“Patriotism is usually stronger than class hatred, and always stronger than internationalism
Nationalism is power hunger tempered by self-deception”
George Orwell
Más que el de Orwell, fue el cadáver de Gerald Brenan el que realmente mereció recibir sepultura en España en honor a haber sufrido nuestro país durante media vida intelectual. El hombre pateó mucho mundo, y aún así prefirió esta tierra nuestra parricida (si es cierto que la revolución devora a sus hijos, como parece, aquí, que revolucionamos lo mínimo, más que devorar, masticamos hasta hacerlos pulpita obediente, contestona pero obediente), bien es verdad que antes y después de la Gloriosa Guerra Civil, pero nunca en su vórtice sangriento, donde, por cierto, sí marearon a Orwell. Yo desearía ser el anti-Brenan, o un Brenan a la inversa, de modo que enterrasen mis restos poéticos, no sé, en Sussex -que es una localidad de prometedor sufijo-, Reino Unido de la Gran Bretaña, porque la patria natal, a estas alturas, nos quiere fuera, y yo, por mi parte, estoy conforme. Escojo Inglaterra por los mismos motivos que Brenan la península: por su imaginario, por sus costumbres, en resumidas cuentas: por su literatura. Shakespeare, Browne, Shelley, Chesterton, Mark Knopfler, Freddy Mercury y tantos otros bardos sin parangón cantan las bondades de la pérfida Albión, y esta rima es involuntaria en tanto en cuanto me ha salido en castellano. Quiero decir que me borro de español, que apostato del catolicismo y que ofrezco mi cuerpo, como Brenan, a la ciencia, siempre que los presupuestos de I+D sean abultados como sólo lo son en mis brumosas naciones anglosajonas. Si es necesario, incluso me hago euroescéptico, me peso en libras y me mido en pies.
Porque… ¿Qué sería de España sin sol? No quiero ni pensarlo. Una especie de Finlandia caótica, mal gobernada, corrupta hasta la médula y poseída por un franquismo sociológico indeleble. El fútbol lo inventaron precisamente los ingleses, y tauromaquia ya había en la Creta minoica, socialmente unánime por incruenta. Echaría de menos, tal vez, esa germinación de arañitas metálicas que brotan en las calles con ocasión del buen tiempo, las terracitas de los bares, pero, ¡qué demonios!: las tabernas también me agradan. Después de todo, desde el punto de vista inglés siempre seremos la Armada Vencible, pese a Arturo Pérez Reverte o a otros cronistas de la mentira nacional todavía peores que van publicando libros infames por ahí. La propia Historia de España me da alergia -por no decir vergüenza-, y entiendo que desde el reinado de Carlos I no hemos tenido nada que no fuese reaccionarismo y sumisión, pero Carlos I más que otra cosa era alemán… Tendría que aprender inglés bien, ¡a ver!, aunque siempre será un alivio chapurrearlo por necesidad, y no a causa de un maldito chantaje que en el fondo no persigue más que la discriminación entre los más ricos y los inmigrantes, un sálvese quién pueda formativo en el que idioma inglés equivale a dinero. Y luego está aquella célebre anécdota histórica, cuando en el victorianismo álgido una tormenta arreciaba en el Canal de la Mancha e impedía la navegación. Los titulares del The Times decían “¡El continente asilado!”. Ovación; aplausos. Esa clase de orgullo, cimentado, sin duda, en crimenes globles, como todos, nunca lo conoceréis aquí, mis queridos ex-compatriotas. Fernando León de Aranoa puede parecer Ken Loach, pero fijaos, fijaos en lo que pueda quedar del primero ahora en plena crisis y con la España de siempre en el poder (y en España, hermanos, siempre está en el poder esa España: España, más que tautológica, es autorreferente, autofágica, recursiva, como un cocido que te repite).
Miro hacia atrás y compruebo con estupefacción que toda mi trayectoria me llevaba hacia las Islas y no había querido verlo antes. Tengo, lo concedo, una responsabilidad hacia mis desgraciados antepasados: escribiré mis éxitos en la lengua de Cervantes -gran hombre- y pagaré mis impuestos en vuestra Hacienda, como Brenan en la suya. Hasta ahí llego. Quiero ser un inglés anticuado: beber té a las cinco, ser flemático en el club, bailar Acid House y fumar pipa en la niebla, en la confianza que da el saber que las instituciones funcionan, aunque algunos se forren. No obstante, si todo me sale mal, trataré de hacerme súbdito del Reino de Redonda, que me consta que admite anglófilos ibéricos.
No me leas, join me. And God Save The Queen! (Anarchy In The U.K…)
No te lo crees ni tu.
Eso fue o sería,donde quedó la seriedad británica, du puntualidad,pulcritud,…
Habrá que buscar otros referentes.
¡¡¡Quedó, y queda, en la mano postiza de Su Majestad la Reina!!! (God save the Gin)
Jejeeje!