Aquel tiempo de los inviernos largos y de las vecinas buenas que cobijaban en los días interminables y tenían televisor en blanco y negro. El tiempo de los hombres tan reprimidos que bebían coñac barato, fumaban tabaco negro y tenían el bigote muy fino. Las noches de las “Revistas” donde las mejores chicas enseñaban las piernas y perdían, poco a poco, el corazón, la alegría y la paciencia.
Los trenes atestados de inmigrantes a Alemania con los pómulos muy angulosos y los ojos muy brillantes, como si esperaran algo que no iba a llegarles a todos o ya lo hubieran conseguido sólo con intentarlo. Esa ternura barata que no se puede criticar sin ambivalencia porque iluminaba las vidas de nuestras madres, de mucha gente trabajadora que lo aguantaba todo mientras se afanaba en cualquier cuchitril o bordaba mantelerías para ricos de pacotilla o iba a misa los domingos y las fiestas de guardar.
No sé porqué se me asocian las radionovelas de Guillermo Sautier Casaseca y las caras tontas de Lina Morgan, esa actriz que representa un cierto tiempo sentimental de este país, como Paco Martinez Soria, Mary Santpere o Zori, Santos y Codeso. Algo que recuerda los Festivales de España de aquellos agostos y esos cines de verano donde ponían “La ciudad no es para mí” y todo el mundo salía tan reconfortado y con las alas más cortas.
Fui a verla una vez al Teatro de la Latina y recuerdo su humor de chica decente, como de solterona madura y un poco triste, que hacía gracias picantes desde la conciencia de haber perdido algo importante hacía ya mucho tiempo, lo que quizá producía un efecto de identificación en un público que la admiraba mucho y quizá la recordaba siempre con una sonrisa, como a esos perdedores que consiguen triunfar y se sabe que no lo han hecho del todo y siguen siendo, por eso, de los nuestros.
Lina, esa chica sencilla y conservadora que funcionaba como una estampita que producía una media sonrisa en los que no habían conseguido ser felices y ya no podían ver películas de sufrir. In memorian.
Aquí, con LM y su significado, yace uno de los conflictos de la educación sentimental de buena parte de los españoles de los años sesenta. Incluso tu citas a parte de esa corte memorable de artífices de ese sentimentalidad, desde la misma LM a Martínez Soria, desde Mary Santpere a Tony Leblanc. Algo parecido a lo que nos mostrara Vázquez Montalbán en su imprescindible ‘Crónica sentimental de España’ para los equivalentes cuarenta: Machín, Concha Piquer, Bonet de San Pedro y Matías Prat. Pese a los años transcurridos ese poso de lo sentimental-hueco y banal sigue pesando, como demuestra la despedida teatral en La Latina de Lina. Abrazada por última vez por su público. Al que cada vez le van quedando menos referencias de ese pasado tortuoso; salvo ‘Cine de barrio’.