso fuera algo malo. Es más, aprendí a leer sin siquiera saber si estaba o no de acuerdo con el autor porque, muchas veces, no se tienen los suficientes conocimientos o no se ha pensado con la suficiente calma y precisión para saber si uno está de acuerdo o no con lo que lee. Es muy arrogante leer a Kant y no estar de acuerdo con él. Hay que saber mucha filosofía para no estar de acuerdo con Kant. Así aprendí a respetar la filosofía de un autor no desde la perspectiva infantil y egocéntrica de comprobar si está en mi bando, sino por la calidad de tal filosofía. Hay que saber leer sin acompañar, y eso creo que se hace poco.

Ventana de Overton: es el rango de ideas políticamente aceptables en un determinado momento político. Por ejemplo, hoy en día en España sería impensable que un partido político defendiera con total normalidad en su discurso que Franco o Hitler fueron grandes líderes políticos, que los homosexuales son aberraciones o monstruos, que la pederastia es algo bueno o que los negros son una raza inferior. La ventana de Overton es interesante, precisamente, para conocer lo que una sociedad considera innegociable, para ver sus dogmas y creencias. La amplitud de su rango también puede decirnos lo abierta o fundamentalista que es dicha sociedad: una ventana muy pequeña podría describir una dictadura mientras que una grande describiría una deseable libertad de pensamiento y opinión ¿Qué tamaño tiene en la actualidad española? Creo que en contra de muchos catastrofistas, afortunadamente, es muy amplia.

Fotografía Enzo Selleiro

Ideas y creencias: esta es la famosa distinción que hizo Ortega y Gasset en su obra homónima. Las ideas son creencias que van y vienen, y pueden cambiar fácilmente, mientras que las creencias son aquellas que nos parecen indudables, con las que contamos siempre como trasfondo de nuestro pensamiento. Por ejemplo, una idea puede ser mi opinión acerca de una persona mientras que una creencia puede ser que la Tierra es un planeta o que Madrid es la capital de España. Esta distinción podría utilizarse igual que la ventana de Overton, para ver qué considera una sociedad como sagrado, inviolable o indiscutible. Además, creo que es el deber de todo filósofo no solo quedarse en el marco del debate de ideas, sino atacar, precisamente, las creencias. El filósofo ha de poner en duda las creencias, violentarlas. Por ejemplo, podemos coger una creencia tan obvia como que Madrid es la capital de España y convertirla en algo muy interesante: ¿Por qué Madrid? ¿Desde cuándo? ¿Qué instancia determina cuál es la capital del país? ¿Qué ventajas o perjuicios otorga ser la capital con respecto a las demás ciudades?

Diccionario etimológico: me gusta, de vez en cuando, acercarme a mi diccionario etimológico (uso el clásico de Joan Corominas) y buscar la etimología de determinadas palabras, o de otras que surjan al azar de hojear el libro. No solo sirve para comprender mejor el significado de una palabra o fijarlo en la memoria, sino que te da esa visión fluida y viva del lenguaje. Es fantástico comprender cómo los significados cambian, evolucionan en función de las variables históricas con las que se asocian. El lenguaje se antoja entonces un organismo vivo, como una gran red micelar que envuelve la historia del hombre. Un ejemplo , la propia palabra “etimología» viene del griego ἔτυμος que significa “verdad», dando a entender que el significado originario de la palabra es su significado verdadero. Todos los significados posteriores falsearían el original, lo corromperían. Para la tradición metafísica occidental (y supongo que para todas) lo originario, lo primero, tiene más valor, es mejor que lo que llega más tarde.

Delegación de autoridad epistémica: existe la famosa falacia ad verecundiam o ad autoritas, que resalta el error de atribuir veracidad a una proposición solo porque el que la emite sea una supuesta autoridad en el tema. Sin embargo, dada la vastísima e inabarcable cantidad de conocimientos necesarios para que nuestras sociedades funcionen adecuadamente, tenemos que caer necesariamente en esa falacia: necesito creer que el arquitecto y los albañiles que construyeron mi casa, que los ingenieros y operarios que fabricaron mi coche, que el médico que me receta la pastilla, que todos los trabajadores que hacen funcionar el mundo, saben lo que hacen.  Esto nos hace pensar en la importancia de depositar confianza en el sistema educativo y formativo de un país. Por eso no entiendo, cómo en las llamadas sociedades de conocimiento, donde todo el mundo reconoce la importancia de una formación contínua y de calidad, la preocupación de los políticos por la educación no sea poco más que aparente. Una prueba muy visual de lo que digo: en todos los institutos de secundaria que he trabajado las aulas estaban hechas polvo: paredes que llevan décadas sin pintarse, pupitres viejos llenos de garabatos, ventanas antiguas sin ningún tipo de aislamiento, persianas rotas, a la mesa del profesor le falta siempre algún cajón… En verano llegamos a estar a cuarenta grados y la idea de que se ponga un aire acondicionado en cada clase suena a disparatada utopía… ¿Por qué no se invierte muchísimo más en educación? Se dirá que en España invertimos más o menos (verdaderamente algo menos) que los demás países de la unión europea ¿Y qué? ¿Es que acaso a ellos les va mucho mejor?

