La vida de Adele, o los perfiles del deseo

Cerca, todo muy cerca. Al límite del vértigo. El despertar de la sensualidad, de las dudas, del miedo a las elecciones. Los susurros del ambiente, la coacción para aceptar lo establecido. Las amigas que limitan, el futuro que tienen en mente los padres, la dificultad de diferir. El límite de uno mismo, la definición. Lo que somos, lo que seremos, contra lo que esperan que seamos. Los primeros amores, las primeras rupturas, el primer orgasmo, la primera lágrima. Comprender que la madurez es que los amigos te traicionen, los amores se vayan con otros y que el camino, a pesar del murmullo, siempre es en soledad. En la adolescencia todo se vive muy de cerca, al límite del vértigo.

Abdellatif Kechiche nos introduce sin respiro en esta etapa vital, en el despertar de la joven y bella Adele, en ese transito tumultuoso en el que se empieza a forjar la propia visión de la realidad y los perfiles del deseo. Todo comienza cuando los relatos estereotipados que acompañan a la niñez se deshacen como castillos de naipes con las primeras decisiones. El mundo se amplía y empieza a parecer un lugar menos cómodo, más inhóspito, pero a la vez más sugerente. Con las primeras dudas empieza la definición de uno mismo, la búsqueda de una identidad rodeada de miedos e inseguridades. Todo ocurre demasiado rápido, sin margen de maniobra. Keniche parece intuirlo y nos regala una película de primeros planos como si quisiera hacernos cómplices de la intensidad del momento, del desconcierto, de la cercanía del abismo. También de la confusión que supone observar que el mundo exterior sigue su discurrir cotidiano ajeno a la turbación íntima de Adele; los espaguetis a la boloñesa de papá, las conversaciones en la mesa, los versos de la clase de literatura, el placer de dormir con la boca abierta. La efervescencia adolescente en contraste con el ritmo perseverante de una realidad ajena a ella. El cambio personal frente a la estabilidad del entorno. La necesidad de romper, o de fusionarse. El carácter latente.

Y, entonces, el amor. El impulso peligroso de tratar de alcanzar la plenitud a través del otro. El juego que mueve el mundo, que destruye imperios, que proporciona una suerte de trascendencia frágil pero que parece eterna. Keniche narra con sensualidad el acercamiento de Adele a la misteriosa Emma y su consecuente ruptura con la condición heterosexual que le exige su entorno. Pero no nos engañemos, el amor no entiende de género, ni de etiquetas, es único e irracional. Nos invade a todos y proporciona la fuerza íntima necesaria para combatir la incertidumbre, para proseguir el camino. El deseo nos descubre. Nos define. Nos conduce también al placer, a ese sexo que turba en pantalla tanto como se disfruta en la realidad. La vida de Adele contiene (quizá junto a la magnífica Deseo Peligro de Ang Lee) las secuencias eróticas más explícitas que yo haya visto en un cine. Están rodadas con pasión, con erotismo, con cercanía, pero también con una minuciosidad que puede plantear problemas a aquellos espectadores recelosos de una carnalidad que se expone en su máximo esplendor. El anhelo de la piel, la geografía del cuerpo, el frenesí de la vida en plenitud. La inocencia frente a la maestría. La musa frente a la artista. El arte. El climax. El suspiro. Y la caída.

Porque el amor, como toda cumbre sensorial, lleva implícita la posibilidad de declive. Esa certeza oculta. Los celos, los roles de pareja, la llama que mitiga la rutina y fregar los platos. Las terceras personas que cambian el paradigma para siempre. El segundo que lo trastoca todo. Lo nuevo como reflejo efímero de todo lo que nos falta. El hastío de la estabilidad, otrora anhelada. El dolor de la ruptura, la dificultad del olvido. La vida que sigue a pesar de la angustia de las entrañas. Los sueños rotos frente a los hitos conseguidos. La incógnita eterna de los otros y la percepción de soledad que nos acompañará siempre.

La vida de Adele es una película sobre la búsqueda de la identidad, sobre el amor, sobre el deseo, sobre los matices de nuestro yo interno que nunca terminarán de estar definidos del todo. Sobre la misteriosa evolución personal que se produce en el transcurso del camino.

Kachiche nos regala una película honesta, y difícil, íntima. Arriesgada. Sensualmente violenta. Con una banda sonora fantástica y unas actrices, Adèle Exarchopoulos (19 añitos, y una suerte de timidez y pasión encantadora) y Léa Seydoux, cuya actuación es difícilmente superable.

 Una de esas joyas con la que a veces nos deleita el cine francés. Probablemente la mejor película del año.

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7 Comentarios

  1. Muy buen comentario, Hugo. Las frases cortas lo hacen esencial, hecho con pinceladas que no quieren dejarse ningún resquicio de la película sin mencionar. Después de esto, es casi imposible que no te entren ganas de verla. ¡Fantástico!

  2. says: Esther

    Qué ganas de verla!!! Lo rápido, trágico, angustioso, intenso… lo vertiginoso de la adolescencia es mágico. Y no vuelve. Es imposible. Para algunas cosas muchísimo mejor, para otras otras, que nostalgia. Como cambia la perspectiva cuando vamos cumpliendo años! Lo dicho, le tenía ganas desde la temporada de festivales, pero ahora muchísimo más 🙂

  3. says: G.

