Garrulismo

Imagen de Pavel Kuczyński

Quien escribe no está exento de padecerlo. Los que lo leen tampoco. Quienes usamos la palabra como instrumento tenemos ese riesgo. A veces es difícil detectar el límite entre el exceso de verbosidad y el vicio de parlotear garrulamente. De ahí que adquiramos responsabilidad al usar el instrumento más preciado y peligroso que existe. 

Frankfurt lo alertó en filosofía, Erasmo en religión y Plutarco en política. Los tres en la vida común. Según ellos, el garrulismo, en el ámbito público, equivaldría a la charlatanería demagógica, a la verbosidad sediciosa o a la falsedad argumental. O las tres juntas. 

Nuestro diccionario lo deja claro, lo circunscribe al lenguaje hablado, aunque el vulgo lo asocie con maneras poco elegantes de comportamiento.

Volvamos al garrulismo en lenguaje hablado. ¿También en el escrito? Seguramente. 

Podríamos comprender, aunque no tolerar, su uso en campaña política, adoctrinamiento sectario o telebasura tóxica. ¿Te suena alguno de estos usos de algo? 

Tal vez de algún reciente programa de TV, o un señor mayor de pelo anaranjado, o algún que otro u otra de nuestro “hemicirco” parlamentario, o de alguna mente preclara de las seudoculturas o seudociencias… o entre nosotros mismos.

Pero donde últimamente está siempre presente es en nuestras pantallas, dado el creciente “influencerismo” que se atreve a opinar sobre cualquier tema, aunque no lo domine; a asesorar sobre cualquier asunto, sin ser persona experta; a vender lo que sea a cualquier precio, aunque no tenga valor ninguno o incluso sin poseerlo. Etc.

Basta con abrir el móvil para googlear cualquier cosita y saltan como ranas las noticias retorcidamente inquietantes, exageradas o falsarías; o se inunda la pantalla con tanta publibasura que te produce conjuntivitis. 

Dadas esas evidencias tal vez convendría disponer de una criba para discernir entre el exceso retórico y el garrulismo maligno. 

Veamos, el garrulo simula trasmitir información, pero en realidad solo emite su opinión y busca que tu opines lo mismo; no le importa si lo que dice es verdad o mentira, puede que ni lo sepa, solo le preocupa que su mensaje sea efectivo y si no lo es lo cambia y listo; no es un mentiroso en estricto sentido, pero nos engaña ocultando su propósito, lo cual es peor que mentir, porque los hechos, la verdad, deja de ser relevante para convertirse en acomodo al mensaje; el mentiroso al menos sabe que miente, al garrulo los hechos no le importan y la veracidad aún menos, solo presta atención a sus objetivos, y si su método funciona repite y se queda tan oreado. A veces, incluso, se mira en el espejo y se ve orondo.

¿Quieres comprobarlo? Busca un mensajero garrulo en Google News, haz un comentario finamente crítico y énvialo, verás que te contesta, “nada”. Para qué va a perder tiempo leyéndolo.

O mejor insúltalo con tal apelativo, eso al menos creerá el o ella si le llamas garrulo o garrula. Tampoco dirán nada, tienen la cáscara dura. Y, por supuesto, ignoran su propio garrulismo. Y lo que eso significa.

Pero la vida de verdad no es eso, no es así, no es nada garrula, viene del grano y va al grano, es parca en verbos y más aún en adjetivos, más de lo que muchas veces nos gustaría. A esa fuerza vital que nos crea y sostiene le conviene la veracidad, la mesura, la proporción. 

En sociedad esas virtudes las necesitamos para coexistir, convivir y compenetrarnos, para prosperar en paz y concordia, con alegría.

Necesitamos informaciones y comunicaciones fiables y auténticas para mejorar en cultura, técnica y práctica, también en materia de salud y bienestar, y en aún más en economía.

Los seres vivos, incluso los vegetales, necesitan saber, hacer, dar, recibir y repetir cosas acordes al propósito de sus vidas, para nutrirse, relacionarse y reproducirse, las tres patas del trilema de la vida. De lo contrario el conflicto, la miseria, la enfermedad, los desperdicios se apoderan de ellos y lentamente van extinguiendo sus vidas. 

Es sencillo, démosle espacio y tiempo al garrulismo y nosotros los iremos perdiendo en pareja magnitud. Será lento, pero lo comprobaremos.

Suele el firmante ser optimista vitalicio, más en esto, con permiso de Ramon, ¡no!, lo siento.

Y si alguien se da por aludido u ofendido, que se rasque la sesera.

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