Sanchez Dragó: verso suelto y batuta al viento

La dificultad de hablar, hoy, y aquí y ahora, de Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 2 de octubre de 1936 – Castilfrío de la Sierra, Soria, 10 de abril de 2023) semanas después de haberlo visto, por última vez, en la tribuna de invitados del Parlamento, en la moción de censura presentada por VOX con Ramón Tamames de candidato, es la dificultad de capturar a la escurridiza anguila en el agua. Algo parecido a lo ocurrido –y por otras razones, con el repetido candidato Tamames, con trayectos similares en algunas cuestiones de la deserción del pasado–. ¿Y si ello no fuera posible? Dificultad de pesca y retención por alguien que no se deja capturar ni retratar, ni se acomoda a retratos de grupo o a timbas generacionales. Que incluso incomoda a todo grupo establecido, al margen de su inefable presencia en foros y polémicas.

Y digo todo ello, a sabiendas del difícil encaje que pueda proporcionársele al autor que deslumbró en 1979 con su Gargoris y Habidis. Una historia mágica de España. Alguien que viene de la foto de grupo de los amigos de Jorge Semprún, en el PCE, y en en el año de la reconciliación nacional de 1956, y que va digiriendo –con dificultades e inconveniencias– la muerte del padre en el Madrid en guerra. Hijo primogénito de Elena Dragó Carratalá​ y el único y póstumo del periodista Fernando Sánchez Monreal, que había sido redactor-jefe del diario La Voz, y era director y propietario del periódico Noti-Sport y director de la agencia de noticias Febus cuando estalló la guerra civil española. Esta tendencia, más la familiar – era sobrino-nieto de Modesto Sánchez Ortiz, director de La Vanguardia, y nieto de Gerardo Sánchez Ortiz, uno de los fundadores de la Asociación de la Prensa de Madrid– le lleva tempranamente a cierta obsesión por la escritura, y a dirigir y redactar un periódico autógrafo y manual, La Nueva España, un plagio ingenuo del diario ABC, que alquilaba a los vecinos del inmueble en el que vivía por cinco céntimos de peseta. ¿Qué noticias daría el incipiente escritor Fernandito, llamado también el Nano? Ello y ese empeño –por desvelar lo sucedido al padre y al él mismo– son las piezas centrales de su obra memorialística, que va del Esos días azules. Memorias de un niño raro, al más tardío en la captura del tiempo, Muertes paralelas de 2006. Que quizás compongan –junto a su antología de obra periodística, La drangotea y el lobo feroz– el aspecto mejor construido de toda su obra, como un sendero de baldosas amarillas, igual que la sensación descubierta en 1942, cuando su madre lo llevó al cine para ver la película El mago de Oz, que le hizo concebir que la vida, el mundo mismo, era un sendero de baldosas amarillas. Sendero que se bifurca a la manera de lo apuntado ya por Borges.

Alumno del Colegio del Pilar de Madrid. ​ Licenciado en Filología Románica (1959) y Lenguas Modernas, en la especialidad de italiano (1962) y doctor en Letras por la Universidad de Madrid con una tesis sobre Valle-Inclán.​ Con todo y con eso, al ingresar a la universidad, entró en el Partido Comunista de España convencido por Jorge Semprún, ​ sin ser comunista, ​ para –según cuenta él mismo– ‘correr aventuras’, como si la militancia en esos años de hierro y cárcel fuera un tour viajero.​ En 1956, estando detenido por participar en las protestas universitarias, un comisario de policía le reveló abruptamente que su padre había muerto a manos de los sublevados contra la Segunda República Española, lo que supuso una conmoción para él. Otra faceta peculiar, en la década de 1950 tradujo más de veinte títulos de las novelas policiacas del inspector de policía Maigret, de Simenon,​ y cofundó la revista poética Aldebarán (1954). Encarcelado en 1956 por instigar y participar en los Sucesos de 1956, y de nuevo en 1958 y 1963 por sus escritos e ideología. En 1964, estando bajo arresto domiciliario, escapó al exilio y regresó a España en 1970. Las baldosas amarillas en la vida circular.

Su alejamiento de la política activa va a coincidir con su descubrimiento de otros saberes, desde el esoterismo al orientalismo, desde el Karma a ‘otras filosofías’ gnósticas, sexuales y vitales. Al tiempo que se erige en una suerte de comunicador de primer nivel con la participación en programas culturales del medio dominante –como fuera la televisión– como fueron Encuentros con las letras, dirigido por Carlos Vélez, entre 1979 y 1980. Llegando a dirigir, más tarde, Negro sobre blanco entre 1997 y 2004. Hechos que convierte a FSD en una suerte de Bernard Pívot a la española, en emulación del programa galo Apôstrophes y que le dan una rara popularidad y el derecho a opinar para equivocarse. Otros registros de ese formato de la comunicación cultural, serían programas en Tele Madrid, Onda cero y Tele 5, como fueron Así de claro, Las noches blancas y La mandrágora.

Contribuyendo esos perfiles, a erigir una silueta de un nadador de fondo y contra el fondo de todas las convenciones. Tipificando un carácter de pensador/opinador a contracorriente en defensa de los toros, de lo español más profundo, del sexo tántrico y de posicionarse en contra de ciertos procesos simplificadores de la modernidad. Una suerte de mixtura entre Pepe Bergamín y Ernesto Giménez Caballero, para componer el verso suelto de un heterodoxo irrepetible. Entre Antonio Escohotado y Gustavo Bueno.

Desde 2013 organizó los Encuentros Eleusinos, basados en el Círculo Hermético fundado por Hermann Hesse y Carl Gustav Jung en Montagnola (Suiza). Trató temas como la espiritualidad, la filosofía oriental, el tao, el eterno femenino, epicureísmo, el orgasmo, el héroe, la ebriedad, el Grial y los cultos solares, la filosofía perenne, el viaje o sobre él mismo. Todo un verso suelto de un heterodoxo.

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