Fotografía Enzo Selleiro

Satisfaciente: estrategia de compra acuñada por Herbert Simon en 1956, mezclando los conceptos de “satisfacción» y “eficiencia». Consiste en que, ante una abrumadora gama de opciones de compra, elegimos una que cumpla unas cláusulas de satisfacción aún a sabiendas que podría haber opciones mejores. Esta camiseta es de mi talla, es barata y me gusta; seguramente que si busco más encontraré una que me guste más a mejor precio pero no quiero pasarme toda la mañana en el centro comercial. Sencillamente, aplicamos el factor tiempo al valor de la compra. Creo que es una estrategia muy saludable no solo para comprar sino en todo en la vida. Antes de lanzarte a por algo, establece las cláusulas de satisfacción y guíate por ellas sin dejarte cegar por otros factores. Tengo muchos amigos y conocidos que cuando van a comprarse un móvil hacen casi una tesis doctoral para elegir el mejor modelo. Puedo aceptar ese tiempo invertido si, al menos, todo ese trabajo les resulta placentero. Es decir, si te gusta estar toda la mañana en el centro comercial, entonces vale, pero lo que en ningún caso puedes hacer es atormentarte porque no has comprado lo mejor. Esta actitud puede hacer que vivas en un estado de perpetua insatisfacción, ya que siempre existirá una posible elección mejor a la que has hecho ¿Cuántas mujeres se han quedado sin pareja, o al final se han tenido que agarrar a un clavo ardiendo, por esperar la llegada de su príncipe azul? Hace ya más de una década hice un artículo sobre otra famosa estrategia vital: quemar las naves.

Órgano vestigial:acabo de leer una versión de esta idea en la novela Sinsonte de Walter Tevis. Transcribo el texto:

“-Yo he conocido a gente así — dije, masticando los duros copos. No había terminado de despertarme; no le miraba a él, sino la brillante foto de identificación en el lateral de la caja de cereales. Mostraba una cara que a cualquiera le es familiar — pero cuyo nombre casi nadie conoce —, una cara que sonreía ante un gran bol de lo que claramente eran copos de proteína sintética. La foto de los cereales es, por supuesto, necesaria para que la gente sepa lo que hay en la caja, pero yo pensaba mucho en la foto del hombre. Algo que debo reconocer a Paul es que siempre hacía que me cuestionara todo. Tenía más curiosidad por el significado de las cosas y por cómo te hacen sentir que ninguna otra persona que yo haya conocido. Debe haberme pegado parte de ese hábito.

La cara de la foto, me había dicho Paul, es la de Jesucristo. Se utiliza para vender muchas cosas. Paul había leído en alguna parte que la idea se denominó “Veneración vestigial», seguramente hace cien azules [unidad de tiempo en la novela], cuando todo se planeó.” 

Me gusta mucho la idea evolucionista de “órgano vestigial», algo que tuvo una función biológica precisa en un momento determinado de la historia de una especie pero ahora lo ha perdido. Lo más interesante es pensar que nuestra mente se ha ido construyendo sobre múltiples posibles órganos vestigiales. Nuestro cerebro se ha erigido sobre estructuras que eran útiles para los mamíferos primitivos del cenozoico pero que, obviamente, ahora nos resultan inútiles. Eones de evolución en los que capas de órganos vestigiales se fueron superponiendo sobre otras de forma asincrónica. Y así, como tan bien sugiere Tevis en su novela, puede haber resurrecciones o reutilizaciones de vestigios. En su distopía la religión desapareció hace mucho tiempo, pero la función de veneración divina sigue en la mente de los hombres como vestigio. Así, el malvado Estado la reutiliza como herramienta de control.

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