    Creo que las escenas sexuales (evidentemente pornográficas) causan tanta indignación porque en ellas el director está lejos de ser ingenuo o esteta al haberlas rodado, sino morboso. Ni las lesbianas practicamos tan frecuentemente las tijeras (de hecho es una postura poco común y que está más presente en las fantasías heteros que en nuestras prácticas reales) ni desde luego tampoco follamos así la primera vez, como dos actrices porno que ya lo supieran hacer todo. No seamos inocentes, por favor: nuestra indignación radica en el hecho de que la mirada de este director es bastante hipócrita, porque nos quiere vender unas escenas sexuales supuestamente filmadas con realismo, belleza y sensibilidad cuando lo que vemos es pura recreación pornográfica con fines comerciales. El sexo lésbico vende, y eso el director lo sabía y por eso lo ha explotado, por eso todas las justificaciones de estas escenas nos parecen cuentos y engaños bastante perversos. De ahí nuestra indignación. Aunque quizá es difícil de comprender por el colectivo ajeno a las lesbianas… es como si hubieran cogido algo importante o valioso para nosotras y lo hubieran pervertido y convertido en algo barato y ofensivo, algo que sirviera para que el público se excitara y se regodeara vulgarmente. Nuestra indignación viene de que se haya manipulado y ninguneado el sexo lésbico por parte de un director heterosexual, y en esto tengo que darle la razón a la autora del cómic: ¿tanto habría costado contar con la opinión de alguna lesbiana durante el rodaje?
    Por todo ello esas escenas sexuales me han ofendido, indignado y humillado como mujer y como lesbiana.

    1. says: Talo

      te causan indignación a ti y a una mínima parte de la audiencia, para el resto es cine, del que te transmite la sensación de ir a vela en un barco, cuando nunca has visto el mar…

      un saludo

  4. says: Ramón González Correales

    La vida de Adele contiene muchos de los gozos y conflictos asociados al deseo sexual, a la gestión de ese deseo cuando brota en un cuerpo, en toda su intensidad, en una edad y una cultura determinada y se transmuta en erotismo y en amor. En mi opinión el que ese deseo tenga en la protagonista una orientación homosexual sólo añade dificultad a su emergencia, sólo subraya los obstáculos, las incertidumbres y los riesgos de la gestión de ese deseo en nuestra cultura. 

    La película describe cómo en una época supuestamente permisiva la cuestión sexual no es un asunto fácil. Como, en cada  joven, se tiene que reproducir toda una civilización desde el principio. El ambiente de patio de colegio es una jungla donde reina la barbarie más cruel. Donde el miedo y la alexitimia se concreta en humillaciones al que se sale lo más mínimo de la norma o de lo que el grupo social espera de él.

    Pero luego está la concreción de ese deseo en la relación con el otro y los problemas que van surgiendo, algunos no resueltos todavía en nuestra cultura. No sólo el amor o la erótica personal, también las relaciones de poder que procuran las diferencias de intensidad entre los amantes; la dependencia del más débil o el que más ama; los recursos que procura la clase social, lo aprendido en la familia; las expectativas de estatus, de recursos. El miedo al compromiso y, a la vez, su necesidad, el atractivo siempre presente de la variación y sus riesgos. Todo esto son cuestiones que aparecen en cualquier pareja de cualquier condición e ideología, de una u otra manera,  aunque muchas veces no se quiera verlo. 

    Masters y Johnson (cuya vida está actualmente recreada en la serie “Masters of sex”) fueron los primeros, y casi los únicos, que estudiaron la conducta sexual humana en un laboratorio. Tanto en parejas heterosexuales como en homosexuales masculinos y femeninos (los resultados de este último trabajo están publicados en español en “Homosexualidad en perspectiva”, Ed. Panamericana).

    Pudieron comprobar que las conductas sexuales varían sustancialmente de unas personas a otras, de unas parejas a otras,  con lo que no es posible dar una norma única de como se comportan o tienen qu comportarse las parejas hetero u homosexuales.

    En “La vida de Adele”, en mi opinión, se muestran escenas sexuales con un erotismo refinado que puede ser más o menos realista, porque no se trata exactamente de eso. Es una obra artística que pretende crear sensaciones, sugerencias que sean congruentes con la historia. Y eso lo consigue con creces. 

    Ocurre que, desde los años sesenta, los distintos colectivos que reivindican derechos sexuales utilizan el constructivismo para generar ideologías que legitimen sus reivindicaciones y sus acciones públicas.  Desde ahí algunos se sienten injuriados (y legitimados para atacar o descalificar) si alguien cuestiona determinados aspectos de sus planteamientos. Eso ha creado paradojas y extrañas alianzas de algunos de estos grupos con otros ultraconservadores, por ejemplo en los 80 en USA con respecto a la pornografía, un término bastante menos claro de definir de lo que parece, cargado de connotaciones negativas de distinta procedencia, y que, a menudo, se utiliza como un arma arrojadiza en el terreno moral o en el político, creando nuevas versiones del puritanismo. 

    En este artículo http://webs.uvigo.es/xenero/profesorado/beatriz_suarez/rubin.pdf
    de Gayle Rubin, una activista lesbiana que defiende el sadomasoquismo consentido entre adultos,  puede apreciarse la diferencia de planteamientos y de conductas sexuales dentro del complejo ideológico sexo/género y también una perspectiva histórica muy bien documentada de los conflictos entre la moral sexual imperante (en los distintos colectivos sociales) y las nuevas sexualidades.

    Otra cosa buena de “La vida de Adele” es que da para reflexionar de todo esto y en ese aspecto es una película educativa en el mejor sentido de la palabra. Reflexionar, conocer perspectivas, razones y hechos, para que cada uno termine encontrando la línea de su deseo o de sus preferencias. 

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