Cuenta Daniel Verdú, de manera memorable, en el artículo de El País, Muere la actriz Brigitte Bardot, musa del cine francés y controvertida activista, a los 91 años, el encuentro londinense entre dos mitos eróticos y cinematográficos del siglo XX, que han conformado –tal vez sin quererlo ellas– la sensibilidad moderna y la sentimentalidad vaporosa y fragilizada del siglo XX. Mitos vivos y mitos de celuloide, como fueron Marilyn Monroe (Los Angeles 1926-Los Ángeles 1962 y Brigitte Bardot (París, 1934- Saint-Tropez 2025), por más que MM exhiba un talento cinematográfico superior al de BB, que solo cuenta a mi juicio con un trabajo memorable de 1963, como fuera Le mepris, del sumo sacerdote de la Nouvelle vague, Jean Luc Godard –que reunió a Alberto Moravia, al arquitecto Libera, al escritor Curzio Malaparte y su casa de Punta Masullo en Capri, y a una fastuosa BB desnuda y acosada por Michel Piccoli en una arquitectura digna de ser admirada–. Junto a esa obra, BB muestra unas obras menores como la pieza de Vadim Y dos creó a la mujer(1956) y las dirigidas por Autant-Lara, Quiere usted bailar conmigo (1959) y por Louis Malle, Viva María (1965), describiendo esos años de 1956 a 1965, parte de otra década prodigiosa, como la señalada por Corazón y Sempere para el recorrido temporal existente entre “la cabeza reventada de John F. Kennedy y el casco numantino de Allende hay diez años prodigiosos”, entre el 22 de noviembre de 1963 y septiembre de 1973. Tan prodigiosos como los señalados entre esos 1956 y 1965 que componen la construcción del mito BB y el abandono del Star System. “El mito Bardot era más el de una Marisol que el de una Marilyn Monroe” dice Verdú. “Sin embargo, y aunque nunca quedó documentado de forma concluyente, B. B. contó en entrevistas que, durante la Royal Command Performance de 1956 en Londres, coincidió con la actriz californiana en el baño reservado a las damas del teatro, un instante mínimo convertido con el tiempo en un episodio mítico de la historia del cine. Allí, según su propio recuerdo, dos iconos de la feminidad, de Europa y Estados Unidos se empolvaron la nariz frente al espejo, ajenas al bullicio real de la gala y a la presencia de Isabel II al otro lado del escenario. Monroe ya convertida en la superestrella mundial de Los caballeros las prefieren rubias (1953) o La tentación vive arriba (1955), y Bardot en plena explosión. Fue un encuentro fugaz, casi accidental: dos trayectorias que empezaban a moldear la cultura popular del siglo XX, cruzándose por unos segundos en un espacio como un tocador. Cruzándose en nuestras historias personales”. Una inflexión del tiempo relatado, como podría dar cuenta el supuesto sentimental del nacimiento de una sensibilidad moderna, como hizo Terenci Moix sobre sí mismo y su generación, en su novela memorialística El día que murió Marilyn (1970). Entre el 4 de agosto de 1962 y el 28 de diciembre de 2025, se pueden relatar muchas otras inflexiones y pérdidas en un huracán de memorias rotas, que resume a la perfección la misma trayectoria de Brigitte Bardot.

Y tras ese encuentro londinense de 1956, resume Verdú se produce la inflexión de 1965 de BB, “quién sabe si alertada por el final de Marilyn, Bardot cortó en seco su carrera cuando tenía 29 años. La actriz estaba agotada por la presión mediática, el acoso de la prensa y la exposición constante. Se sentía ‘prisionera’ de su imagen y del mito que la industria había creado alrededor de ella. Bardot era un símbolo, también para una sociedad de consumo que la había moldeado y devoraba luego todo lo que irradiaba su figura. Había filmado suficientes películas y ya no encontraba felicidad ni motivación en la actuación. El interés por los hombres, por la raza humana en general, en suma, se vio desplazado por su pasión hacia los animales”. De esos abandonos, también da cuenta la negativa a difundir el legendario cantable Je t’aime moi non plus, compartiendo con su autor, Serge Gainsbourg, estudio de grabación y alcoba. Pero Bardot no quiso luego que la grabación viera la luz y Gainsbourg tuvo que conformarse, a la manera que se conformaba, con grabarla de nuevo con Jane Birkin.

Una ruptura del tramo vital y profesional anterior, que marcaría incluso su evolución ideológica final, que fue también y por demás, un espejo colectivo donde encontrar respuestas a las transformaciones políticas. Al advenimiento casi hegemónico hoy de la ultraderecha que no produce respuestas. Por ello, “Un símbolo estético y social del siglo XX, capaz de poner en órbita el festival de Cannes mientras democratizaba el bikini en sus playas desde una sexualidad inocente”. Indecente, para algunos, de la mayoría gris, como comentaría su abuelo en el conflicto familiar de que una menor de edad se adentrara en el mundo del cine y sus sinuosidades, con la oposición abierta de sus padres. Situación que el abuelo zanjo con un proverbial aserto de largo aliento: “Si esa pequeña debe algún día ser una puta, lo será con o sin el cine. Si nunca debe ser una puta, no será el cine quien pueda cambiarla. Démosle una oportunidad, no tenemos derecho a disponer de su futuro”. Finalmente, una Francia de la IV República que no había muerto todavía y otra que no terminaba de nacer o lo hacía a realidades cambiantes y diversas. Un país donde la mujer se emancipaba sexualmente y abandonaba abruptamente el segundo plano social y cultural, aunque lo hiciese convertida ya en el principal objeto de consumo del nuevo tiempo. Por ello, prosigue Verdú, “B. B. encarnaba una naturaleza enigmática, una criatura salvaje e inocente que el hombre debía domesticar a través de su incontenible virilidad. Pero también, tal y como se refería a ella Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1949), era ‘la locomotora de la historia de las mujeres’, que hablaba a las de su género con su permanente y espontánea ‘afirmación sin palabras de igualdad sexual’. Feminista a pesar de ella misma. ‘No es mi asunto, a mí me gustan los tíos’, decía en una entrevista hace un año”.
